dijous, 5 de novembre del 2020

Textos - Historia Medieval

 


Mundo Tardoantiguo

     Es tradicional, y desde luego aconsejable, iniciar el repaso del mundo medieval en ese período histórico de las grandes migraciones de pueblos que abarca los siglos III al V. Se trata de un tiempo en el que Occidente aprecia los efectos reales de la crisis y observa la degradación del Imperio Romano de un modo semejante a como lo hace China con la desaparición del Imperio Han. Las estepas euroasiáticas revelan la existencia de pueblos que de un modo u otro protagonizan ambos procesos. Comenzaremos pues por recoger algunos textos fundamentalmente del Bajo Imperio Romano que, por entonces, afecta igualmente a su sector occidental y oriental. Los escritores latinos nos dejaron, además de su propia historia, ciertos relatos de sus vecinos bárbaros a partir de los cuales podremos formarnos una idea del pulso vital en una etapa tan trascendental para la comprensión del posterior desarrollo de los acontecimientos. Con el apartado referido al Próximo Oriente, nos acercaremos ese mundo que toma contacto con la cristiandad a través de la Persia Sasánida.


Roma



Edicto de Milán (313)

     Por su parte Licinio, pocos días después de la batalla, tras hacerse cargo y repartir una parte de las tropas de Maximino, llevó su ejército a Bitinia y entró en Nicomedia. Allí dio gracias a Dios con cuya ayuda había logrado la victoria y el día 15 de junio del año en que él y Constantino eran cónsules por tercera vez, mandó dar a conocer una carta dirigida al gobernador acerca del restablecimiento de la Iglesia y cuyo texto es el siguiente:

          

«Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención el respeto de la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás, facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos tomado esta saludable y rectísima determinación de que a nadie le sea negada la facultad de seguir libremente la religión que ha escogido para su espíritu, sea la cristiana o cualquier otra que crea más conveniente, a fin de que la suprema divinidad, a cuya religión rendimos este libre homenaje, nos preste su acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu excelencia sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones que te han sido enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia.

     Así pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a tu solicitud para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido esto, tu excelencia entenderá que también a los otros ciudadanos les ha sido concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión que hayan escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha impulsado a obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a los cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde antes solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido estos locales como donación deben devolverlos también inmediatamente a los cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación reclaman alguna indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al vicario para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca de ello. Todos estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente, sino también otros pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples particulares, ordenamos que como queda dicho arriba, sin ninguna clase de equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus iglesias, manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...) De este modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan importantes ocasiones nos ha estado presente, continuará a nuestro lado constantemente, para éxito de nuestras empresas y para prosperidad del bien público.

     Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento de todos, convendrá que tú la promulgues y la expongas por todas partes para que todos la conozcan y nadie pueda ignorar las decisiones de nuestra benevolencia».

          

LACTANCIO, De mortibus persecutorum (c.318-321). En M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 21-22.



Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380

     Todos nuestros pueblos (...) deben adherirse a la fe trasmitida a los romanos por el apóstol Pedro, la que profesan el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría (...), o sea, reconocer, de acuerdo con la enseñanza apostólica y la doctrina evangélica, la Divinidad una y la Santa Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Únicamente los que observan esta ley tienen derecho al título de cristianos católicos. En cuanto a los otros, estos insensatos extravagantes, son heréticos y fulminados por la infamia, sus lugares de reunión no tienen derecho a llevar el nombre de iglesias, serán sometidos a la venganza de Dios y después a la nuestra (...)

Código Teodosiano, 16, I, 2. En M. A. LADERO, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 55.



El cesaropapismo constantiniano

     De qué modo intervino en los sínodos de los obispos.

     Y de un modo general se presentó como tal ante todos. Estando sobre todo al cuidado de la iglesia de Dios al producirse en distintas provincias disensiones entre sí, él como el común obispo de todos, constituido por Dios, reunió los concilios de los ministros de Dios. Y no consideró indigno estar presente en ellos y sentarse en medio de sus reuniones sino que participaba en sus problemas preocupándose de todo lo que perteneciera a la paz de Dios. Es más, se sentaba en medio como uno de muchos haciendo apartar a sus guardias y a su escolta y protegido sólo por el temor de Dios y rodeado por la benevolencia de sus amigos fieles. Por lo demás estaba sobre todo de acuerdo con quienes veía que aceptaban las opiniones más justas y a quienes veía propensos a la paz y concordia indicando claramente que se complacía en ellos. Pero, por el contrario, estaba en contra de los obstinados y de los rebeldes.

E. PAMPHILI, VIta Constantini, P. L., VIII. Recoge M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 28.



Modificaciones introducidas por Constantino en la estrategia defensiva del Imperio

     Constantino tomó otra iniciativa que permitió a los bárbaros una penetración fácil en las tierras sometidas a la dominación romana. El Imperio romano a todo lo largo de sus fronteras, y gracias a la previsión de Diocleciano, está dividido en ciudades, guarniciones y torres de defensa, lugares donde todo el ejército se encuentra acuartelado. La penetración era así difícil para los bárbaros, ya que por todas las partes les salían al encuentro un ejército con potencia suficiente para rechazarlos. Constantino eliminó este sistema de seguridad apartando de las fronteras a la mayor parte de los soldados, asentándolos en las ciudades que no necesitaban protección. Privó así de ayuda a los que estaban presionados por los bárbaros e impuso a las tranquilas ciudades las molestias que se derivan de la estancia de los soldados, por culpa de lo cual la mayoría han quedado desiertas. Dejó que los soldados se ablandasen entregados a espectáculos y a una vida de placer y, por decirlo llanamente, fue el mismo Constantino el que creó y distribuyó la semilla de la perdición del Estado que dura hasta el día de hoy.

ZOSIMO, H.N., II, 34. En A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentarios de textos históricos. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, pp. 99-100.



Ley de «hospitalidad» de Arcadio y Honorio (398)

     Los emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Hosio, magister officiorum. Ordenamos que en cualquier ciudad en la que nos encontremos o se encuentren aquellos que nos sirven, después de haber alejado toda injusticia tanto de parte de los repartidores como de los huéspedes, todo propietario posea plenamente en paz y seguridad dos partes de su propia casa y la tercera sea adjudicada a un huésped, de manera tal que la casa sea dividida en tres partes. Que el propietario tenga la posibilidad de elegir la primera; el huésped obtendrá la segunda que él desee; la tercera deberá quedar para el propietario. Los obradores que están a cargo de los mercaderes no sufrirán la antedicha división; han de permanecer en paz y libertad, protegidos contra toda injusticia de los huéspedes y serán utilizados en favor sólo de sus propietarios e intendentes (...)

TH. MOMMSEN, Theodosiani Libri XVI..., L. VII, 8, 5, p. 328. En A. García Gallo Manual de Historia del Derecho Español, vol. II Antología de Fuentes del Antiguo Derecho, p. 362.



Condenación de Prisciliano

     Los capítulos propuestos contra la herejía de Prisciliano (...) contienen lo siguiente:

     Si alguno, además de la Santa Trinidad, introduce otros no sé qué nombres de la Divinidad, diciendo que en la misma divinidad hay la Trinidad de la Trinidad, como afirmaron los gnósticos y Prisciliano, sea anatema.

     Si alguno no venera verdaderamente la natividad de Cristo según la carne, sino que finge honrarla ayunando en aquel día y en domingo, porque no cree que Cristo nació con verdadera naturaleza de hombre, como afirmaron Cedón, Marción, Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.

     Si alguno dice que las almas humanas pecaron primeramente en las moradas celestiales, y que por eso fueron arrojadas a la tierra en cuerpos humanos, como afirmó Prisciliano, sea anatema.

     Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo algunas criaturas y que él de propia autoridad produce los truenos, relámpagos, tempestades y sequías, como afirmó Prisciliano, sea anatema.

     Si alguno cree que los doce signos siderales, que suelen ser observados por los astrónomos, están dispuestos por cada uno de los miembros del alma o del cuerpo, y que se les aplican los nombres de los Patriarcas, como lo afirmó Prisciliano, sea anatema.

     Si algún clérigo o monje tiene en su compañía algunas otras mujeres como adoptivas, que no sean la madre, hermana, o tía, u otras unidas a él con parentesco próximo y convive con ellas, como enseñó la secta de Prisciliano, sea anatema.

     Si alguno condena los matrimonios humanos, y aborrece la procreación de los que van a nacer, como afirmaron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.

Disposiciones acordadas en el Concilio I de Braga



El ejército romano a fines del siglo IV

     Conviene ahora que hablemos de las armas ofensivas y defensivas del soldado, ya que en esto hemos perdido del todo las antiguas costumbres; y a pesar del ejemplo de la caballería goda, alana y huna, tan adecuadamente protegida con armas defensivas, que debería habernos hecho comprender su utilidad, consta que en cambio dejamos a nuestra infantería descubierta. Desde la fundación de Roma hasta los tiempos del divino Graciano, la infantería siempre había estado defendida con la coraza y el yelmo (cataphracteis et galeis); pero cuando la negligencia y la pereza hicieron menos frecuentes los ejercicios, estas armas, que nuestros soldados no llevaban más que raras veces, les parecieron muy pesadas. Pidieron, pues, al emperador, primero, ser descargados de la coraza y, luego, de los yelmos. Habiéndose así expuesto contra los godos, con el pecho y la cabeza descubiertos, fueron a menudo destruidos por la multitud de sus arqueros; sin embargo, ni después de tanta calamidad que alcanzó hasta la ruina de tantas ciudades, ninguno de nuestros generales tuvo el cuidado de devolver a la infantería las corazas o los yelmos. Y así acontece que, al exponerse el soldado en la batalla a las heridas, piense más en la fuga que en el combate. ¿Y qué otra cosa puede hacer un arquero a pie, sin yelmo y sin coraza, que no puede sostener al mismo tiempo un escudo con un arco? Pero parece que la coraza y aun el yelmo son pesados para el infante que no los usa sino rara vez; en cambio, el uso cotidiano de estos los hace livianos, aunque hubiesen parecido pesados al principio. Pero aquellos que no pueden soportar el peso de las antiguas armas, deben ser obligados a recibir, en sus cuerpos desguarnecidos, las heridas y también la muerte, o, lo que es más grave y vergonzoso, a ser hechos prisioneros o traicionar la república con su fuga. Así, evitando el esfuerzo del ejercicio, se hacen degollar vergonzosamente como rebaños. ¿Por qué los antiguos llamaban muro (murus) a la infantería, sino porque las legiones armadas, además de la lanza y el escudo, también refulgían con las corazas y los yelmos?

Vegetius, Las Instituciones Militares dedicadas al Emperador Valentiniano II (375-392), I, 20, ed. de Nissard, París, Firmin-Diderot, 1878, p 688. Trad. del latín por Héctor Herrera C.

     En MARÍN, J., Textos históricos. Del Imperio Romano hasta el siglo VIII, Santiago de Chile, RIL, 2003, p. 59.

     En web personal del profesor José A. Marín.

     En web personal del profesor Francisco Javier Villalba Ruiz de Toledo.




Mundo Germánico primitivo



Costumbres de los germanos en el siglo I

     Mientras los germanos no hacen la guerra, cazan un poco y sobre todo viven en la ociosidad dedicados al sueño y a la comida. Los más fuertes y belicosos no hacen nada; delegan los trabajos domésticos y el cuidado de los penates y del agro a las mujeres, los ancianos y los más débiles de la familia, languidecen en el ocio; admirable contradicción de la naturaleza, que hace que los mismos hombres hasta tal punto amen la inercia y aborrezcan la quietud. Es costumbre que espontánea e individualmente las tribus ofrezcan a sus jefes ganado y cereales, lo cual, recibido por éstos como un homenaje, también satisface sus necesidades. Pero ante todo les halagan los presentes que les son enviados de pueblos vecinos, no sólo por particulares, sino también oficialmente, tales como caballos escogidos, ricas armas, faleras y collares (...)

     Los pueblos germanos no habitan en ciudades, es bien sabido, incluso no toleran que las casas sean contiguas. Se establecen en lugares aislados y apartados, en relación con una fuente, un campo o un prado, según les plazca. Las aldeas no están construidas como nosotros acostumbramos, con edificios contiguos y unidos unos a otros; cada uno tiene un espacio vacío que rodea su casa, sea como defensa contra los peligros de incendio, sea por ignorancia en el arte de la construcción. En realidad, no emplean ni piedras ni tejas, se sirven únicamente de madera sin pulimentar, independientemente de su forma o belleza. No obstante embadurnan los lugares más destacables con una tierra tan pura y brillante, que imita la pintura y los dibujos de colores. También acostumbran a excavar subterráneos que cubren con mucho estiércol y que sirven de refugio durante el invierno y de depósito para los cereales, puesto que estos lugares los preservan de los rigores del frío. Y de este modo, si el enemigo aparece, sólo saquea lo que está al descubierto, las cosas ocultas y enterradas o bien las ignoran o bien por ello mismo les escapan, puesto que habría que buscarlas.

     Para todos el vestido es un sayo sujeto por un broche o, a falta de éste, por una espina; sin otro abrigo permanecen días enteros junto al fuego del hogar. Los más ricos se distinguen por su vestidura no holgada, como la de los sármatas y los partos, sino ajustada marcando los miembros. También visten pieles de fieras, descuidadamente los más próximos a las orillas, con más esmero los del interior, para quienes las relaciones comerciales no pueden dar otro atavío. Eligen determinadas fieras y adornan con manchas las pieles arrancadas (...) y el vestido de las mujeres no difiere del de los hombres, excepto en que las mujeres se cubren más frecuentemente con tejidos de lino adornados con púrpura y en que la parte superior del vestido no se prolonga formando las mangas; llevan desnudos los brazos y los antebrazos, incluso la parte alta del pecho aparece descubierta.

P. CORNELIO TACITO, De origine et situ Germanoru. Ed. E. Koestermann, Lipsiae in aedibus B. G. Teubneri, 1949, II, fasc.2, pp. 14-15. Recoge M. RIU y otros, Textos comentados de época medieval (siglo V al XII), Barcelona, 1975, pp. 30-32.



Las cofradías de los germanos antes de las invasiones

     (...) Eligen algunas veces por príncipes algunos de la juventud, ya sea por su insigne nobleza, o por los grandes servicios y merecimientos de sus padres; y éstos se juntan con los más robustos, y que por su valor se han hecho conocer y estimar; y ninguno de ellos se avergüenza de ser camarada de los tales y de que se los vea entre ellos; antes hay en la compañía sus grados los cuales son discernidos, por parecer y juicio del que siguen. Los compañeros del príncipe procuran por todas las vías alcanzar el primer lugar cerca de él; y los príncipes ponen todo su cuidado en tener muchos y muy valientes compañeros; el andar siempre rodeados de una cuadrilla de mozos escogidos es su mayor dignidad y son sus fuerzas; que en la paz les sirve de honra y en la guerra de ayuda y defensa. Y el aventajarse a los demás en número y valor de los compañeros, no solamente les da nombre y gloria con su gente, sino también con las ciudades comarcanas; porque éstas procuran su amistad con embajadas, y los hombres con dones; y muchas veces basta la fama para acabar las guerras, sin que sea necesario llegar a ellas.

     De manera que el príncipe pelea por la victoria y los compañeros por el príncipe. Cuando su ciudad está largo tiempo en paz y ociosidad, muchos de los mancebos nobles de ella se van a otras naciones donde saben que hay guerra, porque esta gente aborrece el reposo, y en las ocasiones de mayor peligro se hacen más fácilmente hombres esclarecidos. Y los príncipes no pueden sustentar aquél acompañamiento grande que traen sino con la fuerza y con la guerra: porque de la liberalidad de su príncipe sacan ellos, el uno un buen caballo, y el otro una framea victoriosa y teñida en la sangre enemiga. Y la comida y banquetes grandes, aunque mal ordenados, que les hacen cada día, les sirven para sueldo. Y esta liberalidad no tienen de qué hacerla sino con guerra y robos.

     Es fuerza ser enemigo de los enemigos del padre o pariente, y amigo de sus amigos.

P.CORNELIO TÁCITO, De las costumbres, sitio y pueblos de la Germania. Trad C. Coloma, Obras completas, col. Clásicos inolvidables, Buenos Aires, 1952, cap. XIII, p. 732, cap. XIV, p. 733 y cap. XXI, p. 736.



Los bárbaros como libertadores

     Van a buscar sin duda entre los Bárbaros la humanidad de los Romanos porque no pueden soportar más entre romanos una inhumanidad propia de Bárbaros. Son diferentes de los pueblos en los que se refugian. No tienen ni sus costumbres, ni su lengua ni, si se me permite decirlo, el fétido olor de los cuerpos y vestiduras bárbaros. Prefieren sin embargo plegarse a esta diversidad de costumbres antes que sufrir injusticia y crueldades entre los romanos. Emigran, pues hacia los Godos o hacia los Bagaudas, o hacia los otros Bárbaros, que dominan por todas partes, y nunca se arrepienten de este exilio. Porque prefieren vivir libres bajo apariencia de esclavitud, mejor que ser esclavos bajo una aspecto de libertad. Solo hay un deseo común entre los romanos: no verse nunca obligados a volver bajo la ley romana; solo hay una exclamación común a toda la muchedumbre romana: continuar viviendo con los bárbaros.

SALVIANO, De Gubernatione Dei, IV y V, M. G. H., A. A. I, Berlín, (2.ª), 1961, p. 108 y 113.



La corte de Atila (c. 450)

     Cuando volvimos a nuestra tienda, el padre de Orestes vino con una invitación de Atila para nosotros dos, a un banquete a las tres en punto. Cuando llegó la hora, fuimos al palacio, junto con la embajada de los romanos occidentales, y nos paramos en el umbral del salón, en presencia de Atila. Los escanciadores nos dieron una copa, de acuerdo con la costumbre nacional, que debíamos libar antes de sentarnos. Habiendo probado la copa, procedimos a tomar nuestros asientos; todas las sillas estaban alineadas a lo largo de las paredes del salón en ambos lados. Atila se sentaba en el medio, sobre un sillón; un segundo sillón estaba ubicado detrás de él, y desde él, unos pasos llevaban a su cama, la cual estaba cubierta con sábanas de lino y cobertores bordados como adorno, tal como griegos y romanos suelen decorar los lechos de las novias. Los lugares a la derecha de Atila eran primeros en honor, los de la izquierda, donde nosotros nos sentábamos, eran solo segundos. Berijo, un noble entre los escitas, se sentaba a nuestro lado, pero estaba antes que nosotros. Onegesio se sentó en una silla a la derecha del diván de Atila, y al otro lado, frente a Onegesio, en la silla se sentaron dos de los hijos de Atila; su hijo mayor se sentaba en su diván, no cerca de él, pero en el rincón final, con sus ojos fijos en el suelo, en tímido respeto hacia su padre. Cuando todos estuvieron acomodados, un copero vino y dio a Atila una copa de madera con vino. Él la tomó, y saludó a los primeros en precedencia quienes, honrados por el saludo, se pararon y no se sentarían hasta que el rey, habiendo probado o escurrido el vino, devolviera la copa al sirviente. Entonces todos los invitados honraron a Atila en la misma forma, saludándolo, y probando sus copas; pero él no se paró. Cada uno de nosotros tenía un copero especial, que vendría para presentar el vino cuando el copero de Atila se hubiera retirado. Cuando el segundo en precedencia y aquéllos junto a él habían sido honrados de la misma manera, Atila brindó con nosotros del mismo modo, de acuerdo al orden de los asientos. Cuando esta ceremonia terminó, los escanciadores se retiraron, y se ubicaron mesas, lo suficientemente largas para tres o cuatro comensales, o quizás más, junto a la mesa de Atila, para que cada uno pudiera sacar la comida en los platos, sin pararse de su asiento. El sirviente de Atila primero entró con un plato lleno de carne, y detrás de él venían otros sirvientes con pan y viandas, las cuales pusieron sobre las mesas. Una comida lujosa, servida en vajilla de plata, había sido preparada para nosotros y para los invitados bárbaros, pero Atila no comió otra cosa que carne en un plato de madera. En todo lo demás, también, se mostró moderado; su copa era de madera, mientras que a los invitados les habían sido dadas copas de oro y plata. Su vestido también era bastante simple, mostrando sólo estar limpio. La espada que llevaba a su lado, los cordones de sus zapatos escitas, la brida de su caballo, no estaban adornados, como los de los otros escitas, con oro o gemas o cualquier cosa onerosa. Cuando las viandas del primer plato habían sido consumidas, todos nos pusimos de pie, y no volvimos a nuestros asientos hasta que cada uno, en el orden antes observado, bebió a la salud de Atila en la copa de vino presentada a él. Entonces nos sentamos, y un segundo plato fue puesto en cada mesa con comestibles de otro tipo. Después de este plato, la misma ceremonia fue observada como después de la primera. Al caer la tarde, se encendieron antorchas, y dos bárbaros dirigiéndose a Atila, cantaron canciones que ellos habían compuesto, celebrando sus victorias y hazañas de valor en la guerra. Y de los invitados, mientras miraban a los cantantes, algunos disfrutaban de los versos, otros, acordándose de las guerras, se excitaron en sus espíritus, mientras que aun otros, cuyos cuerpos eran débiles por la edad y sus almas compelidas al descanso, derramaban lágrimas. Tras las canciones, un escita, cuya mente estaba trastornada, apareció, y pronunciando palabras extranjeras y sin sentido, obligó a todos a reírse. Después de él, Zerkon, el enano morisco, entró. Él había sido enviado por Atila como un regalo a Ezio, y Edecon lo había persuadido de volver a Atila a recuperar a su esposa, a quien había dejado atrás en Escitia; la dama era una escita a quien él había obtenido en matrimonio a través de la influencia de su patrón, Bleda. No tuvo éxito en recuperarla, pues Atila estaba enojado con él por haber vuelto. En ocasión del banquete él hizo su aparición, y arrojó a todos, excepto a Atila, en una risa insaciable, por su apariencia, su vestido, su voz, y sus palabras, que eran una confusa mezcla de latín, huno y gótico. Atila, en todo caso, permaneció inmóvil y con inalterado semblante; no por palabra, no por acto, dejó escapar nada parecido a una sonrisa de felicidad, excepto cuando entró Ernas, su hijo menor, a quien tiró de la mejilla, y observó con una tranquila mirada de satisfacción. Me sorprendió que atendiera tanto a este hijo e ignorara a sus otros niños, pero un bárbaro sentado junto a mí y que sabía latín, pidiéndome que no revelara lo que decía, me dio a entender que los profetas habían advertido a Atila que su raza caería, pero que sería restaurada por este niño. Cuando la noche había avanzado, nos retiramos del banquete, sin desear quedarnos más en las celebraciones.

Priscos, Fragm. 8, en: Excerpta de Legationibus, en: Corpus Scriptoriae Historiae Byzantinae.

     En MARÍN, J., Textos históricos. Del Imperio Romano hasta el siglo VIII, Santiago de Chile, RIL, 2003, pp. 227-235.

     En web personal del profesor José A. Marín.

     En web personal del profesor Francisco Javier Villalba Ruiz de Toledo.




Próximo Oriente



Escenas de la corte de Cosroes I (531-579)

     (...) Una de las mujeres de Majbud (honrado destur), superior a los demás en inteligencia, preparaba la cena del rey Kersa colocando sobre una bandeja de oro tres platos enriquecidos con pedrería y que contenían manjares hechos con miel, leche y agua de rosas. Los hijos de Majbud eran los que llevaban la bandeja al rey, el cual comía los manjares y luego descansaba. Un día, Zerván, se encontró con los jóvenes en el momento en que éstos llevaban la cena al rey, y les pidió por favor que le dejaran ver por un instante los platos que exhalaban un tan rico olor. Levantaron la tela de rosa que cubría los manjares y después volvieron a tapar la bandeja, pero durante este tiempo el judío pudo dirigir su mirada nefasta sobre los alimentos marchándose al punto.

     Los jóvenes colocaron la bandeja y su contenido ante Anuschirván, y cuando el rey se disponía a comer, apareció Zerván y le dijo: «¡Oh rey afortunado, no comas esos platos sin antes haberlos hecho probar: tu cocinero ha mezclado veneno con la leche con que están elaborados!». El rey sonrió y dirigió una mirada de confianza a los hijos de Majbud, cuya madre preparaba cada día los alimentos. Los jóvenes, llenos de confianza a su vez, probaron la comida y al instante cayeron sin vida a los pies del rey.

     Entonces el rey se levantó, pálido, de su trono; dio orden de que se asolara el palacete de Majbud, cortaran la cabeza del traidor que había intentado envenenarle, mataran asimismo a todos los miembros de su familia y que sus riquezas fueran entregadas al saqueo. De este modo, Zerván adquirió de repente el favor de Anuschirván y disfrutó, a partir de aquel día, de una alta reputación, elevando al judío, su cómplice, a los primeros puestos del Estado.

G. FRILLEY, La Persia literaria, París, s.a., pp. 93-94.



El mundo persa sassánida del s. III según Firdusi

Ardachir asciende al trono

     En Bagdad, Ardachir se sentó en el trono de marfil y sobre su cabeza se puso la muy preciada corona y, una vez en la mano el cetro real, iluminó el lugar en donde iba a gobernar. Luego fue llamado Rey de Reyes (shahansha) y nada podía distinguirlo de Goshtasp. Cuando le fue colocada la corona de grandeza sobre su cabeza, entonces se dirigió a la multitud desde su trono con triunfo y alegría:

     «En este mundo mi tesoro es la justicia y todo el Universo ha revivido gracias a mis esfuerzos. Nada puede despojarme de este tesoro; el mal llega a todo hombre que hace el mal. De un extremo al otro, el mundo está bajo mi protección y mi costumbre es la justicia que todos los hombres aprueban. No habrá hombre que sufra hambre a causa de mis colaboradores, mis capitanes o mis caballeros, ya sea un malhechor o un hombre lleno de virtudes. Esta audiencia de la corte está abierta cualquier persona, tanto el que desea mi bien, como el que me desea mal» (...)

Ardachir organiza la administración de su imperio

     Escucha ahora lo que tengo que decirte de la justicia y de la inteligencia de Ardachir, de las reglas que dictó haciendo el bien a todos, de su grandeza y habilidad, y acuérdate de todo. Él se dio muchos trabajos y estableció buenos reglamentos y se repartió sobre todos afecto y su justicia. Cuando deseaba aumentar los ejércitos del trono del Imperio, enviaba a todos lados mensajeros haciendo proclamar: «A quien tenga un hijo, que no le permita crecer sin haber aprendido esto: que le enseñe a andar a caballo, la manera de batirse con la maza, el arco y las flechas de madera de álamo». Cuando un joven había adquirido fuerza por los ejercicios, cuando habíase convertido en irreprochable en cada parte, venía de la provincia a la corte del rey y se ponía al servicio del ilustre trono del Imperio. Cuando una guerra estallaba los jóvenes de la corte con Pehlevan, un noble Mobedh experimentado y ansioso (ambicioso) de distinguirse. Con cada millar de estas jóvenes gentes partía un vigilante que los observaba y si alguno se había conducido flojamente en el combate, el vigilante hacía un informe al rey, tanto de los hombres sin valor como de aquellos que se habían conducido con bravura. Cuando el maestro del mundo había leído el informe hacía sentar delante de sí al mensajero, preparaba presentes para aquellos que habían hecho bien y elegía para ellos lo que había de más precioso en el tesoro, después tomaba nota de aquellos que se habían conducido mal para que no aparecieran más en los combates. Continuó así hasta que su ejército fue tal que los astros no habían visto uno más grande. Si había un hombre de buen consejo, el rey y los heraldos daban la vuelta al campamento y proclamaban: «Oh, hombres ilustres y guerreros del rey, quienquiera que se haya tomado digno favor del rey y haya inundado la tierra con la sangre de bravos, recibirá de mí un vestido de honor real y su nombre quedará en la memoria de los hombres». Es así que mantuvo el orden en el mundo entero por medio de sus ejércitos, fue pastor y los hombres belicosos fueron su rebaño.

     Ahora atiende a los arreglos de Ardachir y cómo organizó el trabajo de los escritores en su despacho. Tomaba hombres entendidos y no confiaba sus asuntos a los ignorantes. El estilo y las escrituras a hombres que eran maestros en este punto, cuando un jefe se distinguía, el rey de reyes aumentaba su salario; pero a quienquiera que fuese inferior en escritura o en sutilezas no entraba al despacho de Ardachir; se lo empleaba en los gobiernos de provincias, y los buenos escribas quedaban junto a Ardachir. Cuando veía en la corte a un buen escritor lo alababa diciendo: «Un contador que hace entrar dinero en el tesoro, luego lo reparte con inteligencia y dándose trabajo, hace prosperar al país y al ejército, y alivia los vasallos que le piden socorro. Los escribas son como los tendones de mi alma, ellos son, sin saberlo yo, los amos del Imperio». Cuando un gobernador partía para una provincia, el rey le decía: «Desprecia el dinero, no vendas los hombres para adquirir tesoros, pues esta morada pasajera no es perpetua para ninguno. Busca la rectitud y la sabiduría (el buen sentido), y que la acidez y la locura queden lejos de ti; no lleves a ninguno de tus aliados ni parientes, la escolta que te doy es un apoyo suficiente. Da cada mes dinero a los pobres, y no les des nada a los malos. Si transformas en próspero al país por justicia, serás próspero tú mismo, y feliz por tu justicia; pero, si el sueño de un solo pobre es turbado por el miedo, es que has vendido tu alma por el oro y la plata.

     Cuando un hombre venía a la corte del rey por un asunto importante o para pedir justicia, los confidentes del rey iban a verlo y le preguntaban sobre los gobernadores, si administraban justicia y si se libraban a sus pasiones o si alguno se acostaba con aflicción por su injusticia. Se interesaban por los hombres sabios del país, así como de aquellos que por pobreza quedaban en la oscuridad; preguntaban quién era digno de los favores del rey, así tanto uno que era anciano de gran familia, como un hombre probo, pues el rey decía: «Nadie debe gozar de mis trabajos ni de mis tesoros si no es un hombre tanto como los hombres sabios y que saben observar; pues, ¿qué hay de mejor que un anciano sabio? Busco hombres que tienen experiencia y los jóvenes de élite y trabajadores y encuentro bueno dar a la juventud, que tiene buen sentido y está ávida de aprender el lugar que se asigna a los ancianos».

     Cuando sus ejércitos iban a combatir a algún lado, decidía con prudencia y sin precipitación. Tomaba por enviado a un escritor inteligente, sabio y buen observador y le entregaba un mensaje cortés y según las reglas, para que no hubiese guerra injusta. El mensajero se trasladaba junto al enemigo para conocer sus pensamientos secretos. Escuchaba sus palabras, si tenía sentido y consideraba una desgracia los asuntos, las fatigas y las calamidades de la guerra, recibían vestidos de honor real, un tratado, cartas credenciales y presentes. Pero si sus cabezas estaban inflamadas de cólera, sus almas llenas de rencor, sus corazones bullentes de sangre, el rey pagaba el sueldo de todo el ejército para que no hubiera descontento, elegía un Pehlevan deseoso de gloria, prudente, atento y calmo y a un empleado civil, que supiera las reglas y hábil, que debía vigilar las injusticias que cometiera el ejército, luego hacía montar en un elefante de modo que se oyera su voz a dos millas, y que gritaba: «¡Oh, guerreros ilustres, vosotros que tenéis coraje, renombre y honor! Es necesario que ningún hombre, sea pobre, sea ilustre y rico, tenga queja alguna de vosotros. En cada parada comeréis pagando y respetando al pueblo y cada quien que adore a Dios se abstendrá de tomar lo que pertenece a otro. Cada quien que mostrare su espalda al enemigo tendrá una suerte desgraciada; cavará su tumba con sus propias manos, o las cadenas ulcerarán su pecho y sus miembros, y su nombre será tachado de las listas, su comida será la basura, su cama será la tierra sombría».

     El rey decía al jefe del ejército: «No seas blando, pero guárdate de la cólera y de la precipitación. Ubica a los elefantes delante del ejército, envía exploradores a cuatro millas de distancia; llegado el día de la lucha y de la gloria, recorre tu ejército, haz subir a tus tropas su dignidad, explícales el deber que deben cumplir en el campo de batalla, promete en mi nombre vestidos de honor para todos, viejos y jóvenes. Envía primero cien caballos para provocar al enemigo, y otros cien a poca distancia delante del ejército; pero, cuando se comience a combatir de los dos lados, ¡no dejes, aunque tu ejército sea numeroso, a los héroes ávidos de combate lanzarse y desguarecer tu centro! Haz que tu ala izquierda combata en masa cerrada al ala derecha del enemigo, del mismo modo, tu ala derecha su ala izquierda, y que todos luchen con el corazón latiendo al unísono. El centro del ejército permanecerá inmóvil, ningún hombre lo abandonará, no será sino cuando el centro del enemigo se debilite que harás avanzar el tuyo. Cuando estés victorioso no derrames más sangre de nadie, puesto que tus enemigos se dan a la fuga; si uno de ellos pide perdón, acuérdaselo y renuncia a la venganza. Cuando veas la espalda del enemigo, no te apresures y no abandones tu posición, pues debes sospechar de una emboscada y el campo de batalla debe quedar ocupado por el ejército; pero, si te has asegurado contra una emboscada del enemigo, entonces actúa sin escuchar el aviso sea de quien sea. Distribuye el botín entre aquellos que se hayan batido y que bravamente hayan puesto en peligro su dulce vida. A todos los prisioneros que cayeran en tus manos tráelos sin falta a mi corte; haré construir para ello una gran ciudad en el lugar que era un zarzal. No te desvíes de ninguna manera de estos consejos si quieres apartarte de la pena y la desgracia, y a la hora de la victoria, vuélvete hacia Dios, pues, no lo dudes, es él quien es tu guía».

     Cuando un embajador llegaba de cualquier parte que fuese, sea de los turcos o de Roma, o de un país persa, el guardián de las fronteras recibía las novedades y no era negligente en tamaños asuntos. El enviado encontraba en todos lados de su ruta alojamiento preparado, era un asunto del cual estaban encargados los gobernadores; no les faltaba ni los vestidos, ni la comida ni el tapiz. Cuando el administrador de la provincia se había enterado por qué se dirigía al rey, hacía partir para la corte de Ardachir un empleado sobre un dromedario que llevaba alta la cabeza, para que se mandase un cortejo ante el extranjero. El rey hacía entonces preparar su trono de turquesas, ubicado sobre dos filas de servidores cubiertos de vestidos bordados de oro, y llamaba ante sí al enviado, lo hacía sentar sobre un trono de oro y le dirigía preguntas sobre todos sus secretos, sobre la felicidad o la desgracia que había experimentado, sobre su nombre y su renombre, sobre lo que hacía de justo o de injusto en su país, sobre las costumbres, el rey y su ejército. Lo hacía conducir a un palacio con la pompa que era debida a un embajador y lo proveía de todo lo que le hacía falta. Enseguida lo invitaba a su mesa y a beber con él, y le hacía sentar en su trono de oro y lo llevaba con él a grandes cacerías, para las cuales reunía una escolta innumerable, y lo despedía como exigía su rango de embajador, dándole un vestido de honor real.

     Enviaba a todas partes Mobedhs benevolentes, el corazón despierto y llenos de inteligencia y gastaba grandes tesoros para hacerles fundar en todos lados ciudades, a fin de poder dar alimentos y residencia a quienquiera que estuviese sin techo y sin recursos, y a quien la fortuna era contraria para que el número de estos vasallos fuera aumentando. Su nombre sería bendecido en el mundo, en público y en secreto. No hay sobre la tierra más que un sólo rey que se le parezca y que recuerde a los hombres su memoria. Busco sinceramente hacer que viva su nombre, ¡pueda ser él feliz hasta el final!

     Mira las maravillas que Ardachir ha producido por su justicia, que ha tornado a la tierra floreciente. Hablaba en secreto a mucha gente, tenía por todos lados agentes que le hacían informes, y cuando un hombre rico perdía su fortuna, el rey, tan pronto como tenía conocimiento de ello, rehacía sus asuntos y no lo dejaba en triste estado; le daba tierras fértiles, una residencia, servidores y subordinados y arreglaba todo como era debido, sin que la ciudad se enterara del secreto; en fin, ponía a sus hijos en manos de maestros si tenían inteligencia. Establecía una escuela y un lugar para el culto del fuego en cada calle. No dejaba a nadie en la necesidad a menos que ella misma ocultara su miseria. Administraba la justicia sin acepción de personas, así fuera un pobre o el hijo de un amigo; el mundo se tornó próspero por su justicia y el corazón de sus vasallos se regocijó. Cuando el amo del mundo es el compañero de la justicia, el tiempo no puede borrar su huella.

     ¡Reflexiona sobre las normas seguidas por este noble hombre y qué sólidos fundamentos de gloria estableció! Había en el mundo entero emisarios inteligentes, que tenían los ojos abiertos y observaban todo; cuando le hacían conocer un paraje arruinado o donde al río faltaba agua, acordaba una remesa de impuestos y no descansaba hasta abastecer las tierras que fueran. Cuando un propietario se había empobrecido y su subsistencia había desaparecido, le daba de sus tesoros instrumentos y capital y no permitía que su huella desapareciera del país.

     Escucha, ¡oh, rey!, las palabras de un príncipe sabio y vuelve próspero al mundo de la misma manera. Si quieres ser libre de dificultades y de toda vejación, y llenar tu tesoro sin causar pena a los hombres, guárdate de oprimir a tus vasallos, y cada uno bendecirá tu justicia.

Firdusi, Sha-Nama, Libro de los Reyes, en: Gagé, J., La Montée des Sassanides, col. Le Mémorial des Siècles, Albin Michel, 1964, París; Levy, Reuben, The Epic of the Kings, The University of Chicago Press, 1967. Trad. del francés por Clara Falcionelli.


Alta Edad Media (siglos V-X)

     A partir de ahora seguiremos una estructura semejante para abordar los tres períodos clásicos de la Historia Medieval (Alta, Plena y Baja Edad Media), diferenciando el ámbito occidental, del Imperio Bizantino, y del mundo islámico. De los restos del antiguo Imperio Romano surgen tres núcleos de poder que se disputarán durante los primeros siglos de la Edad Media y con muy desiguales posibilidades de éxito, un protagonismo que por algún tiempo sería indiscutiblemente monopolizado por la Pars Orientis del Imperio.

     Mientras este proceso va adquiriendo forma, el Imperio bizantino, cuyo origen y características constitutivas no son disociables de los factores que hicieron posible la pervivencia de la Pars Orientis del antiguo Imperio Romano unido, asume plenamente, bajo la «Era justinianea», el protagonismo que le corresponde en el Mediterráneo, si bien su propia tendencia a la helenización orientalizante, unida a la aparición en su seno de singulares «nacionalismos» religiosos, favorece la consolidación de su particularismo al margen por completo de la realidad cristiano-occidental: la búsqueda de la identidad bizantina no hace sino separar sus esquemas socio-culturales de la «Europa bárbara»; en este sentido, un fenómeno como el de la iconoclastia no deja de ser significativo.

     En tanto el Occidente germano-latino y el Oriente greco-bizantino pugnan por afianzar posiciones en sus respectivos ámbitos de influencia cultural y política, se producirá en la Península Arábiga y en el Próximo y Medio Oriente asiático, el nacimiento y primera expansión del Islam.

     Pero entre los siglos V y VIII surgen además otras grandes formaciones políticas ajenas al Mediterráneo. Por una parte, hemos de hablar de la lenta integración de la periferia europea en el concierto general de la evolución histórica de nuestro entorno, que sin embargo, inmediatamente va a adquirir un indudable protagonismo en dicho proceso. La heptarquía anglosajona dotará a las islas británicas del elemento cohesionador que necesitaba para su integración en la órbita occidental.



Occidente

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     En lo que se refiere a la más primitiva Europa, el Occidente plural de los reinos germánicos tardaría aún en consolidar su proceso de autodefinición. El fenómeno que tradicionalmente conocemos como «invasiones» -término que sin duda debería ser definitivamente revisado-, se traduce en una progresiva germanización de Occidente cuyas primeras fases coinciden con la etapa de descomposición imperial. En este sentido no conviene olvidar que la instalación de muchos de los pueblos bárbaros en territorio occidental se verifica antes de la formal desaparición del Imperio y que, en cualquier caso, la ubicación de los efectivos germánicos no supuso una traumática realidad, ya que la «desnaturalización» progresiva de la esencia imperial, facilitó la paulatina «barbarización» de sus estructuras. Ello no fue obstáculo, sin embargo, para que culturalmente, la caída de Roma dejara una profunda huella que solo el pensamiento agustiniano fue capaz de superar de modo racional. Con todo, la dialéctica romanismo-germanismo no siempre desembocó en perfecta integración social y los fundamentos políticos y estructuras socio-económicas de las monarquías bárbaras a menudo dejaron de contar con una sólida base que garantizara, desde la nueva concepción patrimonial del poder, la efectiva estabilidad de cada una de las monarquías.

     El deterioro de la economía monetaria, la autarquía y la ruralización, así como un notable desarrollo de las relaciones económicas y sociales de dependencia personal, características todas presentes en el Bajo Imperio, no hacen sino consolidarse mediante el impulso «continuista» de los monarcas germánicos. Desde la inestable monarquía vándala, sustentada en criterios de radical diferenciación étnico-religiosa, a la monarquía merovingia, fusionada en el ideal romano-cristiano del catolicismo, pasando por los casos intermedios del reino ostrogodo o de la monarquía hispano-visigoda, el grado de mayor o menor cohesión interna viene determinado por la flexibilidad política tendente a la integración social de la comunidad. Por último, y desde el punto de vista cultural, la Iglesia, depositaria en régimen de exclusividad del legado clásico, va asumiendo poco a poco un papel rector en el seno de Occidente: la doctrina del Primado, la pujanza del monaquismo benedictino y el entramado filosófico-teológico del neoplatonismo agustiniano, serán sus principales soportes, los ejes de un poder ideológico-cultural que moldea poco a poco los perfiles de la más primitiva civilización cristiano-occidental.

     Entre los siglos IX y X tienen lugar los primeros intentos serios de consolidar, con voluntad de permanencia, fórmulas políticas que aseguren las cotas de influencia alcanzadas. En Occidente, los primeros ensayos de articulación poseen la impronta del universalismo: la formación y evolución política del Imperio carolingio es el primero y más claro ejemplo de ello. Pero la fórmula nació «tocada»; ni su alianza con el Papado, ni el interés de Carlomagno y Luis «el Piadoso» por identificar su noción imperial con una imprecisa Europa, amparadora del cristianismo romano, ni tampoco el «renacimiento carolingio» en materia cultural, subsanaron unas deficiencias estructurales que paralizaban a la sociedad bajo cada vez más rígidos esquemas feudo-vasalláticos, y que amenazaban la vida económica con contradictorias iniciativas, unas veces ruralizantes y otras interesadas en una actividad comercial de largo alcance. Finalmente, y tras una escasa andadura política, la radicalización del concepto patrimonial del poder y la progresiva feudalización de la sociedad provocaron la desmembración del Imperio carolingio, y en esa coyuntura las «Segundas invasiones» aceleraron el proceso de descomposición, e indirectamente ayudaron a la configuración de un nuevo mapa político para Occidente. Entretanto, la España cristiana de la inicial «Reconquista», que tan vinculada había estado al origen, desarrollo y declive del Imperio carolingio, se fue alejando progresivamente de la órbita de influencia del Sacro Imperio, empeñada en tareas repobladoras y poco sobresaliente en materia cultural.




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El cruce del Rhin en el 406

     El pequeño número de los que sobrevivimos fue gracias no a nuestros méritos, sino a la misericordia del Señor. Pueblos innumerables y feroces han ocupado el conjunto de las Galias. Todo el país que se extiende entre los Alpes y los Pirineos, el que limita con el Océano y el Rhin, ha sido devastado por quados, vándalos, sármatas, alanos, gépidos, hérulos, sajones, burgundios, alamanos y -terrible desgracia- los panonios se han convertido en enemigos, pues Assur ha llegado con ellos [Salmo, 82,9]. Maguncia, en otro tiempo ilustre, ha sido tomada y saqueada. En su iglesia, millares de hombres han sido masacrados. Worms ha sido reducida después de un largo asedio. Las prepotentes urbes de Reims, Amiens, Arras, Tournai, Spira y Strasburgo han sido trasladadas a Germania. Las provincias de Aquitania, Novempopulania, Lugdunense y Narbonense, salvo un pequeño número de ciudad, han sido completamente saqueadas. Las ciudades han quedado despobladas por la espada y el hambre. No puedo recordar sin lágrimas a Tolosa, cuya ruina solo ha sido impedida por el mérito de su santo obispo Exuperio. Hispania misma, tiembla recordando la irrupción de los cimbrios (...)

SAN JERÓNIMO, Carta a Geruchia. En E. Mitre, P. Azcárate y A. Arranz, «Catástrofes medievales», Cuadernos de Historia 16, n.º 120, Madrid, 1985, Textos, p. III.



Consideraciones de San Agustín sobre el saqueo de Roma por Alarico (410)

     De esta manera [refugiándose en las iglesias de Roma] salvaron sus vidas muchos de los que ahora infaman y murmuran de los tiempos cristianos, culpando a Cristo de los trabajos y penalidades que Roma sufrió y no atribuyen a este gran Dios el enorme beneficio de haber visto sus vidas a salvo por el respeto que infunde su santo nombre. Por el contrario cada cual hace depender este feliz suceso de la influencia del hado, cuando, si lo reflexionasen, deberían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano vengadora de sus enemigos a los arcanos y sabias disposiciones de la providencia divina, que acostumbra a corregir y aniquilar con los funestos efectos que presagia una guerra cruel, los vicios y las costumbres corruptas de los hombres (...)

     Deberían también los vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que florecía el dogma católico, la gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, en contra de los que es usual en las guerras, sin más respeto que por iniciar su sumisión y reverencia a Jesucristo, otorgándoles este favor en todos los lugares, y particularmente si se refugiaban en los templos.

SAN AGUSTÍN, De civitate DeiLibri XXII, p. 14-15, París, 1613.



La batalla de los Campos Catalúnicos

     De la parte romana, Teodorico y sus visigodos ocupan el ala derecha; Aecio y los romanos, el ala izquierda. Habían colocado en el centro a Sangíbano, rey de los alanos (...) En cuanto al ejército de los hunos, fue alineado en batalla en orden contrario al de los romanos: Atila se colocó en el centro con los más valientes entre los suyos (...) Los pueblos numerosos, las naciones que habían sometido a su dominación, formaban sus alas. Entre ellos se hacía notar el ejército de los ostrogodos, mandados por Valamiro, Teodomiro y Videmiro, tres hermanos que sobrepasaban en nobleza al propio rey, a las órdenes del cual marchaban entonces, porque pertenecían a la ilustre y poderosa raza de los ámalos. También se veía allí, a la cabeza de una tropa numerosa de gépidos, a Ardarico, su rey, tan valiente y tan famoso, cuya grande fidelidad lo hacía admitir por Atila a sus consejos (...) La muchedumbre de los otros reyes y los jefes de las diversas naciones, parecidos a satélites, espiaban los menores movimientos de Atila, y en cuanto él les hacía un signo con la mirada, cada uno, en silencio, con temor y temblando, venía a colocarse delante de él, o bien ejecutaba las órdenes que de él había recibido. Sin embargo, el rey de todos los reyes, Atila, velaba sobre todos y por todos.

JORNANDES, Histoire des Goths, p. 267-268, ed. M. A. Savagner, París, S.A. En E. Mitre y A. Lozano, Análisis y comentarios de Textos Históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 140.



La opinión de Ataúlfo sobre Roma en el año 414

     Ataúlfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un Estado no puede existir. Así, al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz.

OROSIO, Historiae, VII, 43, 5-7, p. 458. Recoge: Migne, Patrología Latina, col. 1171.



Teodorico, rey de los ostrogodos

     Teodorico, varón belicosísimo y animoso, era hijo natural de Valamir, llamado rey de los godos. Su madre, goda, llamada Ereriliva, era católica y en el bautismo recibió el nombre de Eusebia.

     Preclaro y de buena voluntad para con todos, reinó treinta y tres años y aseguró la felicidad de Italia treinta años y la paz para sus sucesores. Nada hizo de malo. Así gobernó aunados dos pueblos, el de los romanos y el de los godos. Aunque pertenecía a la secta arriana, nada intentó contra la religión católica. Ofreció juegos en el circo y en el anfiteatro, lo que fue llamado por los romanos un Trajano o un Valentiniano, en cuya época se inspiró. Y los godos lo estimaron como su mejor rey por el Edicto en que estableció el derecho. Prescribió a los romanos que el servicio militar fuese como bajo los emperadores. Fue pródigo en dádivas y distribución de víveres y aún cuando encontró el erario público exhausto, lo restableció y lo hizo opulento con su labor. Aun cuando era iletrado, demostró tanta agudeza, que algunos de sus dichos son aún hoy sentencia para el vulgo; por eso no nos avergüenza recordar algunas de ellas. Dijo: «El que tiene oro y demonio no lo puede esconder». También: «El romano miserable imita al godo y el godo útil imita al romano» (...)

     Era también amigo de las construcciones y un restaurador de ciudades. Restauró el acueducto de Ravena, obra del emperador Trajano, y después de mucho tiempo hizo correr agua; edificó el palacio hasta terminarlo, pero no lo dedicó y acabó el pórtico alrededor del palacio. Además hizo las termas y el palacio de Verona y agregó una galería desde la puerta hasta el palacio; reedificó el acueducto que por mucho tiempo había estado destruido e hizo circular el agua, circundó la ciudad con otros muros nuevos. También en Ticino hizo un palacio, las termas, el anfiteatro y amuralló la ciudad.

     Pero también benefició a otras ciudades. Tanto agradó a los pueblos vecinos, que se ofrecieron a pactar con él en la esperanza de tenerlo por rey. También llegaban hasta él comerciantes desde diversas provincias, pues había tanto orden que, si alguno quería enviar a su dominio oro y plata, podía considerarse tan seguro como si estuviera dentro de los muros de la ciudad. Y así fue en toda Italia, que no dotó de puertas a ciudad alguna, ni las cerró donde las había (...)

Anonymus Valesianus, Trad. Y. E. Jasson y F. E. Roberts, Anales de Historia Antigua y Medieval, Buenos Aires, 1949, pp. 165-178.



Retrato de Teodorico por Procopio

     Es necesario reconocer que gobernó a sus súbditos con todas las virtudes de un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes. Defendió su país de la invasión de sus vecinos y dio a todos prueba de una prudencia y de un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus súbditos, ni permitió que se cometieran, salvo que permitió que los godos se repartieran las tierras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos.

     En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de los Césares. Fue igualmente querido por godos e italianos, lo cual no sucede habitualmente entre los hombres, que no están acostumbrados a aprobar en el gobierno del Estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante treinta y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos, murió de esta manera (...)

PROCOPIO DE CESAREA (500-565), «Histoire de la guerre contre les goths», en el vol. I de Histoire de Constantinople, París, 1685, p. 353. En A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentarios de textos antiguosI. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 142-143.



Anglos, jutos y sajones en Gran Bretaña

     En el año de la Encarnación del Señor de 449, habiendo obtenido Marciano la realeza, junto con Valentiniano, como cuadragésimo sexto sucesor de Augusto, la poseyó siete años. En esta época, el pueblo de los Anglos o de los Sajones fue invitado por el mencionado rey [Vortigern] y se trasladó a Bretaña con tres barcos largos, y recibió residencia en la parte oriental de la isla, bajo las órdenes del mismo rey, para defenderla como si de su patria se tratara, aunque en realidad para conquistarla. Así, después de entablar lucha contra los enemigos que venían del Norte, trabaron batalla y los sajones se alzaron con la victoria. Lo que, una vez anunciado en su lugar de origen, así como la fertilidad de la isla y la cobardía de los bretones, pronto enviaron los sajones una flota más nutrida con gente armada de refuerzo que, junto a los precedentes, formaron un ejército invencible. Los que llegaron recibieron asiento entre los bretones, por concesión de estos, con la condición de que lucharan contra sus adversarios, por la salvación y paz de la tierra, y que les darían el estipendio debido por sus servicios. Habían venido gentes de los tres pueblos más valerosos de Germania, esto es, los Sajones, los Anglos y los Jutos. De origen juto son los Cantuari y los Victuari, o sea, el pueblo que posee la isla de Wight y el pueblo llamado hasta hoy juto en la provincia de los sajones occidentales [Wessex]. De los sajones, es decir, de la región que se llama hoy país de los viejos sajones [Holstein], vinieron los sajones orientales, meridionales y orientales [Essex, Sussex, Wessex]. De los anglos, es decir, del país que se denomina Angeln [en el Este de Schleswig], y que desde entonces hasta hoy ha permanecido desierto, salieron los anglos orientales [East Anglia] y anglos mediterráneos [South Anglia y Uppland], Mercia y toda la descendencia de los northumbrios, es decir, los que habitan el norte del río Humber, y todos los otros pueblos ingleses.

BEDA EL VENERABLE, Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, ed. J. E. King, Londres, 1962, pp. 86-74.



Etelberto de Kent y la figura del «bretwalda», rey de reyes de los anglo-sajones

     En el año 616 de la Encarnación del Señor, que es el vigésimo primero desde que fue enviado Agustín con sus compañeros a predicar al pueblo de los anglos, Etelberto, rey de Kent, después de gobernar gloriosísimamente su reino temporal por espacio de cincuenta y seis años, alcanzó el gozo eterno del reino celeste. Este rey fue el tercero de los reyes del pueblo anglo que gobernó unidas las provincias de dicho pueblo situadas al sur del río Humber y las contiguas al mismo río por la parte del Norte, pero fue el primero de todos ellos en ascender al reino de los cielos. El primer rey que imperó [sobre los restantes reinos anglosajones] fue Aelle, rey de los Sajones meridionales [Sussex], el segundo fue Celin, rey de los Sajones Occidentales [Wessex] (...); el tercero, como dije, fue Etelberto, rey de los Kentienos (...)

