dilluns, 31 de març del 2014

Textos històrics – La dreta espanyola i la II República


Gil Robles

Després d’un viatge per Nürenberg, Gil Robles retorna a Espanya embriagat pel nazisme. En un discurs electoral va pronunciar un discurs filofeixista i accidentalista.
"Había que dar estructura a las nuevas derechas españolas. Era necesario ir a la reconquista de España (...). Y a medida que se avanzaba, las avanzadas y los grupos de resistencias que se encontraban fueron agrupándose en una organización al mismo tiempo flexibe y recia y se constituyó la Confederación de Derechas Autónomas (...). Todo se ha hecho con propósito de englobar a todos con un espíritu generoso, sin ánimo de monopolio, con deseo de abrazar a los que vengan a luchar por las batallas por Dios y por la Patria. ¿Se ha hecho todo eso tan sólo para constituir un partido? El propósito era más amplio, más generoso, más comprensivo. Se quería dar a España una verdadera unidad, un nuevo espíritu, una política totalitaria (...). El elemento unitario para una política totalitaria lo encontramos en nuestra gloriosa tradición (...). Nosotros buscamos ese principio unitario y totalitario en el ideal cristiano de nuestra Patria (...). Vamos a ocuparnos del presenre (...). Estamos en el momento electoral (...). Para mí sólo hay una táctica hoy: formar un frente antimarxista, y cuanto más amplio mejor. Es necesario, en el momento presente, derrotar implacablemente al socialismo (Muchos aplausos) (...). Hay que llamar a todas las fuerzas sociales y antirrevolucionarias, a todas las que vayan contra el materialismo y contra todos los errores que se cifran en una sola palabra: marxismo (Grandes aplausos. Una voz: "Y contra Maciá"). Yo centro mis ataques (...) en el socialismo, y de ahí los derivo a todos los elementos que con él han tenido contacto. De la división de España son en gran parte responsables los socialistas. Sin ellos no se hubiera podido aprobar el Estatuto (Aplausos). lo que ocurre es que centro mis ataques contra los socialistas porque han sido los únicos beneficiarios del más vergonzoso de los pactos, el de San Sebastián, en el que se aliaron el sectarismo, el separatismo y el socialismo (...). La gran necesidad del momento actual es la derrota del socialismo (...). Proyectemos ahora una mirada hacia el porvenir (...). Nuestra generación tiene encomendada una gran misión. Tiene que crear un espíritu nuevo, fundar un nuevo Estado, una Nación nueva; dejar la Patria depurada de masones, de judaizantes... (Grandes aplausos) (...). Hay que ir a un Estado nuevo y para ello se imponen deberes y sacrificios.¡Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre! Para eso nada de contubernios. No necesitamos el Poder con contubernios de nadies. Necesitamos el Poder íntegro y eso es lo que pedimos. Entretanto no iremos al Gobierno en colaboración con nadie. para realizar este ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo (Aplausos). Llegado el momento el Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer (Aplausos) (...). Llamo, eso sí, a todos, cuanto mayor número mejor, para terminar esta primera tarea de frenar y liquidar de una vez la revolución (...). Y nada más (...). (Gran ovación. El público despide al orador con aclamaciones de entusiasmo)".

Discurs prounciat en el Monumental Cinema de Madrid, arreplegat en el periòdic El Debate (dimarts 17 d’octubre de 1933). 

El Bloque Nacional

Renovación Española representa un dels partits conservadors de la Segona República, fundat el 1933 per Antonio Goicochea, José Calvo Sotelo, Pedro Sainz Rodríguez i el conde de Vallellano. Inicialment es definia com un partit monàrquic, defensor del llegat d'Alfons XIII i amb un ideari basat en l'opuscle Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu. La seua representació a les Corts fou discreta per la seua incapacitat inicial de mobilitzar l'electorat de drets, ja que la seua base social estava integrada sobre tot per les classes altes. A partir de 1934, José Calvo Sotelo començaria el lideratge del partit, iniciant una fascistització de l'ideari.
La dreta més extrema, descontenta amb  l'accidentalisme de José María Gil-Robles va anar decantant-se cap a la figura de Calvo Sotelo, qui en la primavera de 1936 actuava ja com el líder de la dreta contrarrevolucionaria. En 1936, abans de les eleccions generals de febrer de 1936, el partit  passaria a denominar-se Bloque Nacional.
Entre els seus diputats a les Corts, a més de Calvo i Goicoechea, es troben altres importants ideòlegs de la dreta antirrepublicana, com ara Ramiro de Maeztu, el Conde de Vallellano i Andrés Rebuelta Melgarejo.

