Los historiadores y eruditos locales no han tenido muchas dudas acerca de quien fue su autor, y eso que no conocían la documentación que acreditaba que la obra era de Fernández. Ya Sangrador atribuía la imagen a Gregorio Fernández, pero fue González García-Valladolid quien hizo especial énfasis en el mérito de la estatua, considerándola obra "un excelente Ecce Homo, desnudo, talla de cuerpo entero, tamaño natural, obra meritísima del inmortal Gregorio Fernández, y cuya cabeza es un modelo acabado de inspiración y de corrección en el dibujo y por su mirada y expresión sublime de dulzura y de color...". Agapito y Revilla fue el único que rechazó la atribución, afirmando que "no se observa ninguno de los rasgos característicos de Fernández". La equivocación de Agapito y Revilla es comprensible, puesto que la estatua se hallaba totalmente cubierta con una tela púrpura, sólo era visible la cabeza, y que, además de repintada, tenía también una corona de hierro, una caña y un cordón de soga. Jesús Urrea por su parte no duda en estimarla a Fernández, considerándola incluso como un prototipo creado hacia 1612-1613.
Sería el profesor Plaza Santiago quien halló la prueba documental. El documento, además de confirmar la autoría del Ecce Homo, despeja la duda acerca del origen lucense del escultor. El escrito, fechado el 3 de enero de 1621, explica que fue el cura párroco de la iglesia de San Nicolás, Bernardo de Salcedo, quien donó en 1621 la imagen a la Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, a la que pertenecía él mismo. Además del Ecce Homo, regaló a la cofradía el altar, el retablo, lámparas de plata, tres velas y dos capas "que tiene el Santo Cristo, y una sobrepelliz para el sacerdote que corre las cortinas, un bufete de pedir limosna y un cepo en el que se recoge, y un frontispicio", donde estaban las lamparas. La generosidad del cura llegó más lejos, puesto que entregó a la cofradía un censo de 1.500 maravedíes de renta cada año. A cambio de tanta gratitud, Bernardo de Salcedo, pedía una serie de misas en su honor, que debían de hacerse extensivas a "Gregorio Fernández, escultor, vecino de la dicha ciudad, natural de la villa de Sarria, que hizo la Imagen". Otra de las condiciones fue que la imagen no se sacara del templo "por ningún caso ni acontecimiento y a decir quince misas cada año en días determinados".
Sería el profesor Plaza Santiago quien halló la prueba documental. El documento, además de confirmar la autoría del Ecce Homo, despeja la duda acerca del origen lucense del escultor. El escrito, fechado el 3 de enero de 1621, explica que fue el cura párroco de la iglesia de San Nicolás, Bernardo de Salcedo, quien donó en 1621 la imagen a la Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, a la que pertenecía él mismo. Además del Ecce Homo, regaló a la cofradía el altar, el retablo, lámparas de plata, tres velas y dos capas "que tiene el Santo Cristo, y una sobrepelliz para el sacerdote que corre las cortinas, un bufete de pedir limosna y un cepo en el que se recoge, y un frontispicio", donde estaban las lamparas. La generosidad del cura llegó más lejos, puesto que entregó a la cofradía un censo de 1.500 maravedíes de renta cada año. A cambio de tanta gratitud, Bernardo de Salcedo, pedía una serie de misas en su honor, que debían de hacerse extensivas a "Gregorio Fernández, escultor, vecino de la dicha ciudad, natural de la villa de Sarria, que hizo la Imagen". Otra de las condiciones fue que la imagen no se sacara del templo "por ningún caso ni acontecimiento y a decir quince misas cada año en días determinados".
La imagen mide 1,68 metros de altura. Está labrada en bulto redondo y pintada totalmente, sin duda debido a su carácter procesional. Obra del primer periodo del maestro, impregnada aún por el empuje manierista, la figura de Cristo es un desnudo blando. Es una escultura con evidentes recuerdos del mundo clásico, tanto en su actitud como en el demorado y sabio estudio de su anatomía. El cuerpo recogido sobre sí mismo, con un arqueamiento tan clasicista que se diría inspirado en las esculturas de Venus. Incluso la forma de cruzar los brazos sobre el pecho recuerda a las esculturas de esta diosa. Dulce movimiento, contrabalanceado en el cuerpo. Piernas en contraposto. Una gran atención puesta en el dorso. Espaldas atléticas, con un profundo surco en la espina dorsal. Los brazos al replegarse sobre el pecho hacen que se comben los músculos, mientras los dedos se extienden, evitando toda rigidez. Puede decirse que es el desnudo de Fernández más hermoso y mejor tratado anatómicamente. La imagen está completamente tallada, es decir, que tiene tallados los geniales, aunque se encuentra tapado por el paño. La esbeltez del cuerpo acredita la dependencia de los modelos manieristas. No hay duda de que en Fernández han pesado modelos próximos, incluso las bellas anatomías de Juan de Bolonia. Ese afán, además, de captar todos los puntos de vista, prueba su destreza. Todo el cuerpo gira al deslizarse en torno la mirada del contemplador. Además, es un desnudo blando y carnoso. Bellísima cabellera ondulada, muy bien trazada por el dorso.
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