     Y este rey, entre otras cosas buenas que proporcionaba a su gente con su buen gobierno, promulgó con el consejo de los sabios, una legislación judicial, basada en el Derecho Romano. Estas leyes se conservan todavía en la lengua de los anglos y son observadas por ellos: en las mismas dispuso, en primer término, de qué modo debía enmendar [el daño causado] quien se apoderase mediante robo de algún bien de la Iglesia o del obispo o de los restantes órdenes eclesiásticos, estableciendo su salvaguarda sobre aquellos de quienes había recibido la fe.

     Era, dicho Etelberto hijo de Irminric, cuyo padre fue Octa, cuyo padre fue Erico, conocido por Oisco, de quien los reyes de Kent suelen ser llamados Oiscingas. Cuyo padre fue Hengist, quien junto con su hijo Oisco, invitado por Vurtigerno, fue el primero que llegó a Gran Bretaña, según ya hemos referido anteriormente.

BEDA EL VENERABLE, Historia ecclesiastica gentis Anglorum, Ed. J. E. King, Londres, 1962, lib. II, cap. V, pp. 224-226.



Offa, rey de Mercia

     Y este mismo año (757) Offa puso en fuga a Beornred y le sucedió en el reino, y lo rigió durante treinta y nueve años, y su hijo Ecgfrith reinó ciento cuarenta y un días. Este Offa era hijo de Thingfrith (...)

     En la época de dicho rey Offa hubo un abad de Medeshamstede llamado Beonna. Y este Beonna, obtenido el consentimiento de los monjes de su monasterio, entregó al ealdorman Cutberto diez fincas en Swineshead con pastos y praderas y con todas sus pertenencias, con la condición de que el antedicho Cutberto diera al abad cincuenta libras por dicha entrega y le proporcionara de comer un día al año o le diera, a cambio, treinta chelines en moneda; y con la condición, además, de que la tierra entregada debería volver al monasterio a la muerte del obtentor.

     (...) Ecgfrith fue consagrado rey [en el 785]. En este año [787-789] el rey Beorhtric tomó por esposa a Eadburh, hija de Offa. Y en sus días llegaron por primera vez tres naves: y entonces el guarda de la costa o «gerefa» cabalgó hacia donde estaban [anclados] e intentó obligar a los recién llegados a ir al mayor real, pero él no sabía quiénes eran estos, y ellos le dieron muerte. Estas fueron las primeras naves de los daneses que llegaron a Inglaterra.

ALFREDO EL GRANDE, Crónica Anglosajona, años 757-796. M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 118-119.




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Algunos cánones del Sínodo de París (614)

     I.- En primer lugar los cánones antiguos deben ser guardados por todos, porque son ley por su prioridad en el tiempo y por su continuidad en la observancia. Esto es, una vez muerto un obispo, en su lugar deben elegir uno que sea agradable a Cristo. Según está ordenado, lo elegirá el metropolitano con sus obispos sufragáneos, el clero y el pueblo de la ciudad, sin que intervenga en ningún caso la simonía. Pero si consigue la potestad episcopal de otro modo o manera ilegal o existe negligencia en la elección y no interviene en la misma el metropolitano o tomara posesión de la sede episcopal sin el consentimiento del clero o del pueblo de su diócesis, esta elección según lo dispuesto por los padres no tiene validez.

     XII.- También se acordó por unanimidad, que si algún monje o monja, que ha ingresado por vocación religiosa en un monasterio y después ha querido marcharse del mismo o por su propia voluntad o por la de sus familiares, y a pesar de ser amonestado por su obispo con una carta, difiere el volver a reincorporarse a la vida religiosa, sea suspendido de la comunión hasta su muerte. Y no se le podrá administrar la gracia de la Eucaristía, si antes no se ha reincorporado arrepentido, con humilde súplica, al redil del cual había salido con toda insolencia.

     XIII.- Las viudas y doncellas que cambiaron los vestidos laicos por el hábito religioso en sus propias casas, tanto las que lo tomaron por la voluntad de sus padres como las que lo hicieron por su propia voluntad, y luego, contra lo establecido por los Padres de la Iglesia o por los preceptos de los cánones, quisieran tomar estado matrimonial, no se les permita. Si alguna se uniera en matrimonio, será privada de la comunión, mientras no repare la falta cometida; si se niega a corregirse, será excluida a perpetuidad de la comunión eclesiástica y de convenir con la comunidad cristiana.

     XV.- Ningún judío tendrá mando militar o poder civil sobre los cristianos, tanto si lo ha solicitado como si le ha sido otorgado por el príncipe. En consecuencia, si se le otorgaba, será obligación del obispo de la ciudad, donde tiene su mando, de bautizarlo junto con toda su familia, para que no esté en contra de los cánones vigentes en la actualidad.

Ed. MANSI, Sacrorum Conciliorum, Tomo X, col. 539, 540, 542 y 543. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 94-98.



La regla de San Benito

     Capítulo XLVIII:

     La ociosidad es enemiga del alma, y por esto, a tiempos deben ocuparse los monjes en la labor de manos, y a tiempos en la lectura de cosas santas. Por tanto, juzgamos del caso arreglar estos dos tiempos de la manera siguiente: Desde Pascua hasta el catorce de septiembre, saliendo de Prima trabajarán desde la primera hora del día hasta cerca de la hora cuarta en lo que sea necesario. Desde la hora cuarta hasta cerca de la sexta se ocuparán en la lección. Después de sexta, en levantándose de la mesa, descansarán en sus camas, guardando un sumo silencio, y si alguno quisiere leer, lea de modo que no inquiete a otro. Dígase la Nona más temprano, esto es, en el promedio de la hora octava, y volverán otra vez a trabajar hasta la hora de Vísperas. Si la situación o pobreza del monasterio les obligase a coger por sí las mieses, no se contristen, porque entonces serán verdaderamente monjes si vivieren del trabajo de sus manos, como nuestros Padres y los Apóstoles: pero hágase todo con moderación por los de poca robustez.

     Desde primero de octubre hasta primero de Cuaresma se ocuparán los monjes en leer hasta el fin de la segunda hora: entonces se dirá Tercia y después trabajarán todos en lo que se les mandare hasta la hora de Nona. En oyendo la primera señal para Nona, dejará cada uno su labor, y estarán prontos para cuando se haga la segunda señal. Después de comer se ocuparán de leer, o estudiar salmos. En los días de cuaresma, desde por la mañana hasta el fin de la hora Tercia, será la lectura su única ocupación, y trabajarán después hasta la décima hora en lo que se les mandare. Al principio de Cuaresma se dará a cada monje un libro de la biblioteca, el cual han de leer por orden y enteramente.

     Capítulo LIII:

     Recíbase a cuantos huéspedes llegaren al monasterio como al mismo Cristo en persona, pues Él ha de decir algún día: «Huésped fuí, y me recibisteis». Dese a todos el honor correspondiente, en especial a los que están unidos con nosotros con los lazos de una misma fe y a los peregrinos (...) Lleven a los huéspedes a orar luego que les reciban, y después se sentará con ellos el prelado o aquel a quien este mandare. Léase en presencia del huésped la palabra de Dios para que se edifique, y se le tratará después con el mayor agasajo (...) Póngase sobre todo el mayor cuidado en el recibimiento de pobres y peregrinos, porque en estos se recibe a Jesucristo más particularmente que en los demás, porque los ricos y poderosos bastante recomendación se atraen con su soberanía para que se les dé el honor que les es debido. Haya cocina separada para el abad y huéspedes, porque como llegan a estos a todas horas y nunca faltan en los monasterios, no perturben a los monjes. Se encargará todos los años el cuidado de esta cocina a dos monjes que desempeñen bien este oficio.

REGLA DE SAN BENITO, Ed. Abadía de Santo Domingo de Silos, 1980. Recoge: M. A. LADERO, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 144-145.



En torno al problema de la primacía pontificia

     Siguiendo como seguimos en todo momento los decretos de los Santos Padres y conociendo el Canon de los 150 obispos, hijos muy amados de Dios, que fue leído hace poco, decretamos y establecemos esto mismo acerca de los privilegios de la santísima iglesia de Constantinopla, nueva Roma. Pues nuestros antepasados otorgaron en justicia privilegios al trono de la antigua Roma. Y movidos por esta misma consideración los 150 obispos muy amados de Dios otorgaron estos mismos privilegios al santísimo solio de la nueva Roma, pensando rectamente que una ciudad que había sido honrada con el Imperio, y con el Senado y gozaba de los mismos privilegios que la muy antigua reina, la ciudad de Roma, debía incluso en lo eclesiástico ser honrada y exaltada no de modo distinto a como lo era aquella, ya que es la segunda ciudad después de ella, de tal modo que solo los metropolitanos de la diócesis del Ponto, de Asia y de Tracia y además los obispos de las citadas diócesis que habitan entre los bárbaros sean ordenados por el ya citado trono de la santísima Iglesia de Constantinopla, es decir, que cada metropolitano de dichas diócesis ordene con los obispos de su provincia del modo como está escrito en los sagrados cánones. Así, pues, como se ha dicho, los metropolitanos de las citadas diócesis deben ser ordenados por el arzobispo de Constantinopla después de haberse hecho las elecciones de costumbre y haberse puesto en su conocimiento.

Canon 28 del Concilio de Calcedonia (a. 451). MANSI, Sacrorum Conciliorum Collectio, VII, p. 369.




Imperio carolingioVolver al índice



Primer ejemplo conocido de juramento vasallático en la época carolingia (757)

     El rey Pipino celebró asamblea en Compiègne con los Francos. Y hasta allí se llegó Tasilón, duque de Baviera, quien se encomendó en vasallaje mediante las manos. Prestó múltiples e innumerables juramentos, colocando sus manos sobre las reliquias de los santos. Y prometió fidelidad al rey Pipino y a sus hijos, los señores Carlos y Carlomán, tal como debe hacerlo un vasallo, con espíritu leal y devoción firme, como debe ser un vasallo para con sus señores.

Annales regni Francorum, ed. Kurze, 1985. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. I. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, p. 284.



La coronación imperial de Carlomagno en el 800

     Como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio de una mujer, le pareció la Papa León y a todos los padres que en asamblea se encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los césares, habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y Germanía. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración del Papa León.

Annales Laureshamensesann. 800. En Calmette, «Textes et documentes d'Histoire», II. Moyen Age, París, 1953.



Las conquistas territoriales de Carlomagno

     Y ciertamente Carlomán, después de haber gobernado conjuntamente el reino durante dos años, falleció de enfermedad; entonces Carlos, hermano del difunto, fue reconocido rey con el consentimiento de todos los francos (...)

     De todas las guerras que hizo, la primera fue la de Aquitania, empezada pero no terminada por su padre, el cual el creía que podría terminar con rapidez. La inició en vida de su hermano a quien solicitó ayuda. Y aunque este no le prestara el auxilio prometido prosiguió la expedición iniciada vigorosamente, rehusó desistir de lo comenzado o retirarse de la empresa iniciada antes que con perseverancia y continuidad consiguiera llevarla a buen fin. Hunoldo, que después de la muerte de Waïfre había intentado ocupar la Aquitania y reemprender la guerra ya así acabada, fue obligado a dejar la Aquitania y dirigirse a Gascuña.

     Arreglados los asuntos de Aquitania y acabada esta guerra, habiendo abandonado este mundo aquel que con él compartía el reino, a ruegos y preces de Adriano, obispo de la ciudad de Roma, emprendió una guerra contra los lombardos; la cual ya antes su padre, a ruegos del Papa Esteban, había emprendido con gran dificultad, puesto que algunos de los principales jefes francos, a los que acostumbraba a consultar, se habían opuesto resueltamente a su proyecto (...) Sin embargo tuvo lugar la expedición contra el rey Astolfo y se terminó rápidamente. Pero, aunque parece que su guerra y la de su padre empezaron por una causa similar o mejor por la misma causa, sin embargo no fueron comparables ni el esfuerzo realizado ni el fin conseguido. Puesto que Pipino, después de haber sitiado unos pocos días al rey Astlfo en Ticenum, le obligó a entregar rehenes, restituir a los romanos las fortalezas y castillos arrebatados y jurar que no intentaría recobrar lo que entregaba; Carlos, por su parte, después de haber empezado la guerra, no cejó hasta que el rey Desiderio, agotado por tan largo asedio, se rindió, hasta que su hijo Adalgiso, en el que todos habían puesto sus esperanzas, no solo fue obligado a abandonar el reino sino también Italia, hasta que todas las cosas arrebatadas a los romanos les fueron restituidas, (...) hasta que toda Italia estuvo subyugada bajo su autoridad y hasta que hubo establecido en ella a su hijo Pipino como rey (...)

     Después que terminó esta guerra se reemprendió la de los sajones, que parecía como interrumpida. Ninguna fue más larga, ninguna más atroz y más costosa para el pueblo franco, puesto que los sajones, como casi todos los pueblos que vivían en Germanía, eran feroces por naturaleza (...)

     Mientras se combatía asiduamente y casi sin parar contra los sajones (...) marchó a Hispania con todas las fuerzas disponibles; y salvados los Pirineos, recibida la sumisión de todas las fortalezas y castillos que encontró, regresó con el ejército salvo e incólume, con la particularidad de que en la misma cima de los Pirineos, en el retorno, tuvo la ocasión de experimentar un poco la perfidia de los «wascones». Puesto que cuando el ejército marchaba extendido en larga fila, tal y como lo exigían las angosturas del lugar, los «wascones» emboscados en el vértice de la montaña (...) descolgándose de lo alto empujaron al barranco al bagaje que cerraba la marcha y a las tropas que, yendo en retaguardia, cubrían la marcha de las precedentes, y, entablada la batalla con los nuestros, mataron hasta el último hombre (...) En esta empresa ayudó a los «wascones» no solo la ligereza de su armamento sino también la configuración del lugar en que la suerte se decidía; por el contrario a los francos, tanto la pesadez de su armamento como el estar en un lugar más bajo les hizo a todas luces inferiores a los «wascones». En este combate perecieron el senescal Egiardo, el conde de palacio Anselmo y Roldán, prefecto de la marca de Bretaña, entre otros muchos. Y este fracaso no pudo ser vengado de inmediato, porque el enemigo, realizado el hecho, se dispersó de tal manera que ni siquiera quedó rastro del lugar donde podía encontrarse (...)

EGINARDO, «Vie de Charlemagne», ed. L. Halphen, Les classiques de l'histoire de France au Moyen Age, París, 1947, pp. 16-30.



Explotación de una villa carolingia

     Hay en Villeneuve un manso de señor, con habitación y otros edificios en cantidad suficiente. Ciento setenta y dos bonniers de tierras arables en las que pueden sembrarse ochocientos moyos. Hay noventa y un arpendes de viñedo, donde pueden cosecharse mil moyos; ciento sesenta y seis arpendes de pradera, donde pueden recogerse ciento sesenta y seis carros de heno. Hay tres harineros, cuyos censos producen cuatrocientos cincuenta moyos de grano. Otro no está sujeto a censo. Hay un bosque de cuatro leguas de circunferencia, donde pueden engordar quinientos cerdos.

     Hay una iglesia bien construida con todo su mobiliario, una habitación y además edificios en cantidad suficiente. De ella dependen tres mansos. Repartidos entre el cura y sus hombres hay veintisiete bonniers de tierra arable y una ansange, diecisiete arpendes de viña, veinticinco arpendes de pradera. De ella procede en calidad de «regalo» un caballo. Tiene a su cargo la labranza para el señor de nueve perches y una ansange, y dos perches para los cereales de invierno, y debe cercar cuatro perches de prado.

     Actardo, colono, y su mujer, colona, llamada Eligilda, hombres de Saint-Germain tienen con ellos seis niños (...) Cultivan un manso libre que comprende cinco bonniers de tierra de labor y dos ansanges, cuatro arpendes de viña, cuatro arpendes y medio de prado. Entrega para la hueste cuatro sueldos de plata, y el otro año dos sueldos para la entrega de carne, y el tercer año, para la entrega de forraje, una oveja con su corderillo. Dos moyos de vino por el derecho de usar el bosque, cuatro dineros para poder coger madera; para el acarreo, una medida de madera. Ara cuatro perches para los cereales de invierno y dos para los de primavera. Prestaciones con animales o a mano, tantas como se le mande. Tres gallinas, quince huevos. Tiene que cercar cuatro perches de prado (...)

     Adalgario, esclavo de Saint-Germain, y su mujer, colona, llamada Hairbolda, hombres de Saint-Germain. Este ocupa un manso servil. Hadvoldo, esclavo, y su mujer, esclava, llamada Guinigilda, hombres de Saint-Germain, tienen con ellos cinco hijos (...) Estos ocupan un manso libre que comprende un bonnier y medio de tierra arable, tres cuartos de arpende de viña, cinco arpendes y medio de prado. Hace una viña cuatro arpendes. Entrega para usar el bosque tres moyos de vino, un setier de mostaza, cincuenta mimbres, tres gallinas, quince huevos. Los servicios manuales, donde se le mande. Y la mujer esclava teje sargas con la lana del señor y embucha a las aves del corral tantas veces como se lo mandan.

«Políptico de Saint Germain des Prés. Recoge: G. Duby, Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, 1968, pp. 468-470.



Los hombres libres en la Europa carolingia

     Queremos también que en nuestro reino todo hombre libre se ponga bajo la protección del señor que cada cual quiera elegir entre nosotros y nuestros fieles. Y ordenamos que ningún hombre abandone sin motivo a su señor, ni que nadie lo reciba bajo su protección, si no es con las condiciones que impuso la costumbre de nuestros antepasados. Y deseamos que sepáis que nosotros queremos para nuestros fieles lo justo y que no queremos obrar injustamente contra ellos. Y del mismo modo os aconsejamos a vosotros y a los restantes fieles que mantengáis el derecho de vuestros hombres y no obréis injustamente contra ellos. Y deseamos que los hombres de todos nuestros fieles en cualquier reino que estén vayan con su señor a la guerra o a cualquier otra empresa, a no ser que en este reinos e produjera, Dios nos libre de ello, la invasión que llaman lantwer y sea necesario que vaya todo el pueblo reunido para rechazarla.

[Capitular del año 847, Capitularia II, n.º 204, p. 71]

     Si alguno quiere abandonar a su señor, lo podrá hacer, mediando pruebas de alguno de estos crímenes: en primer lugar, si el señor ha querido reducirlo injustamente a servidumbre; en segundo lugar, si ha meditado planes contra su vida; en tercer lugar, si ha cometido adulterio con la mujer de su vasallo; en cuarto lugar, si ha ido contra él, la espada en alto, para matarlo conscientemente; en quinto lugar si, pudiendo asegurar la defensa de su vasallo después que este se ha recomendado en sus manos, no lo ha hecho.

[Capitular de entre 801 y 813, Capitularia, I, n.º 104, p. 215]. Recoge: M. A. LADERO, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 285.



El problema de los matrimonios mixtos, entre colonos y esclavos, en la Francia carolingia

     Se trataba de dilucidar en el primer capítulo si, dado el caso en que un esclavo de alguien hubiera contraído matrimonio con una colono, sus hijos deberán pertenecer a esa colono o a ese esclavo. Si tu propio esclavo se unió a la propia esclava de otro, o si el propio esclavo de otro casó con tu propia esclava, considera a cuál de ustedes dos corresponde la progenie y actúa de igual modo en el primer caso. En efecto no hay más que el libre y el esclavo.

Capitularia Regum Francorum. M. G. H., ed. Boretius, t. I, n.º 58, p. 145. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. I. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, p. 273.



La familia como célula protectora en la sociedad franca

     Si alguien quiere independizarse de su parentela, ha de acudir al tribunal ante el juez o el centurión, y una vez allí, romperá sobre su cabeza cuatro varas de aliso y las arrojará a los cuatro extremos del tribunal. Luego deberá manifestar bajo juramento que renuncia a toda protección, a toda sucesión y a todo beneficio procedente de los miembros de su familia. Si más adelante muriera o fuese asesinado alguno de su parentela, no recibirá de aquel ni sucesión ni multa pagada en composición. Si él mismo muriera o fuese asesinado, la multa por composición o la sucesión no irán tampoco a parar a sus familiares sino al fisco.

«Historia de la vida privada», tomo I, Del Imperio romano al año 1000, dirigida por Ph. Aries y G. Duby, Madrid, 1988, pp. 451-452.



El cesaropapismo carolingio

     Lo nuestro es: según el auxilio de la divina piedad, defender por fuerza con las armas y en todas partes la Santa Iglesia de Cristo de los ataques de los paganos y de la devastación de los infieles, y fortificarla dentro con el conocimiento de la fe católica. Lo vuestro es, santísimo padre: elevados los brazos a Dios como Moisés, ayudar a nuestro ejército, hasta que gracias a vuestra intercesión el pueblo cristiano alcance la victoria sobre los enemigos del santo nombre de Dios, y el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en todo el mundo.

Carlo Magno, Epístola VII (a. 796). Recoge: M. ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, pp. 49-50.



Inquietudes culturales de Carlomagno

     Hablaba con abundancia y facilidad y sabía expresar con claridad lo que deseaba. Su lengua nacional no le bastó; se aplicó al estudio de las lenguas extranjeras y aprendió tan bien el latín que se expresaba indistintamente en esta lengua y en la materna. No le ocurría lo mismo con el griego, que comprendía más que hablaba. Por lo demás, tenía facilidad de palabra que lindaba casi con la prolijidad.

     Cultivó apasionadamente las artes liberales y, lleno de veneración hacia aquellos que le enseñaban, los colmó de honores. Para el estudio de la gramática siguió las lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces en su vejez. Para las otras disciplinas su maestro fue Alcuino, llamado Albius, diácono él también, sajón originario de Bretaña y el hombre más sabio de entonces. Consagró mucho tiempo y labor en aprender junto a él la retórica, la dialéctica, y sobre todo, la astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y sagacidad en estudiar el curso de los astros. Ensayó también a escribir y tenía la costumbre de colocar bajo los almohadones de su cama tablillas y hojas de pergamino a fin de aprovechar los momentos de descanso para ejercitarse en el trazo de las letras. Pero se inició en ello demasiado tarde y el resultado fue mediocre.

EGINARDO, Vie de Charlemagne, ed. L. Halphen, Col. «Les classiques de Histoire de France au Moyen Age», París, 1938, pp. 74-77.



Feudalismo e Iglesia: Carta de Hincmar de Reims a Luis «el Germánico» (noviembre de 858)

     Las iglesias que se nos han confiado por Dios no son, como los beneficios y como la propiedad del rey, de una naturaleza tal que este puede darlas o quitarlas de acuerdo a su voluntad inconsulta, puesto que todo lo que se vincula a la Iglesia está consagrado a Dios. De esto se desprende que aquel que frustra o usurpa algo de la Iglesia debe saber que, según la Santa Escritura, comete un sacrilegio.

     Y nosotros los obispos consagrados a Dios, no somos de esa categoría de gente que, como los hombres del siglo, deben encomendarse a vasallaje a quien sea. Debemos entregarnos totalmente, nosotros y nuestras iglesias, para la defensa y ayuda del gobierno en materia eclesiástica. No somos de esa categoría de gente que deben prestar, de cualquier manera, un juramento, pues la autoridad evangélica y canónica nos lo veda.

     En efecto, es abominable que la mano ungida del santo crisma que, por la plegaria y el signo de la cruz hace, por sacramento, del pan y del vino mezclado con agua, el cuerpo y la sangre de Cristo, que esa mano, hiciera lo que hiciese antes de la ordenación, proceda luego de la ordenación episcopal, a establecer un juramento secular. Y es nefasto que la voz del obispo, convertida en la llave del cielo por la gracia de Dios, jure, como cualquier seglar, sobre los objetos sagrados en el nombre de Dios e invocando los santos, salvo cuando por ventura, lo que a Dios no place, estalla un escándalo contra él a propósito de su iglesia. Que actúe entonces prudentemente, tal como decidieron, gracias a la enseñanza de Cristo, los poderes de la iglesia por resolución sinodal. Y si ocurriera que se forzara a obispos y sacerdotes a jurar contra Dios y las reglas eclesiásticas, que tales juramentos sean declarados nulos en virtud de los textos de la Santa Escritura.

Capitularia, ed. Boretius, t. II, 1890, n.º 297, pp. 439-440. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. I. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, pp. 302-303.



El tratado de Verdún (843)

     (...) Llegado Carlos, los hermanos se reunieron en Verdún. Allí fue hecho el reparto: Luis recibió todo el territorio más allá del Rhin, las ciudades de Spira, Worms, Maguncia y sus pagos. Lotario, el territorio que se encuentra entre el Rhin y el Escalda, hasta el mar, y del otro lado, por el Cambresis, el Hainaut, los países de Lomme y de Meziers y los condados vecinos al Mosa hasta la confluencia del Saona y del Ródano, y el curso del Ródano hasta el mar, con los condados contiguos. Fuera de estos límites, Lotario obtuvo solamente Arras de la humanidad de su hermano Carlos. El resto hasta España lo recibió Carlos. Después de haber hecho los correspondientes juramentos, se separaron.

Annales de Saint Bertinann. 842-843. En Calmette, «Textes et documentes d'Histoire», II. Moyen Age, París, 1953, p. 43.



Ataques vikingos en Francia (año 857), según los monjes de Noirmoutier

     Los frecuentes e infortunados ataques de los normandos (...) no disminuían en absoluto, y el abad Hilbodus había construido en la isla un castillo que les protegiera contra ese pueblo infiel. Junto con sus hermanos, acudió ante el rey Pipino y preguntó a su alteza que proyectaba hacer sobre este problema. Entonces el glorioso rey y los grandes hombres del reino -se celebraba entonces asamblea general del reino- deliberaron sobre el problema con graciosa preocupación y se hallaron incapaces de ayudar organizando un asalto vigoroso. A causa de las extraordinariamente peligrosas mareas, la isla no era siempre fácilmente accesible para nuestras fuerzas, pero todos sabían que a los normandos les resultaba fácilmente accesible siempre que el mar estuviera tranquilo. El rey y los grandes hombres optaron por la decisión que juzgaron más ventajosa. Con el acuerdo del serenísimo rey Pipino, casi todos los obispos de la provincia de Aquitania y los abades, condes y otros hombres fieles que estaban presentes y otros muchos más que se habían enterado de la situación, aconsejaron unánimemente que el cuerpo del bienaventurado Filiberto fuera sacado de la isla y no permaneciera más en ella (...)

     El número de naves aumenta; la muchedumbre innumerable de los normandos sigue creciendo; los cristianos son en todas partes víctimas de sus ataques, pillaje, devastaciones e incendios, cuyas huellas manifiestas perdurarán mientras dure el mundo. Toman todas las ciudades por las que cruzan sin que nadie les ofrezca resistencia: toman las de Burdeos, Périgueux, Limoges, Angulema y Tolosa, Angers, Tours y Orleans son arrasadas. Se llevan las cenizas de muchos santos: casi se cumple así la amenaza que profirió el Señor por boca del Profeta: «Desde el Norte se desencadenará el mal sobre todos los habitantes de la tierra» [Jer, 1, 14]. También nosotros huimos a un lugar llamado Cunault, en el territorio de Anjou, en la orilla del Loire, que Carlos, el glorioso rey antes nombrado, nos había dado como refugio, a causa del inminente peligro, antes de que fuera tomado Angers.

     Los normandos atacaron también España, bajaron por el Ródano y devastaron Italia. Mientras se libraban por todas partes tantas guerras civiles y exteriores, transcurrió el año de la Encarnación de Cristo de 857. Pero nos quedaba alguna esperanza de regresar a nuestra patria, esperanza que resultó ser ilusoria, y mientras las peripecias de nuestra huida hicieron que nos hospedáramos en lugares diversos, el cuerpo de San Filiberto se había quedado en su lugar, como hemos dichos, porque a causa de los males que nos abrumaban en todas partes no habíamos podido encontrar la garantía de un asilo seguro (...)

ERMENTAIRE, Miracles de Saint Philibert, Ed. París, 1905, pp. 60-63. R. LATOUCHE, Textes d'Histoire Médiévale (V-XI siècle), París, 1951, pp. 130-134. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 302-303.



El ataque a la ciudad de París por los daneses

     Entonces los daneses empezaron a construir una plataforma y la colocaron sobre dieciséis ruedas, ¡oh, cosa maravillosa!, era un verdadero monstruo como jamás había conocido. Tenía tres pisos en un solo bloque, estaba hecha con troncos de gruesas encinas; en cada piso se colocó un ariete, este estaba cubierto con un elevado techo. En el espacio interior de las profundidades secretas de sus flancos se escondían, según se decía, 60 hombres provistos de cascos. Sin embargo, solo consiguen construir una de estas máquinas con la suficiente amplitud, pues finalizando una segunda y trabajando en una tercera, una lanza arrojada con destreza y con la fuerza de una ballesta, mató a la vez a dos de los constructores; así estos fueron los dos primeros en comprobar la muerte que ellos preparaban contra nosotros. En consecuencia, heridos mortalmente de un solo tiro, el cruel golpe los mató. Los daneses arrancaron el cuero del cuello y espaldas de toros jóvenes y con él construyeron mil escudos, que un autor latino llama «plutos o cratesves», cada uno de ellos podía cubrir de cuatro a seis hombres (...)

     Estos infortunados hombres avanzaban hacia la ciudadela, con las espaldas curvadas bajo el peso de los arcos y el hierro de las escamas de sus corazas. Ocultan a nuestros ojos los campos con sus espadas y las aguas del Sena con sus escudos. Mil balas de plomo fundido no cesaban de volar sobre la ciudad. En los puentes se entremezclan las torres de vigilancia y las poderosas catapultas (...) Las campanas de bronce de todas las iglesias tocaban lúgubremente, llenando el aire con sus siniestros sones (...) En este momento destacan los nobles y los héroes; el primero de todos el obispo Gozlin y junto a él Eblo, su sobrino, el abad favorito de Marte y también Roberto, Eudo, Regnario, Uttón, Erilango, todos ellos condes, pero el más valiente era Eudo. Murieron tantos daneses como dardos lanzó. El pueblo cruel combatió y el pueblo fiel se defendió.

ABBON, De bello Parisiacae urbis, Ed. WAQUET, H., Canto I, versos 205 a 2220 y 232 a 248. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 432-434.


Alta Edad Media (siglos V-X)

Occidente




España cristiana (siglos V-X)Volver al índice



La entrada de los bárbaros en España

     Los alanos, vándalos y suevos entran en las Españas en la era 447, según unos recuerdan el día 4 de las calendas y según otros el 3 de los idus de octubre, que era la tercera feria, en el octavo consulado de Honorio y el tercero de Teodosio, hijo de Arcadio (...)

     Los bárbaros que habían penetrado en las Españas, las devastan en luchas sangrientas. Por su parte la peste hace estragos no menos rápidos.

     Los bárbaros se desparraman furiosos por las Españas, y el azote de la peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas.

     Asoladas las provincias de España por el referido encruelecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas: los vándalos y los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad occidental del mar Océano; los alanos, la Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos, La Bética. Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y castillos se someten a la dominación de los bárbaros que se enseñoreaban de las provincias.

HIDACIO, Chronicon. En: C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, Lecturas de Historia de España, Madrid, 1929, p. 24.



Vándalos, alanos, silingos y suevos en España

     En la era de quatrocientos et cinquaenta et tres annos, quando andava el regno de Gunderico, rey de los vuandalos, en dos, e el de Hermerico, rey de los suevos, en ocho, e ell imperio de Honorio en diziocho, e el Theododio en cinco, regnando Resplendial en los alanos, entraron los vuandalos et los silingos et los alanos et los suevos en Espanna. E segund cuentan Sant Esidro, arçobispo de Sevilla, et otros muchos sabios antiguos en sus estorias, cuemo eran los barbaros gentes muy cruas et much esquivas, començaron a destroyr toda la tierra, et a matar todos los omnes et las mugieres que y fallaban, et a quemar las villas et los castiellos et todas las aldeas, et a partir entre si muy cruamientre los averes que podien aver daquellos que matavan; e a tan grand cueyta de fambre aduxieron a los moradores de la tierra, que provavan ya de se comer unos a otros. E no abondaba aquesto a la crueza de los barbaros, et tomavan los canes et las otras bestias bravas que son duechas de comer los cuerpos muertos, et echavanlas a los vivos, et fazien ge los matar; e desta guisa era tormentada la mesquina de Espanna, et destroida de quatro maneras: la una a llagas de bestias fieras, la otra a fambre, la tercera a pestilencia, que murien los vivos de la fedor de los muertos; la quarta a fierro, que los matavan los barbaros. E los vuandalos e los otros que vieron que toda la tierra enfermava por la mortandad de los naturales, et que ya no se labrava, ni levava pan ni otros fruytos ningunos, et que esto todo era su danno, ca adolecien bien cuemo los otros, et no avien que comer, ovieron duelo de si, pues que lo no avien los de la tierra. E sobresto allegaron todos los naturales, et partieron las provincias con ellos desta guisa: que los barbaros que fuessen sennores, et los otros que labrassen las tierras et que diesen sus pechos a los reyes. E desque esto fue assi avenido, partieron ellos entressi los sennorios de las provincias. E tomaron los alanos porassi la provincia de Luzena, que es ell Algarve, et la de Carthagena. E los vuandalos que eran llamados silingos, tomaron la provincia Betica, que es toda la ribera de Guadalquevir, ca Betis llamavan entonce a aquel rio, et dende ovo nombre Baeça; e daquella sazon adelante fue aquella provincia Betica llamada del nombre de aquellos vuandalos, que la ovieron por suerte, Vuandalia en latin, que quiere tanto dezir cuemo Andaluzia en el lenguaje castellano; e aun agora a un rio en aquella tierra que es llamado Silingo en latin del nombre de aquellos vuandalos: en arabigo Gudaxenil, que quiere dezir tanto cuemo el agua de los silingos. E los otros vuandalos ovieron tierra de Galizia. E los suevos las marismas et la ribera del grand mar de occidente, et ovieron la una partida de Celtiberia, que es la provincia de la ribera del Ebro que va por las montannas fasta en la grand mar, e la otra partida de Celtiberia finco tan solamientre en poder de los romanos, et manteniela Constancio, patricio de qui a de suso fablado la estoria (...)

Primera Crónica General de España, Ed. R. MENÉNDEZ PIDAL, Madrid, 1977, p. 209-210.



Enfrentamientos de suevos y godos con los vascones

     El primero que hallamos escrito haber hecho guerra a los vascones, después de la entrada de las naciones, fue Recciario, rey de los suevos, hijo de Rechila y nieto de Hermenerico. Entró en el reino muy poderoso, el año de Cristo de 448, porque su abuelo y su padre, con la retirada de los godos a Francia y haberse pasado los vándalos a África, fácilmente sojuzgaron a los alanos y silingos. Y aumentado mucho el poder [habían desbaratado a algunos capitanes del Imperio que vinieron a la recuperación de España, y los suevos se la tenían ganada casi toda] emprendió Recciario conquistarla del todo. Y por asegurarse de los godos, de quienes por la vecindad, mucho poder y ejemplos recientes podía temerse fuera estorbo a sus designios, solicitó y efectuó matrimonio con la hija de Teodoredo, rey de los godos que había sucedido a Valia. Y celebradas las bodas, siguiendo su designio y para darse a conocer, al principio de su reinado, invadió con ejército a los vascones por el mes de febrero, según individúa Idacio. Pero es tanta la brevedad de este escritor, que solo dice corrió con robos Recciario las Vasconias. Vasconias dice en número plural, lo cual da a entender que los vascones, viendo que las naciones extranjeras lo iban ocupando todo, ya habían hecho salida y extendiéndose por Álava y la Bureba introduciendo su nombre, lo cual se halla después con más claridad, y no se sabía el principio. Y es de creer, se valió Recciario de socorros de los godos, dados del rey Teodoredo, su suegro, mal avenido con los romanos. Y el arzobispo don Rodrigo se los atribuye en las hostilidades que, luego por julio, dice Idacio, ejecutó Recciario, de vuelta de su suegro, robando las comarcas de Zaragoza y cogiendo por interpresa a Lérida y haciendo no pequeño número de cautivos. De lo cual se ve que los vascones y demás provincias de la Tarraconesa se mantenían por el Imperio Romano, como también la Cartaginesa, que Rechila, padre de Recciario, había restituido a los romanos por asegurar la paz con ellos. El hijo [Recciario], fiado de las alianzas y poder de los godos, pretendía excluirlos de toda España. Parece que, la guerra con los vascones, paró en robos y correrías, y que se le resistieron las plazas fuertes, pues ninguna señala cogida como Lérida. Y que se mantenían por el Imperio Romano pues, a ser de los godos, no era creíble la hostilidad en odio de los que pretendía obligar.

J. DE MORET, Anales del reino de Navarra, edición anotada e índices S. Herreros Lopetegui. Edita Gobierno de Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1988, Tomo I, cap. II, pp. 100-101.



Los reyes y la autoridad real según San Isidoro

     Cuando los reyes son buenos, ello se debe al favor de Dios; pero cuando son malos, al crimen del pueblo. Como atestigua Job, la vida de los dirigentes responde a los merecimientos de la plebe: «Él hizo que reinase un hipócrita a causa de los pecados del pueblo». Porque, al enojarse Dios, los pueblos reciben el rector que merecen sus pecados. A veces hasta los reyes mudan de conducta a causa de las maldades del pueblo, y los que antes parecían ser buenos, al subir al trono, se hacen inicuos.

     El que usa debidamente de la autoridad real de tal modo debe aventajar a todos que, cuando más brilla por la excelencia del honor, tanto más se humille interiormente, tomando por modelo la humildad de David, que no se envaneció de sus méritos, sino que, rebajándose con modestia, dijo: «Danzaré en medio del desprecio y aún más vil quiero aparecer delante de Dios, que me eligió».

     El que usa rectamente de la autoridad real, establece la norma de justicia con los hechos más que con las palabras. A este no le exalta ninguna prosperidad ni le abate adversidad alguna, no descansa en sus propias fuerzas ni su corazón se aparta de Dios; en la cúspide del poder preside con ánimo humilde, no le complace la iniquidad ni le inflama la pasión, hace rico al pobre sin defraudar a nadie y a menudo condena con misericordiosa clemencia cuanto legítimo derecho podría exigir al pueblo.

     Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos, quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de nacer y morir. Por tanto, el principado debe favorecer a los pueblos y no perjudicarles; no oprimirles con tiranía, sino velar por ellos siendo condescendientes, a fin de que este su distintivo del poder sea verdaderamente útil y empleen el don de Dios para proteger a los miembros de Cristo. Cierto que miembros de Cristo son los pueblos fieles, a los que, en tanto les gobiernan de excelente manera con el poder que recibieron, devuelven a Dios, que se lo concedió, un servicio ciertamente útil.

SAN ISIDORO, «Sentencias», 1.3, C. 48-49. Ed. y trad. J. Campos e I. Roca, «San Leandro, San Fructuoso, San Isidoro», B. A. C., 321, Madrid, 1971, pp. 495-497.



Sobre el adopcionismo en la Carta de Adriano del 793

     Reunida con falsos argumentos la materia de la causal perfidia, entre otras cosas dignas de reprobarse, acerca de la adopción de Jesucristo Hijo de Dios según la carne, leíanse allí montones de pérfidas palabras de pluma descompuesta. Esto jamás lo creyó la Iglesia Católica, jamás lo enseñó, jamás a los que malamente lo creyeron, les dio asenso (...)

     Impíos e ingratos a tantos beneficios, no os horrorizáis de murmurar con venenosas fauces que nuestro Libertador es hijo adoptivo, como si fuera un puro hombre, sujeto a la humana miseria, y, lo que da vergüenza decir que es siervo (...) ¿Cómo no teméis, quejumbrosos detractores, odiosos a Dios, llamar siervo a Aquel que os libertó de la esclavitud del demonio? (...) Porque si bien a la sombra de la profecía fue llamado «siervo» por la condición de la forma servil que tomó de la Virgen (...), esto nosotros (...) lo entendemos como dicho, según la historia, del santo Job, y alegóricamente, de Cristo.

E. DENZINGER, El magisterio de la Iglesia, Barcelona, 1955, pp. 114.



Del reinado de Liuva y Leovigildo

     Después de la muerte del rey Athanagildo, ayuntaronse los godos en Narbona e alçaron por rey a uno que avie nombre Luyba; e regno tres annos assi como diz ell arçobispo don Rodrigo; mas don Lucas de Thuy diz que regno en las Gallias en vida de Athanagildo syete annos, et despues en Espanna tres, assi como dixiemos, e nos contamos aqui la estoria segund que la cuenta ell arçobispo don Rodrigo, et dezimos que fueron tres annos. E el primero anno de su regnado fue en la era de seyscientos et syete, quando andava el anno de la Encarnación en quinientos e sesaenta et nueve, e el dell imperio de Justino en ocho, e el dell papa Johan en nueve, e el de Chilperico rey de Francia otrossi en nueve, e el de Theodomiro rey de los suevos en tres. Deste rey Luyba non fallamos ninguna cosa que de contar sea que el fiziesse en estos tres annos que el regno, si non tanto que en el segundo anno fizo a un su hermano, que avie nombre Leovegildo, compannero consigo en el regno, et provisor de Espanna. E ell estava en el regno de Gallia Gotica, que es allend los puertos d'Aspa, e Leovegildo su hermano en el otro d'Espanna la de contra occident. Et assi cumplio un regno a dos reys (...) Este Leovegildo caso con una duenna que avie nombre Theodosia (...) e ovo della dos fiios que ovieron nombre ell uno Herminigildo, et el otro Recaredo. Esse anno otrossi ovieron los espannoles et los franceses muy grand contienda sobre departimiento de la Pasqua quando la avrien ese anno, e fueron desabenidos los unos de los otros et non se acordaron en uno; e los de Espanna tovieron esse anno la Pasqua veyntiocho dias de março, e los franceses dizeocho dias de abril. E por que los franceses fizieron aquella Pasqua derechamientre segund el composito de la luna, demostrolles Dios por ende un fremoso milagro, ca las pilas que de suyo se solien enlenar de agua pora batear los ninnos en viespera de Pasqua en Espanna, enlenaronse a los franceses et non a los espannoles. El rey Luyba pues que ovo tres annos conplidos en su regno, murio. E en este anno otrossi murio el papa Johan e fue puesto en su logar Beneyto el primero, e fueron con el sesaenta apostoligos.

Primera Crónica General de España, Ed. R. MENÉNDEZ PIDAL, Madrid, 1977, p. 259.



La conversión de Recaredo (586-589)

     En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto Leovigildo, fue coronado rey su hijo Recaredo. Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el padre era irreligiosos y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquel dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, este iba a engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe. Desde el comienzo mismo de su reinado, Recaredo se convirtió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación gótica, borrando así la mancha de un error enraizado. Seguidamente reunió un sínodo de obispos de las diferentes provincias de España y de la Galia para condenar la herejía arriana. A este concilio asistió el propio religiosísimo príncipe, y con su presencia y su suscripción confirmó sus actas. Con todos los suyos abdicó de la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pueblo de los godos de las enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres personas, que el Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el Espíritu Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen más que un espíritu y, por consiguiente, no son más que uno.

Las historias de los godos, vándalos y suevos, de Isidoro de Sevilla, ed. C. RODRÍGUEZ ALONSO, León, 1975, pp. 261-263. Publ. A. LOZANO y E. MITRE, Análisis y comentarios de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1979, p. 142.



Epístola de San Braulio al rey Chindasvisto

     Al rey Chindasvisto del mismo Braulio. Sugerimos a nuestro gloriosísimo señor el rey Chindasvisto, Braulio y Eutropio, obispos, vuestros siervecillos, con los presbíteros, diáconos y todos los que pos Dios les están encomendados, así como Celso, vuestro siervo, con los territorios que por vuestra clemencia tienen a sí encomendados: El que tiene en sus manos los corazones de los reyes, como tiene vuestra fe, rige a todos. Por ello, no carece de su inspiración lo que deseamos sugerir a vuestra clemencia: que, señor piadoso, recibas de buen grado los ruegos de tus siervos, lo que ves que anhelan con fiel intención. Pues con esperanza y frecuente reflexión cada uno desea la tranquilidad de su vida y evita las situaciones peligrosas, considerando de uno y otro lado, al recordar las diferencias pasadas, cuántos peligros, cuántas necesidades, cuánto sufrimos con las incursiones de los enemigos, a los que vos arrojasteis por la misericordia celeste, y vimos cómo por vuestro régimen fuimos elevados con gran contemplación; y pensando en vuestros trabajos y mirando por el futuro de la patria, vacilando entre la esperanza y el miedo, decidimos recurrir a tu piedad: para que, pues nada hay más provechoso y tranquilo para la vuestra, ni más propicio para vuestro caso, en tu vida y con tu beneplácito nos des a tu siervo el señor Recesvinto como señor y rey, que pues está en edad de combatir y soportar el sudor de las guerras, con el auxilio de la gracia suprema, pueda ser nuestro señor y defensor y descanso de vuestra serenidad, de modo que se apacigüen las insidias y tumultos de los enemigos y permanezca segura y sin miedo la vida de vuestros fieles. Pues vuestra gloria no puede ser discutida por tal hijo, y tanto provecho al hijo se debe al padre. Por tanto, pedimos con ruegos suplicantes al Rey de los cielos y al rector de todas las cosas, que como constituyó a Josué sucesor de Moisés y en el trono de David a su hijo Salomón, insinúe clemente en vuestra alma lo que sugerimos, y perfeccione con el auxilio de su omnipotencia en vuestra alma lo que en su nombre decidimos pedir. Y si acaso incurrimos en la temeridad con la petición, no es por presuntuosa insolencia, sino como dijimos, como consecuencia de la reflexión.

A. GARCÍA-GALLO, Manual de Historia del Derecho Español, II. Antología de fuentes del Derecho español, Madrid, 1967, pp. 398-399.



Fieles visigodos

     Que los fieles de los reyes no sean defraudados por los sucesores en el trono en el derecho de las cosas recibidas en stipendium del servicio que prestan. Con igual providencia se da nuestra sentencia para los fieles de los reyes que, si alguno sobreviviere al príncipe en las cosas justamente recibidas o adquiridas de la largueza del príncipe no deba haber perjuicio, pues si caprichosa o injustamente se perturba la merced de los fieles, nadie se decidirá a prestar pronto y fiel obsequio en tanto todo quede en lo incierto y se tema la causa de la discriminación en el futuro. Al contrario, la piedad del príncipe debe proteger su salud y bienes, pues por el ejemplo se incitará a los demás a la fe, cuando no se defraude a los fieles de la merced.

CONCILIO V DE TOLEDO, año 636, c. 6. A. GARCÍA-GALLO, Manual de Historia del Derecho Español, Madrid, 1979, II. p. 407.



Los monjes pastores en el reino visigodo

     Los que están encargados de alimentar a los rebaños deben poner tanto cuidado sobre ellos, que no causen perjuicio a nadie en sus frutos, y deben ser tan vigilantes y hábiles, que no puedan ser devorados por las fieras, y deben impedir que se despeñen por precipicios y peñascos de los montes y pendientes inaccesibles de los valles para que no rueden a los abismos. Y, si por incuria y descuido de los pastores, les acaeciere algún peligro de los predichos, arrojándose enseguida a los pies de los ancianos y deplorándolo como los pecados graves, cumplirán por largo tiempo el castigo correspondiente; y, terminando este, recurrirán con súplicas a obtener el perdón; o, si son jovencitos, recibirán el castigo de azotes con vara para su corrección. Se han de encomendar a uno tan experimentado, que ya en el siglo hubiese sido apto para este oficio y tenga afición al pastoreo, de modo que nunca salga de su boca ni la más ligera murmuración. Pero, además se le han de dar, para las diversas ocasiones, jóvenes que le ayuden a desempeñar el trabajo, y a este objeto se les dará vestido y calzado, cuanto sea preciso para su necesidad; y para este servicio habrá solamente una de las cualidades que dijimos, y no tengan que preocuparse todos en el monasterio. Y, porque suelen murmuran algunos de los que guardan rebaños, y creen que no tienen ningún beneficio por este servicio, ya que no se les ve en las reuniones orando y trabajando, deben prestar oídos a lo que dicen las reglas de los Padres y pensar en silencio, reconociendo los ejemplos de los antepasados y desmintiéndose a sí mismos, que los patriarcas apacentaron rebaños, y Pedro desempeñó el oficio de pescador, y el justo José, con el que estaba desposada la Virgen María, fue herrero. Por este motivo, estos no deben descuidar las ovejas que tienen encomendadas, porque por ello logran no uno, sino muchos beneficios de ellas se sustentan los enfermos, de ellas se nutren los niños, de ellas se sostienen los ancianos, de ellas se redimen los cautivos, de ellas se atiende a los huéspedes y viajeros, y además apenas tendrían recursos para tres meses muchos monasterios si solo hubiese el pan cotidiano en esta región, más improductiva que todas las demás. Por lo cual, el que tuviere encargo de este servicio, ha de obedecer con alegría de ánimo y ha de estar muy seguro de que la obediencia libra de cualquier peligro y se prepara como fruto una gran plaga, así como el desobediente se acarrea el daño de su alma.

«Regula Communis», ed. J. CAMPOS e I. ROCA, Reglas monásticas de la España visigoda, Madrid, 1971, pp. 186-188.



Campañas de Alfonso I, vaciamiento de la cuenca del Duero y repoblación de las montañas y costa cantábricas

     Muerto este, fue elegido rey por todo el pueblo Alfonso, quien, con la gracia de Dios, tomó el cetro del reino y consiguió dominar siempre la fuerza de los enemigos. Con su hermano Fruela dirigiendo el ejército tomó muchas ciudades. Estas son: Lugo, Tuy Oporto, Anegiam, Braga, Viseo, Chaves, Ledesma, Salamanca, Numancia, que ahora llaman Zamora, Ávila, Astorga, León, Simancas, Saldaña, Amaya, Segovia, Osma, Sepúlveda, Arganza, Clunia, Mave, Oca, Miranda, Revenga, Carbonera, Abalos, Cenicero y Alesanco, con sus castillos, villas y aldeas. Matando a todos los árabes llevó consigo a los cristianos a la patria. En ese tiempo se poblaron Asturias, Primorias, Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, Bardulias, que ahora llaman Castilla, y la parte marítima. Y Galicia, Álava, Vizcaya, Alaon [¿Ayala?] y Orduña siempre habían sido poseídas por sus habitantes, así como Pamplona, Deyo y Berrueza (...)

GÓMEZ MORENO, M. «Las primeras Crónicas de la Reconquista: el ciclo de Alfonso III», B. R. A. H., T. C., 1952, pp. 615-616.



La fundación de Oviedo por Alfonso II

     Por lo demás, el rey Alfonso, como fuese de mucha castidad de alma y de cuerpo, mereció obtener del señor un arca conteniendo diversas reliquias de santos. La cual arca, amenazando, por ventura, el terror de los gentiles, en lo antiguo fue transportada en un navío desde Jerusalem, permaneció por espacio de algún tiempo en Sevilla, y luego, durante cien años, en Toledo. Como otra vez oprimiesen los moros cuando ya nadie se les resistía, los cristianos arrebataron secretamente el arca de Dios y por sitios excusados llegaron hasta el mar, y puesta allí en una nave, guiándolos Dios abordaron el puerto de Asturias, cuyo nombre es Subsalas, por aquello de tener cerca y encima la regia ciudad de Gijón.

     Mas el rey Alfonso, luego que se vio divinamente enriquecido con gran dádiva, en lugar de la pérdida Toledo, decretó fabricar una sede para la venerable arca. Para realizar este plan, dejadas las otras atenciones y ansiándolo más y más cada día, desde entonces por espacio de treinta años fabricó una iglesia en Oviedo de admirable obra, en honor de San Salvador, y en ella, a los lados derecho e izquierdo del altar mayor, construyó dos grupos de a seis altares dedicados a los doce Apóstoles. No menos llevó a efecto un santuario de la bienaventurada madre de Dios y virgen María, con pareja estructura y tres cabeceras. Hizo también una basílica de Santa Leocadia, cubierta con obra de bóveda, sobre la que se hiciese una cámara, donde en el lugar más excelso fuese adornada por los fieles el arca santa. Y además fundó con bella obra una iglesia del bienaventurado mártir de Cristo, Tirso, en el mismo recinto. Edificó, a distancia de un estadio de la iglesia de San Salvador, un templo de los santos Julián y Basilisa, adjuntándole a uno y otro lado capillas dispuestas en admirable composición.

     Por cierto que si llegase a enumerar uno por uno los ornamentos de dicha cámara, disertación tan prolija me llevaría desviado harto lejos de lo que empecé. Más por la magnitud del milagro, la angélica cruz sea sacada a plaza. Pues como cierto día el susodicho Alfonso, rey casto y piadoso, tuviese por acaso en la mano cantidad de esplendidísimo oro y algunas piedras preciosas, comenzó a pensar como podía ser hecha una cruz con ello para servicio del altar del Señor. Así, estando en este santo propósito, después de la participación del cuerpo y sangre de Cristo, según costumbre, ya enderezaba sus pasos hacia el palacio real por causa de la comida, llevando el oro en la mano, cuando he aquí que se le aparecieron dos ángeles en figura de peregrinos, fingiendo ser artífices, el cual, al momento, les entregó el oro y las piedras, señalándoles mansión donde sin impedimento de hombres pudiesen trabajar. Lo demás parece cosa maravillosa e inusitada, después de los Apóstoles hasta nuestros tiempos; porque vuelto sobre sí el rey en la misma corta espera de la comida, inquiere a qué personas diera el oro, y al punto comenzó a enviar un agente tras otro para que observasen qué hacían los desconocidos artífices. Ya los servidores se acercaban a la casa del taller, cuando de improvisto tanta luz hizo resplandecer el interior de toda la casa, que, por decirlo así, no fábrica humana, sino la salida del sol parecía por la extremada claridad. Pero mirando hacia dentro por una ventana los que habían sido enviados, [vieron que] idos los angélicos maestros, la cruz sola, llevada a cabo y puesta en medio, irradiaba como un sol en aquella casa; por donde abiertamente consta entenderse que ella fue hecha por divina y no humana aplicación. Lo que oyendo el devotísimo rey, dejado el servicio de mesa, corrió con incansable paso, y dando gracias a Dios con loores e himnos por tan gran beneficio, según cumplía, puso reverentemente dicha venerable cruz sobre el altar de San Salvador.