Españoles: Un grupo de conciudadanos, representando unos a diversos partidos, otros con su personal significación, os dirigen estas palabras, puesta la mente en España.
La revolución de octubre ha sacudido nuestras fibras más sensibles con el ramalazo de su barbarie. No debemos resignarnos a considerarla como episodio fugaz, ya cancelado, ni a encuadrar su origen en responsabilidades solitarias No La revolución no está vencida todavía porque ha sido el fruto natural de causas políticas que persisten y cuya extirpación necesaria es empeño inaccesible a los actuales gobernantes.
Esa revolución significa el derrumbamiento de todo un sistema estatal. Las esencias políticas que nos legaron las Constituyentes—Poderes y Leyes—fracasaron todas, como sus antecedentes doctrinales, con irreparable estrago. Varias elecciones políticas de signo adverso al imperante en aquellas Cortes han originado ya importantes eliminaciones de tipo orgánico y personal. Subsisten, sin embargo, funestas representaciones del espíritu Constituyente, sin cuya desaparición será una quimera el saneamiento del país, sometido durante largo tiempo a mortal envenenamiento marxista y antiespañol.
Nos encontramos, por tanto, ante una doble crisis: la crisis de un Estado decrépito apenas nacido, y la crisis moral de una sociedad que ha contemplado con impasibilidad suicida la organización metódica de su propio aniquilamiento y el ataque traidor contra nuestra gran unidad histórica. Hay, pues, que reformar el listado y la sociedad. Porque sin la infusión previa de un espíritu nacional, reformas, instituciones, normas atrevidas de un Estado futuro pueden convertirse en retórica a la moda.
Pero la experiencia nos enseña que ese espíritu no florece en igual medida con toda clase de instituciones políticas, pues las hay que con su sola presencia corrompen y dilapidan en discordia y confusión las virtudes sustantivas de un pueblo, y otras, en cambio, que elevan a grado heroico las energías colectivas necesarias para el cumplimiento de una misión histórica.
El Gobierno actual ha desaprovechado ya su hora: una hora de magnífico resurgimiento, una hora histórica y acaso decisiva en la lucha contra la revolución violenta. Ha fallado el Gobierno y con él los partidos republicanos, veteranos y bisoños, reos por igual de miopía e indecisión. Puesto que el clamor popular exige, y no consigue justicia, que no es crueldad, pero tampoco impunismo; puesto que la paz aparece lejana por la rebeldía embravecida de muchos espíritus; puesto que las esencias sagradas de Unidad y Autoridad sufren todavía apretado cerco; puesto que en el Estado nacido en 1931 no quedan ya ni partidos que no estén fracasados ni reservas que utilizar, ni fórmulas eficaces que ofrecer, ni resquicio para la esperanza, nos adelantamos ante el país, libres de responsabilidad en su trágica situación, con probado desinterés y firme voluntad, para hablarle netamente en lenguaje decidido, cordial y patriótico.
Persuadidos de la trascendencia histórica de la revolución del 6 de octubre, momentáneamente frustrada, los firmantes de este escrito, sin abandonar la disciplina política de las organizaciones a que en su mayoría pertenecen, han acordado coincidir en una actuación pública delimitada por estos dos principios: La afirmación de España unida y en orden según frase inmortal de Don Fernando el Católico, y la negación del existente Estado constitucional. España, pues, ante todo y sobre todo. Una España auténtica, fiel a su Historia y a su propia imagen: una e indivisible. De aquí la primera línea de nuestro programa de acción: defensa a vida o muerte y exaltación frenética de la unidad española, que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo de quince siglos. Y con ella la soberanía política única del Estado, que las especialidades forales tradicionales han de vigorizar y fortalecer, lejos de menoscabarla. Y si queremos una España auténtica, debemos declararla católica, mediante la concordia moral del Estado con la Iglesia, ya que, aparte de otras razones, el hecho católico fue factor decisivo y determinante en la formación de nuestra nacionalidad.
Creemos caducado el sistema político, que nacido con la Revolución francesa sirve de soporte a las actuales instituciones y, como Cánovas predijera, nos arrastra al comunismo. El futuro Estado ha de fundarse sobre el deber tanto como sobre el derecho. Los derechos naturales, inherentes a la personalidad humana, han de ser reconocidos y garantizados por el Estado, de conformidad con su distinto rango, sin que en ninguno de ellos quepa el absolutismo. Su mejor garantía será la organización de un Estado fuerte, capaz de frenar el abuso con que pretendan ejercerlos o monopolizarlos núcleos o masas indisciplinadas. Así, nuestra ambición de erigir un Estado de eficaz autoridad rima magistralmente con el respeto debido a las prerrogativas del ciudadano. Porque ningún peligro mayor para ellas que el anejo a ciertas desmesuradas actuaciones de clase. Por eso, los Gobiernos fuertes son, en definitiva, el único sostén de la civilización en que vivimos y de los derechos que nos otorga.