Ed. M. GÓMEZ MORENO, «Introducción a la Historia Silense con versión castellana de la misma y de la crónica de Sampiro», Madrid, 1921, pp.82-84.



El condado de Castilla

     Yo, Fernán Gonzalez, por la gracia de Dios conde de toda Castilla, junto con mi mujer la condesa Sancha, para remisión de nuestros pecados y remedio de nuestras almas (...) en honor de San Millán (...) y de ti, padre espiritual abad Fortunio, y de todos los clérigos sujetos a ti, que día y noche sirven allí a Cristo. Por tanto, ofrecemos, damos y confirmamos en la villa de Salinas la cuarta parte, íntegra y libre, con salidas y entradas, con comunidad de pasto, con los habitantes de aquella villa, pero libre e ingenua de todo servicio real o de potestad y de entrada de sayón. Y no tengan homicidio ni fonsado según costumbre, y nadie sea sometido por ningún crimen a la potestad de aquella villa. Y os concedemos las fuentes de sal al tercer día, y de la alabara que deben al conde de la tierra, os concedemos que tengáis libres III de ellas por semana y que tanto el monasterio como las decanías lleven sal cuando quieran. Y las eras de sal de San Millán sean libres de autoridad del conde. Asimismo, os concedemos tal facultad, que todo lo que además de esto podáis obtener por donación o por compras los poseáis libre y firmemente por todos los siglos, amén. Esta donación, juntamente con nosotros, la prueban y confirman las villas de: Villanueva, Fuentes, Olisares, Villacón y también terrazas y Villambrosa (...)

     Hecha la carta en la era de DCCCC. LXXX. IIIª, V calendas de febrero.

     Yo, pues, Fernando, conde, con mi compañera Sancha, que quisimos hacer este testamento, pusimos nuestras señales y presentamos testigos (...)

UBIETO ARTETA, A., «Cartulario de San Millán de la Cogolla (759-1076)», Valencia, 1976, n.º 36, pp. 49-50.



Embajada de Borrell I de Barcelona

     Sentado el califa, como de costumbre en tales casos, en el trono en la plataforma del salón oriental de audiencias, salón que daba a los jardines, fueron llegando los visires, quienes se sentaron por su orden, ocultándole a las miradas: de entre ellos por la parte de la derecha el visir y el caíd Galib ben Abd al-Rahman, y debajo de él, Qasim ben Muhammad ben Tumlus, visir y prefecto [¿oficial?] de la familia [¿intendente de palacio?]: a la izquierda prestaba el mismo servicio el visir y gobernador de Córdoba, Chafar ben Uthman, y debajo de él el gobernador de Medina al-Zahra, Muhammad ben Afiad: en busca de los embajadores de Borrell salió Xahwar [Ben Abd al-Rahman] ben al-Xayyi acompañado de un piquete de chund, y algunos de los principales cristianos de Córdoba que habían de servir de interpretes.

     Al adelantarse Xahwar, ya los embajadores llevaban los regalos de Borrell para el califa, los cuales consistían, como se ha dicho, en 30 cautivos entre hombres, mujeres y niños (...) Xahwar condujo a los embajadores a sus asientos en las salas de estancia del chund [¿el cuerpo de guardia?] en Medina al-Zahra, hasta que estuviese completo el preparativo de la audiencia del califa: diose la orden de entrar, y entraron, yendo delante de todos el conde Bon-Fill (...)

     Cuando fue sábado (...), el califa celebró otra audiencia en el trono del salón oriental del alcázar de al-Zahra, saliendo (...) ben Chauxan acompañado de un piquete de caballería en busca del ilchi Bon-Fill; rodeábanlos varios cristianos de Córdoba, que habían de servir de intérpretes, y llegados a presencia del califa, cumplieron su cometido, el califa mandó (...) del comitente de ellos Borrell en contestación al escrito de él, y dio a Bon-Fill, su enviado, los grandes [¿regalos?] que correspondían a los esclavos, a quienes había dado libertad, y dio a conocer a ellos lo que habían de decir a Borrell, de su parte, y le proponía acerca del fin de la obediencia [paz entre Barcelona y Córdoba]; Bon-Fill y sus compañeros fueron autorizados para regresar, y se les dieron los regalos, vestidos y acémilas según sus categorías (...) saliendo de Córdoba, de regreso, a mitad de Xawwal antefechado [10 de agosto de 971].

C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La España musulmana, Buenos Aires, 1960, 2.ª ed. Recoge: J. L. MARTÍN en: Historia de España, 3. Alta Edad Media, ed. «Historia 16», Madrid, 1980, p. 106.



El asedio de Barcelona

     (...) De todas partes confluyen grupos de francos según su costumbre y un denso bloqueo sujeta los muros de la ciudad.

     El retoño de Carlos se presenta ante todos con un brillante ejército; reúne a los jefes para la conquista de la ciudad.

     Cada cual por su parte fija las tiendas, el príncipe Guillermo, Heriberto, Liutardo, Bigo, Bera, Sancho, Libulfo, Hiltiberto e Isembardo, y muchos otros que sería largo de mencionar.

     Los restantes guerreros acampan esparcidos por el campo de batalla, la cohorte franca, gascona, goda y aquitana.

     El fragor se levanta hacia el cielo y el aire resuena con las trompetas: reinan en la ciudad el griterío, el pavor y toda suerte de llanto (...)

     No de otra manera, a una orden, todo el ejército de los francos anda y desanda numeroso para tomar la ciudad.

     Se corre a los bosques, por todas partes resuena el golpe de la segur, se abaten los pinos, cae el alto chopo.

     Uno construye escaleras, otro prepara estacas formando empalizada, uno transporta armas con celeridad, otro amontona piedras.

     Los dardos caen numerosos y también el hierro volador; los muros resuenan a golpes de ariete y la honda hiere repetidamente.

     Mientras tanto el tropel de moros no menos numeroso establecido en las torres se prepara a defender las murallas. El jefe de la ciudad era un moro, Zadun de nombre, que había gobernado esta ciudad con brillante talento (...)

     Entre tanto, los jóvenes guerreros, luchando en apiñado grupo, machacan con el ariete los muros; por todas partes se oye el fragor del combate.

     Las murallas cercadas son golpeadas por el anguloso mármol, los dardos caen densos y hieren a los infelices (...)

     Entonces unos envían a otros al Orco, el lugar de la muerte, Guillermo de Habirudar y Luitardo de Uriz.

     Una lanza atraviesa a Zabirizun y el hierro volador a Uzacum, la honda hiere a Colizan y el aguda caña -saeta- a Gozan.

     No de otro modo podían los francos trabar combate sino unas veces con armas arrojadizas y otras con proyectiles de honda.

     El inteligente Zadun había mandado a los suyos que no confiaran en una batalla campal ni que casualmente osasen salir de la fortaleza. Durante veinte días se mantuvo esta incertidumbre y condujo a resultados varios.

     Ninguna máquina puede quebrar las puertas de los muros, y el enemigo no encuentra cauce para sus ardides (...)

     Una segunda luna completaba sus días, el rey y los francos a un tiempo atacan la ciudad defendida. La máquina resuena repetidamente, los muros son batidos por todas partes. Se encrespa la lucha, semejante a la cual no había existido otra (...)

     Ya los moros miserables no se atreven a escalar las altas murallas ni desde las torres pretenden ver el campamento enemigo (...)

     Entonces el piadoso rey en persona, blandiendo una lanza con fuerza, la lanzó ligera contra la ciudad. El proyectil surcando el aire se dirigió hacia la urbe, y se clavó violentamente en el mármol cercano. Ante este gesto los moros turbados con terror en el corazón admiraron la lanza y aún más el esfuerzo del que la había lanzado. ¿Qué harían? Ya habían perdido a su rey, ya la resistencia se debilitaba, la espada había aniquilado a los mejores de ellos; finalmente agotados por tanta lucha y por el hambre en consejo acordaron unánimemente rendir la plaza. Abrieron las puertas, permitieron el acceso a todos los lugares, la ciudad caída se entregaba al servicio del rey. Enseguida, sin demora, se extienden por la ciudad anhelada los francos vencedores y mandan a los enemigos.

     Era Sábado Santo, cuando este hecho aconteció, cuando la ciudad se abrió a los francos. Además, en el siguiente día, día festivo, subió a la ciudad el rey Luis triunfante para cumplir los votos hechos a Dios; y purificó los lugares donde las almas rendían culto a los demonios, y dio gracias piadosas al propio Cristo.

     Con la ayuda de Dios, dejadas guarniciones, el rey victorioso y su gente volvió a sus propias tierras.

ERMOLD LE NOIR, «Poème sur Louis le Pieux et épitres au roi Pépin», Ed. E. FARAL, Les classiques de l'histoire de France au Moyen Age, París, 1964, pp. 28-46.



Los primeros condes catalanes

     Conocemos por relato de los antiguos que había existido un caballero de nombre Guifré, oriundo de la villa que llaman Arriá, la cual está situada en el territorio del Confent junto al río Tet, no lejos del monasterio de San Miquel de Ciuxá. Este caballero, muy célebre en virtud, armas y consejo, recibió por su probidad el condado de Barcelona de manos del rey de los francos. En un día determinado, cuando en unión de su hijo de nombre Guifré, a quien se llama Pilós, acudió a Narbona para entrevistarse con unos legados del rey, tirado de la barba por un franco en el curso de una sedición militar, le mató con su espada por lo que había hecho. En consecuencia, se dice que, apresado por ello, cuando era conducido a Francia a presencia del rey, promovida de nuevo la agitación en el camino, y queriendo aprovecharse de su captura para vengarse, fue muerto por aquellos que le conducían no lejos del Puig de Santa María. Sin embargo, su hijo, el mencionado Guifré, que con él era conducido, fue presentado al rey de los francos y él mismo explicó lo que había sucedido a su padre en el camino. Apenado también el rey, censuró el hecho y, puesto que ello había sucedido a sí, anunció que posteriormente el honor de Guifré podía ser motivo de perdición para el rey de los francos.

     Sin embargo, el rey, habiendo acogido al niño, según se dice, se ocupó de encomendarlo para que lo educara a un cierto conde de Flandes, a cuya hija adolescente dejó embarazada; sin embargo, nadie tuvo conocimiento de este hecho excepto la madre de la joven, que sagazmente lo conoció y calló lo sabido más por pudor que por consentimiento. Dudando, no obstante, la madre de poder entregar su hija a aquel varón y temiendo también que si esta noticia llegase a conocimiento de algunos, la muchacha sufriría el oprobio de todos, finalmente adoptó esta decisión: llamó al mencionado joven jurándole que, si por voluntad divina, algún día recuperaba la honor paterna, es decir, el condado de Barcelona, le daría la mencionada joven en matrimonio. Hecho esto, le vistió con pobres ropajes y con el hábito de peregrino, en unión de una anciana le envió al territorio de Barcelona junto a su madre, que vivía todavía permanecía viuda. Esta, reconociéndole porque tenía vello en un lugar insólito del cuerpo, de ahí el nombre de Pilós [Velloso], convocados, los magnates y próceres de toda su patria, que habían conocido a su padre y le habían permanecido fieles, les mostró celosamente a su hijo. Pensando entonces todos aquellos magnates y optimates con cuanto fraude y oprobio su padre había sido asesinado y él desheredado, le tomaron por señor y le juraron fidelidad tal como hacen los siervos con su señor. Después, acordado el día, se presentaron todos juntos con el niño en el lugar donde Salomón, de nacionalidad gala, a la sazón conde de Barcelona, habían convenido que debía morir; y allí, con el consenso general, el joven, desenvainada la espada, mató delante de todos al mencionado conde con sus propias manos, y, mientras vivió, él solo poseyó su condado desde Narbona hasta Hispania. Finalmente, enviados legados a la Galia, tal como había prometido, tomó en matrimonio a la hija del mencionado conde de Flandes, presentándose a ella en el lugar y día convenidos. Después, con el consejo y ayuda de los amigos de la joven, se consiguió que tuviera la gracia y amistad del rey; y recibiendo por su mano su honor, en su corte permaneció largo tiempo. Y cuando todavía allí permanecía, le llegó la noticia de que los sarracenos habían venido a su patria, y, a la vez la habían invadido y retenido casi toda. En consecuencia, notificando también él mismo esto al rey, pidió su ayuda para combatirlos. Pero el rey, impedido por otros asuntos, no pudo prestarle auxilio. Sin embargo, añadió esto a su petición, que si el propio Guifré por sí mismo, en unión de los suyos, consiguiera expulsar a los agarenos de los mencionados confines, la honor de Barcelona pasaría perpetuamente a su dominio y al de todos sus descendientes; pues antes que él a nadie le había sido dado el condado por sucesión hereditaria, sino que el rey de los francos lo daba a quien quería y por el tiempo que quería. A continuación, Guifré, habiendo reunido a las fuerzas de los próceres de una y otra parte de las Galias, rechazó a los agarenos expulsados de todos sus confines hasta los términos de Lérida, y poseyó como dominio toda su mencionada honor, recuperada muy esforzadamente. De este modo, la honor barcelonesa pasó de la potestad real a las manos de nuestros condes de Barcelona.

«Gesta comitum Barcinonensium», Ed. L. BARRAU DIHIGO; J. MASSO TORRENTS: Cròniques Catalanes, II, Barcelona, 1952, pp. 3-5.



Orígenes del reino de Pamplona

     En la era 943 surgió en Pamplona un rey de nombre Sancho Garcés. Muy unido a la fe de Cristo fue hombre devoto, piadoso entre todos los fieles y misericordioso entre los católicos. ¿Qué más? En todas las circunstancias consiguió ser el mejor. Luchando contra los islamitas, causó muchos estragos entre los sarracenos. También tomó bajo su tutela todos los castillos sitos entre Cantabria y la ciudad de Nájera. Ciertamente poseyó la tierra de Deyo, con todas sus fortalezas. Además puso bajo su autoridad la «Arba» pamplonesa. También tomó toda la tierra aragonesa con sus castillos. Finalmente expulsados todos los malvados, en el año XX de su reinado abandonó el mundo. En la era 963 fue sepultado en el pórtico de San Esteban. Reina con Cristo en el cielo.

     También su hijo, el rey García, reinó treinta y cinco años. Fue benigno, causó muchas carnicerías entre los sarracenos y así murió en la era 1008. Fue enterrado en el castillo de San Esteban.

     También su hijo el rey Sancho, reino sesenta y cinco años. Fue benigno con todos, beligerante con los sarracenos y protector y amigo de los monjes. Falleció en la era 1073. Fue sepultado en el monasterio de Oña.

     También su hijo, el rey García, reinó veintiún años. En la era 1092 fue muerto en Atapuerca. Fue sepultado en Nájera.

«Genealogías de Roda». Ed. J. M. LACARRA, Textos navarros del Códice de Roda. Recoge: M. RIU, Textos comentados de época medieval [siglos V al XII], Barcelona, 1975, pp. 501-503.


Imperio Bizantino

     El mundo bizantino busca durante mucho tiempo su propia identidad. En un primer momento lo hace tratando de recuperar las claves latinas que justifiquen su continuidad con respecto al antiguo Imperio Romano. Normalmente identificamos este período con el reinado de Justiniano. El fracaso que supone el programa de recuperación de los territorios occidentales diseñado por este emperador, conduce a Bizancio a una etapa de helenización profunda de sus estructuras y a las subsiguientes luchas religiosas en las que se ponen de manifiesto las diferentes concepciones que del propio Imperio tiene la sociedad romano oriental.




Era justinianeaVolver al índice



El estado de las personas en el derecho justinianeo

     [3] La principal división en el derecho de las personas es esta: que todos los hombres sean libres o esclavos.

     [4] Es libertad la natural facultad de hacer lo que se quiere, con excepción de lo que se prohíbe por la fuerza o por la ley. La esclavitud es una institución del derecho de gentes, por la cual uno está sometido, contra su naturaleza, al dominio ajeno. Los esclavos se llaman «servi», porque los generales suelen vender a los cautivos y, por esto, los con «servan» sin matarlos; y se llaman «mancipia» porque los enemigos los capturan con la «mano».

     [5] La condición de los esclavos es ciertamente única, en tanto que los hombres libres unos son «ingenuos» -o libres de nacimiento- y otros son -manumitidos o- libertos. Los esclavos entran en nuestro dominio bien por el derecho civil, bien por el de gentes. Por el derecho civil, cuando alguna persona mayor de viente y cinco años permitió ser vendido para participar en el precio. Por el derecho de gentes son esclavos nuestros los enemigos cautivos o los que nacen de nuestras esclavas. Son libres de nacimiento los que nacieron de madre libre, porque basta que la madre haya sido libre en el momento del parto, aunque hubiese concebido siendo esclava. Al contrario, si hubiese concebido siendo libre y pariera después siendo esclava, se estimó conveniente que el que nazca sea libre [no hace al caso si concibió en justas nupcias o fuera de ellas], ya que la desventura de la madre no debe dañar al concebido. Por esto se preguntó cuando se manumitió a una esclava encinta y parió después si hecha de nuevo esclava o expulsada de la ciudad, pare un hijo libre o esclavo. Sin embargo, se aprobó más correctamente que nace libre y que basta al concebido el haber tenido una madre libre en el tiempo intermedio.

JUSTINIANO, Digesto, T. I, tit. V, p. 59. Trad. Aranzadi, Pamplona, 1968. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 143-144.



Las conquistas africanas de Justiniano

     África que se extiende sobre espacios tan amplios, fue tan completamente devastada que el viajero se asombra de no encontrar un solo hombre en recorridos muy largos. Sin embargo, los vándalos capaces de combatir eran cerca de 80.000, sin contar sus mujeres, niños y criados. Los africanos que habitaban en las ciudades, que cultivaban la tierra, que comerciaban por mar, formaban, lo he visto con mis propios ojos, una multitud casi incontable. Más numerosos aún eran los moros, y todos perecieron con sus mujeres e hijos. El país ha consumido también a muchos de los soldados romanos y a buen número de los que habían seguido al ejército desde Bizancio, de modo que si se estimase en cinco millones el número de hombres que ha muerto en África todavía no se alcanzaría, creo yo, la realidad. Y es que Justiniano, después de la derrota de los vándalos, no se preocupó en absoluto de garantizar la sólida protección del país. No comprendió que la mejor garantía de la autoridad reside en la buena voluntad de sus súbditos sino que se apresuró a llamar a Belisario, del que sospechaba injustamente que aspiraba al Imperio, y administró él mismo África desde lejos, la agotó, la saqueó a placer. Envió gentes para estimar el rendimiento de las tierras, estableció impuestos muy pesados que no existían antes, se adjudicó la parte mejor de la tierra, prohibió a los arrianos la celebración de su culto, difirió el envío de refuerzos y se mostró siempre duro con los soldados, de lo que nacieron perturbaciones que desembocaron en grandes desastres. El emperador, en suma, nunca supo conservar las cosas como estaban sino que se complacía por naturaleza en remover y alterar todo.

PROCOPIO DE CESAREA, Anécdota o Historia Secreta, XVIII. Ed. HAURY, Leipzig, 1905-07, III, 1, p. 112. Recoge: M. A. LADERO, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 160.



Escenas de la vida de Teodora, esposa de Justiniano, según Procopio

     [Justiniano] tuvo una esposa de cuyos orígenes y educación hablaré ahora, así como del modo en que, unida en matrimonio a dicho varón, socavó hasta los cimientos del Imperio Romano.

     Cierto Acacio era el encargado en Constantinopla de cuidar a los animales de los juegos del anfiteatro, por la facción de los Verdes, cargo que recibe el nombre de «ursario». Y este Acacio, en tiempo del emperador Anastasio, murió de muerte natural dejando a tres hijas hembras: Comitona, Teodora y Anastasia (...) La madre, falta de varón, juntose con otro que viviera consigo y tomase a su cargo el cuidado de la familia y el oficio del difunto. Pero Asterio, jefe de la directiva de los Verdes, habiendo dado el empleo a otro por dinero, quiso que estos abandonaran la plaza y que lo ejerciera el otro, más espléndido, sin impedimento alguno (...) La madre, sabiendo que acudía numeroso público a presenciar los juegos, impuso unos capuchones a las niñas, les puso unas guirnaldas en las manos, y las expuso a pedir limosna ante la gente. Los Verdes deciden prohibirles en absoluto la mendicidad. Más, al poco tiempo, los Azules, habiendo destituido al cuidador de sus animales, optan por encomendarles a ellas el menester. Y su madre, que era todavía casadera, a todas, de alguna u otra forma, les hacía salir a escena, a lucir su elegancia; no todas al mismo tiempo, sino de modo que cada una de ellas destacara oportunamente(...) Comitona, la mayor, ya sobresalía entre las hetairas de su edad. Teodora, que la seguía en edad, se colocaba una tuniquilla con mangas, como las que suelen llevar las jóvenes sirvientas, le servía de ama de llaves, y llevaba sobre sus hombros una arquilla, en la cual ella solía sentarse en las reuniones. En cuanto llegó a la pubertad y sus formas estuvieron suficientemente desarrolladas, fue destinada por su madre a la escena y, desde entonces, permaneció entre las cortesanas que los antiguos llamaron «planípedas» o «mímicas». Pues Teodora no era danzarina ni cantante, ni participaba en los juegos del anfiteatro, sino que, como todo el mundo sabe, hizo en él exhibición de su belleza, mostrando su cuerpo desnudo. Luego se erigió en directora de las escenas mímicas del teatro, interviniendo en su preparación y actuando como actriz de ciertas chanzas cómicas.

     Y además, como hubiese llegado a aquella provincia el prefecto de la Pentápolis, Hecebolo Tirio, muy pronto se entregó con él al placer; y lo hizo con tal reiteración que quedó encinta de él e, impedida por las molestias de la gestación, no dudó en provocarse el aborto para poder entregarse de nuevo a la acostumbrada prostitución. Marchó primero a Alejandría, recorrió después todo el Oriente y por último regresó a Constantinopla, ejerciendo en todas partes aquel arte que ni tan solo debe mencionar quien quiera tener a Dios propicio para sí.

     En cuanto regresó a Bizancio, Justiniano quedó perdidamente enamorado de ella. Y al principio tuvo que limitarse hacerla su concubina, porque estaba excluida [por su oficio] de la dignidad Patricia. Pero muy pronto, esta Teodora (...) alcanzó gran predicamento sobre él y a la vez ingentes riquezas (...) Y con esta socia, Justiniano echó a perder no solo al pueblo de Bizancio, sino al de todos los confines del Imperio Romano, hasta el punto de que se confabularon los sediciosos de ambas facciones, la Azul y la Verde, para hacerse con el poder imperial. De no haber existido dicho mal, nunca se hubiera producido tal evento (...)

     Mientras vivió la emperatriz Eufemia, Justiniano no pudo conseguir con ninguna treta que ella aceptara a Teodora (...) [Eufemia], no mucho después partió de esta vida. Justino, llegado a la extrema vejez, y apenas en sus cabales, inepto para llevar las riendas del poder, era objeto de burlas y del despecho de algunos súbditos. Los restantes, que no se sentían cohibidos por ninguna discriminación debido a la disoluta licencia de Justiniano, se mostraban complacientes con él, acallados sus cuidados. Entonces Justiniano actuó resuelto a contraer nupcias con Teodora; puesto que no estaba permitido a los varones de la clase senatorial [porque lo prohibía una ley antigua] casarse con una mujer pública, este Príncipe hizo aprobar una ley nueva que abolía aquella institución. Y después se unió en matrimonio con Teodora (...)

PROCOPIO DE CESAREA, Historia Secreta, caps. 9 y 10. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval [siglos V al XII], Barcelona, 1975, pp. 221-224.




Luchas religiosasVolver al índice



Las creencias religiosas en Bizancio durante el mandato de Heraclio

     Exposición de la fe ortodoxa, hecha por el piísimo señor nuestro que Dios nos lo conserve, el gran príncipe Heraclio, en ocasión del altercado promovido por algunos, al requerimiento de proceder de acuerdo en todo con los cinco concilios santos y universales, la cual con mucha satisfacción y con la gracia [divina] formularon los prelados de las sedes patriarcales, y de buen grado consintieron en ella, con objeto de llevar la paz a las santas Iglesias de Dios.

     Creemos en el Padre y en el Hijo y el Espíritu Santo, trinidad consustancial, una deidad o naturaleza y esencia, y fuerza y potestad en tres subsistencias, la unidad en la trinidad y la trinidad en la unidad; unidad ciertamente, en razón de la esencia de su divinidad; trinidad, asimismo, según subsistencias o personas. Y ni por confesar que son uno según la esencia, suprimimos la diferencia de personas, ni por confesar la trinidad de personas, negamos la única deidad. Un Dios Padre, un Dios Hijo y un Dios Espíritu Santo, un solo Dios en estos tres, por razón de su misma e inmutable deidad. (...) La deidad es uno en tres, pues, como dice el gran Gregorio en su teología, y tres en uno en los cuales está la deidad, o sea que verdaderamente cabe decir que es la divinidad. Confesamos pues, en la Santa Trinidad un hijo de Dios unigénito, verbo de Dios, engendrado por el Padre antes de todos los siglos, luz de luz, esplendor de gloria, hecho de la misma sustancia que el Padre (...)

     Al Cristo compuesto, pues, glorificamos, siguiendo la doctrina de los santos padres. Por el misterio que en Cristo hay, la unión por la composición elimina la confusión y la división. Y conserva la propiedad de ambas naturalezas, con una sola sustancia, y muestra una persona del Verbo Divino con su carne animada intelectualmente; y no hemos introducido nosotros una cuaternidad en vez de santa trinidad; carezca, pues, la santa trinidad del aditamento de una cuarta persona, y reciba el nombre de Verbo de Dios el de ella [la Virgen María] encarnado (...)

     De ahí que reconocemos un solo hijo señor nuestro Jesu Cristo [que procede] del Padre sin tener principio, y de madre intacta, constituido antes de los siglos y en los últimos tiempos, impasible y pasible, visible e invisible, de quien predicamos milagros y padecimientos (...)

     Estos dogmas de piedad nos trasmitieron quienes desde los inicios [de la Iglesia] los vieron presencialmente y fueron hechos ministros de la palabra, y sus discípulos y sucesores; y, a continuación, los doctores de la Iglesia inspirados por Dios, y también los cinco santos sínodos universales: el de Nicea, el de esta regia ciudad [de Constantinopla], el primero de Efeso, el de Calcedonia, y de nuevo el de Constantinopla que fue el quinto de los concilios [ecuménicos] celebrados. Y siguiendo en todo a estos concilios, y aceptando sus divinos dogmas, todo cuanto promulgaron lo promulgamos; y a quienes rechazaron los rechazamos, y anatematizamos, principalmente, a los Novacianos, Sabelliones, Arrianos, Eunominos, Macedonianos, Apollinaristas, Originistas, ASvagrienos, a Didimo, a Teodoro de Mopsuestia, a Nestorio, a Eutiques, a Dióscoro, a Severo, y a los impíos conscriptos de Teodoreto, que iban contra la fe recta del primer sínodo Efesino, y de los doce capítulos de San Cirilo, y cuanto se escribió en favor de Teodoro y de Nestorio, y la epístola llamada de Ibla (...)

     Suscripción del príncipe: Heraclio, fiel en Jesu Cristo, emperador para Dios, lo suscribió.

DELARC, Histoire des Conciles, París, 1870, vol. IV, pp. 564-658. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval [siglos V al XII], Barcelona, 1975, pp. 244-248.



Diferencias entre las iglesias latina y griega

     El papa Nicolás acogió favorablemente las noticias trasmitidas por Hincmar y le expresó su satisfacción. Después le envío otra carta, así como a los otros arzobispos del reino de Carlos, para notificarle que los emperadores griegos y obispos orientales criticaban a la Santa Iglesia Romana, o peor todavía, a toda la Iglesia de rito latino, so pretexto de que ayunamos el sábado, afirmamos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, prohibimos el matrimonio de los sacerdotes y prohibimos a los sacerdotes la unción de los catecúmenos en la frente con crisma, pues los griegos añaden que hacemos el crisma con agua de un río latino. Nos reprochan también no observar como ellos la abstinencia de carne en las ocho semanas que preceden a la Pascua y la abstinencia de queso y huevos en las siete semanas. Dicen también que en Pascua, como los judíos, consagramos y bendecimos un cordero sobre el altar del mismo modo que el cuerpo de Nuestro Señor, y nos reprochan por dejar que nuestros sacerdotes se afeiten la barba.

Annales de Saint-Bertin, M. G. H. in usum scholarum, 1883, p. 89. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 262.



El conflicto iconoclasta en Bizancio

     Este santo, padres y hermanos carísimos, digno del nombre de Teófanes, nació de padres nobles y principales que, en tiempos de Constantino Coprónimo, ajustaron secretamente su vida a los mandamientos del Señor (...) Instruyeron sus padres a Teófanes en las ciencias profanas y eclesiásticas, más el joven desechó la ciencia engañosa y guardó en su corazón los tesoros de la verdad. Adolescente todavía perdió a sus padres y obtuvo una pingüe herencia, y le preparó el Señor tan dolorosa orfandad para que el amor paterno no fuera obstáculo de su virtud.

     A la torpe muerte del sacrílego Constantino le sucedió en el Imperio León Cázaro; este emperador tuvo por privado a un hombre fiero y bárbaro, y fanático hereje, cuya impiedad le concilió de tal modo la privanza del soberano que lo sentaba todos los días a su mesa y se acompañaba de él a todas partes. Este cortesano, enterado de la opulencia de Teófanes y prevalido de su privanza, obligó al joven, por mandato del Emperador, a que tomase a su hija por esposa.

     A poco murieron su suegro y el Emperador, y los esposos repartieron sus bienes a los pobres (...) Teófanes se embarcó para la región de Sigris y habitó la secreta cueva que se le había revelado. Domó muchos años su carne en la soledad y se celebró su virtud como la de Cristóforo; porque no puede ocultarse la ciudad edificada sobre el monte.

     De día en día acudían a Teófanes nuevos discípulos ansiosos de aprender la perfección de sus enseñanzas; y aquella soledad se tornó vasto monasterio, donde florecía todo linaje de virtudes. En esta espiritual palestra, Teófanes alcanzó la más alta y profunda contemplación de la Santísima Trinidad. Una estera era su lecho; la cubierta, el cilicio; una piedra, la almohada; el vestido tosco; no usó jamas caballos ni mulas en sus viajes, ni sazonó su comida, ni gustó los perfumados vinos; un poco de agua y unos mendrugos de pan eran todo su sustento.

     Gobernaba el Imperio Irene y su hijo Constantino; y a la muerte de Paulo, la emperatriz y el senado y todo el pueblo sano eligió para el patriarcado de Constantinopla al preclaro Tarasio, en cuyo tiempo se celebró el Concilio que confirmó a los seis concilios anteriores, excomulgó a los fraudulentos patriarcas heterodoxos Nicetas y Constantino, honró en los dípticos al patriarca San Germán y anatematizó y pulverizó la insensata herejía de los Iconómacos.

     Concluyeron de todas partes los padres y maestros, legados y abades, entre otros Platón, esplendorosa lumbrera de Sacúdeo; Nicetas y Nicéforo, padres honorables del monasterio de Medicio; Cristóforo de Campo-Parvo, a quien ya hemos mencionado, y forzado y a su pesar por el grande amor que sentía a la oscuridad y temor al estrépito del mundo, concurrió también el bienaventurado Teófanes, astro refulgente de primera magnitud.

     Venían los obispos con gran número de mulas, caballos, pajes y acompañamiento. Teófanes, tan solo con su capa y su báculo. Pero los padres no le despreciaron por su humilde aparición, sino que, muy al contrario, le honraron por su eminente piedad; y porque conocían cuán digno operario era de la viña del Señor, le invitaron a manifestar su opinión, públicamente, en el concilio. El santo expuso su parecer con solidez y brevedad, y con pruebas de la razón de la Escritura, demostró la verdad católica y rebatió a los impíos iconómacos. Nada mejor pudo decirse. El Espíritu Santo inspira donde le place (...)

     Se difundió por todas partes el sol de la verdad, más he aquí que por permisión de Dios surgió al poco tiempo León, bestia sangrienta que, apenas declarado emperador, destruyó las sagradas imágenes, persiguió a los fieles y empañó la hermosura de la Iglesia. Los defensores de la fe, los propagadores de la verdad fueron azotados y perseguidos; entre otros murió por las vejaciones sufridas en el destierro, Teodoro, santísimo archimandrita de Studion, que condenó el edicto del Emperador. Este envió también cartas fraudulentas a Teófanes, para inclinarle a que se adhiriese a la herejía. Y en estas cartas el santo respondió así:

          

     «Debes saber, oh emperador, que el Dios que te dio imperio, por quien los reyes reinan y dominan los señores, con ser infinito, se humilló hasta tomar nuestra naturaleza, en todo semejante a nosotros, fuera del pecado. Y en nuestra asumida naturaleza, obró portentos, resucitó a los muertos, subió a los cielos y está sentado para siempre a la diestra de Dios Padre. Esta humana naturaleza, que los Evangelios atestiguan, honramos en Cristo y reverenciamos. Y si esto es así ¿quién nos podrá recriminar si veneramos a Cristo en sus imágenes? ¿No son iniciados por este medio los más rudos neófitos facilísimamente en la verdad de nuestra fe? (...) ¿Qué concilio proscribió jamás tan piadosas prácticas? ¿por ventura, el mismo Jesucristo no nos legó su faz milagrosa por medio de Ancaro? ¿La virgen Deípara, no nos trasladó su imagen por el apóstol San Lucas? ¿Y, qué otra doctrina nos enseñan los Padres? Basilio, declarador de los más inefables misterios dice: Se tributa al prototipo, el honor deferido a la imagen. Juan, boca de oro protesta: amé la imagen, aunque fuese en cera refundida. Cirilo, cítara del Espíritu Santo, exclama: 'Muchas veces contemplo la imagen dolorida del Señor y rompen, sin que pueda impedirlo, mis ojos en lágrimas'. Y si los seis primeros concilios nunca reprobaron el culto de las imágenes ¿querrás saber tú más que los concilios? Emperador, tú debes procurar el bien temporal del Estado, de los Padres de la Iglesia y vigilar por la integridad de la fe».

          

     Envió el santo esta carta al Emperador. El tirano no pudo resistir ya tanta constancia. Remitió al monasterio un dignatario para que lo destruyese, maltratase a los monjes y secularizase a la comunidad: al santo, cargado de cadenas, lo encerró largo tiempo en una oscura cárcel de Bizancio. ¿Qué pretendía con esto el Emperador? Rendir la fortaleza del santo y atraerlo a su impiedad. La víspera de llamarle a su presencia, había dictado sentencia de destierro contra el abad Teodoro, cuya constancia e integridad tentó en vano con tormentos.

     Al siguiente día mandó a Teófanes comparecer ante su tribunal, más los sacerdotes sugirieron al Emperador que no convenía a su majestad que aguantase alguna insolencia de boca de aquel hombre, señalado entre todos por su protervia y tenacidad. Retractó el tirano la orden y dispuso que despedazasen al santo el pecho y las espaldas con trescientos azotes y lo devolviesen a la cárcel. Repitiose al día siguiente el tormento y el santo permaneció constante en la confesión de la fe, por lo que, rendido el Emperador, lo desterró a la isla de Samotracia, región pobre e insaludable donde, consumido de hambre y de sed, descansó a los pocos años en la paz del Señor (...)

SIMEÓN METAFRASCO [fallecido en el 965]. Vida de San Teófanes.



Islam

     En la Península Arábiga surgirá a comienzos del siglo VII una joven y pujante fuerza que, a partir de la predicación de Mahoma, se dispondrá a luchar por el control de la ribera mediterránea y que, de la mano de los califas ortodoxos y del Califato Omeya, no tardará en llegar a las «columnas de Hércules» e incluir, mediante la conquista planificada, a la Península Ibérica en su área de dominio. A partir de aquel momento, y al amparo de fórmulas políticas más o menos tolerantes, la idea de Umma rivalizará con pleno derecho frente a una cristiandad debilitada y dividida. De la misma manera que Bizancio encuentra en la profundización de sus propias raíces culturales su criterio de autoafirmación diferenciadora, el Islam, a través del Imperio abbasí, hace de la coherente y radical islamización de sus mecanismos de acción política la bandera de su fuerza expansiva frente a las «Cristiandades». Islamización profunda y orientalización son elementos indisociables que hacen bascular el eje político del Califato hacia Bagdad, al tiempo que distintas corrientes de descontento hacen de la fitna religiosa su propio soporte de sustentación política. Junto a los fatimíes norteafricanos, la evolución del Emirato independiente hasta su conversión en Califato de Córdoba constituye el mejor ejemplo de ello. El desgarro político-religioso, sin embargo, no provocó la paralización de un auge que llevaría a la cultura y a la civilización islámicas a cotas de incomparable desarrollo en los siglos IX y X.




Mahoma y su doctrinaVolver al índice



Cristianos y judíos según El Corán

     Son infieles quienes dicen: «Dios es el Mesías, hijo de María»; pues el Mesías dijo: «Hijos de Israel: Adorad a Dios, mi Señor y a vuestro Señor». Ciertamente, a quien asocia a Dios, Dios le prohibirá entrar en el Paraíso: su asilo será el fuego, pues los injustos no tienen defensores. Son infieles quienes dicen: «Dios es el tercero de una tríada»: No hay Dios, sino un único Dios. Si no cejan en lo que dicen, realmente, quienes de entre ellos no creen, tocarán un tormento doloroso. ¿No volverán a Dios y le pedirán perdón? Dios es indulgente, misericordioso. El Mesías, hijo de María, no es más que un Enviado; antes que él han existido enviados; su madre era verídica, ambos comían alimento. Observa como aclaramos las aleluyas a los cristianos; y a continuación fíjate en cómo se apartan. Di: «¿Adoraréis, prescindiendo de Dios, lo que no tiene para vosotros mal ni bien?». Dios es el Oyente, el Omnisciente. Di: «¡Gente del Libro! No exageréis en vuestra religión profesando algo distinto de la verdad; no sigáis los deseos de unas gentes que ya antes se extraviaron e hicieron extraviar a muchos y que se extraviaron de la buena senda».

     Quienes entre los Hijos de Israel no creen, han sido maldecidos por boca de David y de Jesús, hijo de María. Eso porque desobedecieron, fueron transgresores de la ley, no se prohibieron el mal que hacían. ¡Cuán malo es lo que hacían! Ves a muchos de ellos tomar por amigos a quienes no creen. ¡Cuán malo es lo que sus almas les sugieren cuando Dios se ha indignado con ellos! Ellos permanecerán eternamente en el tormento. Si creyeran en Dios, en el Profeta y en lo que le ha hecho descender, no tomarían a los infieles por amigos. Pero la mayoría de ellos son perversos (...)

     Acuérdate de cuando Dios dijo: «Jesús, hijo de María, recuerda el beneficio que dispensé sobre ti y sobre tu madre cuando te auxilié con el Espíritu Santo diciendo: 'Hablarás a los hombres en la cuna con madurez'». Acuérdate de cuando te enseñé el Libro de la Sabiduría, el Pentateuco, y el Evangelio, y cuando creaste de arcilla algo semejante a la forma de los pájaros, con Mi permiso, y soplaste en ellos y fueron pájaros con Mi permiso; cuando curaste al ciego de nacimiento y al leproso con Mi permiso; cuando hiciste salir a los muertos de su sepulcro con Mi permiso, y cuando aparté de ti a los Hijos de Israel en el momento en que les traíais pruebas manifiestas, quienes entre ellos no creían dijeron: «Esto no es más que magia manifiesta». Acordaos de cuando inspiramos a los apóstoles diciendo: «Creed en Mí y en mi Enviado». Respondieron: «Creemos, atestigua, que nosotros estamos sometidos a la voluntad de Dios».

El Corán, Azora V, aleyas 76-84 y 109-111. Trad. J. Vernet, El Corán, Barcelona, 1953, pp. 69-72.



La «guerra santa» en El Corán

     Combatid a vuestros enemigos en la guerra encendida por defensa de la religión; pero no ataquéis los primeros. Dios niega a los agresores.

     Matad a vuestros enemigos donde quiera que los encontréis; arrojadlos de los lugares de donde ellos os arrojaron antes. El peligro de cambiar de religión es peor que el crimen. No combatáis a los enemigos cerca del Templo de Haram a menos que ellos os provoquen. Más si os atacaran, bañaos en su sangre. Tal es la recompensa debida a los infieles.

     Si ellos abandonan el error el Señor es indulgente y misericordioso.

     Combatid a vuestros enemigos hasta que nada tengáis que temer de la tentación, hasta que el culto divino haya sido restablecido, que toda enemistad cese contra los que han abandonado los ídolos. Vuestro odios solo deben encenderse contra los perversos.

     Si os atacaran durante los meses sagrados y en los lugares santos, hacedles sufrir la pena del talión; violad las leyes que en sus códigos equivalgan a la que ellos os han violado. Temed al Señor; acordaos de que él está con aquellos que le temen (...)

     Si te preguntan si han de combatir en los meses sagrados respóndeles: «La guerra durante este tiempo os será penosa»; pero separar los creyentes del camino recto, ser infieles a Dios, arrojar a sus servidores del templo sagrado, son crímenes horribles a los ojos del Altísimo. La idolatría es peor que el crimen. Los infieles no cesarán de perseguiros con las armas en la mano, hasta que os hayan arrebatado vuestra fe, si esto les es posible. Aquel de vosotros que abandone el islamismo y muera en su apostasía habrá anulado el mérito de sus obras en este mundo y en el otro. Las eternas llamas le quemarán eternamente.

     Los creyentes que abandonaron su patria y combatieron por la fe pueden esperar la misericordia divina, Dios es indulgente y misericordioso.

El Corán, aleya 2, vers. 186-190 y 214-215.



Deberes para con el prójimo según El Corán

     Adorad a Dios y no le asocies nada en esta adoración. Amad a vuestro padre y a vuestra madre, a los que os rodean a los huérfanos, a los pobres, al cliente y al camarada, por ser vecinos vuestros, al viajero y a vuestros esclavos. Dios no ama al que es insolente y fatuo. No ama a los que son avaros, a los que hacen que otros lo sean, ni a los que ocultan el favor que Dios les ha concedido. Hemos preparado un tormento envilecedor para los infieles. Dios no ama a los que derrochan ostensiblemente sus bienes ante los hombres sin creer en Él ni en el día final. El que tiene por compañero al Demonio ¡qué detestable compañero tiene!

El Corán, aleya IV, vers. 40-42.




Califas ortodoxos y dinastía omeyaVolver al índice



Las primeras acuñaciones musulmanas bajo la administración omeya

     Cuando la autoridad se afirmó en favor de Abd al-Malik ibn Marwan, a la muerte de Abd Allah y de Mus'ab, hijos de al-Zubary, el califa se interesó por las monedas, pesos y medidas, acuñando dinares y dracmas en el año 76 [hacia el 695-696]. estableció el peso del dinar en 22 quilates menos un grano de cebada, al peso sirio, y fijó el peso del dirham en 15 quilates justos, equivaliendo el quilate a 4 granos [de cebada] y cada daneq a 2 quilates y medio. Escribió entonces a al-Hachchach, que se encontraba en Iraq, y le ordenó que acuñase dirhemes bajo su propia responsabilidad. Y este los acuñó. Estas monedas llegaron después a Medina, donde aún quedaban supervivientes de los Compañeros del Profeta -¡La satisfacción de Allah sea sobre todos ellos!- que no desaprobaron más que el grabado de los dinares puesto que llevaba una imagen (...)

     La razón por la cual Abd al-Malik acuñó dinares y dirhemes de esta forma es que Jalid ibn Yazid ibn Mu'awiyya ibn Abi Sufyan le dijo: «Oh, Príncipe de los Creyentes, los doctores de las Gentes del Primer Libro cuentan cómo ellos han encontrado en sus textos que los príncipes que han vivido más tiempo son los que han santificado en nombre de Allah en la moneda». El califa decidió entonces acuñar moneda instituyendo de esta forma el cuño [sikka] musulmán. Incluso se dice que Abd al Malik escribió en la cabecera de la carta que dirigió al Basileus: «Di: Él es Allah, es único», mencionando el nombre del Profeta en la redacción de la fecha. Todo ello no agradó al Basileus que respondió: «Si no abandonas esta práctica, nosotros nombraremos a vuestro Profeta en nuestro solidi de una manera que te hará poca gracia». Esto fue muy penoso para Abd al Malik, por lo que consultó a los que le rodeaban. Jalid ibn Yazid le aconsejó entonces acuñar moneda [propia del Islam] y abandonar los solidi bizantinos; cosa que efectivamente hizo.

     El que fabricó los [cospeles de estos] dirhemes fue un judío de Tayma, llamado Sumayr, por lo que los dirhemes fueron bautizados con su nombre y llamados sumayriyya. Abd al Malik envió los tipos a al-Hachchach que, a su vez, los envió a las provincias para que los dirhemes fuesen acuñados de esta forma, ordenando, además, a todas las ciudades que cada mes le informasen por carta del dinero que se había reunido para que él pudiese mantener un control (...)

     En una de las caras del dirhem hizo grabar: «Allah es único» y en la otra: «No hay más Dios que Allah»; por sus dos lados adornó el dirhem con una orla, en el interior de la cual hizo escribir, en un lado: «Ha sido acuñado este dirhem en tal ciudad», y en el otro: «Mahoma es el Enviado de Allah. Lo ha mandado con la dirección y la religión verdadera para elevarse sobre todas las religiones aunque los asociadores lo odien».

D. EUSTACHE, Etude de numismatique et de métrologie musulmanes, «Hesperis Tamuda, Rabat», X, núm.. 1-2, 1969, p. 106. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval [siglos V al XII], Barcelona, 1975, pp. 274-276.



Primeros pasos del expansionismo musulmán: la batalla de Yarmuk de 636

     Heraclio reunió grandes contingentes de griegos, sirios, mesopotamios y armenios hasta sumar casi 200.000 hombres. Colocó este ejército al mando de un jefe escogido y envío como vanguardia a Jabalah ibn-al-Aiham al-Ghassani, a la cabeza de los árabes «naturalizados» de Siria, de las tribus de Lakhm, Judham y otras, resuelto a combatir a los musulmanes para vencerles o retirarse a la tierra de los griegos a vivir en Constantinopla. Los musulmanes se reunieron y el ejército griego marchó contra ellos. Trabaron batalla, de las más feroces y sangrientas, en al-Yarmuk, que es un río. En esta batalla tomaron parte 24.000 musulmanes y tanto los Griegos como sus seguidores se ataban unos a otros con cadenas para que ninguno tuviera esperanza de huir. Con la ayuda de Allah fueron muertos unos 70.000 de ellos, y los restantes huyeron, llegando a Palestina, Antioquía, Alepo, Mesopotamia y Armenia (...)

     Cuando Heraclio recibió las noticias sobre las tropas en al-Yarmuk y la destrucción de su ejército por los musulmanes, huyó de Antioquía a Constantinopla. Al pasar el ad-Darb volviose y dijo: «La paz sea contigo, Siria, ¡Qué excelente país para el enemigo!».

AL-BALADHURI, La Conquista de las Tierras. Recoge: F. Spinosa, Antología de Textos Históricos medievales, Lisboa, 1976, pp. 98-99.



El ataque árabe a Constantinopla en el 677

     Constante fue muerto a traición por sus criados en Sicilia cuando estaba en el baño. Después de haber reinado veintisiete años, le sucedió su hijo Constantino.

     Fue al comienzo de su reinado cuando el príncipe de los sarracenos equipó una potente flota, de la que dio el mando a un excelente hombre de guerra llamado Caler. Este abordó el Ebdome, que está en las afueras de Constantinopla. Constantino le salió al encuentro con gran número de barcos. Cada día se dieron varios combates y la guerra siguió sin descanso desde la primavera hasta el otoño, en que la flota enemiga se retiró a invernar en Cizico. Volvió en la primavera siguiente para proseguir la guerra, que, de esta forma, duró siete años. Pero al fin, como estos bárbaros, lejos de conseguir ventajas, habían perdido algunos de sus más valientes hombres, se retiraron a su país, siendo atacados por una tempestad en la que perecieron casi todos.

     Cuando el príncipe de los sarracenos supo la nueva de la pérdida de su flota, envió embajadores al emperador para solicitar la paz y ofrecer un tributo. El emperador aceptó la propuesta y envió hacia ellos a Juan, patricio llamado Petzgodio, hombre de rara sabiduría y profunda experiencia. Cuando llegó a su país acordó una tregua de treinta años, durante el cual pagaron tres mil piezas de oro y entregaron cincuenta hombres y cincuenta caballos.

     Apenas la noticia llegó a los avaros, enviaron presentes al emperador, solicitándole la paz que se acordó. Así, tanto Oriente como Occidente disfrutaron de una profunda calma y una perfecta tranquilidad.

NICEFORO, Histoire des empereurs Constantin, Heracle et leurs successeurs, T. III de Histoire de Constantinople, París, 1685, pp. 358-359. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, pp. 156-157.



El fin de los omeyas visto por Ibn al-Abbar [siglo XIII]

     'Abd al-Malik era más decidido que Yazid, y sabía mejor el camino hacia lo que quería. Escribió a su esbirro -cuya terquedad temía- que le evitara la sangre de la familia de la Casa y los respetase, y no reanudase en ellos la obra de la familia de Harb. Pero los aniquiló, haciendo del saqueo de sus propiedades la causa de su muerte. En cuanto a sus hijos, le obedecieron en su iniquidad y transgresión, y extendieron a la familia de los dos nietos [del Profeta] el mal de sus lenguas y de sus manos [Corán, LX, 2]. Mas se abalanzaron sobre ellos los hijos de Abbas, cuya valentía y arrojo son conocidos; los eliminaron y vaciaron sus lechos y sus púlpitos: «¿Acaso percibes a alguno, u oyes algún ruido de ellos?» [Corán, XIX, 98]. Marwan al-Yadi ofreció un banquete e hizo venir a los principales de Quraysh. Pero entró a comer su devorador, cAbdallah b. cAli, y viendo al-Yadi que comía a mandíbula batiente lo que tenía delante, dijo: «Este muchacho es un tragón». Y tomó venganza por su propia mano, que a veces una palabra coincide con el destino. Marwan temió por quienes venían tras él, y le pidió prometiera protegerles. Pero dijo cAbdallah: «Tu sangre nos pertenece, así como tu harén». Y obró en consecuencia, tras matar a quienes mató, y prolongar con sus sangres el primer y el segundo trago: «Como el pez cuya sed no se apaga con lo que bebe y continúa sediento aunque su boca esté dentro del agua».

«La epopeya de los alíes». Enfrentamientos entre shi'itas y sunnitas relatados por un andalusí del s. XIII, Madrid, 1990, pp. 86-87.




Radicalización abbasíVolver al índice



Los fatimíes conquistan el Norte de África

     Ismail fue el primero que designó como gobernador del reino de Sicilia a los Banu Abu-l-Hasan, los cuales, después de él, continuaron allí.

     Murió -Dios tenga piedad de él- el último día de Sawwal del año 341 [19 de marzo del 953] y le sucedió -Dios tenga compasión de él- su hijo Abu Tamim Ma'dd, apodado al-Mu'izz.

     Es [éste] el más grande de los monarcas Ubaydies en poder y el mayor en dignidad. Gozaba de difundido renombre y era muy orgulloso, grave, de gran dulzura y poseído de sí mismo, hasta el punto de que se asegura haber ordenado decir al almuédano: «Atestiguo que no hay más Dios que Allah y atestiguo que Ma'add es el enviado de Allah» (...)

     Se apoderó de todos los países del Magrib al Mar Océano, de Barqa y de Alejandría, y más tarde de Misr, Siria y el Hiyaz, bajo el mando de su general, el secretario Yawhar, siendo acatadas sus órdenes desde los confines de Siria y del Hiyaz hasta el Extremo Sur. Entró en Misr el martes día 17 de Sa'ban del año 358 [6 de julio del 969], y su almuédano dijo el adán especial de su secta en la mezquita de Tulun, el año 360 [970] (...) Estableció en Misr su residencia y reinó en Siria y en el Hiyaz, después de designar representante suyo en el Magrib al sinhayi Buluqqinub. Ziri al-Manadi en cuya mano colocó su sello. Sostuvo grandes guerras con los gobernadores abbasíes en Siria antes de dominarla, y se cita que hizo salir a Yawhar al encuentro de Aftikin el turco, con una hueste en la que figuraban 600 atabales y 5.000 estandartes.

     Murió en al-Mu'izziya, a la que edificó en Egipto, el domingo, día 6 de Du-l-Hiyya del año 364 [17 de agosto del 975] -gloria al vivo que es inmortal- y le sucedió Nizar.

«El África del Norte en el A'Mal Al-A'lam de Ibn Al-Jatib», ed. Castrillo Márquez, Madrid, C. S. I. C., 1958, pp. 134-138. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid 1978, p. 167.




Al-Andalus: del emirato dependiente al califatoVolver al índice



Conquistas de Tárik en la Península Ibérica

     Marchó enseguida Tárik a la angostura de Algeciras, y después a la ciudad de Écija: sus habitantes, acompañados de los fugitivos del ejército grande, saliéronle al encuentro, y se trabó un tenaz combate, en que los musulmanes tuvieron muchos muertos y heridos. Dios les concedió al fin su ayuda, y los politeístas fueron derrotados, sin que los musulmanes volviesen a encontrar tan fuerte resistencia. Tárik bajó a situarse junto a una fuente que se halla a cuatro millas de Écija, a orillas de su río, y que tomó el nombre de «fuente de Tárik».

     Infundió Dios el terror en los corazones de los cristianos cuando vieron que Tárik se internaba en el país, habiendo creído que haría lo mismo que Tarif, y huyendo hacia Toledo, se encerraron en las ciudades de España. Entonces Julián se acercó a Tárik y le dijo: «Ya has concluido con España: divide ahora tu ejército, al cual servirán de guías estos compañeros míos, y marcha tú hacia Toledo». Dividió, en efecto, su ejército desde Écija y envió a Moguits Ar-Romí, liberto (...) a Córdoba, que era entonces una de sus mayores ciudades, y es actualmente fortaleza de los muslimes, su principal residencia y capital del reino, con 700 caballeros, sin ningún peón, pues no había quedado musulmán sin caballo. Mandó otro destacamento a Rayya, otro a Granada, capital de Elvira, y se dirigió él hacia Toledo con el grueso de las tropas.

     Moguits caminó hasta llegar a Córdoba y acampó en la alquería de Xecunda, en un bosque de alerces que había entre las alquerías de Xecunda y Tarçail. Desde aquí mandó algunos de sus adalides, quienes cogieron y llevaron a su presencia un pastor que andaba apacentando su ganado en el bosque. Pidíole Moguits noticias de Córdoba, y dijo que la gente principal había marchado a Toledo, dejando en la ciudad al gobernador con 400 defensores y la gente de poca importancia. Después le preguntó por la fortaleza de sus murallas, a lo que contestó que eran bastante fuertes, pero que sobre la puerta de la Estatua, que es la del puente, había una hendidura, que les describió. Llegada la noche, se acercó Moguits y favoreciendo Dios su empresa con un fuerte aguacero, mezclado con granizo, pudo con la oscuridad aproximarse al río, cuando los centinelas habían descuidado la guardia por temor al frío y a la lluvia, y solo se escuchaban algunas voces de alerta, dadas débilmente y a largos intervalos. Pasó la gente el río, que solo distaba del muro 30 codos, o menos, y se esforzaron por subir a una muralla: más como no encontrasen punto de apoyo, volvieron a buscar al pastor, y habiéndole traído, les indicó la hendidura, que si bien no estaba a la haz de la tierra, tenía debajo una higuera. Entonces se esforzaron por subir a ella, y después de algunas tentativas, un musulmán logró llegar a lo alto. Moguits le arrojó la punta de su turbante, y por este medio treparon muchos al muro. Montó Moguits a caballo y se colocó delante de la puerta de la Estatua, por la parte de afuera, después de haber dado orden a los que habían entrado de que sorprendiesen la guardia de esta puerta, que es hoy la del puente: en aquel tiempo estaba destruido y no había puente ninguno en Córdoba. Los muslimes sorprendieron, en efecto, a los que guardaban la puerta de la Estatua, llamada entonces de Algeciras, mataron a unos y ahuyentaron a otros (...) Moguits se dirigió al palacio del rey, más este al saber la entrada de los musulmanes, había salido por la puerta occidental de la ciudad, llamada puerta de Sevilla, con sus 400 ó 500 soldados y algunos otros, y se habían guarecido en una iglesia dedicada a San Acisclo, que estaba situada en la parte occidental y era firme, sólida y fuerte. Ocupó Moguits el palacio de Córdoba, y al siguiente día salió y cercó al cristiano en la iglesia, escribiendo a Tárik la nueva conquista.

     El destacamento que fue hacia Rayya la conquistó, y sus habitantes huyeron a lo más elevado de los montes; marchó enseguida a unirse con el que había ido a Elvira, sitiaron y tomaron su capital y encontraron en ella muchos judíos. Cuando tal les acontecía, en una comarca reunían todos los judíos de la capital y dejaban con ellos un destacamento de musulmanes, continuando su marcha el grueso de las tropas. Así lo hicieron en Granada, capital de Elvira, y no en Málaga, capital de Rayya, porque en esta no encontraron judíos ni habitantes, aunque en los primeros momentos de peligro allí se habían refugiado.

     Fueron después a Todmir, cuyo verdadero nombre era Orihuela, y se llamaba Todmir del nombre de su señor [Teodomiro], el cual salió al encuentro de los musulmanes con un ejército numeroso, que combatió flojamente, siendo derrotado en un campo raso, donde los musulmanes hicieron una matanza tal, que casi los exterminaron. Los pocos que pudieron escapar huyeron a Orihuela, donde no tenían gente de armas ni medio de defensa; más su jefe Todmir, que era hombre experto y de mucho ingenio, al ver que no era posible la resistencia con las pocas tropas que tenía, ordenó que las mujeres dejasen sueltos sus cabellos, les dio cañas y las colocó sobre la muralla de tal forma que pareciesen un ejército, hasta que él ajustase las paces. Salió enseguida a guisa de parlamentario, pidiendo la paz que le fue otorgada (...) Después de haber puesto en noticia de Tárik las conquistas alcanzadas y de haber dejado allí [con Teodomiro] algunas tropas (...) marchó el grueso del destacamento hacia Toledo para reunirse con Tárik.

     Moguits permaneció tres meses sitiando a los cristianos en la iglesia, hasta que una mañana vinieron a decirle que el cristiano [principal] había salido, huyendo a rienda suelta en dirección a la sierra de Córdoba, a fin de reunirse con sus compañeros en Toledo, y que había dejado en la iglesia a sus soldados. Moguits salió en su persecución solo y le vio que huía en su caballo (...) llegó a un barranco donde su caballo cayó y se desnucó. Cuando llegó Moguits (...) se entregó prisionero, siendo el único de los reyes cristianos que fue aprehendido, pues los restantes o se entregaron por capitulación o huyeron a Galicia. Después volvió Moguits a la iglesia, hizo salir a todos los cristianos y mandó que les cortasen la cabeza, tomando entonces esta iglesia el nombre de la iglesia de los prisioneros. El cristiano principal permaneció preso para ser conducido ante el emir de los creyentes. Reunió Moguits en Córdoba a los judíos, a quienes encomendó la guarda de la ciudad, distribuyó en ella a sus soldados y se aposentó en el palacio.

     Tárik llegó a Toledo, y dejando allí algunas tropas, continuó su marcha hacia Guadalajara, después se dirigió a la montaña, pasándola por el desfiladero que tomó su nombre, y llegó a una ciudad que hay en la otra parte del monte, llamada Almeida [La Mesa], nombre debido a la circunstancia de haberse encontrado en ella la mesa de Salomón, hijo de David, cuyos bordes y pies, en número de 365, eran de esmeralda verde. Llegó después a la ciudad de Amaya, donde encontró alhajas y riquezas, y (...) volvió a Toledo en el año 93.

AJBAR MACHMUA [Colección de tradiciones], «Crónica anónima del siglo XI», Trad. E. Lafuente, Col. «Obras arábigas de Historia y Geografía», Madrid, 1867, pp. 20-31. Recoge: C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, Lecturas históricas españolas, Madrid, 1981, pp. 35-37.



Las calamidades de España ante la irrupción musulmana

     ¿Quién podrá pues narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos los miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera, la naturaleza humana referir la ruina de España ni tantos y tan grandes males como esta soportó. Pero para contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según el testimonio de las Escrituras, y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los Apóstoles, alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España, tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente, y ahora está hecha una desdicha.

Crónica mozárabe de 754, cap. 6. Ed. J. E. LÓPEZ PEREIRA.



Cristianos y musulmanes enjuician Covadonga

     Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva, y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva. El predicho obispo subió a un montículo situado ante la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: «Pelayo, Pelayo, ¿ dónde estás?». El interpelado se asomó a la ventana y respondió: «Aquí estoy». El obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿Podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: Vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó: «Verdaderamente, así está escrito». Pelayo dijo: «Cristo es nuestra esperanza; que por este pequeño montículo que ves sea España salvada y reparado el ejército de los godos. Confío en que se cumplirá en nosotros la promesa del Señor, porque David ha dicho: «¡Castigaré con mi vara sus iniquidades y con azotes sus pecados, pero no les faltará mi misericordia!». Así, pues, confiando en la misericordia de Jesucristo, desprecio esa multitud y no temo el combate con que nos amenazas. Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede libarnos de estos paganos». El obispo, vuelto entonces al ejército, dijo: «Acercaos y pelead. Ya habéis oído cómo me ha respondido; a lo que adivino de su intención, no tendréis paz con él, sino por la venganza de la espada».

     Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos.

«Crónica de Alfonso III». Ed. GÓMEZ MORENO, B. R. A. H., C, 1932, p. 612.



La figura de Pelayo vista por los musulmanes

     Dice Isa ben Ahmand Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en Al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo: «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fafila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años y el de su hijo dos. Después de ambos reinó Alfonso, hijo de Pedro, abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado.

Nafh al-tib de AL-MAQQARI. Trads. LAFUENTE ALCÁNTARA, Col. «Obr. Ar. Ac. Ha.», I., p. 230 y M. ANTUÑA; C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Fuentes de la historia hispano-musulmana (siglo VIII), p. 232.



El pacto de Teodomiro con Abd Al-Aziz

     En el nombre de Allah, clemente y misericordioso. Escrito dirigido por Abd Al-Aziz ibn Musa ibn Nusayr a Tudmir ibn Abdush.

     Este último obtiene la paz y recibe el compromiso, bajo la garantía de Allah y la de su profeta, de que no será alterada su situación ni la de los suyos; de que sus derechos de soberanía no le serán discutidos; de que sus súbditos no serán asesinados, ni reducidos a cautividad, ni separados de sus mujeres e hijos, de que no serán estorbados en el ejercicio de su religión; y de que sus iglesias no serán incendiadas ni despojadas de los objetos de culto que en ellas existen; todo ello mientras cumpla las cargas que le imponemos. Le es concedida la paz mediante estas condiciones que regirán en las siete ciudades siguientes: Orihuela, Baltana, Alicante, Mula, Elche, Lorca e Iyyith. Además no deberá dar asilo a nadie que huya de nosotros, o que sea nuestro enemigo; ni hacer daño a quien goce de nuestra amnistía; ni mantener ocultas las noticias relativas a los enemigos que lleguen a su conocimiento. Él y sus súbditos deberán pagar al año un tributo personal consistente en un dinar en metálico, cuatro almudes de trigo y cuatro de cebada, cuatro medidas de mosto, cuatro de vinagre, dos de miel y dos de aceite. Esta tasa quedará reducida a la unidad para los esclavos. Lo cual firmaron como testigos Uthman ben Abi Abda al-Quraixí y Habib ben Abi Ubaida al-Fihrí y Abd Allah ben Maisara al Fahtimí y Abu-l-Qasim al-Udhailí. Escrito a cuatro de rachab del año 94 de la Héjira.

Ed. E. LEVÍ PROVENÇAL, «España musulmana», Historia de España, IV, Madrid, 1950, p. 21 y C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La España musulmana, I, Buenos Aires, 1960, pp. 42-43.



Ocupación de España por los musulmanes

     En la era del 749, mientras por dichos enviados [Tariq y otros] se devastaba España y se combatía con gran furor, no solo contra los enemigos, sino también entre sí, Muza (...) entró hasta la ciudad real de Toledo, castigando a las ciudades vecinas con mala paz fraudulenta, y a algunos nobles, señores varones que de algún modo se habían quedado, llegando a Toledo huyendo de Opas, hijo del rey Egica, los mató con la espada en el patíbulo, y con este motivo mató a todos con la espada.

     De este modo, no solo la España Ulterior, sino también la Citerior, hasta Zaragoza, antiquísima y floreciente ciudad, abierta ya por manifiesto juicio de Dios, la despobló con la espada, el hambre y el cautiverio; destruyó, quemándolas con el fuego, las bellezas ciudadanas; envió a la cruz a los señores y poderosos del siglo, y descuartizó con los puñales a los jóvenes y pequeños. Y así incita a todos con semejante terror, y algunas ciudades que habían quedado, viendose forzadas, piden la paz, y persuadiendo o burlando con astucia a algunos no de modo acostumbrado, concede lo pedido.

     Pero, los que habiendola obtenido, se niegan a obedecer, aterrados por el miedo, e intentan huir a los montes, mueren de hambre y de diversas muertes. Y en la misma desgraciada España, en Córdoba, en la antigua sede patricia, que siempre había sido la más opulenta de las ciudades vecinas y hacían las delicias del reino visigodo, colocan el inhumano reino.

Crónica Mozárabe del 754. Ed. MOMMSEN, Chron. minora, II, 353. En GARCÍA GALLO, Manual de Historia del Derecho Español, vol. II, Antología de fuentes del Antiguo Derecho, pp.432-433.



La jornada del arrabal

     En 198 [31 de agosto de 813] tuvo lugar en Córdoba la revuelta llamada del arrabal. Los hechos pasaron de la manera siguiente: el príncipe omeya reinante Al-Hakam ben Hixam casi no se ocupaba más que en jugar, cazar, beber y otros placeres semejantes y, por otra parte, la ejecución de muchos de los principales habitantes de la ciudad le hicieron odioso a la población, que era injuriada y maltratada por los mercenarios del emir.

     El desorden llegó a tal punto que, cuando se convocaba a la plegaria, el populacho gritaba: «¡Ven a rezar, borracho, ven a rezar!», y cuando alguno lanzaba esta injuria, los otros aplaudían. Entonces, Al-Hakam comenzó a rodear Córdoba con un recinto fortificado, guarnecido de zanjas: acuarteló la caballería en la puerta de su palacio, donde había siempre una tropa armada, y aumentó el número de sus mamelucos. Todas estas precauciones no hicieron más que acrecentar el odio de la población, que estaba persuadida de que quería vengarse de todas sus afrentas. Enseguida estableció el impuesto del diezmo sobre las mercaderías, impuesto que habría de cobrarse cada año sin remisión, lo que fue mal visto por el pueblo. Al-Hakam se apoderó de diez de los principales exaltados y les hizo ejecutar y crucificar, con lo que dio ocasión de cólera a las gentes del arrabal. Añádase a todo esto que un mameluco del príncipe llevó su espada a casa de un bruñidor para hacerla limpiar, y como este la remitiera a su dueño más tarde de lo convenido, el mameluco tomó la espada y golpeó con ella al obrero hasta dejarle muerto. Ocurrió esto en Ramadan [abril-mayo del 814] del año referido.

     Las gentes del arrabal meridional empuñaron los primeros las armas, y todos los otros arrabales les siguieron. El chund, los omeyas y los esclavos negros se concentraron en el palacio y Al-Hakam procedió a la repartición de los caballos y de las armas, así como a la reunión de sus compañeros.

     Se entabló la lucha y fue favorable a las gentes del arrabal, que cercaron el palacio. Entonces Al-Hakam descendió de la terraza donde se encontraba y fue, a caballo y armado, a reanimar el valor de los suyos, que se batieron a su vista con encarnizamiento (...)

     Al-Hakam consultó con Abd al-Qarim ben Abd al-Wahid ben Abd al-Mugayth, su último confidente, quien le aconsejó clemencia. Tal fue el partido que tomó el príncipe, a pesar del dictamen contrario emitido por otro, y perdonó a los rebeldes, pero con amenaza de muerte y crucifixión para todos los habitantes del arrabal que no hubiesen partido del arrabal en el plazo de tres días. Los sobrevivientes salieron a escondidas, expuestos a toda clase de penas y humillaciones, llevando lejos de Córdoba a sus mujeres, sus hijos, sus riquezas de más fácil transporte. Los soldados y malhechores estaban en acecho para saquearles y mataban a quienes osaban resistir.

     Terminado el plazo de tres días, Al-Hakam dio orden de respetar a las mujeres, a las que reunió en el mismo lugar, e hizo destruir el arrabal meridional [de Secunda] (...)

BEN AL-ATHIR, Kamil fi-l-Tarif, según versión francesa de Fagnan, pp. 165-177. Recoge: J. L. MARTÍN, Historia de España. Alta Edad Media, Historia 16, Madrid, 1980, p. 50.



Mercado de libros en Córdoba

     Estuve -dice el bibliófilo Al-Hadrami- una vez en Córdoba y solía ir con frecuencia al mercado de libros por ver si encontraba en venta uno que tenía vehemente deseo de adquirir. Un día, por fin, apareció un ejemplar de hermosa letra y elegante encuadernación. Tuve una gran alegría. Comencé a pujar: pero el corredor que los vendía en pública subasta todo era revolverse hacia mí indicando que otro ofrecía mayor precio. Fui pujando hasta llegar a una suma exorbitante, muy por encima del verdadero valor del libro bien pagado. Viendo que lo pujaban más, dije al corredor que me indicase la persona que lo hacía, y me señaló a un hombre de muy elegante porte, bien vestido, con aspecto de persona principal. Acerquéme a él y le dije: «Dios guarde a su merced. Si el doctor tiene decidido empeño en llevarse el libro, no porfiaré más; hemos ido ya pujando y subiendo demasiado». A lo cual me contestó: «Usted dispense, no soy doctor. Para que usted vea, ni siquiera me he enterado de qué trata el libro. Pero como uno tiene que acomodarse a las exigencias de la buena sociedad de Córdoba, se ve precisado a formar biblioteca. En los estantes de mi librería tengo un hueco que pide exactamente el tamaño de este libro, y como he visto que tiene bonita letra y bonita encuadernación, me ha placido. Por lo demás, ni siquiera me he fijado en el precio. Gracias a Dios me sobra dinero para esas cosas». Al oír aquello me indigné, no pude aguantarme, y le dije: «Sí, ya, personas como usted son las que tienen el dinero. Bien es verdad lo que dice el proverbio: 'Da Dios nueces a quien no tiene dientes'. Yo sé el contenido del libro y deseo aprovecharme de él, por mi pobreza no puedo utilizarlo».

 Magrib de BEN SAID [Trad. de RIBERA: Disertaciones y opúsculos, I, p. 203. Recoge: J. L. MARTÍN, Historia de España, 3, La Alta Edad Media, Historia 16, Madrid, 1980, p. 84.



Abd al-Rahman III, califa de Córdoba

     El sábado día 2 de du-l-hichcha de este año [17 de enero del 929], fueron despachadas cartas suyas dirigidas a los ummal de sus diferentes provincias, conforme a una redacción única. He aquí la copia de una de estas cartas:

          

     «En el nombre de Allah, clemente y misericordioso. Bendiga Allah a nuestro honrado profeta Mahoma. Los más dignos de reivindicar enteramente su derecho y los más merecedores de completar su fortuna y de revestirse de las mercedes con que Allah altísimo los ha revestido, somos nosotros, por cuanto Allah altísimo nos ha favorecido con ello, ha mostrado su preferencia por nosotros, ha elevado nuestra autoridad hasta ese punto, nos ha permitido obtenerlo por nuestro esfuerzo, nos ha facilitado lograrlo con nuestro gobierno, ha extendido nuestra fama por el mundo, ha ensalzado nuestra autoridad por las tierras, ha hecho que la esperanza de los mundos estuviera pendiente de nosotros, ha dispuesto que los extraviados a nosotros volvieran y que nuestros súbditos se regocijaran por verse a la sombra de nuestro gobierno (...) En consecuencia hemos decidido que se nos llame con el título de Príncipe de los Creyentes, y que en las cartas, tanto las que expidamos como las que recibamos, se nos dé dicho título, puesto que todo el que lo usa, fuera de nosotros, se lo apropia indebidamente, es un intruso en él, y se arroga una denominación que no merece. Además, hemos comprendido que seguir sin usar ese título, que se nos debe, es hacer decaer un derecho que tenemos y dejarse perder una designación firme. Ordena, por tanto, al predicador de tu jurisdicción que emplee dicho título, y úsalo tú de ahora en adelante cuando nos escribas. Si Allah quiere».

          

     En consecuencia, y conforme a estas órdenes, el predicador de Córdoba comenzó a hacer la invocación en favor de al-nasir li-din Allah, dándole el título de Príncipe de los Creyentes, el día 1.º de du-l-hichcha de este año [16 de enero del 929].

Trad. E. LEVÍ-PROVENÇAL y E. GARCÍA GÓMEZ, Una crónica anónima de Abd al- Rahman III al-Nasir, Madrid-Granada, 1950, pp. 152-153.



Las mujeres andaluzas, según Averroes

     Nuestro estado social no deja ver lo que de sí pueden dar las mujeres. Parecen destinadas exclusivamente a dar a luz y amamantar a los hijos, y este estado de servidumbre ha destruido en ellas la facultad de las grandes cosas. He aquí por qué no se ve entre nosotros mujer alguna dotada de virtudes morales: su vida transcurre como la de las plantas, al cuidado de sus propios maridos. De aquí proviene la miseria que devora nuestras ciudades porque el número de mujeres es doble que el de hombres y no pueden procurarse lo necesario para vivir por medio del trabajo.

Trad. Ribera: Disertaciones y opúsculos, Tomo I, p. 348. Recoge: J. L. MARTÍN, Historia de España, 3, Alta Edad Media, Madrid, 1980, p. 78.



Los jueces de Córdoba

     Yo presencié cierto día una audiencia de Amr ibn Abd Allah, en la mezquita que estaba cerca de su domicilio, y le vi sentado haciendo justicia en medio de la gente; llevaba un vestido mashrikab. Hallábase sentado en un ángulo de la mezquita, rodeado de los que iban a pedirle audiencia (...) En el ángulo opuesto de la mezquita se encontraba Mu'min ibn Sa'id, el cual tenía alrededor suyo un corro de jóvenes estudiantes que iban a recitar versos y a aprender literatura. Los jóvenes que asistían a la clase de Mu'min tuvieron un altercado por no sé qué motivo; uno de ellos lanzó un zapato contra su compañero y, después de pegarle a este, vino a caer el zapato en medio del círculo donde el juez daba audiencia. Los presentes creyeron que el juez, al ver el desacato, se pondría seguramente furioso; sin embargo, no hizo otra cosa que decir: «Estos chicos nos molestan» (...)

     Jalid ibn Sa'd dice que Abd Allah ibn Qasim le refirió que su padre le había contado lo siguiente: Me encontré en cierta ocasión con el juez Muhammad ibn Sulma y me pidió que le comprara un alquicel barragán. Y añade Abd Allah: «Mi padre me mandó que bajara a la calle de los Pañeros, a buscar el alquicel. Bajé y le compré un alquicel por veinticuatro donares y medio; y se lo llevé a mi padre, el cual se lo trajo personalmente al juez». A este le agradó y dijo: «¿Cuánto te ha costado?». «A ti te cuesta -contestole- diez dinares». El juez, creyendo que ese era el precio que había costado, le entregó los diez dinares. Pero unos momentos después vino a ver a mi padre Abu Yahya, el inspector de los habices, y le dijo: «El juez te saluda y te ruega que tomes el alquicel y que le devuelvas los diez dinares, porque necesita ahora ese dinero para otros gastos y no necesita el alquicel». «Yo le daré el dinero que ahora necesita -respondió mi padre no queriendo tomar el alquicel- y que lo utilice hasta que le sea fácil devolvérmelo». Pero el inspector de habices se negó a aceptar, porque el juez había dicho: «Yo no puedo aceptar eso». Y al preguntarle mi padre qué es lo que le había obligado a devolver el alquicel, el juez, que ya había sabido cuál era su verdadero precio, no quiso aceptar y dijo: «Yo creía que el precio del alquicel era de diez dinares, que es la cantidad que yo di; pero cuando he sabido que el alquicel vale más, ya no lo quiero. Me sabe mal, muy mal, que otros carguen con el gasto que solo a mi corresponde».

AL-JUSHANI, Kitab al-qudat bi-Qurtuba, adaptación de la trad. castellana de J. RIBERA, Historia de los jueces de Córdoba por Aljoxaní, Madrid, 1914, pp. 148-149 y pp. 203-204.



El comercio de esclavos en Al-Andalus

     Un hombre de mundo me hizo venir cierto día a su casa para que le redactara el acta de compra de una sierva muy bonita que había adquirido. Le pedí su istibra y ni la tenía, ni el vendedor sabía de qué se trataba. Le dije: «La sierva tendrá que permanecer en casa de una mujer digna de toda confianza, sobre la que os pongáis de acuerdo, o de un hombre de bien, religioso y creyente, que viva con su esposa, hasta que pueda certificar el efectivo cumplimiento del retiro legal» (...)

     Fraudes y engaños de estos mercaderes son el vender esclavos de determinada categoría como si fuesen de otra y los de una raza por otra.

     Se ha hablado mucho de las razas, estampas y naturaleza de los esclavos, de lo que conviene a cada clase, haciendo toda suerte de discursos sobre el particular. Dicen que la sierva beréber [es la ideal para proporcionar] voluptuosidad, la rumiyya, para el cuidado del dinero y de la alacena, la turca para engendrar hijos valerosos, la etíope para amamantar, la mequí para el canto, la medinesa por su elegancia y la iraquí por lo incitante y coqueta.

     En cuanto a los varones, el hindú y el nubio [son apreciados] como guardianes de las personas y bienes, el etíope y el armenio para el trabajo y el servicio, produciendo beneficios [a su dueño], el turco y el eslavo para la guerra y cuanto requiere valor.

     Las bereberes son de natural obediente, las más diligentes [se destinan] al trabajo, las más sanas para la procreación y el placer y las más bonitas para engendrar; les siguen las yemeníes a quienes se parecen las árabes. Los nubios suelen ser de natural obedientes a sus amos, como si hubieran sido creados para la esclavitud, pero son ladrones y poco de fiar. Las hindúes no soportan la humillación, cometen los mayores crímenes y se mueren con facilidad. Las etíopes tienen la naturaleza más dura que Allah haya creado y son las más sufridas para las fatigas, pero les hieden las axilas, lo cual generalmente impide que se las tome. Las armenias son bellas, avaras y poco dóciles al hombre (...)

     Uno de los fraudes más famosos y tretas conocidas [de los vendedores de esclavas] estriba en que tienen unas mujeres arteras, de belleza sin par y admirable hermosura que dominan la lengua romance y parecen rumíes. Cuando comparece alguien que no es del lugar y les pide una hermosa esclava recién importada de los países cristianos, [el comerciante] se compromete a encontrársela pronto (...) Mientras tanto, el comerciante se ha preparado un cómplice [que responda] de la identidad de la esclava, asegurando que es su dueño, quien tiene que recibir su importe y demuestra con documentos que la ha comprado en la Marca Superior. El cliente paga a gusto un elevadísimo precio porque es recién importada y quiere llevarsela [inmediatamente]. En cuanto se ha cerrado el trato ambos [cómplices] se reparten el importe con la esclava.

AL-SAQATI, Kitab fi adab al-hisba, Adaptación de la trad. castellana de P. CHALMETA en «Al-Andalus», 1968, XXXIII, fasc. 2, pp. 370-371, 374-375 y 383-384.

Plena Edad Media (siglos XI-XIII)

     Lo que tradicionalmente hemos definido como 'Plenitud Medieval' (siglos XI al XIII), supone para la cristiandad occidental una fase de crecimiento asentada sobre sólidas aunque coyunturales bases económicas. No hay unanimidad a la hora de buscar los factores que propician tal expansión. El problema de si la capitalización de Occidente vino o no del comercio de largo alcance o de un esfuerzo agrícola fundamentado esencialmente en un «boom» demográfico, o de ambos factores juntos, unidos a favorables condicionamientos naturales y a la adecuada generalización de ciertos avances técnicos, no deja de ser secundario.


Occidente

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     En el Occidente latino algo resultaba evidente: el feudalismo, la alternativa al inoperante universalismo, era la única vía posible para su organización. La historiografía no ha dejado de debatir sobre el auténtico significado del feudalismo y de sus implicaciones socio-económicas y políticas. Sin embargo no parece discutible su protagonismo activo en la «defensa» de Occidente frente a «vikingos», «magiares» y «sarracenos», y mucho menos aún su directa responsabilidad en la conformación estructural de la Europa postcarolingia. Pero el particularismo feudal no era incompatible con el ideal universalista, y setenta años después de desaparecer formalmente el Imperio carolingio, víctima del feudalismo que había asumido y fomentado, renacía bajo la nueva fórmula del Sacro Imperio Romano-Germánico. Pero sus fundadores, los Otónidas -salvo quizá Otón III-, eran antes que nada emperadores alemanes, o mejor, de una amalgama de ducados y principados de origen más o menos germánico, y poco o nada tenían que ver con los procesos de integración «regional» que no tardarían en protagonizar los Capeto en Francia o Cnut «el Grande» en las riberas del Mar del Norte.

     En el plano político, dos modelos pugnan por imponer en Occidente sus principios ordenadores: por un lado, el todavía pujante universalismo que encarnan el Pontificado y el Sacro Imperio, por otro lado, las cada vez más cohesionadas monarquías de estructura feudal, pero de vocación «protonacional». La lucha por el Dominium Mundi, una de cuyas primeras fases no es otra que la «Querella de las Investiduras», acaba desgastando, pese a sus parciales triunfos, la pujanza política de la Teocracia pontificia, al tiempo que el Imperio, todavía potente bajo Federico I y Enrique VI, no tardará en entrar en los prolegómenos de su largo y complejo proceso de descomposición. Junto a ellos, las monarquías feudales, revitalizando su concepción del poder y al amparo de la expansión económica del momento, se impone objetivos de integración territorial y centralización administrativa que comienzan a anunciar ya los cauces de su larga marcha hacia la conformación de modelos «protoestatales». Los casos de Francia e Inglaterra en los siglos XI y XII resultan ilustrativos. Capetos en Francia, Normandos y Plantagênet en Inglaterra, buscan en fórmulas feudales más o menos controladas y en el comercio como instrumento políticamente rentable, los vehículos de gestión que acaban inevitablemente por enfrentarlos en la llamada «Gran Guerra de Occidente».

     Ahora bien, la expansión del Occidente cristiano no se apoya únicamente en una favorable coyuntura socio-económica, también lo hace en sólidos fundamentos ideológico-culturales. A la Iglesia le sigue correspondiendo el esfuerzo de sostenimiento e impulso de la actividad cultural. Pero la postración social y moral de una institución que apenas acababa de salir de su «Edad de Hierro», exigía una renovación profunda de sus estructuras que le permitiera seguir asumiendo tan alta responsabilidad rectora. La Reforma de la Iglesia creará los adecuados cauces de renovación espiritual a partir de la fuerza que la recuperación del «agustinismo político» impulsa al programa contenido en el Dictatus Papae. El movimiento benedictino, en sus fases cluniacense y cisterciense, se constituye en instrumento de la acción eclesiástica cuyo fortalecimiento pretende eliminar la heterodoxia utilizando tanto los represivos métodos de la Inquisición como la persuasiva y activa presencia en la sociedad de mendicantes y predicadores. La cohesión de que la Iglesia es capaz de dotar al conjunto de Occidente -el problema de las minorías confesionales se agrava- es un marco favorable para el despegue cultural que el siglo XII trae consigo. La escolástica y la recepción del aristotelismo son algunos de sus más expresivos frutos. Junto a ellos no tardaría en hacer acto de presencia, aunque todavía de forma embrionaria, el nominalismo.

     La nota característica de la realidad occidental en la Plena Edad Media, es, sin duda, la expansión, y su manifestación territorial más ejemplificadora las «Cruzadas». La vitalidad de la Cristiandad latina traspasó el marco geográfico que en principio le corresponde y, a través de la concepción pontificia de «Reconquista» cristiana, hace acto de presencia en el Este mediterráneo. Pero no son las clásicas «Cruzadas» el único cauce del expansionismo cristiano pleno-medieval. La germánica «Marcha hacia el Este» o la «Reconquista» hispánica, son otras caras de la misma realidad. Resultan indiscutibles, pues, las palpables manifestaciones del crecimiento pleno-medieval: la expansión agrícola y de la economía rural en su conjunto con el consiguiente avance colonizador y el afianzamiento del régimen de explotación señorial, el renacimiento urbano y de la producción artesanal con la reconstitución del mercado local como cauce y eje distribuidor de los productos agrarios, y lógicamente, la renovación y expansión comercial a través de nuevas rutas de intercambio, de un espectacular impulso de la circulación monetaria y de los instrumentos y técnicas a ella asociables (crédito, banca, sociedades mercantiles). Todo ello se verá acompañado de unas profundas transformaciones sociales que, poniendo en tela de juicio el tradicional esquema feudal, tienden a la movilidad bajo el dinámico impulso de la burguesía. Un nuevo estilo de vida, coexistente con los comportamientos sociales inherentes al ideal caballeresco, irrumpe en el escenario socio-político a través de un patriciado urbano que comienza ya a pugnar por el monopolio del gobierno ciudadano y la mediatización de la actividad gremial. Entre tanto, el mundo campesino, que hasta aquel momento se había aferrado a los beneficios estabilizadores de una impuesta restricción de movimientos, comienza en parte a emanciparse en el contexto de una expansión colonizadora que no siempre trae la fortuna a sus protagonistas. Junto a todo ello, persiste en alza un palpable fenómeno de marginación social en que pobreza y heterodoxia religiosa son conceptos difíciles de disociar.

     Hasta el siglo XIII, sin embargo, no tendrá lugar la culminación del proceso expansivo de Occidente. Quizá una de sus más espectaculares consecuencias sea el fenómeno de protoestatalización. El universalismo había mostrado su falta de operatividad, y la naciente y todavía primitiva noción de soberanía se adecuaba con mucha más facilidad al realismo territorial de las monarquías, a su representación estamental y a la definitiva recepción del Derecho Romano que acaban de asumir bajo los postulados del neoaristotelismo político; en este sentido, el papel de la Universidad y del pensamiento tomista serán de capital importancia. A partir de este momento, en los distintos reinos de Occidente comienza una lucha entre el autoritarismo monárquico, acorde con las líneas básicas del fortalecimiento de los futuros Estados -es el caso de San Luis y Felipe IV en Francia o de Alfonso X en Castilla-, y el parlamentarismo apegado al decadente y regresivo modelo feudal que pretende mediatizar y obstaculizar la potente acción de la Corona, de las que la «Carta Magna» o las «Uniones» aragonesas son algunos de sus exponentes.

     Cuando se acerca ya el final del siglo XIII la expansión de Occidente da síntomas de agotamiento, y la coyuntura favorable está a punto de ceder el puesto a una inminente contracción. Políticamente el «avispero» italiano ejemplifica claramente este previsible giro crítico de la Cristiandad: la pugna güelfismo-gibelinismo mucho tuvo que ver con las posibilidades bancarias de las ciudades norteitalianas, mientras que la irrupción del angevinismo en el sur de la Península, con su consiguiente reacción plasmada en las «Vísperas Sicilianas», están en la base del expansionismo mercantil de los aragoneses en la cuenca occidental del Mediterráneo.

     La España cristiana, que nunca había vivido de espaldas al resto de Occidente, se integra ahora plenamente en su ámbito político-cultural, y a través de una consolidada idea imperial en el caso castellano-leonés, y de ciertos proyectos de dominación occitánica en el catalano-aragonés, afirma su personalidad, endurecida bajo la casi permanente acción de las armas y el no menos continuo esfuerzo repoblador.




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El «feudo» según las Partidas de Alfonso X el Sabio

     Qué cosa es feudo, et ónde tomó este nombre. Et quántas maneras son de él...

     Feudo es bienfecho que da el señor al algunt home porque se torna su vasallo, et le face homenatge de serle leal: et tomó este nombre de fe que debe siempre guardar el vasallo al señor. Et son dos maneras de feudo: la una es cuando es otorgado sobre villa, o castiello o otra cosa que sea raíz: et este feudo a tal non puede ser tomado al vasallo, fueras ende si fallesciere al señor las posturas que con él puso, e sil feciese algunt yerro tal por que lo debiese perder, así como se muestra adelante. Et la otra manera es la que dicen feudo de cámara: et este se face quando el rey pone maravedís a algunt su vasallo cada año de su cámara: et este feudo atal puede el rey toller cada que quisiere.

Partidas. P. IV, t. 26, b. 1. Recoge: M. A. LADERO, Historia universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 445-446.



Los tres órdenes de la sociedad feudal

     El orden eclesiástico no compone sino un solo cuerpo. En cambio, la sociedad está dividida en tres órdenes. Aparte del ya citado, la ley reconoce otras dos condiciones: el noble y el siervo que no se rigen por la misma ley. Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todo el pueblo, a los grandes lo mismo que a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a ellos mismos. La otra clase es la de los siervos. Esta raza de desgraciados no posee nada sin sufrimiento. Provisiones y vestidos son suministradas a todos por ellos, pues los hombres libres no pueden valerse sin ellos. Así, pues, la ciudad de Dios que es tenida como una, en realidad es triple. Unos rezan, otros lucha y otros trabajan. Los tres órdenes viven juntos y no sufrirían una separación. Los servicios de cada uno de estos órdenes permite los trabajos de los otros dos. Y cada uno a su vez presta apoyo a los demás. Mientras esta ley ha estado en vigor el mundo ha estado en paz. Pero, ahora, las leyes se debilitan y toda paz desaparece. Cambian las costumbres de los hombres y cambia también la división de la sociedad.

ADALBERON DE LAON, Carmen ad Robertum regem francorum (a. 998). Recoge: M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 70.



Carta de convocatoria al servicio de armas

     Carlos, pacífico y gran emperador, a Fulrado, abad.

     Te informamos que hemos convocado a nuestro plaid general, este año, en Sajonia oriental, sobre el río Bode, en el lugar denominado Stassfurt. Te rogamos que asistas con todos tus hombres, bien armados y equipados, con armas, bagajes y todo el aprovisionamiento de guerra en lo referente a víveres y vestimenta, el 15 de las calendas de julio. Que cada jinete tenga un escudo, una lanza, una espada larga y una espada corta, un arco y un carcaj lleno de flechas. Que haya en vuestras carretas útiles de todo tipo, y también víveres para tres meses a partir del momento de reunión, así como armas y vestimentas para un semestre. Te rogamos que vigiles que no se exija prestación alguna fuera del forraje, agua y madera.

     En cuanto a los dones que debes presentarme en nuestro plaid, envíalos a mediados de mes de mayo, allí donde estaremos en ese momento. Vela en no cometer negligencia alguna, en la medida en que desees beneficiarte con nuestra buena gracia.

Capitularia, ed. Boretius, t. I, 1883, n.º 75, p. 168. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y Feudalismo. I. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, pp. 304-305.



Encomendación con entrega del patrimonio (año 920)

     En el nombre de Cristo. A todos nosotros… place, sin que nadie fuerce nuestro albedrío, sino por propia voluntad, haceros carta de donación a vos, conde Ramón, hijo del conde Lope, y, en virtud de ella, os donamos todos nuestros alodios en el pago de Pallars y villa Baén, tierras, viñas, casas, huertos, árboles, molinos, aguas, canales: desde Nogaria hasta el lugar que llaman Exdrumunato o la Portella, desde el bosque de Pentina hasta el oratorio de San Licerio, y por encima de aquel bosque hasta la fuente llamada de Llano Tavernario (…)

     Te donamos, por tanto, todo lo que se halla dentro de estos términos con integridad completa, por voluntad expresa nuestra, con el fin de que seáis nuestro señor bueno y defensor contra todos los hombres de vuestro condado y sea esto manifiesto a todos, para que desde hoy tengáis potestad. Y si nosotros o cualquier otro hombre tratara de estorbar el cumplimiento de lo que aquí se acuerda, pague el duplo y siga en pie el contrato aquí expuesto. Hecha esta carta de donación el mes de abril, año XXIII del reinado de Carlos emperador.

Recoge: R. D'abadal, Catalunya Carolingia, III, doc. 132.



Deberes vasalláticos

     Al muy glorioso duque de Aquitania Guillermo, de Fulberto, obispo.

     Invitado a escribir sobre la esencia de la fidelidad, he escrito para vos esto que sigue, sacado de libros de notable autoridad.

     Aquel que jura fidelidad a su señor debe tener siempre presente las palabras siguientes: sano y salvo, seguro, honesto, útil, fácil y posible. Sano y salvo con el fin de no causar daño corporal a su señor. Seguro a fin de no dañar a su señor revelando su secreto. Honesto a fin de que no perjudique sus derechos de justicia, ni otras causas en las cuales su honor pueda verse comprometido. Útil a fin de que no experimenten ningún daño sus posesiones. Fácil y posible a fin de que el bien que su señor podría hacer fácilmente no se lo convierta en difícil, y aquel que era posible no se lo convierta en imposible. Es justo que el fiel se abstenga de estos actos perniciosos; pero con solo esto no se hace digno de su feudo, pues no basta con abstenerse de hacer el mal, es preciso también hacer el bien.

     Queda además que en los mencionados conceptos, el vasallo dé fielmente a su señor consejo y ayuda, si quiere ser digno del feudo y de respetar la fe que ha jurado. El señor también debe devolver por todas estas cosas algo equivalente a su vasallo fiel. Si no lo hiciese será tachado con justo título de mala fe, de igual modo que el vasallo que fuere sorprendido en trance de faltar a sus deberes por acción o por consentimiento será culpable de perfidia y de perjurio.

Carta del obispo de Chartres al duque de Aquitania (1020).




Sacro Imperio Romano GermánicoVolver al índice



Coronación imperial de Otón I

     Reinando, mejor, atormentando, y por decirlo con mayor exactitud, ejerciendo la tiranía en Italia Berengario y Adalberto, el sumo pontífice y universal papa Juan, cuya Iglesia había sufrido aquel tiempo la crueldad de los antes citados Berengario y Adalberto, envió a Otón, entonces serenísimo y piadosísimo rey, ahora augusto emperador, como legados de la Santa Romana Iglesia, el cardenal diácono Juan y el escribano Azón, rogando y suplicando, con cartas y con palabras, a fin de que, por amor de Dios y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que había querido fuesen los remisores de sus pecados, liberase de las fauces de aquellos a él mismo y a la Santa Romana Iglesia a él confiada, y le devolviese la salvación y su prístina libertad. Mientras los legados romanos se lamentaban de esto, Waldeperto, hombre venerable, arzobispo de Milán, liberado medio muerto de la furia de los citados Berengario y Adalberto, se acercó al antes citado Otón (...) y le puso en conocimiento que no podía soportar y sufrir la maldad de Berengario y Adalberto, e incluso de Willa, que contra todo derecho divino y humano, había puesto a la cabeza de la sede de Milán a Manasen, obispo de Arlés (...)

     Por tanto, el piadosísimo rey, convencido de las lacrimosas lamentaciones de estos, atento no a los propios intereses, sino a aquellos de Jesucristo, nombró, contrariamente a la costumbre, rey a su hijo homónimo, todavía niño, lo dejó en Sajonia, y reunidas las tropas marchó rápidamente a Italia. Con celeridad expulsó a Berengario y Adalberto del reino, en cuanto se sabe que tuvo como compañeros de armas a los santísimos apóstoles Pedro y Pablo. Y así el buen rey, reuniendo cuanto está disperso y consolidando cuanto estaba roto, restituyó a cada uno lo suyo, y después marchó hacia Roma, para hacer lo mismo.

     Allí acogido con admirable magnificencia y nuevo ceremonial, recibió la unción del Imperio del mismo sumo pontífice y papa universal Juan; y no le restituyó solo las cosas que le pertenecían, sino que le honró también con grandes presentes de piedras preciosas, oro y plata. Y del papa Juan en persona y de todos los más importantes de la ciudad recibió el juramento sobre el preciosísimo cuerpo de San Pedro, que ellos nunca prestarían ayuda a Berengario y Adalberto. Después de lo cual volvió a Pavía en cuanto le fue posible.

Ed. MIGNE, Patrología Latina, vol. 136, cols. 898- 899. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 332-335.



Reivindicación del prestigio de Carlomagno por Otón III (año 1000)

     Una vez fallecido Otón II, su hijo Otón, tercero de este nombre, ocupó el Imperio. Amaba la filosofía y se preocupaba de los intereses de Cristo para poder devolver duplicado el talento cuando se presentara ante el tribunal del Juez supremo. Con la voluntad de Dios, consiguió convertir a la fe de Cristo a las poblaciones de Hungría, así como a su rey (...)

     En aquel tiempo, el emperador Otón fue impulsado en un sueño a exhumar el cuerpo del emperador Carlomagno, que estaba enterrado en Aquisgrán. Con el tiempo había venido el olvido y se ignoraba el emplazamiento exacto donde reposaba. Después de cumplir un ayuno de tres días fue descubierto en el lugar que había sido revelado al emperador en su visión. Estaba sentado en un trono de oro, en el interior de una cripta abovedada debajo de la basílica de Nuestra Señora: llevaba una corona de oro y piedras preciosas y tenía un cetro y una espada de oro puro. El cuerpo fue hallado intacto y, una vez exhumado, se le expuso a la contemplación del pueblo.

     El cuerpo de Carlos fue enterrado en el lado derecho del crucero de la basílica, detrás del altar de San Juan Bautista y se construyó un magnífico altar subterráneo de oro sobre el sepulcro. Desde entonces ha comenzado a adquirir celebridad por los numerosos prodigios que ha realizado. No se ha instituido una fiesta solemne para él sino que se limitan a honrarle con el rito común del aniversario de difuntos. Su relicario de oro fue enviado por el emperador Otón al rey Boleslao para contener las reliquias del mártir San Adalberto. Cuando hubo recibido el donativo, el rey Boleslao lo agradeció al emperador haciéndole llegar un brazo del cuerpo de este santo. El emperador lo recibió con alegría, hizo construir en honor al santo mártir Adalberto una magnífica basílica en Aquisgrán e instaló en ella a una congregación de siervas de Dios. También hizo construir en Roma otro monasterio en honor de mismo mártir.

     Gerberto, que era de nación aquitana y monje de la iglesia de San Geraldo en Arillac, visitó primero Francia y después Córdoba, para estudiar filosofía. El emperador le conoció y le dio el arzobispado de Ravenna. Poco después, al morir el papa Gregorio, que era hermano del emperador, el mismo Gerberto fue promovido por el emperador papa de los romanos, a causa de su saber filosófico. Cambió el nombre primitivo y fue llamado Silvestre.

ADEMAR DE CHABANNES, Chronique, París, 1897. Ed. Chavanon, pp. 152-154. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 363-364.



Coronación de Federico I (agosto de 1155)

     Los senadores presentes juraron y los futuros senadores juran, y con ellos todo el pueblo romano, fidelidad al emperador Federico y ayudarle a mantener la corona de Imperio Romano, y a defenderla contra todos, y ayudarle a conservar sus justos derechos, tanto en la ciudad como fuera de ella, y no participar nunca con su consejo y actos en una empresa en la que el señor emperador pudiese ser víctima de vergonzosa cautividad o perder un miembro o sufrir algún daño en su persona, y a no recibir investidura del Senado más que de él o de su representante, y observar todo esto sin fraude ni mala disposición.

     El señor emperador confirmará al Senado de modo perpetuo en el estatuto en que se encuentra actualmente, y lo exaltará por recibir la investidura del mismo, y le rendirá pleitesía, y recibirá de él un privilegio revestido del sello áureo, en el que se incluirán todas estas cláusulas: la confirmación del Senado y el mantener intactas por parte del dicho emperador todas las justas posesiones del pueblo romano, por depender estas de Imperio.

PACAUT, M., Federico Barbarroja, Madrid, 1971, p. 136.



Bula de Oro de Egra (12 de Julio de 1213)

     En nombre de la Santa e indivisible Trinidad, Amén. Federico, por la clemencia y el favor divino rey de los Romanos siempre augusto, y rey de Sicilia (...) Con el deseo de abolir los abusos que alguno de nuestros predecesores parece haber cometido de tiempo en tiempo con motivo de las elecciones episcopales, aceptamos y ratificamos que estas elecciones se hagan libremente y de manera canónica, de modo que sea puesto a la cabeza de la Iglesia vacante el que haya sido designado por el Cabildo por unanimidad o según la mayoría de los mejores, a condición de que no haya obstáculos de tipo canónico.

     Igualmente, que las apelaciones de las causas eclesiásticas se hagan libremente ante Roma y que nadie intente perturbar su desarrollo o ejecución.

     Renunciamos también y prohibimos el usufructo de los bienes de los prelados difuntos o de las iglesias vacantes, abuso que nuestros predecesores tuvieron costumbre de cometer por su propia voluntad. Todo ello os lo dejamos [se refiere a Inocencio III] a vuestra libre disposición, así como a las de los otros obispos, de manera que se dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

     Os prestaremos nuestra ayuda y actuaremos en orden a extirpar el vicio de la herejía.

     Además, reconocemos a la Iglesia romana los bienes que obtuvo de nuestros antepasados o de otro cualquiera, y nos obligamos a ayudarla fielmente para que los conserve, y para que recupere los que ahora escapan a su dominio. Los que recuperemos nos mismo, los entregaremos sin dificultad ni retraso. He aquí todo lo que la pertenece: todo lo que se extiende de Radiocofano a Ceperano, la marca de Ancona, el ducado de Spoleto, la tierra de la condesa Matilde, el exarcado de Ravena, la Pentápolis con las tierras adyacentes tal como figuran en numerosos privilegios de los emperadores y los reyes desde Luis. Que la iglesia romana tenga estas tierras a perpetuidad con su jurisdicción, su gobierno así como su honor. Pero, con todo, cuando seamos llamados a la Santa Sede, sea para recibir la corona imperial o sea para necesidades de la Iglesia, tendremos un derecho de alojamiento, por autorización del pontífice (...) En consecuencia, todos los bienes susodichos, y los que pertenezcan a la Iglesia Romana, consciente y voluntariamente, según criterio de los principales del Imperio, y con su acuerdo, los abandonamos, renunciamos a ellos y los restituimos. Además, para borrar toda sospecha, y a fin de que esto tenga más valor y se comprenda mejor, lo concedemos, conferimos y damos todo con objeto de que una paz solida y una total concordia reinen perpetuamente entre la Iglesia y el Imperio y desaparezca cualquier motivo de disensión o litigio. Defenderemos también para la Iglesia romana el reino de Sicilia, más acá y más allá del faro, así como Córcega, Sicilia y los derechos que les pertenecen, y lo haremos como hijo sumiso y príncipe católico.

     M. G. H., Constitutiones et Acta Publica. II, p. 157-163.



Estatuto en favor de los Príncipes (1231)

     En el nombre de la Santa e indivisible Trinidad, Federico II, por el divino perdón emperador de los Romanos, Augusto, rey de Jerusalén, rey de Sicilia.

          

1. No serán erigidos nuevos castillos o ciudades por nosotros o por cualquier otro en perjuicio de los príncipes.

          

2. No se permitirán nuevos mercados que atenten contra los intereses de los anteriores.

3. Nadie será obligado a asistir a ninguno mercado.

4. Los mercaderes no serán obligados a abandonar las viejas calzadas, a menos que ellos deseen hacerlo.

5. No ejerceremos jurisdicción fuera del contorno próximo de nuestras ciudades.

6. Que cada príncipe posea y ejerza en paz las libertades, jurisdicción, y autoridad sobre condados y centenas que están en su posesión propia o delegada.

8. La ubicación de la centena no se cambiará sin la aquiescencia del señor.

10. Las personas o las corporaciones que existen en las afueras de la ciudad, pero que poseen derechos políticos dentro de ellas, se expulsarán de las ciudades.

11. Los pagos de vino, dinero, grano, y demás censos que los campesinos libres han acordado anteriormente pagar [al emperador], son aquí eximidos, y no se cobrarán de aquí en adelante.

12. Los siervos de los príncipes, nobles, ministeriales y los pertenecientes a las iglesias, no serán admitidos en nuestras ciudades.

13. Las tierras y feudos de los príncipes, nobles, ministeriales e iglesias que hayan sido tomadas por nuestras ciudades, se restaurarán y nunca más serán tomadas.

14. El derecho de los príncipes para proporcionar salvoconductos para circular dentro de las tierras sobre las que tienen jurisdicción, no será infringido por nosotros ni por ningún otro.

15. Que los que vengan a residir a nuestras ciudades no sean obligados por nuestros jueces a devolver las posesiones que pudieran haber recibido previamente de otros antes de trasladarse allí.

16. Las personas proscritas o condenadas no serán admitidas en nuestras ciudades, y si llegasen a ellas, serán expulsadas.

17. Nosotros nunca acuñaremos moneda en la tierra de ningún príncipe, para no perjudicarle.

18. La jurisdicción de nuestras ciudades no se extenderá más allá de sus límites, a menos que poseamos jurisdicción especial en la región.

20. Las tierras o las propiedades que se tienen como feudos no se empeñarán sin la aquiescencia del señor del que la recibieren.

21. Nadie estará obligado a prestar servicio de ayuda en la fortificación de ciudades, a menos que se esté en los límites legales para prestar dicho servicio.

22. Aquellos que vengan a residir a nuestras ciudades y que tomen tierras fuera de ellas, deberán pagar a sus señores los derechos y servicios regulares, pero no soportarán exacciones injustas.

23. A los siervos, hombres libres sujetos a defensores, o vasallos de algún señor, que morasen dentro de alguna de nuestras ciudades, nuestros oficiales les permitirán volver son sus señores.

O. J. THATCHER and E. H. Mc NEAL, trans., A Source Book for Mediaeval History, New York, «Charles Scribner's», 1905, pp. 238-240.