Queremos un Estado integrador que, a diferencia del Estado anárquico actual, imponga su peculiar autoridad sobre todas las clases, sean sociales o económicas. La era ruinosa de la lucha de clases está tocando a su fin. El Estado, arbitro de toda contienda—sea civil, administrativa o criminal—, debe serlo también en las de índole social. No más huelgas, no más lock-outs, como instrumento de lucha económica, y mucho menos de lucha política. El Estado ha de presidir la vida del trabajo, imponiendo una justicia social distributiva, otorgando, por añadidura, al débil, una compensación de justicia y estimulando, donde esta no llegue, la caridad cristiana. Frente a un Estado inhibido, cruzado de brazos, tuvo razón de ser el fenómeno sindical combativo. Frente a un Estado dispuesto a realizar coactivamente la justicia social, el antiestado sindical es un crimen. Hay que encuadrar la vida económica en corporaciones profesionales; facilitar el acceso del proletariado a la propiedad; imbuir en patronos, obreros y técnicos la conciencia de que sirven un supremo interés nacional, que integra los parciales de clase. Esto se logrará cuando la vida del trabajo sea dirigida por un Estado con unidad moral, unidad política y unidad económica.
Coincidimos todos en rechazar el Parlamento fundado en el sufragio universal inorgánico. Estos Parlamentos especialmente en momentos convulsivos, se desgastan vertiginosamente, hasta concluir en fraude. Las Constituyentes, como las actuales Cortes, demuestran que el fenómeno es fatal. Se impone, por ello, una suspensión del Parlamento, cuyo término sea la convocatoria de unas Cortes orgánicas.
Evidentemente, hoy por hoy, el sentimiento nacional genuino está secuestrado por una Constitución antiespañola en espíritu y letra, y la reforma de la Constitución por los trámites en ella previstos, que el sectarismo, deliberadamente, amañó, es una sarcástica utopía. Apremia abrir un cauce a la expresión del sentimiento nacional, aherrojado, para salir de este punto muerto; y nosotros, aun a sabiendas de que la Constitución, traicionando un supuesto espíritu democrático, lo prohíbe, decimos que el régimen actual no tiene más que uno: el referéndum, que no puede rehusar una democracia. Le emplazamos, por tanto, para que compruebe la auténtica opinión nacional, preguntando directamente al país:
¿Acepta o rechaza España el laicismo?
¿Quiere o no España la supresión de la lucha de clases?
¿Quiere o no España la restauración de la gloriosa bandera bicolor como enseña patria?
¿Quiere o no España la supervivencia del actual estatuto de Cataluña?
La respuesta que los españoles, pronunciándose sobre ideas y no sobre personas, diesen en auténtica fórmula de sinceridad ciudadana, a estas preguntas, mostraría seguramente la razón que nos asiste. Y abriría una ruta clara para que el Gobierno patriota y fuerte que España necesita, marchando con paso firme y marcial, lograse en plazo brevísimo el completo desarme moral y material del país y emprendiese sin más dilaciones la ya inaplazable reconstrucción económica nacional, que ha de tener en la Agricultura su más honda raíz. Unas semanas de actuación implacable, dentro del Derecho, devolverían el sosiego a España, el prestigio a la toga, y la fuerza de intimidación al Estado, que nosotros queremos robusto en sus organismos militares. El Ejército, escuela de ciudadanía, depurado por sus Tribunales de Honor, difundirá la disciplina y las virtudes cívicas, forjando en sus cuarteles una juventud henchida de espíritu patriótico e inaccesible a toda ponzoña marxista y separatista. El Ejército no es solo el brazo, sino la columna vertebral de la patria.
Os proponemos, por tanto, españoles, la constitución de un bloque nacional que tenga: por objetivo, la conquista del Estado, conquista plena, sin condiciones, ni comanditas; por designio, la formación de un Estado nuevo, con las características ya descritas, más las dos esenciales de unidad de mando y continuidad histórica tradicional; por medios, la convergencia de todos los ciudadanos que compartan nuestras ideas, cualquiera que sea su actual filiación partidista, respetada y compatible, y de aquellas asociaciones de tipo económico y social que quieran cooperar a esta grande empresa; y como campo de acción, la tribuna, la Prensa, el libro y la calle, o sea, la actividad política extraparlamentaria.
Monárquicos por reflexión y tradición la inmensa mayoría de los firmantes de este documento—republicanos o indiferentes, otros—no planteamos ahora, aun considerándolo sustantivo, el problema de la forma de gobierno; lo que cruje en estas horas trágicas es un Estado; pero el peligro no es solamente para ese Estado, sino que acecha también—¡y cuán vivamente!—a España. Y ello nos fuerza a lanzar este llamamiento para la organización de un arrollador bloque nacional, trémulos de emoción y ardientes de fe. No ocultamos, los que la sentimos, nuestra convicción monárquica, porque el hacerlo atentaría a nuestra dignidad política. Pero creemos que lo que urge es organizar una fuerza social, nacional, nacionalista y nacionalizadora. que se disponga a conquistar plenamente y a poseer ilimitadamente el Estado.
Si, amparados por la protección divina y. al conjuro de la voluntad nacional llegamos a la meta soñada, nos dispondremos—sépalo bien España—a instaurar en la cima y en las entrañas del Estado español los principios de unidad, continuidad, jerarquía, competencia, corporación y espiritualidad, que hemos diseñado.
¡Españoles!: La hora es difícil, gravísima, amarga. Nadie se recluya en su egoísmo. Desdeñemos los convencionalismos. Caminemos alta la frente, en los ojos la luz cegadora del ideal puro, con la verdad integral y patriótica, sin paliativos ni retorcimientos. ¡Por España y para España! ¡Adelante, adelante, adelante, en bloque nacional!
8 de diciembre de 1934.