Monarquías feudalesVolver al índice



Breve de protección del rey Guillermo de Escocia

     Guillermo, por la gracia de Dios Rey de los escoceses, a todos los hombres honestos de toda su tierra, salud. Sabed que he concedido al abad y al convento de Santa Cruz [Holyrood] el que nadie tome de ellos o de sus hombres prenda, a no ser para sus deudas como señores, o para las que les deben sus hombres. Por ello he prohibido estrictamente que nadie, tanto en Escocia como en la isla de May, cuando los hombres del mencionado abad vayan a predicar, tome prenda de los canónigos de la Santa Cruz o de sus hombres, a no ser sobre sus deudas como señores o las que deban sus hombres, so pena de ser culpable de felonía hacia mí. Testigos: Hugo, mi canciller; Ricardo, mi notario de la prebenda. En Haddington.

Ed. BARROW, G. W. S., Regesta Regum Scotorum, II. Los hechos de Guillermo I, Edimburgo, 1971, p. 320.



Homenaje de Arturo, duque de Bretaña, a Felipe Augusto (julio de 1202)

     Arturo, duque de Bretaña y Aquitania, conde de Anjou y Maine, a todos aquellos a quienes lleguen las presentes cartas, salve. Sabed que he prestado homenaje ligio, contra todos los que puedan vivir o morir, a mi muy querido señor Felipe, ilustre rey de Francia, por los feudos de Bretaña, Anjou, Maine y Turena -cuando Dios lo quiera, el rey o yo mismo hayamos adquirido estos bienes-, con la excepción de todas las tenencias que estaban en manos del señor rey y de sus hombres el día que desafió a Juan, rey de Inglaterra, a causa de las actividades a las que este se había entregado contra él durante toda la última guerra, debido a lo cual sitió Boutavant. [Este acuerdo se hace] en las condiciones siguientes: cuando reciba los homenajes de Anjou, Maine y Turena, lo haré bajo reserva de los convenios establecidos entre él [Felipe] y yo. Si falto a los convenios hechos entre el y yo, los vasallos y sus feudos pasarán al señor rey y lo ayudarán contra mí. Además, he hecho homenaje ligio a mi señor rey en lo concerniente al «dominio» de Poitou, en el caso de que, gracias a Dios, lo adquiriésemos, él o yo, de alguna manera. Los barones de Poitou que han tomado partido por el señor rey, y los otros que acepte, le harán el homenaje ligio por su tierra contra todos los que puedan vivir o morir. Y, por orden del rey mismo, me harán homenaje ligio, reservando la fe que le deben. Si el ilustre rey de Castilla pretende algún derecho sobre esta tierra, se procederá por juicio del tribunal de nuestro señor el rey de Francia, si este último no puede restablecer la paz entre el rey de Castilla y yo mismo, de nuestro común acuerdo. En cuanto a Normandía, será como sigue: nuestro señor el rey de Francia guardará para sí mientras le plazca los bienes que ya ha adquirido y los que, con la ayuda de Dios, pueda adquirir; de la tierra de Normandía dará la que le plazca a sus hombres que han perdido sus tierras por él.

Layettes du Trésor des Chartes, ed. Teulet, París, 1863, vol. I, n.º 647. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XII), Madrid, 1979, p. 319.



La Carta Magna (1215)

     Juan, por la gracia de Dios, rey de Inglaterra, señor de Irlanda, duque de Normandía y de Aquitania, y conde de Anjou, a los arzobispos, obispos, abades, condes, barones, jueces, guardabosques, sheriffs, prebostes, ministros y a todos los bailíos y fieles, salud. Sabed que, por inspiración de Dios, por la salvación de nuestra alma y las de nuestros antepasados y herederos, por el honor de Dios y la exaltación de la Santa Iglesia y para la reforma de nuestro reino, con el consejo de nuestros venerables padres Esteban, arzobispo de Canterbury, primado de Inglaterra y cardenal de la Santa Iglesia romana, Enrique, arzobispo de Dublín, Guillermo, obispo de Londres (...) y otros entre sus leales súbditos.

          

1.- En el nombre de Dios acordamos primeramente por la presente carta que confirmamos por nos y nuestros herederos, a perpetuidad, que la Iglesia de Inglaterra será libre y gozará sin ninguna mengua de sus derechos y libertades. Queremos que se observen la libertad de elecciones, reputada como la más grande y necesaria a la Iglesia de Inglaterra (...) Hemos acordado también que sean guardadas a todos los hombres libres del reino, por nosotros y nuestros herederos, a perpetuidad, las libertades abajo escritas, para que las tengan ellos y sus herederos, por nos y nuestros herederos.

          

2.- Si uno de nuestros condes o barones u otros tenientes militares, muere por servicio de caballero y sí, a su muerte su heredero tiene la mayoría de edad, y debe el relief, que entre en posesión de su herencia una vez pagado el acostumbrado relief (...)

4.- Quien guarde la tierra de un heredero menor no tomará de la tierra de este más que una renta razonable (...)

12.- Ningún escudaje será impuesto en el reino sin el consentimiento del común consejo de nuestro reino, a menos que sea para el rescate de nuestra persona, la caballería de nuestro hijo mayor o el matrimonio de nuestra hija mayor, una vez solamente, y, en todo caso, no se impondrá más que una ayuda razonable.

13.- La ciudad de Londres gozará de todas sus antiguas libertades, tanto por tierra como por agua. Además, queremos y concedemos que todas las otras ciudades, boroughs, villas y puertos tengan todas las libertades y libres costumbres (...)

16.- Nadie será obligado a cumplir otros servicios más que los que deba por su feudo de caballero o de otra tenencia libre (...)

21.- Que los condes y los barones no sean sometidos a multa sino por sus pares y no según la naturaleza de delito.

47.- Que todos los bosques que hayan sido, en nuestro tiempo, sometidos a la ley del bosque sean de inmediato liberados; y que suceda lo mismo con los ríos que, por nosotros y en nuestro tiempo, hayan sido acotados (...)

BEMONT, Chartes des libertés anglaises (1100-1305), París, 1892, pp. 26-39.



Homenaje y fidelidad durante el reinado de San Luis

          

XIX.- Cómo se debe solicitar señor e ingresar en su fe sin demora y cumplir obediencia ligia.

          

     Cuando alguien pide feudo del señor, debe advertirle cuarenta días antes (...) y cuando alguien desea entrar en la fe del señor, debe solicitarlo y decirle de tal modo: «Señor, os solicito como señor y me entrego a vuestra fe y homenaje» (...) Y debe hacer presente que ingresa a la fe del señor (...) Y, las manos juntas, debe decir de tal modo: «Señor, me convierto en vuestro hombre, y os prometo fidelidad y lealtad, desde este día en adelante, ante todos los hombres que pueden vivir o morir» (...) Y el señor debe responderle en persona: «Y yo os recibo y tomo como hombre y os beso en nombre de la fe».

Ed. P. Violet, Sociétè de l'Histoire de France, París, 1881, t. II, pp. 395-398. Recoge: R. Boutroche, Señorío y feudalismo. I. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, p. 286.



Vísperas sicilianas (1282)

     Cuando llegó el mes de abril del año 1282, el martes de Pascua de Resurrección, ocurrió que misser Palmeri, abad, y misser Alagno de Chiotini y misser Galtier de Catalagiruns y otros barones de Sicilia, todos concordes en una sola voluntad, vinieron a Palermo, con el consejo secreto de hacer la revuelta. En aquellos días feriados era costumbre hacer una gran fiesta extramuros de Palermo, en un lugar llamado Espíritu Santo, y ocurrió que un francés cogió a una mujer y la tocó de manera ultrajante, como aquellas gentes tenían por costumbre hacerlo. La mujer se puso a gritar y los hombres de Palermo la socorrieron y la pusieron bajo su protección. Los susodichos barones intervinieron en el altercado y sublevaron a los panormitanos contra los franceses. Entre unos y otros se trabó pelea con armas: los panormitanos utilizaban piedras y armas y gritaban: «¡Muerte a los franceses!». Penetraron en la ciudad tumultuosamente y se expandieron por las plazas, matando a cuanto francés encontraban. Ante aquella situación, el capitán que tenía cargo de guardar la ciudad en nombre del rey Carlos se ocultó con los suyos, porque no podía hacerla frente, huyó y se refugió en la casa donde vivía (...) y acordó su rendición, según ciertas condiciones. Todos los que estaban en poder de los insurrectos y no habían sido ejecutados fueron presos, junto con la compañía [del capitán]. Se acudió también a los conventos de franciscanos y dominicos y a cuantos se halló que eran de lengua francesa se les encerró en las iglesias. Cuando los barones de Sicilia tuvieron noticia de aquellos sucesos hicieron lo mismo en toda la isla, excepto en Mesina, que resistió algún tiempo. Con aquel motivo hubo en Palermo tres mil víctimas francesas.

Ed. Muratori, Crónica siciliana del siglo XIII, año 1282, XXIV, en «Rerum italicarum scriptores», XXXIV, Bolonia, p. 19. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 947.




Reforma de la IglesiaVolver al índice



Estatutos de la Orden del Císter (1134)

     En la Carta de Caridad, entre otras cosas, consta que una vez al año todos los abades de los monasterios, que por la gracia de Dios están distribuidos entre las distintas provincias, deben reunirse en la iglesia de Citeaux, y que deben deliberar allí con el mayor cuidado sobre la observancia de la Santa Regla, la organización de toda su vida y el mantenimiento de una indisoluble paz entre ellos (...) Es por esta razón que, reunidos en asamblea en el susodicho lugar, han establecido estos capítulos y decidido que deben ser tenidos para el conjunto de la hermandad de nuestras congregaciones.

          

I) En qué lugar deben ser construidos los monasterios.

          

     Ninguno de nuestros monasterios debe ser construido en ciudades, castillos o villas, sino en lugares alejados de aquellos que frecuenten los hombres.

II) De la unidad del género de vida en materia divina y humana.

     Para que no deje de existir perpetuamente entre las abadías la indisoluble unidad, se establece, en primer lugar, que la Regla de San Benito sea conocida por todos (...)

V) De dónde debe proceder el alimento de los monjes.

     El alimento de los monjes de nuestra orden debe proceder del trabajo manual, del cultivo de las tierras, de la cría del ganado; nos está, pues permitido poseer para nuestro uso aguas, bosques, viñas, prados tierras alejadas de las zonas habitadas por los hombres del siglo, y animales, salvo aquellos capaces de provocar la curiosidad y ser objeto de curiosidad más que de utilidad, tales como ciervos, grullas y otros del mismo género. Para practicar estos trabajos de los campos y de la ganadería y conservar los frutos podemos tener granjas, bien lejos, bien cerca, y nunca más allá de una jornada de marcha, guardadas por conversos.

IX) Que no poseamos rentas.

     Nuestra institución y nuestra orden excluyen las iglesias, altares, sepulturas, diezmos de labor (...) y otras cosas semejantes contrarias a la pureza monástica.

XXXIV) Que la hija visita a la iglesia madre una vez al año.

     Se ha establecido en virtud de la humildad cristiana y por la sabiduría de la Providencia, que será razonable que la hija visite al menos una vez por año a la iglesia-madre en la persona de su abad.

Statuta capitulorum generalim Ordinis cisterciensis. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Textos y comentarios históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1979, p. 195.



«Dictatus Papae» (1075)

          

1.- Que solo la Iglesia romana ha sido fundada por Dios.

          

2.- Que, por tanto, solo el pontífice romano tiene derecho a llamarse universal.

3.- Que solo él puede deponer o establecer obispos.

4.- Que un enviado suyo, aunque sea inferior en grado, tiene preeminencia sobre todos los obispos en un concilio, y puede pronunciar sentencia de deposición contra ellos.

5.- Que el Papa puede deponer a los ausentes.

6.- Que no debemos tener comunión ni permanecer en la misma casa con quienes hayan sido excomulgados por el pontífice.

7.- Que solo a él es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo con las necesidades del tiempo, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía una canonjía y viceversa, dividir un episcopado rico y unir varios pobres.

8.- Que solo él puede usar la insignia imperial.

9.- Que todos los príncipes deben besar los pies solo al papa.

10.- Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.

11.- Que su título es único en el mundo.

12.- Que le es lícito deponer al emperador.

13.- Que le es lícito, según la necesidad, trasladar los obispos de sede a sede.

14.- Que tiene poder de ordenar a un clérigo de cualquier iglesia para el lugar que quiera.

15.- Que aquel que haya sido ordenado por él puede ser jefe de otra iglesia, pero no subordinado, y que de ningún obispo puede obtener grado superior.

16.- Que ningún sínodo puede ser llamado general sino está convocado por él.

17.- Que ningún capítulo o libro puede considerarse canónico sin su autorización.

18.- Que nadie puede revocar su palabra y que solo él puede hacerlo.

19.- Que nadie puede juzgarlo.

20.- Que nadie ose condenar a quien apele a la Santa Sede.

21.- Que las causas de mayor importancia de cualquier iglesia, deben remitirse para que él las juzgue.

22.- Que la iglesia romana no se ha equivocado y no se equivocará jamás según el testimonio de la Sagrada Escritura.

23.- Que el romano pontífice, ordenado mediante la elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro, según lo afirma San Enodio, obispo de Pavía, con el consenso de muchos santos padres, como está escrito en los decretos del bienaventurado papa Simmaco.

24.- Que a los subordinados les es lícito hacer acusaciones conforme a su orden y permiso.

25.- Que puede deponer y establecer obispos sin reunión sinodal.

26.- Que no debe considerarse católico quien no está de acuerdo con la Iglesia romana.

27.- Que el pontífice puede liberar a los súbditos de la fidelidad hacia un monarca inicuo.

GREGORIO VII, Registrum, P. L. CXLVIII, c. 407-408. Recoge M. Artola: Textos fundamentales para la historia, Madrid, 1968, pp. 95-96.



El Concordato de Worms (1122)

     Privilegium pontificis.

     Yo, Calixto obispo, siervo de los siervos de Dios, te concedo a ti, querido hijo Enrique, por la gracia de Dios augusto emperador de los romanos, que tengan lugar en tu presencia, sin simonía y sin ninguna violencia, las elecciones de los obispos y abades de Germania que incumben al reino; y que si surge cualquier causa de discordia entre las partes, según el consejo y el parecer del metropolitano y de los sufragáneos, des tu consejo y ayuda a la parte más justa. El elegido reciba de ti la regalía en el espacio de seis meses, por medio del cetro, y por él cumpla según justicia sus deberes hacia ti, guardando todas las prerrogativas reconocidas a la Iglesia Romana. Según el deber de mi oficio, te ayudaré en lo de mí dependa y en las cosas en que me reclames ayuda. Te aseguro una paz sincera a ti y a todos los que son o han sido de tu partido durante esta discordia.

     Privilegium imperatoris.

     En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad. Yo, Enrique, por la gracia Dios augusto emperador de los romanos, por amor de Dios y de la Santa Iglesia romana y de nuestro papa Calixto y por la salvación de mi alma, cedo a Dios y a sus santos apóstoles Pedro y Pablo y a la Santa Iglesia Católica toda investidura con anillo y báculo, y concedo que en todas las iglesias existentes en mi reino y en mi imperio, se realicen elecciones canónicas y consagraciones libres. Restituyo a la misma Santa Iglesia Romana las posesiones y privilegios del bienaventurado Pedro, que le fueron arrebatadas desde el comienzo de esta controversia hasta hoy, ya en tiempos de mi padre, ya en los míos, y que yo poseo; y proporcionaré fielmente mi ayuda para que se restituyan las que no lo han sido todavía. Igualmente devolveré, según el consejo de los príncipes y la justicia, las posesiones de todas las demás iglesias y de los príncipes y de los otros clérigos o laicos, perdidas en esta guerra, y que están en mi mano; para las que no están, proporcionaré mi auxilio para que se restituyan. Y aseguro una sincera paz a nuestro papa Calixto y a la Santa Iglesia Romana y a todos los que son o fueron de su partido. Fielmente, daré mi ayuda cuando la Santa Iglesia me lo reclame y rendiré a ella la debida justicia. Todo esto está redactado con el consenso y el consejo de los príncipes cuyos nombres siguen (...)

Constitutiones et acta publica, I., pp. 159-161. Trad. Fliche, A., La querelle des Investidures, París, 1946, pp. 198-199. Recoge: M. A. Ladero, Historia universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 506-507.



Acaparamiento de beneficios eclesiásticos en la Castilla de siglo XIII

     Alejandro IV, en carta dirigida al maestro Bernardo Hispano, deán de Lisboa y capellán pontificio le comunica que «informado de que nuestro predecesor el papa Inocencio III te autorizó a retener libremente el deanato de Lisboa, el arcedianato de León y otro beneficio que posees en la iglesia compostelana teniendo en cuenta tus méritos (...) y atendiendo a tu petición, ratificamos la dispensa de nuestro antecesor de forma que puedas retener libremente con el deanato, el arcedianato y el beneficio citados las prebendas consistentes en las distribuciones diarias y cualesquiera otros beneficios eclesiásticos que en las citadas o en otras iglesias puedas obtener (...) mientras estés a nuestro servicio o al del ilustre rey de Castilla y de León (...)»

RODRÍGUEZ DE LAMA, I., La documentación pontificia de Alejandro IV, Roma, 1976, pp. 65-66.



Descripción de los Cátaros o «Albigenses»

     Primero deberá saberse que los herejes sostenían que hay dos Creadores; v. gr.: uno de cosas invisibles, a quien ellos llamaron «el Dios benévolo», y otro de cosas visibles, a quien ellos denominaron «el Dios malévolo.» El Nuevo Testamento lo atribuyeron al Dios benévolo; pero el Antiguo Testamento al Dios malévolo, y lo rechazaron enteramente, salvo ciertas autoridades que se insertaron en el nuevo testamento del antiguo; que, por reverencia al Nuevo Testamento, ellos estimaron dignos de ser recibidas. Acusaron al autor del antiguo testamento de mentir, porque el Creador dijo: «En el día que comiereis del árbol del conocimiento del bien y el mal, moriréis»; cuando -según dicen ellos- después que comieron no murieron, cuando, de hecho, después de comer el fruto prohibido fueron sujetos a la miseria de la muerte. También le acusan de homicida, porque Él quemó a Sodoma y Gomorra, y destruyó el mundo con las aguas del diluvio, al igual que ahogó a Faraón y a los egipcios en el mar. Afirmaron también que todos los padres del Antiguo Testamento fueron condenados; que Juan el Bautista era uno de los demonios más grandes. Además dijeron, en su doctrina secreta -in secreto suo-, que el Cristo que nació en la Belén visible y terrestre, y crucificado en Jerusalén, era un hombre malo, y que María Magdalena eran su concubina; y que ella era la mujer sorprendida en adulterio, de quien leemos en el Evangelio. Porque el Cristo bueno, según decían ellos, nunca comió, ni bebió, ni tomó sobre él carne verdadera, ni estuvo jamás en este mundo, salvo espiritualmente en el cuerpo de Pablo...

     Dijeron que casi toda la Iglesia de Roma es una guarida de ladrones; y que es la ramera de quien leemos en el Apocalipsis. Anularon luego los sacramentos de la Iglesia, al punto de enseñar públicamente que el agua del Bautismo santo es igual que el agua de río, y que la hostia del cuerpo santísimo de Cristo no difiere del pan común; inculcando en los oídos de los simples esta blasfemia, que el cuerpo de Cristo, aunque hubiese sido tan grande como los Alpes, habría sido consumido y aniquilado hace tiempo ya por los que lo habían comido. La confirmación y la confesión, ellos las consideraron como enteramente vanas y frívolas. Predicaron que el santo matrimonio es postizo, y que ninguno podría ser salvo a través del mismo, si llegan a engendrar niños. Negando también la resurrección de la carne, inventaron nociones nunca antes escuchadas, diciendo que nuestras almas son aquellas de los espíritus angélicos que habiendo sido echados del cielo por la apostasía del orgullo, dejaron sus cuerpos glorificados en el aire; y que estas mismas almas, después de haber habitado sucesivamente en siete cuerpos terrenales, de un tipo u otro, cumplen su penitencia a plenitud y regresan a los cuerpos que habían desertado.

     También debe saberse que algunos de entre los herejes se denominaron a sí mismos «perfectos» u «hombres buenos»; y otros herejes se llamaron «creyentes». Los llamados «perfectos» usan vestiduras negras, pretendiendo falsamente guardar la castidad, aborrecían el comer carne, huevos y queso, y daban apariencia de no ser mentirosos, cuando ellos continuamente mentían, principalmente respecto a Dios. También dijeron que por ningún motivo se debía jurar.

     Aquellos de entre los herejes que se llamaban «creyentes», quienes vivían según la manera del mundo, y que, aunque no lograron imitar la vida de los perfectos, no obstante esperaban ser salvos en su fe; y, aunque difirieron en cuanto a su modo de vida, ellos eran uno con aquellos en sus creencias y en su incredulidad. Los llamados «creyentes» de entre los herejes fueron dados a la usura, la rapiña, el homicidio, la lujuria, el perjurio y todo vicio; y ellos, de hecho, pecaban con más seguridad, y sin freno, porque creían que sin restitución, confesión y penitencia, podían ser salvos, si tan solo, estando al borde de la muerte, decían un Padre Nuestro, y recibían la imposición de manos de los maestros.

     En cuanto a los herejes perfectos, sin embargo, tuvieron una magistratura a quienes llamaron Diáconos y Obispos, sin la imposición de cuyas manos, al momento de su muerte, ninguno de los creyentes creyó que podía ser salvo; pero si imponían las manos sobre algún hombre agonizante, por malvado que fuera, con tan solo decir un Padre Nuestro, ellos lo consideraban salvo, que sin ninguna otra satisfacción, y sin cualquier otra ayuda, él inmediatamente volaría al cielo.

Anales de Raynaldus, trad. S. R. Maitland, Historia de los Albigenses y Valdenses, Londres, 1832, pp. 392-394.




Despegue culturalVolver al índice



Pedro Abelardo, Motivos del Sic et Non

     ¿Por qué vamos a sorprendernos si, faltándonos la guía del Espíritu Santo, a través del cual fueron escritas y dichas todas las cosas, nos falta la comprensión de las mismas, obstaculizada especialmente por los modos de expresión desusados y por los distintos significados que pueden ser atribuídos a la misma palabra, que se usa ahora en un sentido, ora en otro? Pues, igual que hay muchos significados, hay muchas palabras. Tulio [Cicerón] dice que la igualdad es, en todas las cosas, la madre de la saciedad, lo cual es decir que produce un molesto mal gusto; es, pues, conveniente emplear cierta variedad de palabras al trata de una cosa, y no expresarlo todo en términos corrientes y vulgares (...)

     Hemos de cuidanos especialmente también de no ser engañados por errores en el texto ni por falsas atribuciones cuando se citan dichos de los Padres que parecen diferir o ser contrarios a la verdad pues circulan muchos escritos apócrifos con nombres de santos con el fin de fomentar su autoridad, e incluso los textos de las Sagradas Escrituras están corrompidos por los errores de los copistas. En este sentido, Jerónimo, el más fiel escritor y auténtico intérprete, nos advirtió: «Cuidado con los escritos apócrifos»...

     En atención a estas consideraciones, hemos decidido recopilar diversos escritos de los Padres que presentan problemas por las visibles contradicciones que plantean a nuestra memoria. Estos problemas obligan a los lectores jóvenes a hacer el máximo esfuerzo en la búsqueda de la verdad, y esta búsqueda agudiza sus mentes. Este cuestionarse asidua y frecuentemente es, sin duda, la primera llave hacia la sabiduría. Aristóteles, el más perspicaz de todos los filósofos, exhortó a los estudiosos a practicarlo, diciendo: «Quizá resulte difícil expresarse con confianza sobre estos temas si no se han discutido mucho. Meditar puntos dudosos concretos no carecerá de utilidad». Porque si la duda nos lleva a la pregunta, a través de la pregunta vislumbramos la verdad, según la Palabra Misma: «Busca y encontrarás -dice-. Llamad y se os abrirá».

P. ABELARDO, «Sic et Non», Patrología Latina, 178, col. 1338-1610.



Carta del papa Alejandro IV dando validez a los estudios realizados en la Universidad de Salamanca (1255)

     A la universidad de los maestros y escolares de Salamanca.

     Consideramos digno y conveniente que aquellos que diariamente cultivan con lecciones el campo del estudio para que puedan recibir la margarita de la ciencia nos encuentren favorables y benignos en sus peticiones de forma que su estudio sea ejercido tanto más libremente cuanto más se sientan protegidos por el favor apostólico.

     Y en consecuencia, de acuerdo con vuestra petición, informados de que a veces sucede que a quienes se han examinado en el estudio salmantino y son declarados idóneos, no se les permite dictar en otro lugar si no sufren un nuevo examen, atendiendo a la petición del ilustre rey de Castilla y de León y de la vuestra, declaramos que después de que algún maestro o escolar de Salamanca haya realizado el examen pertinente en alguna facultad y fuera declarado apto, pueda ejercer en cualquiera otro estudio, sin nuevo examen, excepto en París y en Bolonia.

RODRÍGUEZ DE LAMA, I., La documentación pontificia de Alejandro IV, Roma, 1976, pp. 119-120. Trad. J. L. Martín.



La teoría del conocimiento de Santo Tomás

     En lo que confesamos de Dios hay un doble modo de verdad. Hay algunas verdades acerca de Dios que exceden toda la capacidad de la razón humana; por ejemplo, que Dios es uno y trino. Otras, por el contrario, son accesibles a la razón natural, como, por ejemplo, que Dios existe, que es uno, etc.; los filósofos probaron estas verdades acerca de Dios de un modo demostrativo llevados por la luz de la razón natural.

     Es evidentísimo que hay algunos inteligibles divinos que exceden completamente de la inteligencia de la razón humana.

     Pues, dado que el principio de todo saber científico que la razón capta de alguna cosa es la intelección de la sustancia, porque según la doctrina del Filósofo, el príncipe de la demostración es la esencia, conviene, por lo tanto, que, según el modo como es entendida la sustancia, así sea también el modo de todo lo que se conoce de la cosa. Si el entendimiento humano aprehende la sustancia de alguna cosa, por ejemplo de la piedra o del triángulo, ninguno de sus inteligibles excede la capacidad de la razón humana. Lo cual, ciertamente, no nos ocurre tratándose de Dios. Pues el entendimiento humano no puede llegar por virtud natural a captar la sustancia divina, ya que el conocimiento de nuestro entendimiento, según el modo de la vida presente, empieza por los sentidos. Y, por tanto, todo lo que no cae bajo el sentido no puede ser captado por el entendimiento humano sino en la medida en que su conocimiento se colige de los sentidos. Los sensibles no pueden conducir al entendimiento humano a que se vea en ellos «qué es» la divina sustancia, puesto que son efectos que no igualan la virtud de la causa. No obstante, nuestro intelecto es llevado de los sensibles a un conocimiento divino, de suerte que conoce de Dios «que existe», y otras cosas que es pertinente atribuir al primer Principio.

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentiles, (1259-60), lib. 1, cap. 3. Recoge: M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 148.




El fenómeno de las cruzadasVolver al índice



La llamada a la Cruzada de Urbano II en Clermont (1095)

     ¡Que vayan pues al combate contra los infieles -un combate que merece la pena emprender y que merece terminarse en una victoria- los que se dedicaban a las guerras privadas y abusivas en perjuicio de los fieles!

     ¡Que sean en adelante caballeros de Cristo los que no eran más que bandidos! ¡Que luchen ahora en buena ley contra los bárbaros los que combatían contra sus hermanos y parientes!

     Estas son las recompensas eternas que van a conseguir los que se hacían mercenarios por un miserable salario: trabajarán por el doble honor aquellos que se fatigaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Estaban aquí tristes y pobres; estarán allá alegres y ricos. Aquí eran los enemigos del Señor; allá serán sus amigos.

F. DE CHARTRES, Historia Hierosolymitana. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentarios de textos históricos, Madrid, 1979, p. 182.



La conquista de Constantinopla por los cruzados

     [Cuando los cruzados entran en Constantinopla y el emperador Murzuflo huye, comienza una matanza de griegos. Mientras la ciudad arde, los latinos acampan dentro de la ciudad]

          

LV.- El marqués Bonifacio de Monferrato cabalgó a lo largo de la costa hacia el Bucoleón, cuando llegó allí, se le rindió, salvando así la vida los que estaban dentro. Fueron encontradas allí la mayor parte de las altas damas que habían huido al castillo; fue encontrada la hermana del rey de Francia, que había sido emperatriz, y la hermana del rey de Hungría, que había sido también emperatriz y muchas otras damas. Del tesoro que había en aquel palacio no hace falta hablar, pues tanto había que no tenía fin ni medida.

          

     Igual que este palacio se rindió al marqués Bonifacio de Monferrato, el de las Blanquernas se rindió a Enrique, hermano del conde Balduino de Flandes, salvando igualmente las vidas de los que estaban dentro. También allí fue encontrado un tesoro muy grande, no menor que el de Bucoleón. Cada uno llenó con sus gentes el castillo que le fue entregado e hizo custodiar el tesoro; y las otras gentes que estaban dispersas por la ciudad hicieron también gran botín; fue tan grande la ganancia que nadie os podrá hacer la cuenta entre oro y plata, vajillas, piedras preciosas, satenes, tejidos de seda, capas de cibelina, de gris de armiño y toda clase de objetos preciosos como nunca se encontraron en la tierra. Godofredo de Villehardouin, mariscal de Champagne, da testimonio según la verdad y en su conciencia que, desde que el mundo fue creado, nunca se ganó tanto en una ciudad.

     Cada uno escogió la residencia que le plugo, pues había suficientes. Así, se albergó la hueste de los peregrinos y de los venecianos; fue grande la alegría por la fortuna y la victoria que Dios les había proporcionado pues los que habían estado en la pobreza nadaban ahora en la riqueza y el lujo (...)

G. DE VILLEHARDOUIN, La conquête de Constantinople, ed. A. Pauphilet, Historiens et chroniqueurs du Mogen Age, París, 1952, pp. 144-147.



Cláusulas de la paz entre Génova y Egipto en 1290

     Los genoveses tendrán garantía para sus personas y bienes (...) Podrán circular libremente, incluso en Siria (...) Dependerán judicialmente del cónsul de los genoveses en Alejandría, ante el que deberán llevarse las querellas de los musulmanes u otros súbditos del sultán, pero las querellas iniciadas por genoveses contra súbditos del sultán se llevarán al Diwan, ante el emir (...) Ningún genovés podrá ser detenido por faltas de otro, a no ser que haya salido por su fiador (...)

     Sobre sus importaciones de oro y plata, los genoveses deberán dar seis besantes, 16 carats por 100 de oro, y 4 besantes y 12 carats por ciento para la plata. Si traen moneda, 4 besantes, 12 carats por ciento para el oro y plata. Ningún gravamen sobre las pieles, cueros y piedras preciosas (...) Los genoveses deben pagar en la aduana de Alejandría 12 por 100 sobre las mercancías pesadas, pero solo después de efectuada y cobrada la venta. Sobre los paños de todos los colores, de seda y lana, sobre el oro hilado y la madera, 10 por 100 (...)

     Toda mercancía depositada en la aduana para ser vendida en subasta debe ser inventariada, así como el precio de venta obtenido (...) ningún genovés ha de ser forzado a vender las mercancías que ha traído, si quiere llevárselas, puede hacerlo sin pagar derechos (...) Si un genovés es deudor de la aduana pero acreedor de un musulmán, puede partir cargando sobre este la responsabilidad de su deuda. Los genoveses tendrán almacenes suficientes, cerrados con llave, y la aduana los hará vigilar (...)

CAHEN, CL, Orient et Occident au temps des Croisades, París, 1983, doc. XX. Recoge: M. A. Ladero Quesada, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 693-694.


Plena Edad Media (siglos XI-XIII)

Occidente




Renacimiento urbanoVolver al índice



La vida en la ciudad de Praga en el siglo X

     La ciudad de Praga, construida con piedra y cal, es la mayor plaza comercial de aquella tierra. De la ciudad de Cracovia vienen a ella con sus mercancías los rus y los eslavos, y de la tierra de los turcos vienen a ella, también con mercancías y moneda, mahometanos, hebreos y turcos, que reciben a cambio esclavos, estaño y pieles (...) Por un denario se vende allí tanto grano que basta para sustentar a un hombre durante un mes, y también por un denario se obtiene la cebada suficiente para alimentar una cabalgadura durante cuarenta noches (...) En la ciudad de Praga se fabrican sillas, bridas y escudos utilizados en toda su tierra. Además en la región bohemia se fabrican unos paños finos de tejido ancho, semejantes a redes, que no tienen ningún uso práctico, que tienen entre ellos un valor constante: 10 paños por un denario. Con tales paños comercian, dándoselos en pago unos a otros (...) representan su capital y adquieren con ellos los artículos más preciosos: cereales, caballos esclavos, oro, plata y demás cosas. Los habitantes de Bohemia, cosa extraña, son oscuros de piel y cabello, y es poco frecuente entre ellos el tipo rubio.

ENNEN, Storia della cittá medievale, Roma, 1978, pp. 59-60. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 321-322.



Derechos y deberes de los roturadores

     El obispo de Halberstadt, Thierry, define los derechos de los roturadores de los pantanos que se encuentran entre el Oker y el Bode.

     Thierry, obispo de la iglesia de Halberstadt, por el favor de la clemencia divina. Corresponde a la dignidad pontificia transmitir por escrito para conocimiento de la posteridad todo lo que es útil y necesario a la diócesis y a la provincia, para que no caiga en el olvido en el curso del tiempo y para que cada uno conserve su derecho de manera inviolable y sea protegido en el futuro contra toda violencia y contra toda injusticia. Que se notifique, pues, tanto para los tiempos presentes como para los futuros:

          

1.- Que las gentes que habitan el pantano situado entre el Oker y el Bode poseerán de cada manso catorce arpendes holandeses. Cada uno pagará, al comienzo de su establecimiento, un cuarto de marco de plata todos los años como testimonio y el diezmo de su cosecha. Después del cuarto año, cada manso pagará anualmente 4 sueldos de censo en el día de la fiesta del bienaventurado Martín y el diezmo como se indica arriba. A cada aldea corresponderán cincuenta mansos que pagarán el censo y el diezmo al obispo. Además la iglesia tendrá un manso y el «maestro de la aldea» un manso también.

           

2.- Todo el que quiera establecerse en el pantano tendrá libertad de venir y de irse. Tendrá paz para los bienes y para las personas. Tendrá parte en los bienes comunales de los bosques y los pastos, como los otros hombres del obispo.

3.- Del mismo modo, sea cual fuere el señor al que estén sometidos, los habitantes del pantano gozarán de la paz del obispo y después de haber cumplido sus deberes para con su señor, quedarán exentos de toda obligación y bajo la protección del obispo.

4.- Tendrán tres asambleas al año, a las cuales asistirá el representante del obispo. Los dos tercios de los productos de la justicia serán entregados al obispo y un tercio al maestro de la aldea. Este los administrará, según el consejo del representante del obispo, y no aceptará ni entregará nada sin su consentimiento.

5.- En lo que concierne al robo y a las otras fechorías, el maestro de la aldea los juzgará según su justicia, con la aquiescencia del representante del obispo.

6.- Si alguien muere sin heredero, su herencia será reservada durante un año y un día; y si no se presenta ningún heredero, los dos tercios serán para el obispo y el tercio para la iglesia.

     Para que esta concesión de nuestra autoridad sea constante e inviolable, hemos ordenado escribir la presente carta y ponerle nuestro sello. De este acto son testigos: Conrado, el gran prior; igual que los canónigos de la misma iglesia (...) barones (...) castellanos (...) ministeriales (...)

Germanenrechte Neue Folge: Deutsches Bauerntum, I. Mittelalter, ed. G. Franz, Weimar, 1940, n.º 58, años 1180-1184. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI-XIII), Madrid, 1979, pp. 302-303.



La «presura» en Portugal

     En el año de la era 1102. En el nombre de Dios y con su misericordia. En este año el rey don Fernando, que tenga un descanso eterno, conquistó esta ciudad de Coimbra y la reconquistó al pueblo musulmán por medio de su espada, con la ayuda del Señor rey de los Cielos. La reconstruyó y dio en custodia, oh Dios, a un príncipe fiel suyo, el señor Sisnado, bendecido por Dios. En aquellos días Sisnando la habitó junto con sus barones, sus vasallos y sus fieles. Permitió que cada uno de ellos tomara en presura poblaciones para habitarlas y edificarlas, pudieran heredarlas sus hijos o sobrinos y sus sucesores, con la ayuda de Dios así lo hicieron. En este tiempo, tomó en presura este duque, el señor Sisnando, la villa que se llama Horta. Entonces el Señor Dios envió al corazón y al alma de Sisnando temor por todos sus pecados y miedo por el día del Juicio Final, haciendo donación de esta villa de Horta a favor del cementerio y basílica de San Vicente, situada en la villa, que se llama Vicariza. Esto lo hizo a favor del abad don Alvito que estaba allí establecido con sus monjes y hermanos, bajo la orden de la santa regla y confesión.

Portugaliae Monumenta Historica. Diplomata et Chartae, vol. I, doc. 656, pp. 391-392. Recoge: M. Riu, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 658-660.



La colonización alemana y la fundación de Lübeck (hacia el 1143)

     Adolfo [conde Holstein] comenzó a construir el castillo de Segeberg y le rodeó de un muro. Pero el País estaba desierto y envió mensajeros a todos los países; a Flandes, a Holanda, a Utrecht a Watfalia y Frisia. Invitó a todos los que no tenían tierras a venir con sus familias. Recibieron una buena tierra, extensa y fértil que producía carne y pescado en abundancia, así como excelentes pastos (...) Después de oír esta llamada, una multitud enorme de gentes salidas de pueblos diversos se pusieron en camino con sus familias y sus bienes y llegaron al país de los Wagrianos, junto al conde Adolfo, para entrar en posesión de la tierra que se les había prometido (...)

     Luego, el conde Adolfo llegó a un lugar llamado Bucu y encontró allí la muralla de un castillo abandonado que en otro tiempo edificó Cruto, el enemigo de Dios, y una gran isla bordeada por dos ríos: de un lado corre el Trave y del otro el Wakenitz, cada uno de ellos con orillas pantanosas y de acceso difícil; pero del lado que lleva a la tierra se encuentra una colina bastante estrecha, delante de la muralla. Habiéndola visto en su clarividencia como el lugar apropiado y el puerto excelente, el conde comenzó a edificar una ciudad que llamó Lübeck, porque no estaba lejos del antiguo puerto y ciudad de este nombre, que en otro tiempo había edificado el príncipe [eslavo] Enrique (...)

Chronica slavorum, H. DE BOSAU, en Holstein, redactada hacia el 1171. En M. G. H., XXI, pp. 55-56. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Textos y comentarios de Textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1979, p. 190.



Artículos del Fuero de San Sebastián referentes a las mercancías (hacia 1180)

     De todos los fardos que vengan de ultrapuertos a San Sebastián, después de que permanecieran más de una noche, dé a su huésped VI dineros de hostalaje. Y medio fardo, dé tres dineros. Y si es carga de cobre, dos dineros. La carga de estaño, dé dos dineros. Y la carga de plomo, dos dineros. Y toda carga de peces que venga por mar, de una noche en adelante, dé a su huésped dos denarios. La carga de pimienta, VI dineros. La carga de cera, dé dos dineros. La carga de garduñas, dos dineros. La carga de cueros de vacas, dos dineros, la carga de pieles de cabra, dé dos dineros.

     El fardo de tela de algodón si es vendido en casa del huésped suyo [del vendedor], dé aquel que compra V sueldos; y si es vendido por piezas, dé la pieza un dinero, y la cuerda y la arpillera y la envoltura del fardo dé si es de lino. Y el fardo de telas de lana, VII dineros; y si es vendido por piezas, la pieza dé un dinero, y la cuerda y la arpillera si es de lino. Telas de lino, el ciento, I dinero. Y de cobre, del quintal, el comprador, IIII dineros. Y el estaño, IIII dineros. Y el plomo, II dineros. Y las pieles de carnero, si se venden, dé el comprador por la docena una mealla. Y de pieles de cordero, el ciento I dinero. Y la piel de conejos, I dinero. Y de gatos salvajes, la docena, I dinero. Y de gatos domésticos, I mealla. Y la docena, diez meallas. Y de la docena de pimienta, II dineros. Y de la docena de incienso, II dineros. De la caballería, si se vende en su hostal, I dinero y la silla, si esta es de V sueldos para abajo. Y si [la silla] vale más de V sueldos, dé XII dineros. Y si tiene baste, lo mismo. Y de la docena de pieles de zorra, I dinero. Y del ciento de pieles de ardilla, I dinero. Y del ciento de pieles de liebre, I dinero. Y de la docena de pieles de cabrío, I dinero. Y la carga de cueros vacunos, II dineros. Y la media [carga], I dinero. Y de media para abajo, por cada cuero, I dinero. Y de cueros de ciervo, lo mismo.

BANUS Y AGUIRRE, J. L., El Fuero de San Sebastián, Zarauz, 1963, arts. IV-5 y IV-6, pp. 107-110.



Privilegios de la ciudad de Lübeck

     En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad, Federico, por la gracia y clemencia divina, augusto emperador de los romanos (...)

     Tienen pleno derecho sobre los bosques de Dassow, Klütz y Brothen, de manera que podrán cortar cuanto necesiten para calentarse, construcción de barcos, de casas y otros edificios de la ciudad; pero que no haya engaño, y que los barcos que necesiten y de lo que se sirvan no sean vendidos; que sin necesidad construyan otros o bien envíen y vendan madera a otros países. Por otro lado pueden hacer pacer sus cerdos, e igualmente el ganado mayor y menor de toda la tierra del conde Adolfo, pero de modo que estos cerdos o ganados puedan volver dentro de la misma jornada de pastoreo en marcha, al lugar de que partieron por la mañana. Además, en su favor, nos confirmamos todos los derechos que les concedió el primer fundador del lugar, Enrique, en otros tiempos duque de Sajonia, y que él ha reforzado por su privilegio: nos lo hemos igualmente concedido al patronato sobre la iglesia parroquial de la bienaventurada María, de manera que, cuando muera el sacerdote, los ciudadanos elijan como patrón el sacerdote que más les agrade y lo presenten al obispo (...)

     Por otro lado, con sus mercancías vayan y vengan libremente por todo el ducado de Sajonia sin pagar impuestos, ni taloneo, salvo en Artlenburg. Y cualquiera que de entre ellos, fuera quien fuera, tenga que ver con la justicia por la causa que sea, por todo el territorio de nuestro imperio y ducado, se justificará por juramento delante del juez del lugar, sin ser hecho prisionero, siguiendo el derecho de la dicha ciudad. Todas las ordenanzas concernientes a la ciudad serán de competencia de los cónsules; y de todo lo que ellos recibirán, dos partes irán a la ciudad y la tercera al juez.

Codex diplomaticus Lubicensis, Tomo I, p. 9. Recoge: M. Riu y otros, Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, pp. 618-620.



Nacimiento de los municipios en la Francia del siglo XII

     El clero (...) y los grandes, despojados del derecho a exigir del pueblo contribuciones (...) dan por medio de embajadores (...) la facultad, mediante un justo precio, de hacer un municipio. Municipio, nombre nuevo, nombre detestable, donde los haya: todos los sometidos al censo por cabeza pagan, una vez al año, la deuda de servidumbre que deben habitualmente a sus señores; si pecan contra el derecho, son absueltos por una imposición legal; quedan dispensados de las otras exacciones que se suelen infligir a los siervos.

GUIBERT DE NOGENT, De vita sua, (1053-1124), París, 1907, pp. 156-157. Recoge: R. Boutrouche, Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XIII), Madrid, 1979, pp. 313.



Reglamento de los gremios de trabajo en París

     Nada puede ser tejedor de lana si antes no ha comprado el oficio del rey (...) Cada uno puede tener en su mansión dos telares (...) y cada hijo de maestro tejedor puede tener dos en la casa de su padre mientras que esté soltero y si él sabe trabajar con sus manos (...) Cada maestro puede tener en su cada un aprendiz, no más (...) Y nadie debe empezar a trabajar antes de levantar el sol, bajo pena de multa de doce dineros para el maestro y seis para el oficial (...) Los oficiales deben cesar el trabajo desde que el primer toque de vísperas haya sonado, pero deben arreglar sus cosas después de estas vísperas (...)

R. FOSSIER, Histoire sociale de l'Occident Medieval, París, 1970, p. 219. Recoge A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1979, p. 193.




España cristiana: siglos XI-XIIIVolver al índice



Ordoño IV ante Al-Hakam II

     Introdujo a Ordoño en el salón Muhammad ben Al Qarim ben Tumlus. Vestía una túnica de brocado blanco, de manufactura cristiana, y una capa de la misma calidad y color y se cubría con una gorra adornada con costosas joyas. Ordoño se trasladó desde su residencia de Córdoba a Medina al-Zahra acompañado de los principales cristianos de Al-Andalus: Walid ben Jaizuran, juez de los mismos, y Ubaid Allah ben Qasim, metropolitano de Toledo. Próximos ya al palacio, Ordoño hubo de seguir un camino a cuyos lados estaba formada la infantería, colocada en orden tan admirable que los ojos se quedaban asombrados por su uniformidad, y en tan apretadas filas que la mente se sorprendía de su número. Tal era la brillantez de sus corazas y armas, que los cristianos estaban estupefactos de lo que veían. Con la cabeza baja, los párpados entornados -por el asombro- y los ojos semicerrados -por lo mismo-, llegaron hasta la puerta exterior de Medina al-Zahra, llamada bab al-Akuba (Puerta de las Cúpulas), donde desmontaron los que habían ido a esperar a Ordoño (...)

     Cuando se halló ante el trono, se echó al suelo y permaneció algunos instantes en tal humilde posición; se levantó, avanzó unos pasos, se postró de nuevo y repitió tal ceremonia varias veces, hasta que llegó a poca distancia del califa. Le tomó y besó la mano, marchó luego hacia atrás sin volver la cara, hasta llegar a un asiento cubierto con una tela de oro, que había sido preparado para él a unos diez cúbitos de distancia del trono real, siempre asombrado por lo imponente de la escena. Los condes de su séquito, a los que se había permitido la entrada a la presencia real, avanzaron, postrándose repetidas veces, hasta el trono del califa; les dio este a besar su mano y retrocedieron enseguida para colocarse al lado de su rey. Entre ellos estaba Walid ben Jayzuran, que era, como queda dicho, cadí o juez de los cristianos de Córdoba y que actuó de intérprete.

Nafh al-tib, de AL-MAQQARI (Según versiones: Inglesa de Gayangos, The mohammedam dynasties in Spain, II, p. 160; y francesa de Dozy, Histoire des musulmans d'Espagne, II, p. 177). Recoge: J. L. MARTÍN, Historia de España, 3, Alta Edad Media, Historia 16, Madrid, 1980, p. 96.



Botín catalán tras la ocupación de Córdoba

     (...) Partieron los francos y su vanguardia llegó a Zaragoza; vejaron en ella con dureza a sus habitantes, maltratando a sus esclavos, sus hijos y sus mercaderes, y se acuartelaron en sus casas. Wadih se dirigió con ellos hacia Toledo para reunirse allí con Ben Abd al-Chabbar. Cuando Sulayman al-Mustain Billah se enteró de ello, el lunes 5 de Xawwal (22 de mayo de 1010), llamó a los habitantes de Córdoba a guerrear contra los francos. Pero los cordobeses, demostrando desgana y temor de pelear, pidieron ser dispensados de hacerlo, y Sulayman consistió en ello.

     El 14 de Xawwal (31 de mayo del 1010), Sulayman partió de Córdoba para oponerse a los francos; los dos ejércitos se enfrentaron el viernes (2 de junio). Los berberiscos colocaron a Sulayman detrás, con la caballería de los magrebíes, y le dijeron: «No te retires de tu puesto, ni siquiera si la caballería se te viene encima». Luego avanzaron y recibieron una violenta arremetida de los francos (catalanes). Entonces abrieron sus filas, con la intención de tender una insidia a sus enemigos; pero Sulayman, como viera la caballería de los francos romper las líneas de los berberiscos, se imaginó que estos hubiesen sido derrotados, y huyó inmediatamente con los que estaban en derredor suyo. Los berberiscos, en cambio, rodearon a los francos, los deshicieron y dieron muerte a su rey Ermeqund (Armengold de Urgel) y a gran número de oficiales. De la infantería de los berberiscos perdieron la vida cerca de 300 hombres y un solo caballero.

     Ms cuando los berberiscos vieron a Sulayman en fuga, se retiraron a Al-Zahra, e hicieron salir de ella a sus familias, con sus hijos y sus bienes. Todos, sin excepción alguna, abandonaron la ciudad la noche del sábado. Sulayman, con los de su séquito, llegó, huyendo, a Játiva. El populacho de Córdoba entró en Al-Zahra y saqueó allí los muebles y utensilios de los bereberes y dio muerte a todo el que encontraron y penetraron en la mezquita catedral y arrebataron los tapices, las lámparas, los ejemplares del Corán, las cadenas de las lámparas y los batientes de las puertas. Muhammad ben Abd al-Chabbar y Wadih, que habían ido rumbo a Córdoba, entraron en ella y el primero retomó el mando (...)

Bayan al-Mugrib, de BEN IDHARI, versión de Lévi Dellavida, Cuadernos de Historia de España, V, 1945. Recoge: J. L. MARTÍN, Historia de España, 3. Alta Edad Media, Historia 16, Madrid 1980, p. 110.



Sancho III de Navarra y el reparto de sus dominios

          

1.- También el rey Sancho III mereció disfrutar largo tiempo y con felicidad de la compañía de sus hijos, a los que en vida, con gran benignidad, repartió entre ellos sus reinos. A su primogénito García lo puso al frente de los pamploneses; a Fernando, el preferido de su padre le encargó el gobierno de la bélica Castilla; a Ramiro, que había nacido de concubina, le dio Aragón, que era el reino más alejado de todos sus territorios, sin duda para que ante los ojos de los otros hermanos, el ser desigual en el linaje materno, no fuera igual en la herencia de sus estados.

          

2.- Entonces, unos asesinos, parientes suyos, mataron al infante García, pues este era merecedor de tal venganza. Seguidamente, Sancho III se llevó consigo a la infanta Sancha, a la cual devuelve a Castilla, intenta casarla con su hijo primogénito Ramiro, el que había nacido de una noble señora de Ayvar, pero los castellanos se oponen con toda razón. La infanta Sancha, tres años más tarde, y con el beneplácito de su hermano Vermudo, cuando ya tenía 18 años, casó con el infante Fernando, hijo menor de Sancho III, nacido de su matrimonio con Urraca. Vermudo entregó a Fernando el condado de Castilla (...)

El rey Sancho III tuvo una larga vejez, y cuando su hijo, el rey García hubo regresado de la ciudad de Roma, murió a consecuencia de una enfermedad en el año 1073. Su hijo Fernando lo enterró, con todos los honores que le eran debidos, en el monasterio de Oña.

Crónica Najerense. Estudio preliminar, edición crítica e índices por A. UBIETO ARTETA. Textos medievales, 16, Valencia 1966, p. 91.



La coronación de Alfonso VII como emperador

     En el mismo año en que acontecieron estos sucesos, el conde Ramón de Barcelona, cuñado del rey, y su pariente, el conde Alfonso de Tolosa, vinieron a presencia de aquel y le prometieron obedecerle en todo; se hicieron sus vasallos, tocando la diestra del príncipe para reconocer solemnemente la fidelidad que le debían, y recibieron del rey leonés, el conde de Barcelona, Zaragoza, en «honor» o tenencia, conforme a las costumbres de León, y el de Tolosa con la «honor», un vaso muy bueno de oro que pesaba 30 marcos, muchos caballos y otros muchos regalos.

     Después acudieron unánimes al rey todos los nobles de Gascuña y de la tierra vecina hasta el Ródano y Guillermo de Monte Pesulano, recibieron del príncipe plata y oro, diversos, variados y preciosos dones y muchos caballos, y se sometieron a él, obedeciéndole en todo. Más tarde llegaron también ante el rey muchos hijos de los condes, jefes y potestades de Francia y muchas gentes de Poitou, recibieron de él armas y otros muchos regalos, y así se extendieron los límites del reino de Alfonso, soberano de León, desde el gran Océano, junto a Padrón de Santiago, hasta el Ródano.

     Ocurridos estos sucesos, en la era de 1173 señaló el rey el día cuarto de las nonas de junio, festividad del Espíritu Santo, y la ciudad regia de León, para celebrar un concilio o asamblea plena de su curia con los arzobispos, obispos, abades, condes, príncipes y jefes de su reino. El día establecido llegaron a León el rey, su mujer la reina doña Berenguela, su hermana la infanta doña Sancha, García, soberano de los pamploneses, todos cuantos el monarca leonés había convocado, una gran turba de monjes y de clérigos, y una muchedumbre innumerable de gentes de la plebe que habían acudido a León para ver, oír y hablar la palabra divina.

     El primer día del concilio se reunieron con el rey en la iglesia de Santa María todos los grandes y quienes no lo eran, para tratar de las cosas que les sugiriese la clemencia de Nuestro Señor Jesucristo y fueran convenientes a la salvación de las almas de todos los fieles. El segundo día en que se celebraba la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, los arzobispos, obispos, abades, nobles, y no nobles y toda la plebe, se juntaron de nuevo en la iglesia de Santa María, y estando con ellos el rey García de Navarra y la hermana del soberano de León, siguiendo el consejo divino, decidieron llamar emperador al rey Alfonso, porque le obedecían en todo el rey García, Zafadola rey de los sarracenos, Ramón conde de Barcelona, Alfonso conde de Tolosa, y muchos condes y jefes de Gascuña y de Francia. Cubrieron al rey con una capa óptima tejida de modo admirable, le pusieron sobre la cabeza una corona de oro puro y piedras preciosas, le entregaron el cetro, y teniéndole del brazo derecho el rey García y del izquierdo el obispo Arriano de León, le llevaron ante el altar de Santa María con los obispos y abades que cantaban el Te Deum laudamus. Se gritó viva al emperador, le dieron la bendición, celebraron después misa solemne y cada uno regresó a sus tiendas. Para solemnizar la ceremonia, dio el emperador en los palacios reales un gran convite, que sirvieron condes, príncipes y jefes, y mandó repartir grandes sumas a los obispos, a los abades y a todos, y hacer grandes limosnas de vestidos y alimentos a los pobres.

     El tercer día se juntaron el emperador y todos los otros en los palacios reales como solían hacerlo, y trataron de los asuntos relativos al bien del Reino y de toda España. Dio el emperador a todos sus súbditos leyes y costumbres como las de su abuelo el rey Alfonso; mandó devolver a todas las iglesias las heredades y colonos que habían perdido injustamente y sin resolución judicial, y ordenó que se repoblasen las ciudades y villas destruidas durante las pasadas discordias y que se plantasen viñas y todo género de árboles. Decretó también que todos los jueces desarraigasen los vicios de aquellos hombres que los tuviesen contra la justicia y los decretos de los reyes, príncipes, potestades y jueces (...) Mandó, asimismo, a los alcaides de Toledo y a todos los habitantes de Extremadura, que organizaran sus huestes asiduamente, que hicieran guerra a los infieles sarracenos todos los años y que no perdonasen las ciudades y castillos, sino que los tomasen todos para Dios y la ley cristiana. Terminadas estas cosas y disuelto el concilio, marchó cada uno a su casa lleno de gozo, cantando y bendiciendo al emperador y diciendo: «Bendito seas tú y bendito sea el reino de tus padres y bendito sea el Dios excelso que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, el Dios que nos visitó y tuvo con nosotros la misericordia prometida a los que esperan en él».

Cronica Adefonsi Imperatoris. Edición y estudio por L. SÁNCHEZ BELDA, Madrid, 1950, n.º 67-72, p. 53.



Una partida de ajedrez en la corte de Sevilla

     Una vez, entre otras, fue a invadir, al frente de un numeroso ejército, el territorio sevillano. Inexplicable consternación reinaba entre los musulmanes, demasiado débiles para poder defenderse. Solo Ben-Amar, el primer ministro, no desesperaba. No contaba con el ejército sevillano; intentar vencer con él a las tropas cristianas era una quimera; pero conocía a Alfonso, porque había estado muchas veces en su corte; sabía que era ambicioso, pero también que estaba casi arabizado, es decir, que era fácil ganar su voluntad, siempre que se conocieran sus gustos y caprichos. Con esto era con lo que contaba, y sin perder tiempo en organizar una resistencia armada, mandó hacer un juego de ajedrez tan magnífico, que ningún otro rey tenía otro igual. Las piezas eran de ébano y de sándalo incrustados en oro provisto de este ajedrez, presentose con cualquier pretexto en el campamento de Alfonso, el cual le recibió honoríficamente, porque Ben-Amar era de los pocos musulmanes a quien estimaba.

     Un día, Ben-Amar enseñó el ajedrez a un noble castellano que gozaba de gran favor de Alfonso. Dicho noble habló de él al rey, el cual dijo a Ben-Amar:

     -¿Qué tal juegas al ajedrez?

     -Mis amigos opinan que juego bastante bien -respondió Ben-Amar.

     -Me han dicho que tienes un juego magnífico.

     -Cierto, señor.

     -¿Podría verlo?

     -Sin duda; pero con una condición: jugaremos juntos; si pierdo, el ajedrez será para ti; pero si gano, podré exigirte lo que quiera.

     -Acepto.

     Trajeron el ajedrez, y Alfonso, estupefacto de la belleza y primor del trabajo, exclamó santiguándose:

     -¡Gran Dios, nunca hubiera creído que pudiera hacerse un ajedrez con tal arte!

     Y después de admirarlo detenidamente, exclamó:

     -¿Qué decías antes? ¿Cuáles son las condiciones?

     Habiéndoselas repetido Ben-Amar, prosiguió:

     -¡No, por Dios! Yo no juego cuando la apuesta me es desconocida, pues podrías pedirme una cosa que no pudiera darte.

     -Como quieras, señor -respondió fríamente Ben-Amar.

     Y ordenó a sus servidores que llevasen el ajedrez a su tienda.

     Se separaron, pero Ben-Amar no era hombre que se desanimase tan fácilmente. Bajo palabra de guardar el secreto, confió a algunos nobles castellanos lo que hubiese exigido a Alfonso en caso de haberle ganado la partida, prometiéndoles considerables sumas si querían ayudarle. Seducidos con el cebo del oro, y bastante tranquilos respecto a las intenciones del árabe, aquellos nobles se comprometieron a servirle; y cuando Alfonso, que ardía en deseos de poseer el magnífico ajedrez, les consultó qué haría, le dijeron: «Señor, si ganáis, tendréis un ajedrez que os envidiarán los reyes; y si perdéis, ¡qué podrá pediros ese árabe! Si formula una petición indiscreta, ¿no estamos aquí nosotros para hacerle entrar en razón?». Tan bien hablaron que Alfonso se dejó persuadir. Mandó decir a Ben-Amar que le esperara con su ajedrez, y cuando llegó el visir:

     -Acepto tus condiciones -le dijo- ¡Juguemos!

     -Con gran placer -respondió Ben-Amar- pero hagamos las cosas en regla; permite que varios nobles castellanos nos sirvan de testigos.

     El rey accedió, y cuando hubieron llegado los nobles designados por Ben-Amar, comenzó el juego.

     Alfonso perdió la partida.

     -¿Puedo pedir ahora lo que quiera, según lo convenido? -preguntó Ben-Amar.

     -Sin duda -repuso el rey-. Veamos, ¿qué es lo que exiges?

     -Que vuelva a tus estados con tu ejército.

     Alfonso palideció. Presa de agitación febril, recorría la sala a grandes pasos, se sentaba y volvía de nuevo a pasear.

     -Estoy cogido -dijo, al fin, a los nobles- y vosotros tenéis la culpa. Temía una petición de esa naturaleza por parte de este hombre, pero vosotros me tranquilizasteis y ahora recojo el fruto de vuestros detestables consejos. Después de algunos instantes de silencio, exclamó:

     -¿Qué me importa su condición después de todo? Prescindiré de ella por completo y seguiré mi camino.

     -Señor -dijeron entonces los castellanos-, eso sería delinquir contra el honor, sería faltar a la palabra, y vos, el más grande de los reyes de la cristiandad, sois incapaz de semejante cosa.

     Al fin, cuando Alfonso se calmó un tanto, añadió:

     -¡Pues bien! Cumpliré mi palabra, pero a cambio de esa frustada expedición, necesito, al menos, doble tributo este año.

     -Lo tendrás, señor -exclamó Ben-Amar.

     Y se apresuró a hacer remitir a Alfonso el dinero que pedía. Por aquella vez el reino de Sevilla, amenazado de una invasión terrible, se libró del susto gracias a la habilidad del primer ministro.

DOZY, Crónicas árabes y cristianas reunidas por..., (Ley de 1848-51). En C. Sánchez Albornoz y A. Viñas, Lecturas históricas españolas, Madrid, 1981, pp. 65-66.



El tratado de Tudillén

     En el nombre de la Santa e Indivisible Trinidad. Esta es la verdadera paz, firme armonía y perpetua concordia, que por consejo de la suma deidad y para honor de Dios y de toda la cristiandad, se ha hecho y firmado entre el ilustre Alfonso, emperador de España, y su hijo, el rey Sancho, con el venerable Ramón, conde de Barcelona, la cual se acuerda en los siguientes términos:

     En primer lugar todos los agravios, insultos y ofensas existentes entre ellos hasta el día de hoy, cualesquiera que sean, quedan olvidados y perdonados, siempre que fueran hechos de buena fe y estén carentes de mala intención. Ciertamente estos son los acuerdos y deciden dividir todo el reino y todas las tierras, sean ciudades, castillos, villas, montañas y llanuras, desiertos y poblados, tenía o poseía el rey García en el día de su muerte. Así es el acuerdo y la concordia sobre las fronteras: el emperador tenía jurisdicción sobre la tierra llamada Maragno y todo el territorio que el rey Alfonso, su abuelo, tenía el día de su muerte, situado más allá del río Ebro hasta el reino de Pamplona. El conde de Barcelona ocuparía todo el resto que había sido del rey García y que había pertenecido con anterioridad al reino de Aragón. Pero toda aquella tierra del reino de Pamplona, por la cual rey Sancho y el rey Pedro habían hecho homenaje a Alfonso, rey de León, el dicho emperador y el citado conde tienen que dividirla equitativamente en dos mitades y por aquella mitad que el citado conde tuviese, él haría el antedicho emperador Alfonso el mismo homenaje, el cual hicieron el rey Sancho y el rey Pedro al rey Alfonso, abuelo del emperador Alfonso. La ciudad de Estella estará en la parte que le corresponde al emperador y la ciudad de Iruña estará en la que le corresponde al conde. Es evidente que lo que está acordado sobre Estella e Iruña será respetado al realizarse la división. Igualmente será dividida por la mitad y de manera justa la ciudad de Tudela con todas sus pertenencias y los castillos con todas sus jurisdicciones que habían sido del rey García y que estaban al sur del río Ebro hacia el monte Gaudio, con excepción de aquellos castillos que ya fueron del conde. Además el emperador Alfonso VII y el conde Ramón Berenguer IV acuerdan y dan su beneplácito y aprobación que de la tierra de España, que ahora tienen los sarracenos, el conde tenga la ciudad de Valencia con todos sus territorios que se extienden desde el río Júcar hasta los límites del reino de Tortosa, la ciudad y reino de Denia con los mismos límites que tuvo en tiempos de los musulmanes. Se acuerda que el conde tenga estas poblaciones en nombre del emperador con igual homenaje, que el rey Sancho y el rey Pedro hicieron con Pamplona al rey Alfonso, abuelo del emperador. Asimismo el emperador Alfonso dona al conde y le concede igualmente la ciudad de Murcia y todo su reino, menos los castillos de Lorca y de Bera con todas sus jurisdicciones, con estas condiciones: que el emperador ayudará al conde de Buena fe y sin fraude a adquirir y conquistar esta ciudad de Murcia con todo su reino. Una vez conquistado y sometido, el conde lo tenga y lo posea en nombre del emperador, del mismo modo que tiene en su nombre la ciudad de Zaragoza y todo su reino. Pero si el emperador, a causa de enfermedad o por justa y conocida causa, sin que existiera ningún engaño, no puede ayudar al conde y no le ocasiona ningún perjuicio y el conde la puede conquistar cuando le sea a él posible, todo esto lo tenga por el emperador del mismo modo que tendrá la ciudad y reino de Zaragoza. Pero si el emperador no ayuda al conde a conquistar y adquirir, aunque no exista engaño, la ciudad y reino de Murcia o no quiera ayudarle y el mismo conde pudiera adquirirlas, sea cualquiera el modo en que lo pudiera hacer y una vez conquistado, lo tenga por el emperador del mismo modo que tiene el reino y ciudad de Valencia (...)

     Yo, Ramón, conde, de igual modo acuerdo con vosotros, el emperador y su hijo, con fe confirmamos y firmamos en el lugar, que se dice Tudillén, junto a Aguas Caldas, a seis kalendas de febrero del año de la Encarnación del Señor 1150, en presencia de los nobles abajo firmantes, los cuales lo confirmaron con su juramento. Yo, el conde Ponç, juro a ti Ramón, conde de Barcelona, que, los dichos acuerdos y convenios hechos y concordados con el emperador Alfonso y su hijo, el rey Sancho, los cuales han sido escritos y ordenados en este documento, así pues el emperador y su hijo Sancho han hecho y concordado con el conde todas estas cosas. Lo juro por Dios y los cuatro Santos Evangelios. De igual modo, yo Gontérriz Fernando lo juro y lo firmo. De igual modo yo, Ponç Menerba lo juro y confirmo (...)

Liber Feudorum Maior, ed. F. MIQUEL ROSELL, vol. I, doc. n.º 29, pp. 39-42.



Toma de Vitoria y Guipúzcoa por el rey de Castilla, Alfonso VIII

     Después de esto, el noble rey Alfonso, queriendo vengar las injurias del rey de Navarra, congregó con su fiel amigo, el rey de Aragón, un ejército contra Navarra y obtuvieron el Roncal y Aybar, que tocaron al rey de Aragón. Obtuvieron también Insura y Miranda [de Arga], que quedaron en poder del noble rey. Y así ambos reyes, realizadas algunas devastaciones, volvieron a sus tierras. De nuevo, sin embargo, el rey de Castilla, Alfonso el Noble, empezó a invadir Ibida [hoy condado de Treviño] y Álava y combatió durante un largo asedio Vitoria.

     Mientras tanto, Sancho, rey de Navarra, fuerte y vigoroso, estrenuo en las armas, pero obstinado en sus propósitos, abandonando el reino a su suerte, se marchó a tierras árabes con pocos magnates, compañeros de emigración, y, viviendo entre ellos durante algún tiempo, esperó la vuelta de emisarios que había enviado al Miramamolín ultramarino. Y habiendo estos traído dinero y regalos al rey, sin embargo, desviado de su causa, continuó recorriendo las ciudades de los árabes, morando en su tierra.

     Al mismo tiempo, los sitiados de Vitoria, fatigados por las luchas y trabajos y extenuados por la falta de víveres, vinieron a situación de tener que entregarse. El venerable García, obispo de Pamplona, cuidando generosamente de su libertad, como comprendiese el peligro del hambre, se fue apresuradamente al rey Sancho, en tierra de los árabes, con uno de los sitiados, y expuesta la realidad de las cosas, obtuvo del rey que se entregase Vitoria al de Castilla. Volvió en el tiempo marcado con aquel caballero que habían enviado los sitiados de Vitoria y expuso la orden de Sancho de que se entregase la ciudad y el castillo. Obtuvo de este modo el noble rey Alfonso, Vitoria, Ibida, Álava y Guipúzcoa con sus plazas y castillos, excepto Treviño [castillo], que en trueque de Inzura le fue después dado. Dio también del mismo modo Miranda [de Arga] por Portilla. Adquirió San Sebastián, Fuenterrabía, Beloaga [valle de Oyarzun], Zaitegui, Aizcorroz [Arlabán], Arlucea, Arzorocia, Vitoria la Vieja [Vitoriano], Marañón, Ausa [Elosua], Ataun, Irurita y San Vicente [de Arana]. Ciertamente, el rey de Navarra volvió cargado de regalos del agareno, pero despojado de todo lo dicho y del honor.

R. XIMÉNEZ DE RADA (El Toledano), Rerum in Hispania Gestarum o De rebus Hispaniae, Lib. VII, cap. XXXIII. Reproducido por G. Balparda en Historia crítica de Vizcaya y sus fueros, Bilbao, 1933-34, Tomo II, pp. 410-413.



Descripción de Vasconia y de sus habitantes hecha por el peregrino francés Aimery Picaud en el siglo XII

     Navarros y vascos tienen un mismo aspecto y calidad en comidas, vestidos y lengua, pero los vascos presentan un aspecto más blanquecino que los navarros. Los navarros visten con paños negros y cortos hasta las rodillas solamente, al uso de los escoceses, y los calzados, que llaman lavarcas, hechas de cuero peludo, no acabado, con correas atadas cerca del pie y con las plantas de los pies solo envueltas; llevan las piernas desnudas. Pero usan capotes de lana oscura, largos hasta los codos a manera de penule, con bordes, a los que llaman saias. Si los vieres comer, los considerarías perros o cerdos. Si los oyeres hablar, te acordarías de los perros que ladran, pues tienen una lengua de todo punto bárbara: al Señor llaman Urcia; a la Madre de Dios, Andrea María; al pan, ogui; al vino, ardum; a la carne, aragui; al pescado, araigu; a la casa, echea; al dueño de la casa iaona; a la dueña, andrea; a la iglesia, elicera; al presbítero, belaterra, que se interpreta bella tierra; al trigo, gari; al agua, uric; al rey, ereguia; a Santiago, Iaona domne Iacue (...) El navarro o el vasco, cuando camina, suspende del cuello un cuerno, como cazador, y dos o tres dardos, que llaman auconas.

Liber Sancti Iacobi, Codex Calixtinus, Ed. W. MUIR WHITEHILL, trad. A. Moralejo, C. Torres y J. Feo, Santiago de Compostela, 1951, pp. 519-520.



Explotación del peregrino en Santiago de Compostela en el siglo XII

     Los malos posaderos, dice, de la ciudad de Santiago, la primera comida la dan en balde a sus huéspedes y se esfuerzan para que les compren velas o cera. ¡Oh, fingida caridad!, ¡oh, falsa piedad!, ¡oh, largueza encubridora de toda clase de fraudes! Si, por ejemplo, se hospedan en una casa doce peregrinos bajo unas mismas condiciones, el mezquino posadero les pone un plato, ya de carne, ya de pescado, que en el macelo de la ciudad puede comprar por ocho dineros, y al fin les mete doce velas a seis dineros cada una, siendo así que en la plaza pública habrían podido comprarlas a cuatro dineros. O después de aquella fraudulenta comida la cera que podían comprar por cuatro dineros, se la vende en seis. Y por la comida en que empleó ocho dineros les exige dos sueldos, o sea veinticuatro dineros. ¡Oh, qué nefando contrato! ¡Oh que detestable lucro!

     Otros mezclan con la cera sebo de carnero o de cabra y habas cocidas sin monda, y de esta mezcla hacen velas. Otros, cuando los peregrinos les preguntan por los venerandos hechos del apóstol Santiago, les refieren fabulosas y detestables patrañas.

     Algunos hay que hacen salir hasta Puertomarín al encuentro de los peregrinos a algún criado, el cual así que los ve: «Hermanos y amigos míos -les dice-, yo soy vecino de la ciudad de Santiago, pero no me hallo aquí por causa de buscar huéspedes, sino porque estoy cuidando de una mula que mi amo tiene aquí enferma: haréis el favor de decirle que pronto se pondrá buena, y si queréis parar en mi casa, aunque no sea más que en agradecimiento de la noticia que lleváis, os han de tratar bien». Así lo hacen los peregrinos, pero reciben un trato pésimo.

     Otros le salen al encuentro en Barbadelo o en Triacastela y después de saludarlos, traban conversación con ellos sobre cosas indiferentes, hasta que cuando creen llegado el momento oportuno: « Yo tengo la dicha -les dicen- de ser ciudadano de Santiago, pero vine aquí a ver a un hermano que reside en esta villa. Y justamente podéis parar en mi casa, porque de seguro que si mi mujer y mi familia saben que me habéis visto y que habléis hablado conmigo, se desvelarán para que no os falte de nada. Si queréis os daré una señal para que os reconozcan». Y, en efecto, a unos peregrinos les da como señal un cuchillo, a otros su cinturón, a otros una llave, a otros una correa, a otros un anillo, a otros un gorro o montera, a otros un guante, etc. Llegan los peregrinos a su casa y se hospedan en ella; y después de la comida, una vela que solo vale cuatro dineros, la mujer se la vende en ocho o diez. Así son engañados por los posaderos muchos peregrinos de Santiago.

     Y si algún peregrino lleva para vender algún marco de plata que valga treinta sueldos, su mal posadero lo dirige a un monedero con quien está en connivencia, y le aconseja que debe darle el marco en veinte sueldos. El posadero no pierde su tiempo, porque recibe en premio del comprador doce dineros, o más o menos. O si el peregrino quiere vender alguna cosa que sea de gran valor, el posadero se la desprecia y aconseja que debe venderla en tanto o cuanto para recibir un buen premio del comprador, o, si acaso, de comprador y vendedor (...)

     ¿Y qué diréis de aquellas mujeres que hacen velas de cera para vender y les meten tales pabilos, que se consumen antes de acabar la Misa o las lecciones? ¿O de aquellas que cuando ven llegar una muchedumbre de peregrinos, venden el pan, el vino, la avena, el trigo, el queso, la carne o las aves más caro que lo de costumbre? (...)

     Si la marca de plata fina del peregrino vale treinta sueldos, el mal cambiador solo se da por ella veinte. El cambiador inicuo tiene diversos pesos, unos grandes y otros pequeños; con los primeros compra la plata, con los segundos la vende. Pondera y pone en las nubes su oro y su plata; pero rebaja y desprecia la ajena. Va pesando uno a uno los dineros en la balanza que llaman «trebuqueto», y al que halla de más peso lo vende más caro, o lo funde con otra plata en el crisol. A los dineros que tienen mayor módulo que el ordinario, los recorta con la tijera y luego los bate con el martillo para que no se conozcan. Vende, si puede, anillos, cálices, candeleros u otros obras de bronce plateado, como si fueran de plata pura.

De un sermón pronunciado en Compostela. C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, Lecturas históricas españolas», Madrid, 1981, pp. 90-92.



La Orden de Santiago

          

1.- Aquí se compieçan los establimientos de la orden de la cavaleria de Sancti Iacobi que toda en tres cosas está, avedes a saber en coniugal castidad, en obediencia guardar, en vevir sin propio. Mas en coniugal castidad semeien a los ancianos padres, en vevir sin peccado, que meior cosa es casar que seer quemados en los fuegos del infierno, nos non podemos seer meiores de nuestros antecessores e nos non poduemos complir lo que ellos non podieron sofrir, por la cual cosa se esfuerçan a plazer al criador de todas las cosas y contienen en perseverar en so serviçio. Mas en obediencia guardar quieren merecer la gracia daquel que fue obedient al Padre tro a la muert, ca la vitud de obediencia mays sea acceptable al nuestro Sennor que sacrificio. En vevir sin propio se esfuerçan a semeiar aquel que todas las cosas avie en poder, non avie do meter sue cabeça, e nos maguer que muchas cosas mantengamos segund el dicho apóstol, seamos así como que ninguna cosa non avemos. Aquestas trees cosas son establidas a complimento de la perfecta caridad fueras desecha todo el tremor, e los avandichos freyres ponen sus personas e sos cosas en diversos periglos e en muchos martirios e esfuerçanse a amar a Dios con toda su mient e con todas sus fuerças a su próximo así como así mismos. Ende son governadores de la perfecta caridad id est Deus. E los establimientos de los freyres assi compieçan.

          

2.- A los prelados de sancta ecclesia den honor e reverencia, a todos los fideles de Christo, monges e calonges, templeros, hospitaleros, e a los ministros del Sancto Sepulcro e a todos los de las órdenes de qual orden que quier que sean segund la providencia del maestre e segund la habundancia de la mesón les fagan aiutorio.

3.- Mas los huéspedes con toda alegría sean recibidos e denles las necessarias cosas, segund la facultad de la casa, e si de alguna orden fueren per tres días mais ornable mientre sean tenidos que los otros freyres, e si de mandado de so maestro andidieren e en nuestra casa quisieren morar, denles las neccesarias cosas asi cuemo a los freyres de la casa.

4.- E los pobres de Christo assi como ermanos sean recibidos, e denles las cosas necessarias segund el poder de la mesón (...)

14.- Tod aquel que es deffendedor cumple aquellas cosas que Dios dirá a los iustos el día del iudizio. Houi fambre a distes me de comer, houi sed e diestes me a bever. Assí com el deffendedor libra a alguno de captividad que non sea presso, este da a comer a fambriento, e da a bever al sediento e viste al desnudo e visita aquel que iaze en la cárcel. ¿Qui ha más fambre o más sed que aquel que es en poder de moros?

15.- Ond si algún frayre fuere medroso e non fuere convenible por yr en cavalgada segunt la providentia de so maestro, faga algunas cosas otras de la mesón, que non sea embalde mas faga aquello quel mandaren, ca, como dize sant Ierónimo, faz alguna cosa que el diablo no te falle vagaroso (...)

33.- De Vestibus. Vesteduras ayan de blanco e de negro e de pardo color e pieles corderins e otras de poco precio e todas estas cosas sobredichas sean guardadas con la providencia del maestro.

34.- La entención de todos sea en deffender la ecclesia de Dios por Jhesu Christo dar sus ánimas e yr contra moros non por cosa de rapina mas por acrescemiento de la fe de Dios (...)

«Constituciones de la Orden de Santiago». Recoge: D. W. LOMAX, La Orden de Santiago, Madrid, 1965, pp. 221-227.



Carta-puebla de Zarauz, dada por Fernando III de Castilla (28 de septiembre de 1237)

     Sea sabido y manifiesto a los presentes como a los futuros que yo, Fernando, por la gracia de Dios, rey de Castilla (...) junto con mis hijos Alfonso, Federico y Fernando, con asentamiento y beneplácito de la reina doña Berenguela, mi madre, hago carta de donación, concesión y confirmación al concejo de Zarauz, presente y futuro: os doy y concedo por fuero que me deis dos sueldos al año, por cada casa en las fiestas de San Martín; y, si mataseis alguna ballena, me daréis una tira desde la cabeza hasta la cola, según es fuero; y en todas las demás causas tengáis el fuero que tiene el concejo de San Sebastián. Y esta mi carta de donación y concesión persevere válida y estable en todo tiempo (...) Hecha la carta en Burgos el vigésimo octavo día de septiembre (...) Era milésima ducentésima septuagésima quinta. Y yo, el nombrado Fernando, reinando en Castilla (...) roboro y confirmo de mi propia mano esta carta que mandé hacer.

GOROSABEL, P., Diccionario Histórico-Geográfico-Descriptivo de los pueblos, valles, partidos, alcaldías y uniones de Guipúzcoa, Bilbao, 1972, tomo IV, p. 733.



Parias y monedas castellanas en el siglo XIII

     Cuenta la estoria que después que fue finado el rey don Ferrando, alzaron rey en Castilla é en León, é fué alzado en la muy noble ciudad de Sevilla, don Alfonso su fijo, é comienzó á reinar en el mes de mayo á veinte é nueve días. E andaba el año de la Era de Adán en cinco mill é veinte é un años (...) E la Era de César en mill docientos ochenta é nueve años romanos, ciento cincuenta días más. Y la era de la nascencia de Jesu-Christo en mill docientos é cincuenta é dos años (...) E la edad deste rey don Alfonso en treinta é dos años; e este fue el deceno rey de Castilla éde León, que por este nombre fue llamado. Este rey don Alfonso, en el comienzo de su reinado, firmó por tiempo cierto las posturas é la avenencia que el rey don Ferrando su padre había fecho con el rey de Granada, é que le diesen las parias porque gelas non dieron tan complidamente commo las daban al rey don Ferrando su padre (...) E como quier que estas parias diese el rey de Granada al rey don Ferrando para que le dejase vevir en paz, pero más lo daba por manera de reconoscimiento, porque este rey don Ferrando dio ayuda de gentes á este rey de Granada é de los otros logares del reino contra un linaje de moros que eran sus contrarios muy poderosos, é decianles los de Soysemela (...) E por estas razones había el rey don Ferrando de los moros tan grande cuantía de parias. E el rey don Alfonso su hijo, en el comienzo de su regnado mandó desfacer la moneda de los pepiones él fizo labrar la moneda de los burgaleses, que valía noventa dineros el maravedí, é las compras pequeñas se facían a sueldos, e seis dineros de aquellos valían un sueldo, é quince sueldos valían un maravedí. E destos le ovo de dar cada año el rey de Granada docientos e cincuenta mill maravedís. E en este tiempo, por el mudamiento de estas monedas, encaescieron todas las cosas en los regnos de Castilla é de León, é pujaron muy grandes cuantías.

«Crónica del rey Alfonso décimo», Crónicas de los Reyes de Castilla, ed. C. ROSELL, Madrid, 1953, Tomo I, pp. 4-5.



Privilegios de los caballeros en la Castilla del siglo XIII

     En qué manera deben ser honrados los caballeros.

     Honrados deben seer mucho los caballeros, et esto por tres razones; la una por nobleza de su linage; la otra por su bondat; la tercera por la pro que dellos viene: et por ende los reyes los deben honrar como a aquellos con quien han de facer su obra, guardando et honrando a sí mismo con ellos et acrescentando su poder et su honra: et todos los otros comunalmente los deben honrar porque les son así como escudo et defendimiento, et se han de parar a todos los peligros que acaescieren para defenderlos. Onde así como ellos se meten a peligros de mucha guisas para facer estas cosas sobredichas, así deben seer honrados en muchas maneras, de guisa que ninguno non debe estar en la iglesia antellos cuando estodiesen a las horas, sinon los perlados et los otros clérigos que las dixiesen, o los reyes o los otros grandes señores a que ellos hobiesen de obedecer et de servir: nin otrosi ninguno non debe ir a ofrescer nin a tomar la paz ante que ellos; nin al comer non debe asentarse con ellos escudero nin otros ninguno, sinon caballero o home que lo meresciese por su honra o por su bondat; nin otrosi ninguno non se debe baldonar con ellos en palabras que non fuese caballero o otro home honrado. Otrosi deben seer honrados en sus casas, ca ninguno non gelas debe quebrantar sinon por mandado del rey o por razon de justicia por cosa que ellos hobiesen merescido; nin les deben otrosi prender los caballos nin las armas fallándoles alguna cosa mueble o raíz en que puedan facer la prenda: et aunque no fallasen otra cosa en que la feciesen, non les deben tomar los caballos de sus cuerpos, nin descenderlos de las otras bestias en que cabalgasen, nin entrarles en las casas a prender estando hi ellos o sus mugeres. Pero cosas hi ha señaladas sobre que les pueden poner plazo á que salgan de las casas porque puedan facer la entrega en ellas o en lo que hi fuere: et aun los antiguos tanto encarecieron la honra de los caballeros, queno tan solamente dexaban de facer la prenda do estaban ellos o sus mugeres, mas aun do fallaban sus mantos o sus escudos: et sin esto les facien otra honra, que do quier que los homes se fallaban con ellos se les homillaban, et hoy en día eso han aun por costumbre en España de decir a los homes buenos et honrados homillamosnos. Et aun a otra honra el que es caballero, que despues que lo fuese puede llegar a honra de emperador, o de rey, et ante non podrie seer, bien asi como no podrie seer ningunt clérigo obispo, si primeramente non fuese ordenado de preste misacanto.

Las Siete Partidas o Libro de las Leyes de Alfonso X, Madrid, 1807, P. II, T. XXI, II, p. 23-24. Recoge: M. ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 73-74.



Impuestos extraordinarios de los judíos de Aragón en 1281

     Pedro, por la gracia de Dios, Rey de Aragón, á sus leales hombres buenos y á toda la universidad de Zaragoza, salud y gracia. Habiendoos dispensado desde el día de nuestro reinado acá, cuanto nos fue posible, y no siendonos ahora hacedero el dispensaros más, no solo por las deudas del rey don Jaime y las demás que en parte pagamos, sino también por las que han de pagarse para la fiesta de la Natividad del Señor, para lo cual hemos señalado algunas de nuestras rentas, de que no podemos ya ayudarnos, y á fin de casar á nuestra hija y atender (a los gastos) de la armada que hacemos; y porque no podemos dar vado á nuestros asuntos, sin vuestro servicio y ayuda; y como nos sea conveniente requerir para estas cosas vuestro auxilio, porque sin el dicho auxilio de modo alguno podemos llevar á cabo aquellas cosas, requerimos á vuestra fidelidad y os rogamos que nos deis, por vía del referido servicio, C mil sueldos jaqueses, que debeis pagar en el acto y sin tardanza alguna; pero si quereis enviarnos algunos mensajeros ó síndicos, enviadlos tales que puedan sin más despachar con Nos [el indicado asunto]. En la inteligencia de que por todo el venidero mes de Enero deberá estar en nuestro poder el dinero precitado, porque si por el contrario se prolongare [la entrega] á vosotros y á Nos traería daño y deshonra.

Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 51, fol. 2. J. L. MARTÍN, Historia de España, Historia 16, Madrid, 1980, tomo 4, p. 86.



Una anécdota en la vida de Don Jaime I de Aragón

     (...) No bien habíamos pasado el río de Millás, cuando vimos venir corriendo un ballestero a caballo, el cual llevaba vestido su perpunte, cubierta la cabeza con el casco de hierro, y la ballesta preparada. Al verle Pero Palesí, gritó: «¡Ved allí un jinete que viene corriendo!». Y Nos y don Pedro Cornel nos íbamos ya a dirigir hacia el que venía, cuando Pero Palesí, dijo: «Dejádmelo a mí, no os toca a Vos este encargo», con lo que nos paramos. Saliendo luego aquel al encuentro del ballestero, le preguntó: «¿Cómo vienes así tan corriendo y con la ballesta preparada, lo propio que si quisieses tirar contra nosotros?» Su respuesta fue exclamar: «¡Señor, muerto llego!». Y preguntándole que tenía, siguió diciendo: «Aben Lope ha sorprendido al comendador de Oropesa más acá del grao, y le ha hecho prisionero. ¿Y estabas tú con el comendador?», le preguntamos Nos entonces. «Sí, señor», nos respondió. «¿Y te atreves a venir aquí, continuamos, estando tu señor preso; y aún vienes con la ballesta preparada hacia Nos? ¿No te hubiera valido más que, en ves de tirar a Nos, la hubieses disparado contra los sarracenos? ¿Cómo has podido desamparar a tu señor, mal bachiller, por más que hubieses caído prisionero, cuando sabes que con ciento cincuenta o doscientos sueldos bastaba para rescatarte? ¡Y en el campo lo has desamparado! ¡Por Cristo, ya que tan mal te portaste, descabalga presto!». «¿Y por qué he de descabalgar, señor?», preguntó el ballestero. «¿Por qué? Por lo que has hecho», le respondimos. Y quitándole al punto el caballo, el perpunte, el casco de hierro y la ballesta, dejámosle solo con un camisote que llevaba, y le andamos seguir detrás y a pie.

Crónica histórica o Llibre dels fets, atribuida a Jaime I, capítulo CCLX, pp. 354-355. Recoge: C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, Lecturas históricas españolas, Madrid, 1981, pp. 131-132.


Imperio Bizantino

     De nuevo observamos cómo no solo se identifica con Occidente la lucha por encontrar en los siglos IX y X fórmulas articuladoras capaces de garantizar su pervivencia política. Bizancio, tras la crítica etapa premadedónica, prepara de la mano de Basilio I y sus inmediatos sucesores su «Edad de Oro»: recuperación militar frente al Islam, consolidación política interna, apogeo cultural y ruptura definitiva con Occidente a través del Cisma consumado en 1154.

     Es fácil comprobar que la expansión de la Cristiandad occidental es un fenómeno inversamente proporcional a la retracción o estancamiento de las otras dos grandes formaciones político-culturales relacionadas directamente con ella: el Imperio bizantino y el mundo islámico. Y es que hay que tener en cuenta que aquella expansión se verificó en parte a costa de estas últimas. En efecto, las Cruzadas contribuyeron a acelerar el proceso de descomposición interna en que vivía Bizancio, posibilitando indirectamente el acceso al poder de la aristocracia terrateniente representada por los Comneno. Las fronteras del Imperio sufrieron notables recortes a manos de normandos y turcos selyúcidas, al tiempo que la colonización comercial veneciana preparaba poco a poco el camino a las desastrosas consecuencias de la «Cuarta Cruzada» y a la instauración del Imperio latino en Constantinopla. Solo superada la mitad del siglo XIII, se produciría la recuperación restauradora de Bizancio bajo el impulso niceno de los Paleólogos y sus aliados genoveses. El Imperio volvía así a ofrecer una aceptable apariencia política, pero su independencia económica había desaparecido entre los desinteresados impulsos de las pequeñas pero poderosas ciudades mercantiles del Norte de Italia que ahora se enfrentaban, en el contexto de la crisis política de finales del siglo XIII, en la «primera guerra marítima».




Edad de Oro de la civilización bizantinaVolver al índice



El emperador y la ley en Bizancio

          

1.- El emperador es la autoridad legítima, el bien común de todos los súbditos. No castiga ni recompensa con parcialidad, sino que distribuye los premios con justicia.

          

2.- El fín del emperador es conservar y salvaguardar por su virtud los bienes presentes. Recobrar los bienes perdidos por medio de una atención vigilante. Adquirir los bienes que faltan con su celo y justas victorias.

3.- El fín del emperador es hacer el bien. Por eso se le denomina «evergeta». Cuando se aparta de la beneficencia, el carácter imperial se altera, según los antiguos.

4.- El emperador tiene obligación de defender y mantener ante todo las prescripciones de la Sagrada Escritura, a continuación los dogmas enunciados por los siete santos concilios, así como las leyes romanas reconocidas.

5.- El emperador ha de ser excelente en la ortodoxia y la piedad, resplandeciente en su celo divino, en lo que concierne a los dogmas relativos a la Trinidad, tanto en lo que toca a los decretos que se refieren a la economía según la carne de nuestro señor Jesucristo: la consustancialidad de la divinidad trishypostásica, y la unión hipostática de las dos naturalezas en un mismo Cristo que es de forma inconfundible e indivisible perfecto Dios y perfecto hombre, con lo que de esto se deduce: impasible y paciente, incorruptible y corruptible, invisible y visible, intangible y tangible, ilimitado y limitado, así como la dualidad incontestable de las voluntades y energías, y la indescriptibilidad y descriptibilidad.

6.- El emperador ha de interpretar las leyes heredadas de los antiguos y, según ellas, decidir cuando no hay ley.

7.- En la interpretación de las leyes ha de tener en cuenta la costumbre de la ciudad. Lo que es contrario a los cánones no puede ser admitido como modelo.

8.- El emperador ha de interpretar las leyes en el sentido del bien. En los casos dudosos, reconocemos la interpretación conforme al bien.

9.- No se debe cambiar lo que comporta una interpretación evidente.

10.- En las cuestiones en las que no hay ley escrita, es menester conservar uso y costumbre. Y, si no hay, decidir por analogía.

11.- De la misma manera que una ley puede estar escrita o no, puede abrogarse ya por ley escrita ya por caducidad.

12.- Puede invocarse la costumbre de una ciudad o provincia cuando, en caso de duda, un tribunal la ha confirmado. Lo que está confirmado por una larga costumbre y ha sido observado durante muchos años, tiene la misma fuerza que el escrito.

Ed. A. DE LINGENTHAL, «Epanagogé», Tit. II, Jus Graeco-romanum, Leipzig, 1856-1884. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 260-261.




Imperio LatinoVolver al índice



Crisóbula de Alejo I Commeno concediendo tierras e inmunidades fiscales

     Al poeta y catépano de Abidos, León Kefalas, en recompensa de hazañas cumplidas en la plaza fuerte de Larissa, cuando estuvo sitiada por el maldito Bohémond y todo el ejército franco, recibió la comuna de Zostiani, en el thema de Moglena. Tiene en mano la ordenanza, con mi firma, que le otorga esta donación y el practicón establecido por el vestas Pedro, que da las listas de las parecas, poco numerosas y de última categoría, establecidas en el territorio de esa comuna. Ha solicitado, para mayor seguridad, que esta donación sea confirmada por un crisóbula, lo cual es justo acordarle.

     Por el presente crisóbula, se ordena que a León Kefalas y a todos los suyos, herederos y derecho-habientes, pertenezca definitivamente la comuna de Zostiani, situada en el thema de Moglena, irrevocablemente y a perpetuidad, sin estar gravados por impuestos ni cargos, sin que Kefalas o los suyos deban pagar al fisco gravamen alguno. En vista de lo cual ordeno que, el practicón fiscal del thema de Moglena mencione con tinta y por mano del protoproedra y logoteta del dromo Juan, a beneficio de León Kefalas y los suyos. Estos deberán comportarse debidamente con los campesinos, no expulsarlos, ni acoger a los habitantes de otras comunas, si desean que la donación conserve la validez. La comuna de Zostiani y los campesinos allí radicados estarán exentos (...) [de más de cien impuestos y cargas de toda naturaleza cuya lista se adjunta]. Prohíbo a todo funcionario (...) desconocer, bajo ninguna circunstancia, este crisóbula, dado en el mes de mayo de la novena indicción, en el año 6594.

Recoge: R. BOUTROCHE, Señorío y feudalismo. 1. Los vínculos de dependencia, Madrid, 1980, p. 312.



Descripción de una matanza de latinos en época de Andrónico I (1183-1185)

          «Contar las desgracias que entonces sufrieron los latinos, el fuego que devoró sus bienes, sin tener en cuenta los saqueos que sufrieron, y los accidentes ocurridos en las playas y en las calles, sería empresa difícil. Ya que no solo los latinos armados eran presa de los hombres de Andrónico, sino que la gente, que no podía defenderse, no suscitaba la más mínima piedad. De hecho las mujeres y los niños eran abatidos por sus espadas. Pero el espectáculo más horrible se daba cuando el hierro enemigo, abriendo el vientre de las mujeres encinta, sacaba el feto, que, después de haber visto antes de tiempo la luz del sol, era acogido por las tinieblas del infierno, muriendo antes incluso de estar perfectamente vivo. y esto era bestial, y no comparable a otras formas de locura. Cayó también un sacerdote latino, no sé si venido en embajada de la antigua Roma o de Sicilia, o sea romano o siciliano. Y cayó con todos los ornamentos sagrados que él se había puesto en vez de armas, con la esperanza de que los malvados lo respetasen».

EUSTAQUIO DE TESALÓNICA. Publ. S. Claramunt, El mundo bizantino. La encrucijada entre Oriente y Occidente, Barcelona, 1987, p. 40.



Acta del patriarca Miguel Autoreianos (1208-1214)

     Aquí se perdona a aquellos que caigan en la guerra.

     Del mismo [patriarca] y de su gran sínodo, a todos los militares, parientes y familiares del emperador, o mejor dicho, a todos los súbditos y soldados del emperador.

     ¡Romanos -esta sola denominación es suficiente para recordaros las antiguas valentía y virtud militares-, que provenís de las grandes familias y tenéis una moral imperturbable, y vosotros, bravos guerreros que seguís la carrera militar! Es tiempo de mostrar, con la gracia del cielo, vuestra virtud y valentía -de una parte, por la gracia inmaculada de vuestra fe y por la herencia de Cristo, de quien sois los defensores corporales; de otra, por la libertad y la gloria de nuestra patria, por el honor de los padres, de las mujeres y de los niños-, de tener un celo ardiente y una justa cólera en vuestros corazones, contra nuestros injustos y arrogantes enemigos que nos atacan, y que serán, así lo creemos, aplastados por el Señor como los cedros estériles del Líbano. ¡Levantáos, confiando en Dios, retornad a vuestra antigua moral, no permitáis que se arroje por los suelos la nobleza de vuestra patria!

     Nuestros enemigos no están hechos de otra naturaleza, no son sino cuerpo y alma, ni invulnerables ni insensibles, como dicen las fantasías de los antiguos griegos. Es la insolencia y la arrogancia y una inaceptable temeridad lo que los fortifica, así como, además, el ilegítimo deseo de injusta ganancia -a causa de lo cual pierden igualmente sus almas en el fuego eterno. Si, pues, aquellos, movidos por tales pasiones, no tienen cuidado de sus almas y, con el descaro de los bandidos, invaden las posesiones del prójimo; si, combatiendo por su perdición como si fuera por su verdadera salvación, llegan a esta ruinosa concordia, ¿cómo nosotros, que estamos apoyados en el derecho natural, y llamados a ser juzgados por el ojo infalible, no los contraatacaremos con coraje y no nos batiremos hasta más allá de nuestras fuerzas, cuando los bienes terrestres serán para nosotros acompañados por la recompensa de Dios? Ello a condición de confiarse a Él y de prometer, todos juntos y cada cual por separado, llevar una vida que le plazca, si no se la ha llevado hasta ahora.

     Venid, queridos hijos, y escuchad: al mismo tiempo que se hubo presentado Él mismo en la tierra, Dios nos dio la realeza, una buena monarquía, una imagen de su gobierno, eliminando el desorden y la poliarquía, a fin de que aquellos que creen en Él, no se destruyan ni destruyan su fe atacándose unos a otros. Vosotros sabéis cómo Dios, a causa de nuestros pecados, nos ha puesto a prueba hasta el punto de correr el riesgo de ser totalmente sometidos a los bárbaros, y de nuevo tuvo misericordia de nosotros: nos dio un bien primordial, la realeza, y puso a nuestra cabeza un emperador laborioso, digno de los tiempos -vosotros que habéis estado en campaña con él, lo sabéis por sus actos-, muy generoso y gratificante en las hazañas militares de una manera digna de un emperador. En nuestros días, Dios ha mostrado en él obras admirables, las cuales debemos siembre tener en cuenta a fin de seguirlas. Si en un cuerpo la cabeza es la más preciosa, y por ese hecho es protegida por los otros miembros, ¿cómo no vamos a estar obligados a proteger la cabeza que Dios nos ha dado? ¿No habéis visto cómo las abejas rodean y defienden a su reina? Si los animales privados de razón saben obrar así, conviene mucho más a nosotros, a quienes Dios ha dotado de razón y juicio, el defender, proteger y sostener sin cesar a nuestro santo autokrator, para que vosotros no merezcáis el calificativo escriturario de pueblos insensatos. Con valor, pues, venceréis a todo oponente. Nosotros, el clero, premunidos con las armas espirituales, os asistiremos con nuestros votos.

     Que la gracia de nuestro Señor Jesu-Cristo esté con vosotros. Amén.

     Habiendo recibido de Él el gran don de la gracia, perdonamos todos los pecados a aquellos de entre vosotros que mueran combatiendo por la defensa de la patria y la salvación del pueblo de Dios.

     En: OIKONOMIDES, N., «Cinq actes inédits du patriarche Michel Autoreianos», en: Revue des Etudes Byzantines, 25 (Mélanges Venance Grumel, II), París, 1967, ahora en: OIKONOMIDES, N., Documents et études sur les institutions de Byzance (VIIe-XVe s.), «Variorum Reprints», 1976, London, XV, pp. 113-145. La traducción, «intentionnelement abregée», según Oikonomides, en pp. 115-117; el texto griego en pp. 117-119. Trad. del francés por José Marín.

     En MARÍN, J., Cruzada, Guerra Santa y Yihad. La edad media y Nosotros, Valparaíso, Ediciones Universitarias, 2003, pp. 181-183.

     En web personal del profesor José A. Marín.

     En web personal del profesor Francisco Javier Villalba Ruiz de Toledo.

Islam

     El Imperio abbasí, por su parte, presionado por la omnipresencia de los turcos selyúcidas, perdía su esencia cohesiva casi al mismo tiempo que se deterioraba la autoridad real de su califa. La desmembración de su antiguo solar no encontró en los selyúcidas una seria y duradera alternativa, y la existencia nominal de un languideciente titular del Califato no pudo en ningún caso detener la definitiva fragmentación del mundo islámico. Esta se manifestó irrefrenable también en otras parcelas no sujetas al teórico control abbasí. Es el caso del Califato de Córdoba, cuya descomposición abre un prolongado período de dependencia africana para la España islámica.




Decadencia abbasíVolver al índice



El califa y la ciudad de Bagdad

     Esta antigua ciudad continúa siendo la sede del califato abasí y centro de difusión de la doctrina del imam quraysí y hasimí; pero la mayor parte de sus edificios ha desaparecido y no queda de ella sino el prestigio de su nombre. En comparación con lo que ella fue, antes de que las calamidades cayesen sobre ella y de que los ojos de la desgracia se volviesen hacia ella...

     El califa se muestra algunas veces en barca por el Tigris y en ciertas épocas caza en el desierto. Sus apariciones dan a su existencia, según el testimonio del vulgo, un carácter misterioso, y ese misterio no hace más que acrecentar el prestigio de su asunto. Él, sin embargo, querría mostrarse a las gentes y manifestarle su amor. Él, según ellas, es de espíritu afortunado y consideran de buen augurio sus días en cuanto a prosperidad, justicia y buena vida, y, así, grandes y pequeños hacen votos por él.

     A este califa mencionado, o sea, a Abu l-cAbbas Ahmad an-Nasir li-Din illah b. al-Mustadi bi-Nur illah Abu Muhammad al-Hasan b. al-Mustanyid bi-llah Abu l-Muzaffar Ysuf (...) lo vimos en la parte occidental de la ciudad, delante de un mirador suyo del que había bajado para subir a una barca (...) tendría aproximadamente unos veinticinco años. Vestía una ropa blanca parecida a una túnica de manga larga con bordados de oro; sobre su cabeza llevaba un capirote dorado, ribeteado con una de esas pieles negras preciosas y de valor, reservadas para el vestido de los príncipes, tales como la del zorro, o más nobles aún (...) Eso tuvo lugar en la tarde del sábado 6 de safar del año 80 (15 de mayo de 1184)...

IBN YUBAYR, A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos. Rihla, Barcelona, 1988, pp. 258 y 270.




Al-Andalus: los reinos de Taifas e Imperios norteafricanosVolver al índice



Las mujeres, según Ibn Hazm

     Yo he tratado a las mujeres en su intimidad y por eso estoy tan enterado de sus misterios, que de ellos se lo que quizá no sepa ningún otro hombre, porque yo me crié dentro de sus habitaciones privadas y me eduqué con ellas, sin conocer más personas que mujeres, sin tratar con hombres hasta que llegué a la edad de la juventud. Ellas venían continuamente a besarme la cara, me enseñaban a leer el Alcorán, me recitaban muchos versos, me adiestraban en la escritura. De aquí que yo, desde que empecé a tener uso de razón, en los primeros años de mi infancia, no pusiese otro empeño ni trabajase con mi espíritu en otra cosa que en conocer bien las cualidades de las mujeres y en enterarme de cuanto les oía referir de sí mismas. Y como ya luego no he olvidado nada de lo que de niño vi que ellas hacían, acabé por concebir contra ellas una intensa antipatía instintiva y pésima opinión.

     El espíritu de las mujeres está vacío de toda idea que no sea la de la unión sexual y de sus motivos determinantes, la de la galantería erótica y sus causas, la del amor en sus varias formas. De ninguna otra cosa se preocupan, ni para otra cosa han sido creadas.

     En esta materia [del amor sexual] jamás pensé bien de nadie. Por natural temperamento he sido siempre muy celoso (...) Además nunca he cesado de escudriñar noticias femeninas y de procurar descubrir los secretos de las mujeres. Como ellas, por otra parte, tuvieron conmigo siempre gran familiaridad, confiábanme sus más íntimos secretos de modo que, si no fuera porque se trata de cosas feas que Dios prohíbe poner al descubierto, referir podría, en verdad, tales maravillas de la sagacidad y artes aviesas que para el mal poseen las mujeres, que dejarían atónito al más avisado. Pero, aunque yo estuve siempre tan enterado de todo esto, bien sabe Dios -y con que Él lo sepa me basta- que estoy por fuera y por dentro absolutamente limpio y puro de toda mácula en tal materia; tanto, que puedo jurar en Dios solemnemente que jamás desaté mi manto para un placer ilícito, ni mi Señor me habrá de tomar cuenta de pecado alguno grave de adulterio, desde que tuve uso de razón hasta el día de hoy.

     Del Tauq o Libro del amor y del Ajla o Libro de los carácteres y la conducta que trata de la medicina del alma de Ibn Hazm, según versión de Asín (Abenhazam de Córdoba, p. 39, 40, 222 y 223. Recoge: J. L. Martín, Historia de España», 3, Alta Edad Media, Historia 16, Madrid, 1980, p. 72.



El mutazilismo

     Dios creó el trono sin necesidad y se instaló en él según su deseo y su voluntad. Es poderoso en virtud de un poder, sabio en virtud de una ciencia preeterna, no adquirida (...) cada atributo suyo es real y no metafórico (...)

     La palabra de Dios es increada, Dios ha hablado efectivamente con esta palabra y la ha revelado a su apóstol por intermedio de Gabriel, el porta-palabra. Este habiéndola oído de Dios, la ha recitado a Mohamed que, a su vez, la ha recitado a sus Compañeros los que, a su vez, por último, la han recitado a la Comunidad. esta palabra no se ha hecho creada en virtud de su recitación por las criaturas, porque sigue siendo la Palabra misma que Dios ha hablado. Permanece, pues, increada, en cualquier estado, tanto si es repetida, memorizada, escrita u oída. Y si alguien afirma que es creada en cualquier estado que sea, se trata de un infiel cuya ejecución es lícita si se obstina en no hacer una retractación pública.

     La fe consiste en la enunciación, las obras y la intención (...) varía, aumentando con la observación de la Ley y disminuyendo con la no observancia (...) El hombre no sabe qué destino le reserva Dios, ni que fín le será dado (...) Todo hombre debe amar a los compañeros del Profeta y saber que son las mejores criaturas después del Enviado de Dios (...) todos deben decir bien de Muawiya. Nadie debe declarar infiel a otro por omisión de una obligación cualquiera, salvo solo la Oración prescrita en el Libro de Dios.

Proclamación del califa Al-Qadir, 1071. HANBALITA, Sourdel, La civilisation de l'Islam Classique, p. 163. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 214.



Consideraciones médicas de Abd Allah (1075-1090) sobre los alimentos y el vino

     Dijo un sabio: «Las gentes viven para comer, y nosotros comemos para vivir». Reflexiona sobre lo útil de esta idea.

     Cierto rey reunió a sus médicos y les dijo: «Hacedme conocer un remedio con el cual no sea posible enfermedad». Cada uno se puso hablar de medicinas y de cómo habían de ser aplicadas, salvo, el más sabio y anciano de todos, que les contradijo, afirmando: «El príncipe no os ha preguntado nada de eso. Que me autorice a hablar». El rey le contestó entonces: «Habla, pues tú eres la mina de la sabiduría y de la filosofía». Y aquel médico dijo: «El remedio, oh rey, con el que no es posible enfermedad, es que cuando comas, aunque solo haya sido dos bocados, dejes todo aquello que exceda de la saciedad de tu hambre, y que no te llenes. Con este remedio no hay necesidad de médico».