dissabte, 29 de març del 2014

Driss Deiback - Los Perdedores (2006)

L'exèrcit franquista exercí una brutalitat contra la població civil únicament comparable a l'aplicada per la Wehrmacht en la seua campanya oriental. Execucions, amputacions i violacions anaven a convertir-se en les tècniques fonamentals de l'exèrcit franquista per a l'erradicació de l'Anti España. L'exèrcit franquista, com farien els nazis amb els jueus, deshumanitzarien sistemàticament l'enemic. Els orígens d'aquesta deshumanització es troben en la brutalitat exercida per l'exercit espanyol en Marroc contra la població rifenya. En aquest sentit, Paul Preston afirma que la Guerra Civil fou contemplada per l'exèrcit franquista com altra guerra de frontera, en la que els rojos eren equiparats a les poblacions rifenyes que l'exèrcit espanyol havia combatut al Marroc. 
Tanmateix, i de manera paradoxal, part destacada en la victòria del Caudillo tingueren les tropes de regulars marroquins reclutades per Franco. En el documental Los Perdedores (2006), Driss Deiback, descriu aquesta brutalitat de l'exèrcit franquista dirigida contra la població civil i l'ús de tropes mercenàries marroquines, com es faria per primera vegada en Astúries en 1934. Però també narra aspectes més desconeguts com el tractament que reberen els regulars marroquins després de la guerra, les nombroses baixes que patiren o les condicions en què hagueren de lluitar. En definitiva, el vídeo intenta aproximar-nos a una part més desconeguda de la Guerrra Civil espanyola, a eixa violència apocalíptica que Queipo de Llano prometia a la població republicana, especialment a les dones, però sobre tot a altres perdedors de la guerra com foren els soldats marroquins que contribuïren a la victòria de Franco.


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dijous, 27 de març del 2014

Edward Malefakis reflexiona en El País sobre el revisionisme i el neorrevisionisme

Article de

La Segunda República y el revisionismo

A pesar de los ataques de aquellos que, como Pío Moa, ofrecen hoy una versión aligerada del argumentario franquista, la Segunda República fue un régimen democrático del que España debe sentirse orgullosa


Antes de que terminara el régimen de Franco en 1975, escaseaba, por razones evidentes, el debate público sobre el carácter de la Segunda República española y su grado de responsabilidad en el estallido de la Guerra Civil. De acuerdo con la ideología impuesta por la dictadura, la República había sido una catástrofe, la culminación de la larga historia de degeneración que había caracterizado a España durante los siglos XIX y XX, desde la desgraciada aparición del liberalismo con la Constitución de Cádiz en 1912. Aunque la República tuvo un comienzo más o menos aceptable, proseguía el argumento, pronto se vio superada por una mezcla de separatismo regional, radicalismo social y violento anticlericalismo que destruyó cualquier perspectiva prometedora.
Celebró elecciones honradas y acercó el Gobierno al pueblo y a las distintas regiones Convirtió España en el primer país de mayoría católica que permitió el sufragio femenino
La crisis de la República se agudizó después de octubre de 1934, cuando los socialistas, hasta entonces moderados, pusieron en marcha una revolución sangrienta en Asturias, secundada por la Generalitat catalana, que proclamó su independencia. España se deslizó aún más hacia el caos cuando la coalición del Frente Popular ganó, por estrecho margen, las elecciones de febrero de 1936. Dicha victoria dio un poder sin precedentes a los grupos obreros y les permitió dominar de facto a sus aliados de clase media en los gabinetes que gobernaban España y que sólo eran republicanos en teoría. Según esta interpretación, el resultado fueron varios meses de huelgas, invasiones de explotaciones agrarias, batallas callejeras, quemas de iglesias y asesinatos políticos, que el gobierno del Frente Popular no quiso o no pudo controlar. La situación en España recordaba a la de Rusia en 1917, y su resultado habría sido similar: la caída del gobierno elegido a manos de los extremistas radicales, seguida de una revolución social a gran escala y la imposición de una dictadura del proletariado.
En los últimos años de la dictadura, los especialistas cuestionaron cada vez más esta línea argumental. Durante la transición a la democracia se fue sustituyendo por una valoración generalmente positiva de la República, que subrayaba sus virtudes y lamentaba la insurrección militar que la había destruido. Por primera vez, la imagen de la República en España estaba en consonancia con la que había predominado en la mayor parte del mundo exterior desde el final de la Guerra Civil, en parte debido a los sentimientos de culpa por haber abandonado a los republicanos a merced de Franco y sus aliados fascistas durante el conflicto.
Durante los años noventa, como reacción a este nuevo consenso favorable, Pío Moa y otros historiadores aficionados, entre ellos César Vidal, lanzaron una campaña revisionista que adquirió enorme fuerza, pese a que se limitaba a reciclar los argumentos de los propagandistas de Franco en una versión más moldeable. Aparte de Stanley Payne, no les respaldó ningún historiador profesional importante. No obstante, el revisionismo prosperó durante más de una década, desde 1990, año de publicación del tratado fundamental de Moa, hasta 2006, cuando sus argumentos principales quedaron desacreditados por la avalancha de literatura producida por la conmemoración conjunta de los dos aniversarios, el 70º del comienzo de la guerra y el 75º de la proclamación de la República. Las obras publicadas entonces establecieron de forma inequívoca un punto fundamental: que las declaraciones de Franco y sus acólitos sobre lo catastrófico de la situación reflejaban más la paranoia de sus propulsores que la realidad. En realidad, confirmó la literatura de 2006, la revolución social de 1936 no precedió sino que siguió a la insurrección militar. Lo mismo ocurrió con la desintegración del Estado y la sociedad. Igual que en la fábula de Hans Christian Andersen, en cuanto alguien gritó: "El emperador va desnudo", el espejismo franquista y revisionista se hizo añicos. Esta es una lección que debemos tener en cuenta siempre que hablemos de historia y casi en cualquier otro aspecto de la vida.
La desaparición de la escuela revisionista de Moa dejó paso a la aparición gradual de lo que yo denomino neorrevisionismo. Algunos de sus elementos existían desde hacía mucho en forma embrionaria, pero ahora empezaron a articularse con más claridad. El neorrevisionismo pone en entredicho el prestigio mundial de la República de forma más indirecta y moderada. Es además un movimiento mucho más difuso que el revisionismo de Moa. No tiene un líder claro, ningún canon escrito ni una narración histórica definida. Sin embargo, a pesar de ese carácter indirecto, moderado y difuso, tiene posibilidad de convertirse en un poderoso movimiento historiográfico, una posibilidad que tal vez esté empezando ya a hacerse realidad.
¿Cuál es la manera más fácil de distinguir a los neorrevisionistas de los revisionistas? Fundamentalmente, que no propugnan las perspectivas catastrofistas que caracterizaban al franquismo-moaísmo. Tampoco las rechazan del todo, sino que prefieren permanecer neutrales o callados al respecto. Otro rasgo distintivo es que, mientras que todos los revisionistas utilizaban más o menos los mismos argumentos, y se diferenciaban sobre todo por la intensidad con la que los expresaban, los neorrevisionistas se dividen en dos corrientes de pensamiento estrechamente relacionadas pero diferentes. En líneas generales, la más antigua de estas dos corrientes se remonta a hace varios decenios y consiste en lo que podría llamarse una interpretación "purista" o "puritana". Su base es que, si bien es posible que la República no fuera tan catastrófica para España ni mereciera la insurrección militar que desencadenó la Guerra Civil, su destrucción no es algo que haya que lamentar, porque nunca fue el magnífico modelo de democracia que aseguraban sus partidarios, sino una pseudodemocracia con graves fallos que violóconstantemente los principios democráticos más esenciales con la persecución injusta de sus adversarios, en especial mediante la censura frecuente y el cierre de sus publicaciones. Su carácter antidemocrático quedó demostrado de manera concluyente con la revolución de octubre de 1934, cuando los socialistas y sus aliados pretendieron derrocar al gobierno elegido democráticamente e imponer otro escogido por ellos.