     Algo así se cuenta de (Harun) al-Rasid, pues habiéndole sido presentada una escudilla con comida, dijo al comer: «Esto es, a la vez, alimento y medicina; pero cuanto excediese de ello, sería dolencia». Todo hombre, en efecto, debe tomar de los bienes del mundo tan solo aquello a que está acostumbrado.

     El Profeta -¡sobre él sea la paz!- dijo: «El origen de toda dolencia es la indigestión y la base de todo remedio es la dieta». También se ha dicho: «Come poco y dormirás bien». Y los doctores afirman que el exceso o el defecto son enemigos de la naturaleza.

     Asimismo vemos con el vino que cuando el temperamento del bebedor exige que ingiera mucho, no ha de decírsele: «Bebe poco», ni al que le acomoda beber poco ha de decírsele: «Bebe más». De otra parte, el hombre inteligente se da cuenta de esta medida según sus propias sensaciones, y, sabedor de lo que conviene a su naturaleza, no comete ningún exceso.

     Un sabio, a quien se le preguntó por el vino, lo censuró, pero luego dijo: «Si se toma como conviene, con quien conviene y cuando conviene, no hay mal en ello, porque alegra el espíritu, disipa los cuidados y enardece e impulsa a las acciones meritorias. Tomarlo con exceso es tan grande daño, como es gran bien beber poco» (...)

     Tocante a los alimentos, debe emplear el hombre los más ligeros, incluso si eso le obliga hacer comidas varias veces al día, porque así la digestión será más rápida, el estómago conservará el apetito, y los miembros todos andarán más sueltos (...)

     Es un ignorante el que crea que cenar inmediatamente antes de acostarse favorece el sueño, a causa de la hartura. Yo digo, al contrario, que lo dificulta, porque el calor hace subir vapores al cerebro, y todo lo caliente impide dormir, de igual modo que el frío en el cerebro produce somnolencia. ¿No ves cómo los cerebros fríos segregan muchas mucosidades y engendran falta de memoria, mientras el hombre de memoria rápida posee siempre en su cerebro calor y sequedad, y ves que tiene pocas secreciones, y que, si las tiene, no duran, porque no son más que excreciones del cerebro? Los de ojos saltones están expuestos a lo mismo y rara vez escapan a las enfermedades y a la transpiración, mientras, a juicio de los médicos, los de ojos hundidos tienen mejor vista (...)

El siglo XI en primera persona (las memorias de Abd Allah, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides en 1090), Trad. E. LEVÍ-PROVENÇAL y E. GARCÍA GÓMEZ, Madrid, 1980, pp. 313-314.


Baja Edad Media (siglos XIV-XV)

Occidente

     Una vez puestas las bases de la incipiente protoestatalización occidental, asistimos a un proceso de encumbramiento progresivo de las monarquías nacionales, cada vez más conscientes de su identidad diferenciadora, y con más recursos técnicos, ideológicos y humanos para desarrollar sus aspiraciones. Sin embargo, toda esta evolución se va a enmarcar en un período caracterizado por la contracción económica y por la crisis política e ideológica. Es cierto que no puede generalizarse sin más para el conjunto de los siglos XIV y XV la noción de regresión. De hecho el siglo XV, al menos en su segunda mitad, presenta según veremos, un panorama distinto por muchos conceptos y netamente diferenciado del de la centuria anterior, el de la gran depresión por antonomasia: la crisis del siglo XIV.

     Aunque la historiografía no haya llegado tampoco en este punto a un acuerdo unánime, es difícil desligar del origen de la crisis las nefastas condiciones naturales que afectaron muy negativamente a una economía agraria muy poco renovada tecnológicamente y que había llegado a su techo de crecimiento extensivo. El descenso de la producción, la caída de las rentas de la tierra y su sustitución por un mayor control señorial de los recursos de origen jurisdiccional, son las manifestaciones, junto con la de protesta campesina, más patentes del fenómeno. La ciudad y el comercio durante la crisis no se vieron, sin embargo, tan negativamente afectados. La señorialización de los gobiernos urbanos no dificultaron siempre el esfuerzo mercantil que gobiernos y poderosos sectores burgueses supieron mantener. El desarrollo de la banca y de las sociedades de comercio son buenos ejemplos de ello, como lo son también la constitución de ferias «internacionales», la apertura de nuevas rutas de comercio y la potenciación de nuevos polos de desarrollo mercantil cada vez más ligados al Atlántico. Con todo, la sociedad en su conjunto no quedó al margen de la crisis. Junto a los levantamientos campesinos, las revueltas urbanas constituyen elementos de conflictividad popular plenamente integrados en el marco de la crisis al que tampoco son ajenos los grandes «progroms» antijudíos.

     Como es natural, la crisis occidental se ve correspondida por unas evidentes transformaciones de su estructura política: el ocaso del feudalismo como fórmula articuladora y los antecedentes del Estado moderno son sus principales argumentos, pero ello no fue obstáculo -probablemente todo lo contrario- para que muy poco después de iniciarse el siglo XIV se produjera la gran quiebra política que ha pasado a la Historia con el equívoco nombre de «Guerra de los Cien Años». La excusa teórica del enfrentamiento, la cuestión dinástica entre Francia e Inglaterra, muy pronto dio paso a su auténtico origen mercantil. Este hecho explica la pronta «europeización» del conflicto y la decisiva intervención de la marina castellana junto a los Valois. La quiebra política fue asimismo acompañada de quiebra ideológica. A partir del último tercio del siglo se produce el Cisma de Occidente. Mucho antes, la contestación doctrinal de fundamento nominalista había lanzado furibundos ataques contra la «politizada» monarquía pontificia de Avignon. Dos modos de entender la vida religiosa y el papel de la Iglesia en el seno de la sociedad quedaban claramente enfrentados en una dialéctica cuyos protagonistas, afines al realismo tomista o al nominalismo occamista, harán algo más que discutir escolásticamente en las aulas universitarias. El estallido de la guerra y la inflamación de sentimientos «nacionales» que lo acompañó, hicieron el resto, y cuando la cristiandad, dividida, decidió alinearse bajo dos diferentes obediencias pontificias, sus respectivos campos de influencia coincidieron significativamente con los de las sociedades civiles que se enfrentaban militarmente.

     Con la entrada de la siguiente centuria es preciso hablar de una lenta y gradual recuperación durante el siglo XV. La economía agraria, a partir de su segunda mitad, muestra síntomas evidentes de revitalización, y el comercio, que nunca llegó a detener drásticamente su expansión, multiplica sus posibilidades y arrastra tras de sí al conjunto de la enfermiza estructura económica. No todos los grandes centros bancarios -Florencia, Génova, Barcelona...- florecen al unísono, pero todos ellos intervienen de una forma u otra en la reactivación del comercio mediterráneo y en la potenciación definitiva de la ruta atlántica.

     Al mismo tiempo, comienza a detectarse la superación del Cisma, y, aunque la restaurada autoridad pontificia ha de sufrir todavía los embates ofensivos del conciliarismo, encuentra al fin, desde los reconstruidos estados de la Iglesia, un marco de entendimiento con los poderes temporales. En estas circunstancias, y porque el agotamiento hizo mella en los contendientes, no tardará en cesar el enfrentamiento bélico que desde el comienzo del siglo era nuevamente anglo-francés, aunque con decisiva participación del «Estado» borgoñón. Francia, cohesionada en torno a un cada vez más palpable sentimiento «nacional» -que por otra parte tampoco conviene exagerar- y fortalecida por la obra interna de Carlos VII, expulsa a los ingleses de la mayor parte de su territorio. Fue, sin duda, un duro golpe para la monarquía inglesa, aunque quizá también menos de lo que podría pensarse a primera vista. Sus problemas eran fundamentalmente internos: Inglaterra que había sabido hacer del parlamentarismo y del anglicanismo argumentos clave en su propia constitución, se veía ahora, en la segunda mitad del siglo XV, desgarrada por un interminable conflicto civil que el Romanticismo bautizó como «Guerra de las Dos Rosas» y que, en último término, daría lugar al alumbramiento del moderno Estado inglés.

     El Imperio alemán hacía tiempo que se había desentendido del conflicto europeo. En el siglo XV se van consolidando en su seno principados soberanos, herederos al fin y al cabo del régimen de la Bula de Oro. Pero muy pronto la revolución husita y las frustadas tentativas políticas de Segismundo, constituyen la antesala de lo que, de manos de los Habsburgo, señalará el camino hacia la reconstrucción del Imperio. No menos compleja resulta la Península italiana donde el progresivo triunfo de las señorías no facilita la génesis de un auténtico Estado moderno.

     La recuperación del siglo XV se vio acompañada, desde el punto de vista cultural, por un desarrollado humanismo renacentista; desde el punto de vista político por una creciente concepción secularizada de los Estados; y desde el sociológico, por una notable laicización de sus cuadros y estructuras. Se anunciaban cambios importantes en el contexto de una lenta transformación que hundía sus raíces en la etapa pleno-medieval y no alcanzaría su madurez hasta bien entrada la modernidad. Por todo ello, tal vez no sea exagerado definir al «Quattrocento» como «el eje fronterizo» de Occidente entre dos edades.

     En la España cristiana, pese a la aparente decadencia política de que hacían gala Trastámaras castellanos y aragoneses antes de la unificación dinástica de los Reyes Católicos, sí podemos apreciar la construcción inequívoca de un Estado moderno en los últimos compases del siglo XV.




Las monarquías nacionales

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La monarquía como sistema político necesario

     Tres problemas se plantean a propósito de la Monarquía temporal comúnmente llamada Imperio, los cuales me propongo estudiar en el orden ya establecido y a la luz del principio adoptado. El primero es este: Si la Monarquía temporal es necesaria para el bien del mundo. Esta proposición no objetada por fuerza de razón ni de autoridad, puede ser demostrada con sólidos y clarísimos argumentos; ante todo por la autoridad del Filósofo en su «Política». Afirma este, con su autoridad venerable, que cuando varias cosas están ordenadas hacia un fin, conviene que uno regule o gobierne y que las demás sean reguladas o regidas. Lo cual es creíble no solo por el nombre glorioso del autor, sino también por la razón inductiva.

     Si consideramos a un hombre, vemos que ocurre esto con él: que como todas sus fuerzas están ordenadas hacia la felicidad, la fuerza intelectual obra como reguladora y rectora de todas las otras, pues, no siendo así, no podría alcanzar dicha felicidad. Si consideramos un hogar, cuyo fin es preparar el bienestar de todos sus miembros, conviene igualmente que haya uno que ordene y rija, llamado padre de familia, o alguien que haga sus veces según lo enseña el Filósofo: «Toda casa es gobernada por el más viejo». A él le corresponde, como dice Homero, dirigir a todos e imponerles leyes. De lo cual se origina esta maldición proverbial: «Que tengas un igual en tu casa». Si consideramos una aldea, cuyo fin es la cooperación de las personas y las cosas, conviene que uno sea el regulador de los demás, bien que haya sido impuesto desde fuera, bien que haya surgido por su propia preeminencia y el consentimiento de los otros; de lo contrario, no solo no se alcanza la mutua asistencia, sino que al cabo, cuando varios quieren prevalecer, todo se corrompe. Si consideramos una ciudad, cuyo fin es vivir bien y suficientemente, también conviene un gobierno único; y esto no solo dentro de la recta política, sino también de la desviada. Pues cuando ocurre de otro modo, no solo no se obtiene el fin de la vida civil, sino que la misma ciudad deja de ser lo que era. Si consideramos, por último, un reino particular, cuyo fin es el mismo de la ciudad, con mayor confianza en su tranquilidad, conviene también que haya un rey que rija y gobierne, pues de lo contrario, no solo dejan los súbditos de obtener sus fines, sino que hasta el último reino perece, según afirma la verdad inefable: «Todo reino dividido será desolado». Si, pues, esto ocurre en todas las cosas que se ordenan a un fin, es verdad lo que se ha establecido anteriormente.

     Ahora bien; es cierto que todo el género humano está ordenado a un fin, como ya fue demostrado; por consiguiente, conviene que haya uno que mande o reine; y este debe ser llamado Monarca o Emperador. Y así resulta evidente que, para el bien del mundo es necesaria la Monarquía, o sea el Imperio.

DANTE, De la Monarquía, ed. Ernesto Palacio, Buenos Aires, 1966, pp. 41-42.



La batalla de Crecy, según Gilles de Muisit (1346)

     El sábado 26 de agosto del año de gracia de 1346, el noble rey de Francia y los suyos, animados por un vivo deseo de enfrentarse con el rey de Inglaterra (...) e ignorando que se encontraba tan cerca con su ejército, le perseguía velozmente. Pero una gran parte del ejército del rey de Francia, caballeros, peones y gentes de las ciudades, hacían aquella marcha agotados, y los equipajes y carros seguían de lejos y no podían ir tras el rey con mayor rapidez. Dos mariscales supieron entonces que el rey de Inglaterra estaba en las cercanías con su gente en orden de batalla y dispuesta para el combate. Esta novedad fue trasmitida al rey de Francia, que se alegró mucho de haber encontrado a sus enemigos. Tenía con él en su ejército a Carlos, rey de Bohemia, a su hermano el conde Alençon, el conde Flandes y a otros príncipes y barones, así como numerosos peones, entre los que se contaban diez mil ballesteros de Génova que no tenían escudos porque estaban en la retaguardia, con los equipajes. El «sire» Juan de Beaumont y el «sire» Miles de Noyers, que llevaba la enseña de Saint Denis llamada la oriflama, así como otros personajes aconsejaron al rey que esperase a sus gentes y a colocar sus líneas y batallones en orden de batalla pero el rey no atendió a su consejo y dio la orden de entrar en combate por su propia iniciativa. Los príncipes y los barones que allí se encontraban se prepararon entonces como mejor pudieron y alinearon a sus gentes en orden de batalla.

     Los peones ya mencionados que estaban allí y los ballesteros de Génova se alinearon en la medida de sus posibilidades. Los arqueros ingleses, que se hallaban frente a ellos, tiraban y lanzaban un número tan grande flechas y con tal rapidez que los infantes genoveses no podían resistirlo porque no tenían ni medios ni defensa ni escudos. El tiro con flechas era tan intenso que los mariscales y sus tropas se retiraron hasta la «batalla» real. A la vista de aquello, el rey muy emocionado, dijo que no era cuestión de huir ni de retroceder y que él mismo asumía en aquella jornada el papel de condestable y de mariscal. Tras cambiar de posición, volvió hacia el frente gritando: «Quien me ame, que me siga». Los ballesteros de Génova que no podían resistir la lluvia de flechas de los ingleses, optaron por la huida y, cuando se dieron cuenta de aquello, otros peones también huyeron. No obstante, los príncipes y barones a caballo, con sus armaduras, se aproximaron a las líneas inglesas y comenzaron a pelear en diversos lugares: la duración del ataque y de la batalla fue larga -desde las nueve de la mañana hasta una hora antes del crepúsculo- y hubo muchas bajas por ambas partes (...) Se dice que del lado francés cayeron unos cuatro mil peones y se contaron setecientas armaduras de hombres de armas y caballeros.

Crónica de Gilles de Muisit, por Henri Lemaître, París, Société de l'Histoire de France, 1906, pp. 160-166. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 903-904.



La batalla de Crecy, según Jean Froissart (1346)

     Cuando el rey Phelippe se acercó al lugar donde los ingleses se habían formado y les vio, se le alteró la sangre, pues mucho los odiaba. Entonces no se retuvo de combatirles y dijo a sus mariscales: «¡Haced pasar delante a nuestros genoveses y comencemos la batalla, en nombre de Dios y de mi señor Saint-Denis!». Había allí unos quince mil genoveses ballesteros que nada deseaban empezar en aquellos momentos la batalla, pues estaban agotados después de haber andado más de seis leguas completamente armados y llevando las ballestas. Dijeron a sus condestables que no estaban preparados para una gran batalla. Aquellas palabras volaron hasta el conde de Alençon, que se encolerizó mucho y dijo: «¡Cargar con gentuza, para que luego te fallen en el momento de mayor necesidad!» (...)

     Cuando los genoveses se hubieron reunido todos y debían acercarse a sus enemigos, empezaron a gritar muy alto, y lo hicieron para asustar a los ingleses, pero los ingleses se quedaron quietos y no hicieron ademán de nada. Gritando de este modo dieron un gran paso adelante, pero los ingleses continuaban sin moverse. Volvieron a gritar muy alto y avanzaron, tendieron sus ballestas y empezaron a disparar. Al ver esto, los arqueros de Inglaterra dieron un paso adelante e hicieron volar sus flechas de tal modo que cayeron sobre los genoveses con tal persistencia que parecía nieve. Los genoveses que jamás habían visto a unos arqueros como los de Inglaterra, cuando notaron que las flechas les agujereaban brazos, cabezas y bocas, salieron a la desbandada. Muchos de ellos cortaron las cuerdas de sus arcos y algunos los tiraron. Así se dispusieron a retirarse.

     Entre ellos y los ingleses había una gran hilera de gentes de armas montadas y ricamente equipadas, que estaban mirando la actuación de los genoveses, de tal modo que cuando quisieron volver atrás, no pudieron. Pues el rey de Francia de muy mal talante al ver el desorden y que se retiraban, ordenó y dijo: «Enseguida, matad a esos rufianes. Nos obstaculizan el camino sin razón». Allí habríais visto una gran confusión de gentes de armas atacándose y golpeándose unos a otros, y caer a muchos que ya no volvieron a levantarse más. Y los ingleses continuaban disparando sin cesar en el mayor tumulto, sin perder un disparo, pues agujereaban y herían en el cuerpo o en los miembros a caballos y gentes de armas que cayeron allí para su gran desdicha (...) Así comenzó la batalla entre La Broye y Crécy en Ponthieu aquel sábado a hora de vísperas.

J. FROISSART, Crónicas, Ed. Siruela, Madrid, 1988, pp. 108-109.



Guerras en Baviera y Suabia en el 1388

     En 1388 el tiempo fue bueno pero hubo en Alemania la peor de las guerras entre los suizos y los duques de Austria, entre los señores de Wurtemberg y sus aliados y las ciudades del Bund, entre el rey de Francia, los brabanzones y los duques de Juliers y Gueldre.

     En aquel tiempo resurgió la funesta desgracia de la guerra entre los duques de Baviera y la confederación y las ciudades de la liga, pues hacían unos contra otros raídos cotidianos, quemando y destruyendo todos los pueblos y lugares indefensos de Baviera, Suabia, de otras partes diversas y de la región del Rin, de modo que nadie osaba viajar por aquellas partes. Un día, los ciudadanos de Suabia, con todas sus fuerzas salieron de Esllingen para destruir y saquear una plaza fuerte cerca de Weil. Su ejército topó con el de los señores de Wurtemberg y los duques de Baviera con sus aliados, pequeño en comparación con el de los ciudadanos. Sin embargo, los señores les atacaron, vencieron, no sin dificultades, e hicieron todos los prisioneros que pudieron, al menos entre los caballeros y escuderos, porque muchos burgueses -unos 1.500- y muchos más campesinos fueron ahogados. Los cautivos sufrieron muchos atropellos, exacciones y rescates. El suceso avivó el fuego de las operaciones de guerra y destrucciones cotidianas. Todas las residencias rurales de los señores fueron incendiadas, así como las casas de campo pertenencia de ciudadanos y burgueses, mientras que los pobres sufrían en persona aquellas violencias.

     A continuación, las tropas a sueldo de las ciudades y burgos del Bund, a saber las de Suabia, Estrasburgo, Spira, Worms y Maguncia, con huestes urbanas y todas sus fuerzas reunidas atravesaron las tierras de los duques de Baviera, de los condes palatinos, de los margraves de Baden y de los condes Wurtemberg. Quemaron sus pueblos, apresaron o hicieron huir a sus hombres, pero no hicieron daño apenas a sus fortalezas (...)

     El sexto día antes de San Martín, la liga de ciudades conocida como Bund reunió todas sus fuerzas e invadió la tierra del duque [de Baviera] Roberto el joven, pero en Alzey el duque con sus tropas atacó aquel ejército, y capturó muchos prisioneros, capitanes y ciudadanos de Maguncia, Worms y Francfort, a los que hizo pagar gran rescate (...) El cuarto día antes de Navidad, los duques de Baviera se presentaron ante Maguncia con un fuerte ejército, quemaron Bodenheim y Laubenheim e hicieron a los ciudadanos de Maguncia todo el mal que pudieron sin encontrar resistencia. Lo mismo actuaron contra los de Worms, Spira y Francfort y otras ciudades y burgos que pertenecían al Bund y que no pudieron defenderse de ningún modo.

«Chronicon Maguntium», M. G. H., Scriptores rerum germanicarum in usum scholarum, 1949, pp. 58-61. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 948.



La batalla de Azincourt (1415)

     El 20, los señores franceses tuvieron noticia que los ingleses marchaban por la Picardía, y que monseñor de Charolais les acosaba tan de cerca que les había cortado el paso. Entonces, todos los príncipes de Francia, salvo seis o siete, se lanzaron en su persecución y les dieron alcance en un lugar llamado Azincourt, cerca de Rousseauville. Allí tuvo lugar la batalla el día de San Crispín y San Crispiniano. Los franceses fueron derrotados y muertos. Los más grandes señores de Francia fueron conducidos cautivos. Por de pronto perecieron en la batalla -y con ellos un buen millar de espuelas doradas-: el duque de Brabante, el conde de Nevers, hermanos del duque de Borgoña, el duque de Alençon, el duque de Bar, el condestable de Francia, Carlos d'Albret, el conde de Marle, el conde de Roucy, el conde de Salm, el conde de Vaudemont, el conde de Dammartin, el marqués de Pont. Entre los que fueron conducidos prisioneros a Inglaterra se encontraban el duque de Orleans, el duque de Borbón, el conde de Eu, el conde de Richemont, el duque de Vendome, el mariscal Boicicaut, el hijo del rey de Armenia, el señor de Torcy, el señor de Mouy, monseñor de Saboya y varios otros caballeros y escuderos de los que no se sabe el nombre. Nunca desde que Dios nació se había hecho tal cosecha de prisioneros en Francia, ni por los sarracenos ni por otros. También perecieron algunos bailíos que habían conducido al combate a las gentes de los bailiatos y que fueron pasados por el filo de la espada, como el baile de Vermandois, el de Macon, el de Sens, el de Senlis, el de Caen, el de Meaux y todas sus gentes. Así se dijo que aquellos que habían sido hechos prisioneros habían faltado de bondad y de lealtad hacia aquellos que habían muerto en la batalla.

     Journal d'un bourgeois de París á la fin de la Guerre de Cent Ans, ed. y selecc. de J. Thiellay, París, 1963, pp. 34-35. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentarios de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1979, p. 221.



La Guerra de las «Dos Rosas»

     Después de que volvieron a Inglaterra ninguno quería disminuir su estado, pero los bienes no eran suficientes en el reino para satisfacer a todos y se movió guerra entre ellos, por el poder, que ha durado largos años: el rey Enrique VI, que había sido coronado rey de Francia e Inglaterra en París, fue puesto en prisión en la Torre de Londres, declarado traidor y criminal de lesa majestad, y allí ha pasado buena parte de su vida y, al cabo, ha sido muerto. El duque de York, padre del rey Eduardo, muerto recientemente, se tituló rey. A los pocos días fue derrotado en batalla y muerto (...) El conde Warwick, que tanto poder ha tenido en Inglaterra, llevó al conde la Marché -luego llamado rey Eduardo- por mar a Caláis, con algunas gentes, huyendo de la batalla. El mencionado conde de Warwick sostenía a la casa de York y el duque de Somerset a la casa de Lancaster. Tanto han durado las guerras que todos los de la casa de Warwick y de Somerset han sido decapitados o muertos en batalla.

     El rey Eduardo hizo morir a su hermano el duque de Clarence en una barrica de malvasía, porque se decía que quería hacerse con el trono. Pues después de que Eduardo murió, su hermano segundo, el duque de Gloucester, hizo morir a los dos hijos de Eduardo, declaró bastardas a las hijas, y se hizo coronar rey. Acto seguido pasó a Inglaterra el conde de Richemont, que ahora es rey -y que durante muchos años fue prisionero en Bretaña- y derrotó y mató en batalla a este cruel rey Ricardo, que poco antes había hecho morir a sus sobrinos. Y así, si no recuerdo mal, han muerto en estas disensiones de Inglaterra unos ochenta hombres del linaje real inglés.

COMMYNES, Mémoires. Livre Premier, chap. VII. París, 1958. Recoge M. A. Ladero: Historia Universal de la Edad Media, Madrid, 1987, p. 924.



Propuestas imperiales ante la Dieta de Francfort (1434)

          

1.- Que se dé ordenanza en las tierras de Alemania de forma que se guarde derecho a todos y las guerras y hostilidades iniciadas sin causa justa sean abolidas.

          

2.- Que se respete y obedezca a los bandos imperiales.

3.- Que cesen las guerras y disensiones que ahora existen en tierras alemanas, especialmente en el diócesis de Tréveris y en las tierras de Gueldre, Juliers, Dinamarca y Magdeburgo (...)

7.- Que los príncipes electores envíen sus honorables embajadores al Concilio de Basilea junto a los de nuestro señor el Emperador, para que estén con ellos y trabajen juntos para impedir que las jurisdicciones eclesiásticas se entrometan en cuestiones temporales o en litigios entre laicos y obligarlas a dejar a los jueces laicos la tarea de juzgar las cuestiones temporales, como conviene.

8.- Que la jurisdicción de la Iglesia venga en ayuda de la espada temporal, de forma que cualquiera que haya sido puesto fuera de la ley del Imperio durante año y día sea excomulgado por la jurisdicción de la Iglesia, y que del mismo modo, cualquiera que haya sido excomulgado por tiempo año y día sea puesto fuera de la ley por un emperador romano o un rey, de modo que ambas espadas se asistan y ayuden mutuamente.

9.- Que el Concilio decida no autorizar a los Papas a disponer según su voluntad de los obispados en tierras alemanas, en especial de los que pertenecen a los príncipes electores.

«Deutsche Retchstagsakten», GOTHA, 1898, XI, n.º 264. Ed. G. Beckmann. Trad. de la Ronciére, L'Europe au Moyen Age, II. pp. 61-62. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1988, pp. 948-949.



Privilegios de Magnus, rey de Suecia y Noruega, a los mercaderes de Lübeck, año 1336

     Que vuestros ciudadanos, en conjunto e individualmente, cuando vengan a nuestro reino de Suecia con sus mercancías, estén exentos de tributos y aduanas, por completo, excepto quien venga para comprar carnes, cereales u otros productos cuya exportación estuviera prohibida por diversos motivos... Estatuimos, con consejo y asentimiento de nuestros consejeros, que si algunos de vuestros ciudadanos quieren permanecer en nuestro reino según las costumbres, derechos y leyes de las regiones donde hayan decidido vivir y habitar, serán llamados suecos en lo sucesivo. Y deseamos que observéis recíproca actitud con cualquiera de los nuestros que vaya a vivir a vuestra ciudad.

     Si cualquiera de los vuestros, en nuestro reino de Suecia, ha sufrido daño y no ha obtenido justicia antes de su marcha, tiene recurso ante nos con vuestras cartas y testimonios auténticos, y procuraremos que les sea hecha entera justicia por el daño, según las leyes del país. Lo propio será asegurado a los nuestros que sufran daño en vuestro dominio.

     Además, movido por los ruegos y súplicas de nuestra esposa, Blanca, y en honor de la coronación solemne de la reina y mía... acordamos y concedemos que cualquiera de vosotros que haya naufragado en nuestros reinos de Suecia y Noruega, tierras de Scania o de Holland, podrá sacar libremente del mar los bienes perdidos por él o por otros, en plazo de año y día, y podrá disfrutar libremente de los bienes así salvados, al igual que su heredero legítimo...

Hansisches Urkundenbusch, I, II, Halle, 1876. Trad.: J. CALMETT, Textes et Documents d'Histoire, París, 1952, pp 281-282.



Algunas costumbres de los eslavos orientales

     Para ir al país de los saqaliba, salí de Bulgar, embarcando en una nave por el río de los saqaliba. El agua de este río es negra como la del Mar de las Tinieblas, parece tinta. Sin embargo, es dulce, agradable y limpia. En este río no hay peces, sino unas grandes serpientes negras, que están unas sobre otras y que son más abundantes que los peces y no hacen daño a nadie. También hay un animal, parecido al gato de algalia pequeño, con la piel negra y que se llama marta cebellina de agua. Sus pieles son llevadas a Bulgar y Saysin. Vive en este río.

     Al llegar a al país de los saqaliba vi que era un país extenso, abundante en miel, trigo y cebada, y de grandes manzanas, que son las más hermosas que hay. Allí la vida es barata.

     Los tratos se hacen entre ellos mediante pieles viejas de petit-gris, cuando están ya sin pelo, no se les pueda sacar ninguna utilidad y no sirven absolutamente para nada. Con que la cabeza del petit-gris y de la de las patas estén buenas, cada dieciocho pieles (viejas) valen, según su cuenta, como un dirhem de plata; las atan en un manojo que llaman yuqn. Con cada una de las pieles se puede adquirir una hogaza de magnífico pan, suficiente para el sustento de un hombre fuerte, y con ellas se compran esclavas, muchachos, oro, plata, pieles de castor y otras mercaderías, a pesar de que, en cualquier otro país que fuera con mil cargas de estas pieles no se compraría ni por valor de una haba ni servirían de nada en absoluto.

     Cuando las pieles se estropean en las casas, una vez cortadas, las meten en sacos y las llevan a un mercado conocido, donde hay unos hombres la frente de obreros. Colocadas allí, los obreros ensartan cada dieciocho pieles con fuertes hilos, formando un solo manojo; en la punta del hilo se pone un pedazo de plomo negro, sellado con un cuño que ostenta la figura del rey. Por cada sello se cobra una sola piel de aquellas, a fin de sellar las restantes. Nadie puede rechazarlas, ni en las compras ni en las ventas.

     Los saqaliba tienen unas normas de gobierno muy rígidas. Si alguien osa tocar a la esclava de otro, o a su hijo, o a su cabalgadura, o bien comete una trasgresión de cualquier índole que sea, el trasgresor viene obligado a pagar una suma de dinero. Si no la tiene, son vendidos sus hijos, sus hijas y su esposa para pagar aquel delito. Y si no tiene familia ni descendencia, es vendido él mismo, y no deja de ser un esclavo, al servicio de aquel en cuya casa está, hasta que muere o restituye el precio por el que fue vendido, sin que para ello sea computado en absoluto ninguno de los servicios prestados a su señor.

     El país es seguro. Cuando un musulmán de ellos entabla negocios con un indígena, si este saqlabi quiebra, son vendidos sus hijos y su casa para pagar al comerciante lo que se le debe.

     Los saqaliba son valientes. Profesan, como los rum, el cristianismo nestoriano.

Abu Hanmid el granadino, Ed. del texto árabe y traducción castellana de CÉSAR E. DUBLER, p. 61-63 (trad. castellana).



Expansión de los pueblos escandinavos

     En este tiempo los Polianos vivían independientes en las montañas, por donde pasa el camino que comunica a los varengos con los griegos. Este, partiendo del territorio griego remonta el río Dniéper, sigue un camino terrestre, que une el río Dniéper con el río Lovat y navegando por este río se llega al gran lago Ilmen, que es la fuente del río Volchov, el cual desemboca en el lago Neva y este a su vez desagua en el mar Varengo. A lo largo de este mar se puede llegar hasta Roma. Esta ciudad está unida por mar con Constantinopla, desde aquí se puede navegar por el mar Póntico, en el cual desemboca el río Dniéper. El Dniéper nace en el bosque de Okov y discurre hacia el Sur; el Duina nace igualmente en este bosque y se dirige hacia el Norte desembocando en el mar Varengo. De este bosque también fluye el Volga hacia oriente y desagüe con setenta bocas en el mar de los Chavalisos. Los rusos también pueden navegar por el Volga de los búlgaros y de los chasarisos, comerciar en oriente con los semitas y con los varegos en la cuenca del río Duina; los varegos con Roma y Roma con las tribus camitas. El río Dniéper desemboca en el mar Póntico, actualmente se llama mar Ruso; en sus costas predicó el evangelio, según se dice, san Andrés, hermano de San Pedro (....)

     Año 6367. Los varegos cobraron tributos de los chudos, eslavos, merienos, vesenos y crivichos. Los cázaros lo cobraban de los polianos, severinos y viatinos. Este tributo consistía en una moneda de plata y una piel de ardilla por cada hogar (...)

     Año 6370. Los varengos fueron expulsados más allá del mar y los pueblos sometidos ya no pagaron sus tributos y se gobernaron por sí mismos. A partir de este momento no hubo justicia; una tribu hacía la guerra a otra, solo existía la discordia, todos combatían contra todos. Estos pueblos al fin se dijeron: «Busquemos a un príncipe que nos gobierne y juzgue según justicia». Marcharon hacia el mar de los varengos hasta el territorio de los rusos; estos eran varengos igualmente, pero se les conocía con este nombre de la misma manera que otros lo eran con los nombres de suecos o noruegos o anglos o godos. Los chudos, los eslavos, chivicos y los vesenos dijeron a los rusos: «Nuestra tierra es grande y fértil, pero la ley no existe en ella, venid a gobernarla y a mandarla». Tres hermanos reunieron a su gente y agruparon a su alrededor a otros rusos; todos emigraron a aquellas tierras. El hermano mayor Riurik se estableció en la ciudad de Novgorod; el mediano Sineus en Beloozero y el más joven Truvor en Izborsk. Estos varengos dieron su nombre a la tierra rusa. Los actuales habitantes de Novgorod son de raza varenga, auque primero habían sido eslavos. Dos años después, Sineus murió y al poco tiempo su hermano Truvor, heredando todo el territorio el hermano mayor Riurik. Este repartió el territorio de dichas ciudades entre todos sus hombres: unos en Polotsk, otros en Rostov y unos terceros en Beloozero. En todas partes los varengos eran los emigrantes, pues sus primitivos habitantes eran los eslavos en Novgorod, los crivichos en Polotsk, los merienos en Rostov, los vesenos en Beloozero y los muriemos en Murom. Sobre todas estas poblaciones gobernaba Riurik. En este tiempo había dos hombres, que no eran de raza varenga, pero eran boyardos y pensaron marchar con su gente hacia Constantinopla. Siguiendo el camino del río Dniéper pasaron cerca de una población, que se levantaba en la cumbre de una colina. Estos preguntaron: «¿Quién gobierna esta ciudad?». Y les respondieron que la habían fundado y gobernado tres hermanos -Kij, Scek y Chovic-, pero muertos sin descendencia, sus habitantes se habían visto obligados a pagar tributo a los cázaros. Askol'd y Dir, que así se llamaban estos dos hombres, se establecieron en esta población y pronto se les unieron gran número de varengos y empezaron a gobernar la tierra de los polianos. Esto sucedió durante el gobierno de Riurik en Novgorod.

Crónica de Nestor o Racconto dei tempi passati, (hacia 1118). Ed. Itala Pia Sbriziolo, Turín, 1970, pp. 5 y 6, 11 y 12.




Crisis del siglo XIV

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La peste en Florencia

     Digo, pues, que los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios hayan llegado al número 1348, cuando en la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las de Italia, apareció la mortífera peste, nacida años antes en los países orientales, que, fuera por la influencia de los cuerpos celestes o porque nuestras iniquidades nos acarreaban la justa ira de Dios para enmienda nuestra, se extendió de un lugar a otro y llegó en poco tiempo a Europa. De nada valieron las humanas previsiones y los esfuerzos en la limpieza de la ciudad por los encargados de ello, ni tampoco que se prohibiera la entrada a los enfermos que llegaban de fuera ni los buenos consejos para el cuidado de la salud, como ineficaces fueron las humildes rogativas, las procesiones y otras prácticas devotas. Casi al principio de la primavera del citado año, la mortífera peste hizo su aparición de una forma que yo llamaría prodigiosa, y no como lo hiciera en Oriente, donde una simple hemorragia en la nariz era indicio de muerte inevitable. Al iniciarse la enfermedad, lo mismo al varón que a la hembra, formábaseles hinchazones en la ingle o en los sobacos, alcanzando algunas el tamaño de una manzana o de un huevo. Poco después, los temibles bubones se manifestaban también en otras partes del cuerpo, al mismo tiempo que aparecían manchas negras o lívidas en brazos, muslos y aún en otros lugares del cuerpo, en unos grandes y escasas y en otros abundantes y pequeñas. Y lo mismo que el bubón había sido y era indicio de muerte, lo eran también estas manchas.

     Ni consejo de médico, ni virtud de medicina era eficaces para curar la enfermedad; de modo que, o por no permitirlo la índole de mal o por la ignorancia de los curanderos -de los cuales, sin contar los médicos inteligentes, había considerable número, tanto en hombres como mujeres sin noción alguna de medicina-, no conocieran de qué se trataba y, por consiguiente, no lo estudiaron debidamente, no solo eran pocos los que sanaban sino que casi todos, al tercer día de aparecer la nefastas manchas, fallecían, a veces sin fiebre ni otros síntomas. Y fue mayor la intensidad de esta peste, por cuanto se contagiaba con rapidez, de enfermos a sanos, cual se extiende el fuego a las casas inmediatas a él. Más adelante aún, no solo el frecuentar a los enfermos trasmitía a los sanos la enfermedad u ocasión de común muerte, sino que incluso el tocar las ropas u otros objetos que aquellos hubiesen tocado, o de que se hubiesen servido, era motivo de contagio. Sorprendente es lo que os voy a contar ahora, que si los ojos de muchos y los míos no lo hubieran visto, apenas me atrevería a creerlo ni a escribirlo; tan grande era la fuerza contagiosa de esta peste, que solo pasaba de hombre a hombre, sino que llegaba aún a los animales, tan ajenos a la especie humana.

     Como he dicho ya, yo mismo fui testigo con mis propios ojos, entre otras ocasiones, un día en que, tras haber sido arrojados a la vía pública los andrajos de un hombre muerto a consecuencia de la peste, se acercaron a ellos dos cerdos que los husmearon y luego los desgarraron con los dientes, y a las pocas horas cayeron muertos entre horribles contorsiones (...)

     Ante el considerable número de cadáveres, no bastando la tierra sacra para enterrarlos, y mayormente queriendo dar a cada uno lugar propio, según en la antigüedad era costumbre, como los cementerios de las iglesias estaban llenos, abrían grandes fosas donde se enterraban a centenares los que iban trayendo, y los ponían en ellas a la manera que se colocan las mercancías en las naves, en hileras; después echaban tierra por encima hasta llenar la fosa.

G. BOCCACCIO, El Decamerón, Madrid, 1984, Jornada primera (introducción), pp. 11-12 y 16.



Luchas políticas y sociales en París en 1358

     El preboste de los comerciantes de París y los de su secta tenían muchos consejeros secretos para saber cómo podrían sobrevivir(...) se decidieron a tratar en secreto con los ingleses que guerreaban a los de París. Entre ambas partes se llegó al acuerdo de que el preboste de los comerciantes y los de su secta deberían estar en la puerta de Saint-Honoré y en la puerta de Saint-Antoine, de modo que ingleses y navarros todos juntos las encontraran abiertas a medianoche para entrar y destruir París. Y no deberían dispersar a hombre ni a mujer sino pasarlos a todos por la espada, donde no se encontrara un signo que el enemigo debía reconocer en las puertas y ventanas de los de París.

     La misma noche en que todo debía suceder, Dios inspiró y despertó a algunos burgueses de París que estaban a favor de la reconciliación (...) y cuyos jefes eran los hermanos Jean y Simon Maillart. Fueron informados por inspiración divina, así lo debemos suponer, de que París iba a ser saqueada y destruida. Se armaron de inmediato e hicieron armarse a los que estaban a su lado, y contaron en secreto estas noticias en muchos lugares para conseguir mayor ayuda. Jean Maillart y su hermano se dirigieron un poco antes de medianoche bien provistos de armaduras y de buenos compañeros a la perta de Saint-Antoine (...) y allí encontraron al preboste de los comerciantes con las llaves de la puerta en las manos (...)

     Hubo allí una gran pelea y del preboste de los comerciantes habría huido gustoso si hubiese podido. Pero fue tan acosado que no pudo, pues Jean Maillart le golpeó con un hacha en la cabeza y lo derribó al suelo (...) Y no se separó de él hasta que lo hubo matado y también a seis que lo acompañaban y enviados a prisión los restantes. Luego empezaron a despertarse y salir por las calles las gentes de París. Jean Maillart y los suyos se dirigieron a la puerta de Saint Honoré y allí encontraron a gentes de la secta del preboste. Los culparon de traición y de nada les valieron sus excusas. Allí hubo muchos presos y los que no se dejaron apresar fueron muertos sin merced.

FROISSART, J., Crónicas, ed. Siruela, Madrid, 1988, pp. 190-192.



La «Jacquerie» (1358)

     En el tiempo en que gobernaban los tres estados, comenzaron a levantarse unos tipos de gentes que se llamaban Compañeros y que saqueaban a todos los que llevaban cofres. Os digo que los nobles del reino de Francia y los prelados de la Santa Iglesia se empezaron a cansar de la empresa y del orden de los tres estados. Dejaban actuar al preboste de los comerciantes y a algunos burgueses de París, pero intervenían más de lo que hubiesen querido.

     Sucedió un día que el duque de Normandía estaba en su palacio con gran cantidad de caballeros, y el preboste de los comerciantes reunió también gran cantidad de comunas de París que eran de su secta y de su partido. Todos llevaban caperuzas iguales para reconocerse. Este preboste se dirigió al palacio rodeado por sus gentes y entró en la cámara del duque. Con gran acritud le requirió a que se ocupara de los asuntos del reino y mantuviera consejo, de modo que el reino que debía heredar estuviera bien protegido de aquellos Compañeros que lo dominaban, saqueando y robando por todo el país. El duque respondió que se ocuparía con mucho gusto (...)

     Muy poco tiempo después de la liberación del rey de Navarra sucedió una terrible y gran tribulación en muchas partes del reino de Francia, en Beauvaisis, en Brie, junto al río Marne, en Laon, Valois, la tierra de Coucy y los alrededores de Soissons. Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefe en Baeuvaisis. Al principio no eran ni cien hombres y dijeron que todos los nobles del reino de Francia, caballeros y escuderos traicionaban al reino, y que sería gran bien destruirlos a todos. Cada uno de ellos decía: «Es verdad, es verdad. Maldito sea quien por él no sean destruidos todos los gentileshombres».

     Entonces, sin otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas de hierro y cuchillos se fueron a la casa de un caballero que estaba cerca de allí. Destruyeron la casa, mataron al caballero, a la dama y a los hijos, grandes y pequeños, y lo incendiaron todo. Luego, se fueron a un castillo y allí aún actuaron peor (...)

     Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo tanto que llegaron a seis mil. Iban aumentando por que todos los de su condición les seguían por todos lados por donde pasaban (...) Y todos estos criminales reunidos, sin jefe y sin armaduras saqueaban y lo incendiaban todo, matando a todos los gentileshombres que encontraban, forzando a damas y doncellas sin piedad y sin merced como perros rabiosos (...) Entre ellos tenían un rey al que llamaban Jacques Bonhomme que era, como entonces se decía, de Clermont de Beauvaisis, y lo eligieron el peor de los peores.

     Estas gentes miserables incendiaron y destruyeron más de sesenta buenas casas y fuertes castillos del país de Beauvaisis y de los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier (...) Estas gentes se mantenían unidas entre París y Noyon y entre París y Soissons, y entre Soissons y Eu de Vermandois y por toda la tierra de Coucy (...)

     Cuando los gentileshombres de Beauvaisis, de Corbiosis, Vermandois y Valois y de las tierras donde aquellos miserables cometían sus crímenes, vieron sus casas destruidas y muertos sus amigos, pidieron ayuda a sus amigos en Flandes, Hainaut, Brabant y Belgique y acudieron de todos lados. Extranjeros y gentileshombres del país se unieron y empezaron a matar y decapitar aquellos miserables, sin piedad ni merced (...) el propio rey de Navarra acabó un día con tres mil muy cerca de Clermont en Beauvaisis.

J. FROISSART, Crónicas, ed. Siruela, Madrid, 1988, pp. 177 y 179-181.




Recuperación del siglo XV

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Descripción del comercio de la ciudad de Brujas

     Esta çibdat de Brujas es una gran çibdat muy rica é de la mayor mercaduría que ay en el mundo, que dizen que contienden dos lugares en mercaduría, el uno es Brujas en Flandes en el Poniente, e Veneja en el Levante; pero a mi paresçer, é aún lo que todos dizen es que muy mucho mayor mercaduría se faze en Brujas que non en Veneja; é por lo que es esto: en todo el Poniente non ay otra mercaduría si non en Brujas, bien que de Inglaterra algo se faze, é allí concurren todas las naçiones de mundo, é dizen, que día fue que salieron del puerto de Brujas seteçientas velas; Veneja es, por el contrario, que bien que muy rica sea, pero non faze otos mercaduría en ella salvo los naturales. Esta çibdat de Brujas es en el condado de Flandes é cabeça del, es gran pueblo, é muy gentiles aposentamientos é muy gentiles calles, todas pobladas de artesanos, muy gentiles yglesias é monesterios, muy buenos mesones, muy gran regimiento ansí de justiçia como en lo ál. Aqui se despachan mercadurías de Inglaterra, é de Alemaña, é de Bravente, é de Olanda, é de Slanda, é de Borgoña, é de Picardía, é aún grant parte de Francia, é este paresçe que es el puerto de todas estas tierras, é aquí lo traen para lo vender a los de fuera, como si dentro de casa lo toviesen. La gente es muy industriosa á maravilla, que la esterilidat de la tierra lo faze, que en la tierra nasçe muy poco pan é vino non ninguno, é non ay agua que de bever sea, nin fruta ninguna, é de todo el mundo les traen todas las cosas, é an grande abastecimiento dellas, por levar las obras de sus manos, é de aquí se tiran todas las mercadurías que van por le mundo, é paños de lana, é paños de Ras é toda tapetería é otras muchas cosas nesçesarias a los onbres, que de aquí abundosamente es fenchida. Ay en ella una casa muy grande sobre un piélago de agua, que viene de la mar por el Esclusa, á esta llaman la Hala, do escragan las mercadurías.

Andanças e viajes de un hidalgo español, Pero Tafur (1436-1439), Barcelona, 1982, pp. 251-253. Recoge: J. L. Martín, «La Hansa», Cuadernos de Historia 16, Madrid, 1985, pp. VI.

Occidente



El «Renacimiento»

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El nominalismo de Occam

     Se manifiesta por medio de razones, que ningún universal es alguna cosa existente fuera del alma.

     Y porque no basta exponer estas cosas, sino que también han de ser probadas por la razón, aduciré algunas razones a favor de las mismas y las confirmaré por medio de autoridades. En efecto, que ningún universal es alguna sustancia existente fuera del alma se puede probar evidentemente. Primero así: ningún universal es una sustancia singular y numeralmente una, pues si se dijera que lo es, se seguiría que Sócrates es un universal porque no existe mayor razón para que un universal sea una sustancia singular que otra cualquiera. Por consiguiente, ninguna sustancia singular es un universal, pues toda sustancia es una numeralmente y singular, porque toda cosa es una cosa y no muchas cosas; si, pues, es una cosa y no muchas, es una numeralmente, pues esto es llamado por todos uno numeralmente.

     Si empero alguna sustancia es muchas cosas: o es muchas cosas singulares, o muchas cosas universales. Si se da lo primero, se sigue que alguna sustancia sería muchos hombres, y entonces aunque el universal se distinguiera de un particular, no se distinguiría, sin embargo, de los particulares. Empero, si alguna sustancia fuera muchas cosas universales, tomo una de aquellas cosas universales y pregunto: o es muchas cosas, o una y no muchas. Si se da lo segundo, se sigue que es singular; si lo primero, pregunto si es muchas cosas singulares, o muchas cosas universales; y así se tendría un proceso al infinito, o se daría que ninguna sustancia es universal, de manera que no sea singular.

     Asimismo, si algún universal fuera una sustancia existente en las sustancias singulares, distinta de ellas, se seguiría que podría existir sin ellas, porque toda cosa anterior a otra naturalmente, puede existir sin ella por medio del poder divino. Mas el consiguiente es un absurdo, luego, etc.

     Asimismo, si esta opinión fuese verdadera, no podría ser creado ningún individuo si algún individuo preexistiera, porque no recibiría todo su ser de la nada si el universal que existe en él existió antes en otro. Por lo mismo, se seguiría que Dios no podría aniquilar simplemente a un individuo sino destruyese a los demás individuos, porque si aniquilase algún individuo, destruiría todo lo que existe de esencia de aquel individuo, y, por consiguiente, destruiría aquel universal que existe en él y en los otros y, por consiguiente, no permanecerían los otros, como no pueden permanecer sin una parte de su sustancia cual es puesta por aquel universal.

     Asimismo, tal universal no puede ser puesto como algo totalmente fuera de la esencia del individuo; será, por consiguiente, de la esencia del individuo, y, por consiguiente, el individuo se compondría de universales, y así el individuo no sería más universal que el singular.

     Asimismo, se sigue que algo de la esencia de Cristo sería mísero y condenado, porque aquella naturaleza común existente realmente en Cristo y en el condenado sería condenada, como en Judas. Mas esto es absurdo, luego (...) Otras muchas razones pueden ser aducidas, las cual omito en gracia a la brevedad (...)

G. DE OCCAM, Summa totis logicae, (1324). Recoge: M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, pp. 164-165.



Marsilio de Padua y el concilio universal

     Voy a mostrar a continuación como la autoridad principal, mediata o inmediata, para efectuar tal determinación [definiciones en cuestiones de fe], descansa solamente o bien en el concilio general de los cristianos o bien en su parte preponderante, o aquellos en los cuales tal autoridad les ha sido conferida por el conjunto de los fieles cristianos; de tal manera que todas las provincias o comunidades notables del mundo de acuerdo con la determinación de su legislador humano, bien uno bien varios, y de acuerdo con su proporción en calidad y en cantidad de personas, eligen hombres fieles, sacerdotes, primero y no sacerdotes, después, pero siempre personas idóneas, por ejemplo, hombres que hayan dado buenas pruebas de su conducta en su vida y los más expertos en materia de ley divina que, en tanto que jueces en el primer sentido del término, representantes del conjunto de los fieles, en virtud de la autoridad susodicha que les ha sido conferida por el conjunto de los fieles, se reúnan en un lugar determinado del mundo, que sea, sin embargo, el más conveniente según la decisión de la mayor parte de ellos; en este lugar, definirán al mismo tiempo todo aquello que, tocando a la ley divina, les parezca dudoso, útil, expediente o necesario para determinar; y también pondrán en orden todo aquello que, concerniente al rito de la iglesia o al culto divino, conduzca también al descanso o a la tranquilidad de los fieles.

     Es, en efecto, vano e inútil que la multitud de los creyentes, inexpertos, se reúnan para tal asamblea; es inútil, por cuanto sería distraído para las tareas necesarias a la subsistencia de la vida corporal aquello que sería una carga y, tal vez, algo insoportable.

MARSILIO DE PADUA, Le defenseur de la Paix, versión de J. Quillet, París, 1968, pp. 396-397. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentarios de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 215.



El decreto Frequens del Concilio de Constanza (1417)

     La frecuente celebración de concilios generales es uno de los mejores medios para cultivar el campo del Señor, porque arranca las malas hierbas, las espinas y los cardos de la herejía, del error y del cisma, corrige los excesos, reforma lo que ha sido deformado y lleva a la viña del Señor hacia la abundante cosecha que permite una tierra fértil, mientras que despreciar estos medios solo sirve para extender y favorecer todos los males susodichos, desgracias que traen ante nuestra vista el recuerdo de los tiempos pasados y la consideración de los presentes. En consecuencia, por el presente edicto decidimos, decretamos y ordenamos que se celebren en los sucesivos concilios generales, de tal manera que el primero que siga a la terminación del presente concilio se celebre dentro de cinco años, el segundo siete años después del anterior, y a continuación de diez en diez años, en el lugar en que (...) el mismo concilio ha de fijar y designar.

     Así, sin solución de continuidad, o bien el concilio estará en el ejercicio de su poder o bien se estará en su espera dentro del plazo fijado. El Soberano Pontífice, con consejo de sus hermanos cardenales de la Santa Iglesia Romana, puede abreviar los plazos de convocatoria si circunstancias fortuitas lo hacen preciso, pero de ningún modo alargarlos (...) El Soberano Pontífice está obligado a publicar y dar a conocer legítima y solemnemente cualquier cambio de lugar de celebración o acortamiento de plazos, con antelación de un año, a fin de que las personas susodichas puedan reunirse en la fecha fijada para la celebración del concilio.

GILL, J. Constance et Balê-Florence, París, 1965, pp. 338-329. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 810-811.



Amonestaciones de Leonardo da Vinci al duque de Milán

     Todas las comunidades obedecen a sus jefes y son guiadas por ellos. Estos se alían con sus señores al mismo tiempo que son dominados por ellos de dos formas: por lazos de sangre o por lazos de propiedad. Por lazos de sangre, tomando a sus hijos como rehenes, estos son seguridad y prenda contra toda sospecha de su fidelidad. Por lazos de propiedad, permitiendo a cada uno de ellos reconstruir una o dos casas en la ciudad del señor, de las que reciben algunos ingresos; asimismo pueden recibir rentas de diez ciudades de cinco mil casas con treinta mil habitantes. De esta forma el señor conseguirá esparcir tan gran multitud de gente, que apiñados como cabras, unos encima de otros, llenarán todo con su hedor, sembrando la pestilencia y la muerte. Así la ciudad llegará a tener una belleza igual a su nombre y será útil para el señor por sus rentas y la fama perenne de su crecimiento.