La segunda línea de pensamiento neorrevisionista, más moderna, podría llamarse la corriente "comparativista". Subraya el contraste entre la transición democrática que se produjo en España a partir de 1975, pacífica y fructífera, y la historia conflictiva, con su desastre consiguiente, de la República, en un nuevo intento de demostrar que la República no fue tan buena como mantienen sus defensores. Ambas líneas de argumentación son a primera vistaconvincentes, pero no soportan un examen detallado.
Para empezar por la interpretación puritana, no cabe duda de que la República tuvo mil fallos y, en ocasiones, se comportó de manera antidemocrática. La revolución de octubre de 1934, en especial, fue una absoluta catástrofe, que dañó gravemente las credenciales democráticas del régimen y sentó un precedente que los conspiradores militares de 1936 pudieron utilizar para justificar su propia insurrección. Aunque hubiera triunfado, la revolución de octubre habría tenido consecuencias desastrosas para la democracia española. No puede librarse de nuestra másmerecida condena. Lo único que podemos hacer es tratar de entender sus motivos situándola en el contexto de su época. Los años treinta del siglo XX fueron una de las tres o cuatro décadas más conflictivas de toda la historia de Europa, solo comparable a algún periodo durante las guerras de religión de los siglos XVI y XVII, o a la época de la Revolución Francesa y Napoleón. En los años treinta, Europa estaba desgarrada por una guerra civil ideológica entre fascismo, comunismo y democracia. En octubre de 1934, parecía que estaban venciendo las fuerzas fascistas, que acababan de destruir dos grandes democracias europeas, la alemana y la austriaca, en ambos casos por medios pacíficos y legales. ¿Era posible que el gobierno centrista de España siguiera el mismo rumbo, dado el creciente poder de los elementos de derechas dentro de él? Es decir, la revolución de octubre fue, en parte, reflejo del miedo, pero también de la fuerza permanente del mito revolucionario en los círculos proletarios, la idea de que las masas podían con todo si se levantaban unidas.
Si es imposible disculpar por completo la revolución de octubre, es más fácil rechazar las otras acusaciones de los neorrevisionistas. Ningún régimen democrático de la historia ha estado jamás completamente libre de desviaciones ocasionales. El grado de perfección democrática depende no solo de la voluntad de sus dirigentes sino también de los retos que afronta. En épocas sin turbulencias, cuando la sociedad está tranquila y hay pocos problemas urgentes que exijan solución, es relativamente fácil seguir los lentos procedimientos legales que constituyen el corazón de cualquier democracia genuina, ya sea parlamentaria o presidencialista. Ahora bien, cuando la situación es la contraria, como ocurría en los años treinta, los gobiernos tratan casi siempre de encontrar atajos para alcanzar sus objetivos y tienden a favorecer a sus amigos y marginar a sus enemigos. Por tanto, al evaluar las credenciales democráticas de cualquier régimen, es preciso tener en cuenta tanto sus actos discutibles como sus iniciativas positivas y creativas.
La República, sin duda, censuró y cerró la prensa opositora en varias ocasiones, pero también construyó la primera democracia auténtica de España. ¿Cómo lo logró? En primer lugar, con la celebración de elecciones honradas, libres de las prácticas caciquistas que las habían corrompido en tiempos de la monarquía. Segundo, ampliando enormemente el electorado, sobre todo al convertir España en el primer país de mayoría católica que permitió el sufragio femenino. En tercer lugar, la República acercó el gobierno al pueblo al darle más dimensión a los gobiernos regionales. Cuarto, insistió en que todas las leyes importantes fueran aprobadas por el parlamento, y dejó los decretos para situaciones muy infrecuentes, de emergencia. Quinto, la República destruyó o debilitó las instituciones extraparlamentarias, los círculos cortesanos y el ejército, que en el pasado habían anulado tan a menudo las iniciativas democráticas. Desde esta perspectiva más equilibrada, la balanza se inclina claramente hacia la idea de que fue un régimen excepcionalmente democrático. Hay que ser verdaderamente puritano para pensar lo contrario.
La rama "comparativista" del neorrevisionismo dice muchas verdades, pero al mismo tiempo se olvida de otras igual de importantes. A pesar de las dudas que surgen de manera periódica en algunos sectores, me parece ridículo negar el éxito extraordinario de la transición española a la democracia. Es el hecho que habla más en favor de España en todo el siglo XX, y se ha convertido, con razón, en el modelo de todas las transiciones de regímenes autoritarios a democracias en el mundo. Sería una tontería debatir los méritos respectivos de los grandes dirigentes republicanos -Azaña y Prieto? y los de los máximos responsables del éxito de la Transición: el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Felipe González. Sin embargo, existen otros dos factores mucho más importantes. El primero es que resulta engañoso evaluar a una persona sin tener en cuenta el contexto en el que vivió. El segundo es que es preciso comparar todos los aspectos de los dos regímenes, no sólo los más convenientes para el argumento que deseamos defender. Por consiguiente, no debemos obsesionarnos tanto por la distinta suerte que corrieron como para olvidar que, bajo la superficie, ambos tuvieron un espíritu muy similar. Todas las cosas que aportó la Transición -más democracia, más igualdad social, modernización cultural, etcétera? habían sido también objetivos fundamentales de la República. Es más, resulta difícil pensar en un logro importante de la Transición que no tuviera parte de sus raíces en la República.
Ahora bien, si la República y la Transición tuvieron muchas semejanzas, sus épocas respectivas no pudieron ser más distintas. Como ya he dicho, los años treinta fueron uno de los periodos más turbulentos de la historia de Europa. Por el contrario, los años setenta y ochenta fueron tranquilos y decididos. Además, las condiciones también habían cambiado drásticamente en España y en varias de sus principales instituciones. En los años treinta, el Ejército conservaba sus tradiciones pretorianas decimonónicas e intervenía sin cesar en la política. Los movimientos obreros estaban aún poseídos por diversas mitologías revolucionarias, sobre todo los anarcosindicalistas, el movimiento más amplio, pero también, cada vez más, los socialistas, que eran los segundos. Los comunistas, aunque eran minoritarios, eran violentamente antirrepublicanos hasta que Moscú les ordenó adoptar la estrategia del frente Popular en 1935. En la derecha, los partidos más amplios no eran claramente revolucionarios -aunque los radicales empezaron a abrirse camino en ellos a partir de 1934-, pero varios partidos monárquicos de escasa importancia conspiraron para derrocar la República. Y luego estaba la Falange, todavía pequeña, pero que iba creciendo. La Iglesia Católica, hasta Juan XXIII, fue siempre rígida en cuestiones de doctrina, y no quería aceptar ninguna disminución del inmenso poder que había acumulado a lo largo de los siglos.
La economía española estaba en peor situación que nunca, debido a la Gran Depresión. La industria y los servicios no estaban desarrollados. Algo más de la mitad de la población seguía trabajando en el campo. Aproximadamente dos terceras partes de las mujeres adultas eran analfabetas. La situación internacional era amenazadora, y Mussolini hacía todo lo posible para desestabilizar la República.
El contraste con la situación en la que prosperó la Transición es enorme. A mitad de los años setenta, España era una de las naciones más avanzadas del mundo. El analfabetismo y el hambre estaban erradicados. Todas las instituciones fundamentales habían experimentado una evolución positiva. El Ejército ya no era pretoriano, sino que aceptaba la primacía del poder civil. Las organizaciones obreras habían abandonado sus viejos mitos revolucionarios. El catolicismo posterior al Concilio Vaticano II era menos rígido en los dogmas y estaba dispuesto a negociar un debilitamiento gradual de algunos de sus viejos privilegios. Como consecuencia, el feroz anticlericalismo de otros tiempos también se desvaneció. La monarquía desempeñó un papel crucial en el restablecimiento de la democracia, por lo que el republicanismo perdió su carácter sectario.
En resumen, dos contextos extraordinariamente distintos. Poner en tela de juicio la reputación de la República sobre esa base es tan absurdo como sería denigrar la República de Weimar porque tuvo menos éxito que la Alemania de Angela Merkel. La República fracasó o fue destruida, pero también lo fueron casi todos los demás elementos humanos y progresistas en los años treinta. Como es cada vez más evidente, España no es tan diferente como creíamos; en general, se ajusta a los modelos generales. En relación con el tema del que tratamos aquí, ya indiqué por primera vez hace 30 años que el índice de mortalidad de las repúblicas recién nacidas durante el periodo de entreguerras fue asombrosamente alto. De las 20 repúblicas que surgieron en Europa entre 1918 y 1931, solo una, la irlandesa, sobrevivió hasta la madurez. Las otras 19 fueron barridas o se autodestruyeron. Una vez más, el contraste con los años setenta y ochenta es tremendo. De las nuevas democracias establecidas en esos años en Europa, Latinoamérica y Asia, un número mucho mayor, casi todas sobreviven hoy, aunque algunas en versiones muy atenuadas. Sólo en África se aproxima el índice de mortalidad de las democracias recien nacidas al de la Europa de entreguerras.
Creo que todo esto es suficiente para arrojar los argumentos revisionistas y neorrevisionistas sobre la República a la papelera que les corresponde. Eso no quiere decir que su paso por la historiografía española haya carecido por completo de valor. Como sucede con todo el revisionismo histórico, si se aborda con inteligencia, puede ser útil, porque obliga a los defensores de la ortodoxia a reexaminar y perfilar sus posturas. No obstante, la próxima vez que alguien diga, como hizo hace poco el profesor Payne en ABC (April 16), que "La República es el principal mito histórico de todo el siglo XX", debemos responder con seguridad: "¡No, señor! ¡La República no es ningún mito!" A pesar de sus muchos errores y defectos es, con la Transición, una verdadera gloria del siglo XX español. Fue vilmente asesinada por unas fuerzas atávicas y violentas que sumergieron su patria, primero en una cruenta guerra civil, y después en una dictadura que durante sus primeras dos décadas fue cruel y retrógrada.
Edward Malefakis es historiador. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