LEONARDO DA VINCI, Cuaderno de notas, Ed. Busma, Madrid, 1984, p. 268.



El individualismo en la Italia del Quattrocento

     Hállanse los hombres en superior condición que los restantes mortales, pues así por su naturaleza, como por la felicidad natural, sácanles grandes ventajas, por estar dotados de la inteligencia y libre arbitrio, condiciones las más adecuadas para conducirnos al estado de beatitud.

     Suprema entre todas las criaturas es la mente angélica, así por la nobleza de su sustancia, como por su capacidad para alcanzar el fin, del que participa en modo particular, por estarle unida de manera más cercana. Pues cierto es ver, como arriba dejamos dicho, que con tal felicidad, ni las plantas, ni los brutos, ni el hombre, ni el ángel pueden alcanzar a Dios que es el bien supremo en su misma esencia, sino solo en sí mismos.

     Por donde vemos el grado beatitud variar relativamente a la capacidad natural. Así los filósofos que solo hablaron de ella, dijeron estar la felicidad de cada cosa, en la perfección alcanzada en su obrar, según su naturaleza. Y los mismos ángeles, a los que llaman mentes e inteligencias, incluso reconociendo hallarse en ellos mayor perfección, por tener conocimiento de Dios, no admitieron sin embargo que posean otro conocimiento de Él, sino en cuanto a sí mismos se conocen: de modo que comprenden de Dios aquella porción que se halla impresa en su propia sustancia. Acerca del hombre, aunque sustentaron opiniones diversas, todos se contuvieron en las lindes de las humanas facultades, diciendo hallarse la felicidad del hombre, ora en su misma búsqueda de la verdad -opinión que mantuvieron los Académicos-, ora en su misma conquista, mediante los estudios filosóficos, como afirmó Alfarabi.

PICO DELLA MIRANDOLA, Heptaplus, (1489). Recoge, M. Artola, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1968, p. 197.



La búsqueda de la verdadera ciencia según Leonardo da Vinci

     Alquimia:

     La naturaleza se preocupa de producir cosas elementales, pero el hombre produce con estas cosas sencillas una infinidad de compuestos. Sin embargo, el hombre es incapaz de crear una cosa alguna exceptuando otra vida como la suya: esto es, la vida de sus hijos.

     Los antiguos alquimistas nunca han conseguido, ni por casualidad ni por ensayo, el crear elemento alguno de los que pueden ser producidos por la naturaleza son mis testigos. Por el contrario, los inventores de productos químicos merecen inmensa alabanza por la utilidad de las cosas que han inventado para uso del hombre, y merecerían mayores elogios sino hubiesen sido los inventores de cosas nocivas, como el veneno y cosas semejantes, que destruyen la vida o la razón, por las que no están exentos de culpa. Mas aún, a base de mucho estudio y ensayo, están intentando el producir no las cosas más ruines de la naturaleza, sino las más excelentes, el oro por ejemplo, verdadero hijo del sol por cuanto es el que más se parece al sol de entre todas las cosas (...)

     De cómo escoger la luz más apropiada para dar gracia a las caras:

     Es conveniente el disponer de un patio en el que la luz pueda ser cubierta con un toldo. Si se quiere hacer un retrato, debe hacerse en tiempo nublado o al caer la tarde, colocando al que se retrata con la espalda hacia una de las paredes del patio. Hay que fijarse en las caras de los hombres y mujeres cuando están en las calles a la caída del sol o cuando el tiempo está nublado, y procurar recibir su suavidad y delicadeza. Por lo tanto, el pintor tiene que disponer de un patio con paredes pintadas de negro y de un estrecho tejadillo que salga de las paredes. El tejadillo debe tener veinte brazos de largo, diez de ancho y diez de alto, y debe estar cubierto por un toldo cuando resplandece el sol. De lo contrario, debe pintar un retrato al atardecer o cuando el tiempo esté nublado; esta es la iluminación perfecta (...)

LEONARDO DA VINCI, Cuaderno de notas, ed. Busma, Madrid, 1984, p. 123-124 y 191.




España cristiana (siglos XIV-XV)

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Enfrentamiento entre la armada castellana de Sancho IV y árabes africanos

     En el mes de abril en que comenzó el noveno año del reinado deste rey don Sancho, que fue en la era de mill é trecientos é treinta años, andaba el año de la nascencia de Jesu Christo en mill é docientos é noventa é dos años (...) llególe mandado (al rey Sancho) en commo el rey Aben Yacob era en Tanger, é que tenía y doce mill caballeros para pasar aquende, é que tenía veinte é siete galeas muy bien armadas, é ellos que querían pasar, é que llegó Micer Benito Zacarías, el ginoves, con doce galeras muy bien armadas, é estando el rey Aben Yacob con toda su hueste en la ribera de allen mar, lidió este Micer Benito Zacarías con aquellas veinte e siete galeas de los moros, é venciólos, é prisió dellas las trece, é fugieron las otras, veyendolo el rey Aben Yacob e toda su hueste que estavan delante; é albergó y esa noche Micer Benito Zacarías, é estudo y otro día trayendo aquellas trece galeas, jorrándolas con sogas ante el rey Aben Yacob é ante toda su hueste. E cuando el rey Aben Yacob vió esto, tovose por muy quebrantado é muy deshonrado, él luego movió con toda su hueste e se tornó para Fez. E cuando estas nuevas ovo el rey don Sancho, plúgole ende mucho, é mandó mover toda su hueste para Sevilla (...)

«Crónica del rey don Sancho, el Bravo», en Crónicas de los Reyes de Castilla, Tomo I, B. A. E., Ed.. C. Rosell, Madrid, 1953, cap. IX, p. 86.



Sequía en Lorca en 1375

     A los honrrados el conçeio e cavalleros e escuderos e offiçiales e omnes buenos, que avedes de ver e librar fazienda de la noble çibdat de Murçia; el conçeio y onmes buenos e offiçiales de la villa de Lorca vos enbiamos mucho a saludar como aquellos a quien querriamos que Dios diese mucha onrra e andança buena. Bien sabedes en como por este tienpo de la gran seca e mengua de tenporales que agora faze e a fecho fasta aquí en tres años acá, e andando e anda agora el pan entre nos a tan grand presçio que las compañas non lo pueden conplir ni abondar e an se ydo e van cada día muchos nuestros vezinos morar y a esa dicha çibdat e a otras partes. E agora a se acotado el agua que aqui viene para regar nuestros heredamientos a tanto que a menguado della dos partes e vale entre nos aca grand presçio que las gentes non lo pueden conplir, e para regar cuatro fanegas de senbradura a menester diez filas e mas juntadas en uno, que valen agora çient e çinquenta maravedis e mas. Asy por esto e por la grand carestia e mengua de pan e otrosy, por el daño e mal que reçebimos de cadal día de los moros desta frontera, de que avemos fecho e fazemos de cada día muy grand costa en escuchas e atalayas, despueblase de cada día este lugar; e agora quieren venir a qui los pesquisidores de los que sacaron cosas vedadas a otros regnos estraños, a fezer sobrello pesquisa en este dicho lugar, e por esta razon estas mucho movidos para se yr de aqui a otras partes.

     E sobre todo esto acordamos de enbiar nuestros mandaderos al rey nuestro señor por le mostrar el estado e la manera e costa e menester desta dicha villa e a le pedir merçed porque este dicho lugar non se despueble e espeçialmente en esto desta dicha pesquisa que se non faga aqui. E, conçeio e onmes buenos, bien sabedes de como este lugar es muy frontero e çerca de los moros, e todo el menester e carestia de pan e mengua de agua que en el es, e de como es llave e guarda de todo este regno e cunple mucho para serviçio del dicho rey e pro e guarda de la tierra, e el mal e daño que podria venir a todo este regno sy se despoblase, lo que Dios no quiera. Porque vos rogamos e pedimos de mesura como a onmes buenos e onrrados que vos sodes, que nos dedes una vuestra carta de testimonio para el dicho señor rey de como este dicho lugar es frontera e çerca de los moros e se despuebla por la carestia de pan e mengua de agua e del mal e daño que reçebimos de los moros e de la costa que fazemos en todo como dicho es, e de como si la dicha pesquisa aqui se fiziese se despoblaria por ello mucho mas este lugar de quanto esta despoblado. E en esto faredes vuestro debdo e derecho e lo que devedes, e nos gradesçer vos lo hemos mucho, ca asy somos nos tenudos de fazer por vos en todas cosas e pro onrra vuestra e poblamiento desta dicha çibdat fuese, e sobresto mandamos a vos nuestro mandadero a Gines Martinez, notario, nuestro vezino, porque vos rogamos quel querades creer de todo lo que vos dixiere en esta razon de nuestra parte. E mantenga vos Dios al su serviçio amen. Fecha treynta días de octubre, era de mill e quatroçientos e treze años.

J. TORRES FONTES, Estampas medievales, Madrid, 1988, pp. 410-411.



Juan I de Castilla reconoce a Clemente VII como legítimo Papa (1381)

     Don Johan, por la gracia de Dios rey de Castilla, de Toledo, de León, etc., a todos los adelantados, concejos, alcaldes, jurados, justiçias, merinos, alguaziles e otros offiçiales qualesquier de todas las ciudades e villas e lugares de nuestros regnos e a qualquier o a qualesquier de vos a quien esta nuestra carta fuere mostrada o el traslado della signado de escrivano público, salud e graçia. Sepades que por razon de la Çisma que era en la Eglesia de Dios, queriendo así como catolico e fiel prinçipe christiano saber verdad sobre la dicha razon porquel alma nuestra nin de los nuestros subditos non estodiesen en error, enbiamos por diversas partes nuestros mensajeros embaxadores, letrados e omes de buenas conciençias e de quien nos ende fiamos porque se enformsen espeçialmente en Roma e en Aviñon cual era el verdadero eleyto e vicario de Iesu Christo a quien nos e nuestro soditos debiesemos de obedeçer por todas aquellas maneras que se podiesen enformar.

     E esto mismo fezimos juntar todos nuestros prelados, maestres de Theologia, doctores e otros religiosos e personas de buenas conçiencias para que viesen todas las informaçiones que los dichos maestros mensageros e embaxadores avian traydo e oyesen e conosçiesen todas las allegaçiones e derechos e testigos que cada una de las partes de los eleytos quisiesen produzir e allegar a que [sobre] aquello podiesen a la nuestra anima e a las animas de los nuestros subditos bien e verdaderamente consejar.

     E [por ende] los dichos prelados, maestros en Theologia, doctores e otos religiosos e personas de buena conciencia, así por las [dichas in]formaçiones o allegaçiones, pruebas e testigos fallaron el pri[mero] eleyto ser fecho por fuerzas e impresión de [los romanos] é ser yntruso e apostásico e AntiChristo e nuestro señor el Papa [Clemente] septimo, segundo, eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesus Christo.

     Por ende nos, de consejo con todos los sobredichos, el domingo diez e nueve días de mayo, del año desta nuestra carta, en la eglesia catedral de Santa Maria de Salamanca, fecho el offiçio con su sermón solemne [roto] dicha eglesia publicamente, en presençia de todo el pueblo, publicamos e manifestamos nuestra entençion, conviene saber, el primero eleyto ser fecho por fuerça e impresion de los romanos e ser intruso e apostasico e Antichristo, e nuestro señorel Papa Clemente, el segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesus Christo [roto] sus cartas e sus mandamientos en lo espiritual asi como en lo temporal como al Papa verdadero e vicario de Ihesus Christo.

     Otrosy que ayades e resçibades e obedezcades al mucho onrrado en Christo don Pedro, cardenal de Aragon, por legado del dicho señor Papa e de la Sede Apostolical e obedescades a sus cartas e mandamientos asi como delegado en aquello que concierne a lo espiritual. E si alguno o algunos de los nuestros subditos, de cualquier estado, ley o condiçion que sean, toviere el contrallo la sobredicha declaraçion que nos fezimos en todo o en parte, e non obedesçiere en las cosas sobredichas al dicho legado, mandamosvos que seyendo requerido o requeridos por el dicho cardenal legado o por sus comisarios o juezes o otros offiçiales suyos, que les prendades los cuerpos e todos sus bienes e los tengades presos e bien recaudados. E non fagades ende al so pena de la nuestra merçed e de diez mill maravedis a cada uno para la nuestra Camara. Dada en Salamanca treynta días de mayo, Era de mill e quatroçientos e diez e nueve años. Nos el rey.

Recoge L. SUÁREZ, Castilla, el Cisma y la crisis conciliar, Madrid, 1960, pp. 155-156.



Hambre y carestía en Castilla en 1345

     En este anno (de 1345) en questamos fue muy grant mortandat en los ganados, e otrosi la simiença muy tardia por el muy fuerte temporal que ha fecho de muy grandes yelos, en manera que las carnes son muy encarecydas e los omes non las pueden aver, e el pan e las carnes encarece de cada día.

     «Cortes de los Antiguos Reinos de León y Castilla»; Cortes de Burgos de 1345, Vol. I, p. 484.



Muerte de Alfonso XI de Castilla a causa de la peste

     Despues de todas las batallas et conquistas que el noble Príncipe Rey don Alfonso de Castiella et de Leon ovo fecho, fuese dende, et fue cercar la villa et el castiello de Gibraltar año del Señor de mill et trecientos et quarenta et nueve años, quando andaba la era de Cesar en mill et trecientos et setenta et siete años. Et este logar de Gibraltar es villa et castillo muy noble, et muy notable, et muy fuerte, et presciado entre los moros et christianos. Et fue aquí el primer lugar dó Tarif Abenzarca en el tiempo del rey don Rodrigo pasó, et allí posó por non facer daño en Algecira, que era del Conde don Julian el malo, por cuyo consejo venieron los moros en España. Et por esto ha nombre Gibraltar, que llaman los moros Gebel Taref, que quiere decir el monte ó la sierra de Taref, ca cerca de aquel monte puso su real Tarif Abenzarca. Et teniendo este noble rey don Alfonso los moros que estaban cercados en la villa de Gibraltar tan afincados, que estaban ya para se la dar, ca non avian acorro ninguno, ca el rey Albohacen avia guerra con su fijo Abohanen, en tal manera quel fijo le avia tomado el reino de Fez, et era grand division entre los moros (...) Otrosi el rey de Granada que facia muy grand guerra de todos estos logares del rey de Benamarin, et de los sus logares á los chistianos; estando asi el fecho de esta cerca de Gibraltar, fue voluntad de Dios que recresció pestilencia de mortandad en el real del Rey don Alfonso de Castiella muy grande en el año siguiente que pusiera su real sobre Gibraltar: et esta fue la primera et grande pestilencia que es llamada mortandad grande; como quier que dos años antes desto fuera ya esta pestilencia en las partes de Francia, et de Inglaterra, et de Italia, et aún en Castiella, et en Leon, et en Estremadura, et en otras partidas (...) et maestres et grandes señores, et ricos-omes, et perlados, et caballeros que estaban con el rey don Alfonso en el dicho real sobre Gibraltar, le fue dicho et aconsejado que se partiese de la cerca, por quanto morían muchas compañas de aquella pestilencia, et estaba el su cuerpo en grand peligro; empero por todo esto nunca el rey quiso partirse del dicho real sobre Gibraltar, diciendo a los señores et caballeros que esto le dician et aconsejaban, que les rogaba que le non diesen tal consejo: que pues el tenia aquella villa et tan noble fortaleza en punto de se le rendir (...) Et fue la voluntad de Dios que el rey adolesció, et ovo una landre. Et fino viernes de la semana sancta, que dicen de indulgencias, que fue a veinte et siete días de Marzo en la semana sancta antes de Pascua en el año del nascimiento de nuestro Señor Jesu Christo de mill et trecientos et cincuenta años.

«Crónica de Alfonso, el Onceno», en Crónicas de los Reyes de Castilla, ed. C. ROSELL, Madrid, 1953, tomo I, pp. 390-391.



Tratado de paz entre Carlos II de Navarra y Pedro I de Castilla con el fin de regular el paso de las tropas por las ciudades con el fin de no causar disturbios

     Otrossi [el rey de Castilla] dexará passar por sus tierras e regnos quales quier gente assí de cavaillo commo de a pie que el dicho Rey de Navarra enbiare a faser guerra a qual quier Rey o perssona con quien el oviere guerra en la manera que dicha es, et demandar que los acojan en su regno e lugares e les dén viandas por sus dineros, e les dexen passar por todos los passos e puentes e los otros lugares que vieren que les cunplen, e les ayuden en todo lo que oviere mester la dicha ayuda para faser la dicha guerra. Pero por guardar contienda que podría acaecer sobre las posadas de los lugares, que en las villas e lugares do llegaren que acojan los cabdiellos con çinquanta onbres de cavallo e çinquenta onbres de pie, e los otros que posen en el campo.

     Otrossi en las passadas de las puentes o de los otros passos que ovieren a entrar en las cibdades e villas e lugares por do quieren a passar, que passen las conpañias çiento a çiento de cavallo, e fasta que passen los unos çiento que non passen los otros çiento que asi dexen passar a otros çiento, e todos los otros d'esta guisa fasta que sean todos passados, en manera que non aya y detenimiento ninguno.

Archivo General de Navarra, Secc. Comptos, Caja 15, n.º 42. Recoge: P. AZCARATE, Las relaciones castellano-navarras en el siglo XIV: la época confictiva (1328-1378), Alcalá de Henares, 1987.



Tregua entre Castilla y la Hansa (1443)

     Para gloria de la Santa Trinidad (...) y para incremento de su comercio en común, las naciones de la Hansa teutónica de Alemania y de España, grandes enemigos en tiempos pasados por culpa de Satán, llegan a los siguientes acuerdos:

          

1.- Primeramente, que dichas naciones reconocen y ratifican ambas una tregua durante los tres próximos años.

          

2.- Todos los mercaderes, marinos y súbditos de la nación alemana de la Hansa teutónica podrán con absoluta libertad y seguridad ir, volver, detenerse y morar según su conveniencia en todos los lugares, ciudades y puertos del muy ilustre rey de Castilla, con sus bienes, propiedades, mercancías y cuerpos. En caso de que marinos de la Hansa entraran en los puertos del dicho ilustrísimo rey con sus navíos y bienes de consumo excedentes, podrán verderlos y podrán embarcar todas las mercancías adquiridas con el producto de esta venta y trasportarlas donde quieran. Por el contrario, si los sobredichos marinos de la Hansa transportan en sus navíos otros bienes que los de consumo, ellos embarcarán las mercancías (adquiridas en intercambios) en navíos españoles, si se encuentran en dichos puertos dispuestos a dirigirse a los países y puertos a los que marinos o mercaderes quieren despachar su mercancía (...)

9.- Si mercaderes y marinos de uno y otro país se encuentran juntos en un puerto y toman la salida al mismo tiempo, y se comprometen por juramento o por simple promesa de prestarse ayuda mutuamente contra sus enemigos o contra los piratas; y si cuando estos aparecen en el mar, uno de ellos se desentiende y rehusa ayudar a su aliado, que sea castigado severamente por la nación de la que procede, a fin de que sirva de ejemplo a los demás en el futuro.

10.- Item, las dos partes se han puesto de acuerdo para que los mercaderes de la nación alemana que adquieran en el puerto de la Rochelle vinos y toda clase de artículos los embarquen de manera preferente y en las mayores cantidades en navíos españoles, con la condición de que los navíos españoles se dirijan a los puertos donde los comerciantes alemanes quieren trasladar su mercancía.

PH. DOLLINGER, La Hanse, París, 1964, doc. n.º 11, año 1443. Recoge: J. L. Martín, «La Hansa», Cuadernos de Historia 16, Madrid, 1985.



Carta Real Patente determinando el lugar de la feria y mercado de la ciudad de Vitoria (1484)

     Don Fernando é doña Isabel. A vos el conçejo é alcaldes, justiçias e regodores, caballeros, escuderos, oficiales é homes buenos de la ciudad de Vitoria, salud égraçia. Bien sabeis como en esa dicha ciudad, el jueves de cada semana se fase un mercado la plaza delante las puertas de la Correría, é Zapatería é Ferretería, e otrosi se fase una feria cada año por el mes de junio é por parte de los vesinos e moradores de los barrios de la Cuchillería, é Pintorería é de la Aljama de los judíos de la dicha ciudad, nos fue fecha relacion que en se faser dicho mercado é feria donde se fase agora, ellos resciben grande agravio é dagno, é que si non se diese orden de como se fisiese el dicho mercado franco é la dicha feria una vez en el lugar donde agora se fase é otra entre el portal de la Cuchillería, e Pintorería é Judería, las dichas collaciones é barrios se despoblarían é todos pasarían a vivir a lo bajo de la dicha ciudad. E por su parte nos fue suplicado é pedido por merced que se fiziese los dichos mercados e feria franca, una feria a las puertas altas é otra á las bajas, é los mercados asimismos, mandando á todos los mercaderes é merceros, regatones é panaderas é regateras que viniesen con sus mercadurías é cosas susodichas cada mercado é feria á los lugares susodichos, ó que sobre ello les proveyésemos de remedio con justicia ó como la nuestra merced fuese.

     E nos tovismoslo por bien, porque vos mandamos de aquí adelante fagais el dicho mercado un jueves en la plaza cerca de las dichas puertas de la Correría é Zapatería é Ferretería, é otro mercado lo fagais en la plaza ante las puertas de la Cuchillería é Pintorería é Judería, é las ferias se fagan por la misma forma, de manera que de aquí adelante se faga un año en lo bajo de la ciudad, é en las puertas de la Correría é Zapatería é Ferretería, é otro año en lo alto de las dichas puertas de la Cuchillería, é Pintorería é Judería, e non en otra parte alguna. E desta forma e manera se fagan de aquí adelante para siempre jamas, mandando e defendiendo so graves penas á todas las personas que a los dichos mercados é ferias vinieren, é asimismo á los de la dicha ciudad, así á las panaderas como regatonas, é á todos los otros que continúan vender en la dicha plaza cualesquier mercaderías e otras cosas cualesquier de cualquier calidad que sea, que los dichos días de mercado é feria que so hobiere de faser en las dichas calles susodichas de la Cuchillería é Pintorería é Judería, pongan sus tiendas é mercaderías con todas las otras cosas susodichas en las dichas puertas.

     E mandamos é damos licencia á los vecinos é moradores de los dichos barrios é collaciones de la Cuchillería é Pintorería é Judería, porque los dichos mercaderes é panaderas é regatonas puedan estar en junto para que hayan de facer é fagan en la dicha plaza desde la Puerta de la Pintorería fasta la iglesia de San Vicente del Castillo sus tiendas de tallado postizas.

GONZALEZ, T., Colección de Cédulas, Cartas-Patentes, Provisiones, Reales Órdenes y otros documentos concertados a las Provincias Vascongadas. Copiados en el Real Archivo de Simancas, Madrid, Imprenta Real, 1829-1833. Recoge: J. A. García de Cortázar y otros, Introducción a la historia medieval de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya en sus textos, San Sebastián, 1979, pp. 168-170.



Campañas italianas de Alfonso «el magnánimo»

     Teniendo el rey don Alonso puesto un recio cerco sobre Gaeta fue les forçado a los de la ciudad por la gran hambre que padecian echar de si todos los muchachos, muchachas, viejos y mugeres, y en fin alançar de la ciudad todos los que no eran buenos para la guerra. Todos estos assi alançados pararon de necessidad en el campo entre la ciudad y los enemigos, porque los suyos mesmos con armas y tiros crueles no los dexavan tornar a entrar, pues en el real del rey don Alonso no les era lícito, porque eran sus enemigos, de tal suerte que era una cosa de muy grande compassion ver entre tantos los llantos y alaridos que esta pobre y desamparada compañía hazia, puesta en pelea de la cruel hambre que padecían, y de los de la ciudad que como enemigos los alançavan, de nosotros que como a enemigos no consentiamos que allegasen. Avia entre ellos muchos padres y hijos que lamentavan juntamente. Y quexandose de la crueldad de los sus Gaetanos, pedian a grandes bozes invocando la misericordia y clemencia del rey don Alonso, eran en este medio heridos y muertos departe de los unos y de los otros y alançados con toda manera de crueldad. El rey quando supo el caso como pasava, mando a todos los de su hueste que no passasen mas adelante en hazerles mas mal ni daño alguno. Y mando que se tuviese consejo sobre ello. Todos quasi fueron de parecer que en ninguna manera devian ser recebidos ni se permetia que fueran acogidos entre los nuestros, y que si por casi alli en el campo morian por hambre, o por algunas heridas, que la culpa desto sería de los de Gaeta y no del Rey ni de los suyos. Yo mismo por no negar la verdad confieso en esto mi error, que siendo alli preguntado entre los otros del consejo mi parecer sobrello dixe, que ellos no avein de ser recebidos en nuestro real. Segun la ley de la guerra la cual manda, que estando algunos cercados y puestos en estrecho de hambre que puedan lançar los que fueren sin provecho para la guerra. Assi mesmo manda que los que tuviesen puesto el cerco, no perciban, antes alcancen de si los que assi vinieron alançados de parte de los enemigos. De tal manera que aviendo todos votado estavamos mirando al Rey y con mucho deseo esperando ver que era su deliberacion en este negocio. El entonces dixo por cierto, yo estimo mas nunca aver a Gaeta ni a los que en ella viven, que vencellos tan fea y cruelmente. Yo soy venido aqui para pelear con varones y no con niños y mugercillas miserables. O Rey merecedor de toda inmortalidad digno de regir y governar el mundo todo, que juzgo ser ninguna la victoria que se avia de ganar con tanta crueldad, llantos y lloros. Mando por tanto que luego fuesen traydos a nuestro real todos quantos se hallasen de los alançados de Gaeta que no eran para hazer armas. Y que fuesen con mucha clemencia recebidos e reparados, y con mucha largueza hartos de las cosas necesarias.

PANORMITANO, A., De los dichos y hechos de Alfonso V. Recoge: C. Sánchez Albornoz y A. Viñas. Lecturas históricas españolas, Madrid, 1981, pp. 214-215.



La farsa de Ávila (1465)

     Los grandes del reino que en Avila estaban con el príncipe don Alfonso determinaron de deponer al rey don Enrique de la corona y cetro real, y para lo poner en obra eran diversas opiniones, porque algunos decían que debía ser llamado e se debía hacer proceso contra él, otros decían que debía ser acusado ante el Santo Padre de herejía e de otros graves crímenes e delitos que se podrían ligeramente contra él probar (...) Ninguna cosa les parecía ser más conveniente, ni que más sabiamente se pudiese hacer que la privación del tirano, al cual fallecía vigor del corazón e prudencia e esfuerzo e todas las otras habilidades que a buen príncipe convienen. Ninguna otra cosa le quedaba, salvo nombre de rey, el cual quitado él era todo perdido, lo cual no era cosa nueva en los reinos de Castilla e de León, los nobles e pueblo de ellos elegir rey e deponello (...) Para lo cual, en un llano que está cerca del muro de la ciudad de Avila se hizo un gran cadahalso (...) e allí se puso una silla real con todo el aparato acostumbrado de poner a los reyes, y en la silla una estatua, a la forma del rey don Enrique, con corona en la cabeza e cetro real en la mano, y en su presencia se leyeron muchas querellas que ante él fueron dadas de muy grandes excesos, crímenes e delitos (...) e allí se leyeron todos los agravios por él hechos en el reino, e las causas de su deposición, aunque con gran pesar y mucho contra su voluntad. Las cuales cosas así leídas, el arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, subió en el cadahalso y quitóle la corona de la cabeza, como primado de Castilla, y el Marqués de Villena, don Juan Pacheco, le quitó el cetro real de la mano (...) y el conde de Plasencia, don Alvaro de Estúñiga, le quitó la espada, como Justicia Mayor de Castilla, y el Maestre de Alcántara, don Gome Solís (...) y el conde de Benavente, don Rodrigo Pimentel, y el Conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, le quitaron todos los otros ornamentos reales y con los pies le derribaron del cadahalso en tierra y dijeron: «¡A tierra, puto!». Y a todo esto gemían y lloraban la gente que lo veían. E luego, incontinente el príncipe don Alfonso subió en el mismo lugar, donde por todos los grandes que ende estaban le fue besada la mano por rey y señor natural de estos reinos.

DIEGO DE VALERA, «Memorial de diversas hazañas», en Crónicas de los reyes de Castilla, ed. C. ROSELL, Madrid, 1953, Tomo III, cap. XXVIII, p. 33.



Obligaciones contraídas por Abu Nasr Sacd (1455-1464) con Enrique IV de Castilla

     (...) Que el rey de Granada fuese vasallo del rey de Castilla, ansí como el rey don Mahomad lo había sido del rey don Pedro y fuese de su consejo, y tener dezmero a la puerta d'Elvira que cogiese el diezmo y medio para el rey de Castilla, y que diese en el año primero de la paz, mill captivos y que entre los tres años siguientes, cada un, trescientos y treinta y tres captivos, que avian de ser todos dos mill. E cada vez que el rey don Enrique le llamase, en toda el Andaluzía fasta el reino de Toledo, fuese obligado de le servir con dos mill de cavallo un mes a su costa y si del más se quisiese servir que le pagase el sueldo hasta ser vuelto a su reino, al fuero y costumbre de Castilla. Y le volviese todas las villas y fortalezas que en tiempos del rey don Juan su padre se habían perdido, y con estas condiciones se le daría la paz por diez años y que en este tienpo se metiese al reino de Granada todas las cosas que en aquel tienpo solían meter.

J. TORRES FONTES, Estudio sobre la «Crónica de Enrique IV» del doctor Galíndez de Carvajal, Murcia, 1946, p. 114.



Problemas para gobernar al comienzo del reinado de Abu l-Hasan Alí (1464-1482)

     (...) Sucesos e incidentes que son muy largos de contar. Y es que, viéndose él como secuestrado por sus cadíes hasta el punto de no tener de rey más que el nombre, quiso obrar por sí mismo y deshacerse de la tutela mencionada. Empezó, en efecto, a obrar por su cuenta, prescindiendo de los cadíes; parte de estos, a su vez, se decidieron a obrar por la suya, prescindiendo de él, lo cual dio lugar a que entre unos y otros ocurriesen numerosas cuestiones. Los cadíes, al verse desahuciados por el sultán, tomaron a su hermano Mohamed, que era de menos edad que él y lo proclamaron rey, lo cual hizo que prendiese el fuego de la guerra civil».

Fragmento de la época sobre noticias de los reyes nazaritas o capitulaciones de Granada y emigración de los andaluces a Marruecos, Ed. y trad. A. BUSTANI y C. QUIROS, Larache, 1940, p. 3.



Problemas económicos del rey de Granada

     (...) El rey de Granada Muley Abulhacen estaba cargado de deudas después que aniquiló o sometió a los enemigos de su reino; y como se propusiera disminuir el poderío de los nobles más opulentos, quiso descargar este peso sobre los más ricos y adinerados mediante el decreto de que las posesiones y heredades que algunos tenían antes de que el reinara fueran devueltas en virtud del derecho real -según él veía- que, afirmaba, otros reyes habían sino conservar, o habían obrado con negligencia en el uso de sus derechos de preferencia en cuestiones hereditarias, o habían abusado con prodigalidad de la parte hereditaria que por ley correspondía a la majestad real. Entre los granadinos agarenos se tiene al rey por heredero de cualquier difunto si este carece de hijos. Si, por el contrario, le quedan hijos, el rey es copartícipe en igual cantidad que la que percibió cualquiera de ellos. Esta, en algunas ocasiones, los reyes la destinaron a hombres beneméritos o la distribuyen generosamente entre sus favoritos. Pero ahora, el mismo Abulhacen, yendo de lugar en lugar con su poderoso ejército se adjudicó las posesiones y fincas de esta naturaleza; removió a los gobernantes de la mayoría de ellas, y no se comportó con la misma generosidad que los demás reyes con los vecinos de aquellos lugares ni con los moros forasteros que los granadinos llamaban «gomeres», sino que a muchos de ellos los sacó de sus confortables castillos para enviarlos a otras moradas menos espaciosas.

Cuarta década de Alonso de Palencia. Estudio, texto y traducción de J. LÓPEZ DE TORO, Madrid, 1970-74, II, p. 181.



Causas de la caída de Granada según los musulmanes

     Es sabido que los cristianos no hubiesen tomado revancha sobre los musulmanes, ni lavado de sí mismos mancha alguna, ni destruido vivienda ni casa de al-Andalus, ni les hubiesen arrebatado todas sus ciudades y comarcas a no facilitarles todo esto las causas de la discordia interior, su empeño en suscitar entre los muslimes la lucha y divisiones internas, en producir entre sus reyes el dolo y la traición, y mantener entre sus defensores la perfidia y la doblez en medio de la guerra civil destructora.

M. GASPAR Y REMIRO, «Presentimiento y juicio de los moros españoles sobre la caída inminente de Granada y su reino en poder de los cristianos», Revista de Estudios Históricos de Granada y su Reino, I-1 (1911), p. 151.



Entrada de los Reyes Católicos en Granada (1492)

     E el Rey e la Reyna, vista la carta e embaxada del rey Baudili, aderezaron de ir tomar el Alhambra, y partieron del lugar real, lunes dos de enero, con sus huestes, muy ordenadas sus batallas; e llegando cerca de la Alhambra, salió el rey Muley Baudili, acompañado de muchos caballeros, con las llaves en las manos encima de un caballo, y quísose apear a besar la mano del rey, y el rey no se lo consistió descabalgar del caballo, ni le quiso dar la mano, e el rey moro le besó en el brazo y le dio las llaves, e dijo: «Toma, Señor, las llaves de tu ciudad, que yo y los que estamos dentro somos tuyos», y el Rey don Fernando tomó las llaves y dióselas a la Reyna, y la Reyna se las dio al Príncipe, y el Príncipe se las dio al Conde de Tendilla, al qual, con el duque de Escalona, Marqués de Villena, e con otros muchos caballeros e con tres mil de a caballo e dos mil espingarderos, envió entrar en la Alhambra e se apoderar de ella, e fueron, e entraron, e mostraron en la más alta torre primeramente el estandarte de Cristo, que fue la Santa Cruz, que el Rey traía siempre en la santa conquista consigo; e el Rey e la Reyna e el Príncipe e toda la hueste se humillaron a la Santa Cruz e dieron muchas gracias e loores a Nuestro Señor; e los Arzobispos e clerecía dijeron Te Deum Laudamus (...) El rey moro Muley Baudili se fue a vivir y a reinar al Val Purchena, que es en las tierras que el Rey había ganado cuando ganó Vera, que era todo de mudéjares, donde el Rey le dio señorío e renta en que viviese, e muchos vasallos, e le alzó la pensión que de antes le debía, y le dio sus rehenes, que le tenía desque lo soltó sobre rehenes.

«Historia de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel», bachiller BERNÁLDEZ. Cronicas de los Reyes de Castilla, Ed. C. ROSELL, Madrid, 1953, Tomo III, p. 642.



Sobre la toma de Granada por los Reyes Católicos

     Dios misericordioso, que infundió la fuerza en el brazo del ínclito Fernando, quiso también infundir en su espíritu el consejo y la prudencia, porque al cabo de diez años Granada cayó en su poder, parte por rendición, parte por convenio, y parte debido al oro y la plata con que se untó a los alcaides moros de muchas fortalezas con el fin de que las entregaran, facilitándoles, además, los medios de huir a África y abundante conducho para que no desfalleciesen de hambre por el camino.

J. MÜNZER, Viaje por España y Portugal en 1494 y 1495. Trad. J. Puyol, B. R. A. H., LXXXIV, (1924), p. 99.


Imperio Bizantino

     Para Bizancio los «siglos finales» de la Edad Media suponen la decadencia y ruina de su Imperio. Guerras civiles, revueltas sociales y presión otomana son los tres factores derivados del irreversible declive que finalizará con la caída misma de Constantinopla en poder del Imperio otomano a mediados del siglo XV.




Luchas civiles y presión otomana



Los turcos amenazan Europa (1456)

     Mahomet (...) asaltó y destruyó la ciudad de Constantinopla, sede del gobierno del Imperio de Oriente y columna de toda Grecia, después de haberla asediado por tierra y mar. Muerto el emperador y destruida por la espada toda la nobleza (...) los turcos atravesaron Rascia y Serbia, expulsaron al señor de esta nación, llamado Déspota: hicieron prisioneros a sus familiares y les sacaron los ojos. Se hicieron dueños de todas las plazas fuertes, con excepción de Zagreb y Belgrado y, pasando el Danubio, impusieron tributo a los Válacos. El emplazamiento de Belgrado parecía propicio para efectuar incursiones en las fronteras de Hungría, al estar cerca de la confluencia entre el Save y el Danubio, que lo rodean por ambos lados (...) Mahomet reunió fuerzas de todo su reino y condujo un enorme contingente: los que lo evalúan en más hablan de 300.000 hombres concentrados ante la plaza, otros acaso más exactos, lo cifran en 150.000 hombres. Calixto III, español de nación -de la ciudad de Valencia- que presidía la Iglesia romana, al tener noticia de la llegada de los turcos y de cómo se aprestaban a invadir Hungría, delegó en Juan, cardenal de Santangelo, legado de la sede apostólica, hombre prudente, para que otorgase la absolución plenaria de los pecados a los que tomaran las armas contra los turcos. Esta medida atrajo a muchos habitantes de Germania que eran, desde luego, gentes pobres y casi sin recursos, de los que, en efecto, es el reino de los cielos porque los ricos seducidos por las delicias del presente, apenas piensan en las cosas futuras (...) Ladislao, que poco antes había llegado a Buda, temiendo el poderío turco, se batió en retirada hacia Austria dejando la gobernación y salvaguarda del reino a Juan Hunyadi. Este reunió rápidamente caballeros y peones y avanzó contra el enemigo (...) El combate se mantuvo indeciso mucho tiempo (...) al fin, los enemigos, rechazados lejos de las murallas, dejaron la victoria a los nuestros y Mahomet se retiró a la noche siguiente con todo su ejército dejando sobre el terreno la artillería.

ENEAS SILVIO PICOLOMINI, Commentari rerum mirabilum, Roma, 1584, p. 549. Trad. Calmette, J., Textes et documents d'Histoire, París, 1962, p. 284. Recoge: M. A. Ladero, Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 962.



Constantinopla la víspera de su caída

     Cosas vistas por un peregrino ruso anónimo allá por los años 1450:

     Nos dirigimos hacia el palacio imperial de Constantino. Se halla situado al mediodía, sobre el mar. Muchas esculturas adornaban este palacio. Hay una gran columna de piedra y sobre esta columna cuatro más pequeñas, también de piedra. Sobre estas columnas se encuentra un bloque de mármol en el que se hallan esculpidos leones alados, águilas y toros. Los cuernos de estos últimos están rotos, así como una de esas columnas. Esto fue hecho por los francos cuando tenían Constantinopla en su poder y estropearon otras muchas esculturas.

     El baño de Constantino está situado cerca de la muralla que se alza por encima del mar; el emperador León había hecho conducir agua hasta allí y construir una gran bañera de piedra (...) Los mendigos de paso se bañaban en esa bañera y no se cobraba ningún tributo a los que se lavaban en ella. Un gran tonel se encontraba en un rincón del baño y manaba tanta agua como se deseaba. En el rincón opuesto, un centinela montaba guardia y era una estatua que parecía un hombre. Tenía en las manos un arco y una flecha de bronce, y en caso de cobrar peaje, podía disparar sobre el tonel, y este no hubiera manado agua. Cerca del tonel se encontraba una linterna encendida día y noche. Alguien me dijo que trescientos años después de la muerte del emperador León, se lavaban aún en ese baño, pues el agua no cesaba de manar del tonel ni la linterna se había apagado; pero cuando los francos empezaron a pagar un peaje y la estatua disparó su flecha y dio en el tonel; este se partió y la luz se apagó. Los francos rompieron entonces la cabeza de la estatua y destruyeron muchas esculturas (...)

     Desde el palacio imperial me dirigí al Hipódromo (...) a la izquierda se ve, sobre las puertas, dos mujeres de piedra que parecen vivas. Denuncian a las esposas adúlteras y no las dejan entrar en el Hipódromo, y aquellas van a divertirse a otra parte. A unos pasos del Hipódromo, a la izquierda también, se encuentran tres serpientes de cobre, y estas dan la vuelta tres veces al año: cuando el sol entra en el solsticio de verano o en el de invierno o cuando el año es bisiesto. Hay también allí una enorme columna de piedra. Se cuentan dieciséis estatuas de hombres en esta columna: ocho de cobre y ocho de piedra; todas ellas tienen en la mano una escoba. Durante el reinado del emperador León estos hombres barrían las calles de la ciudad durante la noche y descansaban durante el día (...)

     Siguiendo por la Mesa se ve a la derecha del mar Negro los jueces erigidos por León, el Sabio, con mano admirable e ingeniosa. ¡Qué hombres! (...) Uno juzga equitativamente las falsas acusaciones, otro los asuntos de comercio y los préstamos. Si alguien acusa falsamente a una persona, esta va allí y pone el dinero en la mano del primero. No recibirá más que lo debido y rechazará lo que sea de más, y no juzgará los asuntos de comercio; basta que los dos querellantes pongan sus manos en la boca de esta estatua, ya que rechaza la mano del culpable. Pero los francos también las rompieron: a una las manos, y a la otra, los pies, las manos y la nariz (...)

WALTER, G., La ruina de Bizancio (1204-1453), Barcelona, 1970, pp. 273-274.



Creencias populares griegas referentes a la conquista de Constantinopla

     La tradición del pescado frito:

     Cuando los turcos sitiaban la ciudad, un monje hacía freír siete peces en una sartén. Estaban fritos por una parte e iba a darles la vuelta cuando llegó alguien y le dijo que los turcos habían conquistado la ciudad: «Nunca los turcos pondrán los pies en la ciudad -respondió el monje-. Solo lo creeré si estos peces fritos reviven». Apenas acabó de hablar, los peces saltaron de la sartén, vivos, y cayeron al agua, que se encontraba allí mismo. Hoy día todavía estos peces que volvieron a la vida se encuentran allí, y seguirán medio fritos, medio vivos hasta que llegue la hora en que podamos apoderarnos de la ciudad. Se dice que entonces vendrá otro fraile que acabará de freírlos.

WALTER, G., La ruina de Bizancio (1204-1453), Barcelona, 1970, p. 268.



Conversaciones entre Constantino XI y Mahomet II antes de la conquista de Constantinopla por los turcos

     Cuando el tirano creyó que tenía preparado todo lo necesario para tomar Constantinopla, envió un mensaje al emperador: «Todo está listo para el ataque y voy a ejecutar lo que hace mucho tiempo resolví. La muerte está en manos de Dios ¿Qué queréis hacer? ¿Queréis salir de la ciudad con los grandes de vuestro Estado y sus bienes y que el pueblo no sea maltratado y que vuestras gentes y las mías no reciban mal alguno? Si queréis defenderos hasta el fin, perderéis la vida y los bienes y el pueblo será conducido cautivo y dispersado por toda la tierra». El emperador, previo consejo de los suyos, respondió de esta forma a tal aviso. «Si queréis vivir en paz con nosotros como vuestros antepasados lo hicieron con los nuestros, daremos a Dios muy humildemente las gracias. Vuestros antepasados honraron a los nuestros como a sus padres. Miraron a Constantinopla como a su patria y en ella encontraron asilo seguro en sus desgracias. Ninguno de los que osó atacarla gozó de larga vida. Poseed pacífica mente las tierras y plazas que nos habéis usurpado contra toda justicia. Imponednos un tributo tan pesado como os plazca y retiraos en paz. ¿Qué sabéis si en el momento en que pretendéis tomar la ciudad no vais a ser hecho prisionero? La entrega de la ciudad no dependen de nos ni de sus habitantes. Nuestra común resolución es no ahorrar nuestras vidas para nuestra defensa».

DUCAS, «Histoire des empereurs Jean, Manuel, Jean et Constantin Paléologues», Tomo X, de Histoire de Constantinople, París, pp. 384-385. Recoge: A. Lozano y E. Mitre, Análisis y comentario de textos históricos. I. Edad Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 230.


Islam

     Tampoco el Islam oriental en los siglos XIV y XV presenta un panorama confortador, en especial para la tradición cultural árabe que, ante la avasalladora presencia de la dominación turca, lo que le obligó a refugiarse en el Egipto mameluco. El Islam occidental, por su parte, dividido y poco pujante en el Magreb, cuenta en el reino nazarí de Granada con un último baluarte de trascendental significación cultural.




Dominación turca



Samarcanda en tiempos de Tamerlán

     La çiudat de Samaricante está asentada en un llano e es çercada por un muro de tierra e de cavas muy fondas, e es poco mas grande que la çiudat de Sevilla lo que es asy çercado pero fuera de la çiudat ay muy grand pueblo de casas que son ayuntadas como barrios en muchas partes, ca la çiudat es toda en derredor çercada de muchas huertas e viñas (...) Asy lo que es poblado fuera de los muros es muy mayor pueblo que lo que es çercado, e entre estas huertas que de fuera de la çuidat son están las más grandes e onradas casas, e el señor (Tamerlán) allí tenía los sus palaçios e casas onradas, e otrosy los grandes omnes de la çiudat las sus estançias e casas (...) En esta çiudat de Samaricante se tratan de cada año muchas mercadurías de muchas maneras, que alli vienen de Catay e de la Yndia e de Tartalia e de otras muchas partes, e de la su tierra, que es muy abastada. E porque ella non avia plaça solepne para que se vendiese ordenada e regladamente, mandó el señor que fuese fecha por la çiudat una calle que travesase de una parte a otra, e en ella bancos e tiendas para que en que se vendiesen las mercadurías (...) una calle muy ancha, e de una parte e de otras tiendas que avían ante sy poyos altos que eran cubiertos de losas blancas. E todas las tiendas eran dobladas, e la calle era cubierta de vóvedas con ventanas por do entraba la lunbre (...) e a trechos en esta calle avía fuentes (...)La mezquita que el señor mandó fazer por onor de la madre de cano era la más onrada que en la çiudat avía, e desque fue acabada no se pagó de la portada, que era baxa, e mandola derrocar, e fizieron dos foyos ante ella para do pasasen los çimientos, e porque fuese mas ayna fecha, dixo que él mismo quería tomar carga de acuçiar la meatad de la una parte, e mandó a dos privados suyos que tomasen carga de la otra meatad (...) e esta obra labravan asy de día como de noche, e esta obra e la de la calle çesó por las niebes que venían ya.

RUY GONZÁLEZ DE CLAVIJO, Embajada a Tamerlán. Estudio y edición de un manuscrito del siglo XV por F. López Estrada, Madrid, C. S. I. C., 1943, pp. 200-202 y 206-207. Recoge: Ladero, M. A., Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, pp. 996-997.



La toma de Bagdad (1258)

     [Las matanzas que siguieron a la «destrucción» de la ciudad fueron tales] que de la sangre de las víctimas manó un río tan grande como el Nilo y tan rojo como el Brasil. Bagdad fue destruido y los diferentes países del universo se enriquecieron con sus tesoros y sus objetos de arte. Los Mongoles vendieron a precio de cobre y de plomo los utensilios y los recipientes que habían encontrado en las cocinas y en las bodegas del Califa; muchos de estos objetos llegaron por casualidad a Chiras, de manera que algunas personas que estaban en el colmo de la indigencia y de la miseria lograron gracias a ellos la opulencia y el bienestar. En especies, en cupones variados de seda, raso negro, telas estampadas y brocados importados de Bizancio, de Egipto y de China, caballos de Arabia, mulas de Siria, jóvenes originarios de Grecia, de los países de los Alanos y del Kíptchak, muchachas turcas, chinas y beréberes, los Mongoles consiguieron un botín tan enorme que su total no podía caber en los cómputos del espíritu.

VASSAF, Crónica. En Henri Massé, Anthologie Persane, Payot. 1950. págs. 240-241, en: Braudel, F., Las Civilizaciones Actuales. Estudio de Historia Económica y Social. Trad. J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes, Edit. Tecnos, 1969, Madrid, p. 106.




Al-Andalus: el reino de Granada



Capitulaciones del Reino de Granada

     (...) dejaran vivir al dicho Rey Muley Baudili y a los dichos alcaydes y alcaldes y sabios y mofties, alfaquies y alguaciles y caballeros y escuderos y viejos y buenos hombres en comunidades chicas y grandes estar a su ley y no les mandaran quitar sus algimas y sumas y alumedanos y torres de los dichos aluedanos para que llamen a sus alsales y dejaran y mandaran dejar a dichas algimas sus propios y rentas como ahora los tienen y que sean juzgados por su ley coranica con consejos de sus cadies segun costumbre de los moros y les guardaran y mandaran guardar sus buenos usos y costumbres (...) todas dichas personas (...) que se quisieren ir a vivir allende de estas partes (...) que puedan vender sus haciendas y bienes muebles y raices (...) y que si sus altezas lo quisieren que los dejen pagandolos por sus dineros antes que a otro (...) y que dichas personas que asi quisieren ir a vivir allende (...) les dejen ir y pasar libre y seguramente con todas sus haciendas y mercaderias y joyas y oro y plata y armas (...) les manden fletar de aqui a setenta días primeros siguientes diez navios grandes (...) los haran llevar libre y seguramente a los puertos de allende (...) y que desde en adelante por termino de tres años primeros siguientes les mandaran dar a los que durante el dicho término se quisieren pasar allende en navios (...) no les mandaran llevar ni lleven por el dicho pasaje y flete de los dichos navios derechos (...) hacer bien y merced al dicho Rey Muley Baaudili y a los vecinos de la dicha ciudad de Granada y del Albaicin y sus arrabales les haran merced por tres años primeros siguientes que comiencen desde el día de la fecha de este asiento y capitulacion de todos los derechos que solian pagar por sus casas y heredades con tanto que hayan de dar y pagar y den y paguen a sus altezas los diezmos del pan y apaniso y asi mismo el diezmo de los ganados que al tiempo del desmar quiere en los meses de abril y mayo (...)

Fragmento de las capitulaciones firmadas en 1492 entre el rey Boabdil y los Reyes Católicos, tras la rendición de Granada.



El cerco a Granada en 1491, según Nubdhat al-cAir

     Cuando llegó el mes de Safar es el año en cuestión [897-1491], la situación de la gente llegó a ser mucho peor por el hambre y la falta de comida; hasta la gente rica se veía afectada por el hambre.

     Allí vinieron los principales hombres, nobles y gente común del pueblo, con los juristas islámicos, el gremio de guardianes, los ancianos, los maestros, caballeros valientes que estaban todavía vivos y cualquier persona de Gharnata [Granada] con algún conocimiento del asunto. Todos fueron a ver a Amir Muhammad [Boabdil] y le informaron de la situación de la gente, lo débiles que estaban, cómo les afectaba el hambre, la poca comida que tenían. Su ciudad era grande, para la cual normalmente la comida se importaba, pero ¿cómo puede ser dirigida si nada puede ser comprado? La ruta usada para traer suministros de comida y fruta desde las al-Bajara [Alpujarras] había sido cortada. Los mejores caballeros habían muerto y pasado ya, y los otros que quedaban estaban debilitados por las heridas. La gente fue prevenida de cómo buscar comida o cultivar la tierra o como arar. Sus héroes habían muerto en las batallas.

     Ellos entonces fueron a decirle: «Hermano nuestro, los musulmanes que viven tras el mar en el Magreb ya han sido alertados y ninguno de ellos vienen a ayudar o se levanta en nuestra ayuda. Nuestro enemigo ya ha construido el cerco que cada día es más fuerte y nos hace más débiles. Ellos reciben suministros de su propio país, nosotros no recibimos nada. El invierno ha empezado y el ejército enemigo se ha dispersado y así no del todo fuerte, y las operaciones militares contra nosotros se han suspendido. Si nosotros abriésemos conversaciones con ellos ahora, nuestros puntos serían bien recibidos y ellos estarían de acuerdo con lo que pedimos. Si esperamos, la primavera llegará, sus ejércitos se juntarán y nos atacarán siendo nosotros aún más débiles, y el hambre cada vez peor. Ellos no estarán preparados otra vez para aceptar las condiciones que queremos, y nosotros y nuestra ciudad podría no ser salvada de la conquista militar. Lo que es más, una parte de nuestro pueblo quedaría en el campo, y ellos actuarían como guías para atacar nuestros puntos vulnerables, que utilizarían contra nosotros».

          El emir Muhammad [Boabdil] les dijo: «Dadme vuestra consideración de lo que parece mejor para vosotros y encontrad un acuerdo unánime que sea bueno para para vosotros».

     Acordado por nobles y el pueblo que sería enviado un mensajero para tener conversaciones con los reyes cristianos sobre sus asuntos y los de la ciudad.

     Mucha gente alegó que el emir de Gharnata [Granada] y sus ministros y jefes militares habían llegado ya a un acuerdo con los reyes cristianos y que iban a invadirles, pero que temían al pueblo y que para tenerles engañados simplemente les dijeron lo que querían oír. Por ello, cuando ellos vinieron diciendo que el rey y sus ministros habían estado guardando el secreto para ellos, ellos les perdonaron en el acto. Ese era el motivo de que se hubiesen suspendido las operaciones militares hacía tiempo, para darles espacio para encontrar un camino de introducir la idea en la gente corriente. Luego cuando ellos enviaron al rey de los cristianos, ellos le encontraron de preparadamente de acuerdo, y estaba feliz de conceder todas sus peticiones y estipulaciones.

Crónica de Granada, según Nubdhat al-cAir, Década de 1490.