dilluns, 24 de març del 2014

Recentralització, ineficiència i solidaritat fictícia

Germà Bel, en Espanya, Capital París, analitza des d'una perspectiva econòmica l'estructura de les infraestructures espanyoles. D'aquest estudi desprenen, com a mínim, tres idees molt interessants des del meu punt de vista. 
El primer és que l'invocat principi de solidaritat territorial arreplegat en l'article 2 de la Constitució espanyola de 1978 amaga veritablement un panorama de guanyadors (Madrid) i perdedors. Les majors inversions en infraestructures en Madrid, tant aeroportuàries, ferroviàries... desmenteix claríssimament una solidaritat amb altres territoris com Extremadura, Andalucia... El cas dels aeroports de Barajas i El Prat en són bon exemple, ja que són els aeroports més endeutats i en el cas de Barajas el destinatari del 48% de les ajudes.
En segon lloc, Germà Bel subratlla el procés de recentralització econòmica que s'està produint en els darrers anys. El procés autonòmic, en la seua opinió, ha assolit uns límits, i s'observa un procés de recentralització de competències, com s'observa clarament amb l'aprovació de la LOMCE. Aquest procés de centralisme no és nou. Germà Bel narra la història d'aquest procés de centralització que arranca amb l'arribada de la dinastia borbònica a Espanya en el segle XVIII.
Finalment, en relació a aquest procés de centralització, Germà Bel posa de relleu les deficiències de la xarxa de comunicacions derivada d'aquest disseny central i posa exemples notoris. El que més m'ha cridat l'atenció és el relacionat amb la xarxa de línies ferroviàries d'alta velocitat. Mentre Espanya es situa com un dels països amb més kilòmetres de vies d'alta velocitat, el nombre de pasatgers transportats en aquests línies és només el 5% dels transportats en Japó, que disposa d'un nombre paregut de kilòmetres. Com és possible? La resposta, segons Bel, és el traçat irracional derivat de decisions polítiques i no estrictament econòmiques. Argumenta que la decisió del Partit Popular de modificar el corredor mediterrani en benefici de Madrid és un bon exemple de decisió política no avalada per l'interés general econòmic que perjudica en general l'eficiència de la xarxa de transports espanyola. 
En definitiva, espere que aquest llibre us resulte estimulant.

dimecres, 19 de març del 2014

Comentari de paisatges agraris

Ací teniu un model de comentari d'un espai agrícola.

Paisatges agraris oceànics o atlàntics.

Paisatge asturià.

 

Valle del Pas (Cantàbria)
 
Quintanilla de Babia (León)
 

Valle de Baztán - Navarra

Paisatges agraris de muntanya

Paisatge agrari Pirineus (Aran-Alts Pirineus)

Las Alpujarras (Granada)



Paisatges agraris de l'interior peninsular

 Dehesa extremeña

 

Olivar en Jaén

 

Paisatge agrari de Toledo

 

Tierra de Campos (Castilla-León)

 

Viñedos en Cuenca (Castilla-La Mancha)


 


Viñedos en La Rioja

Paisatges agraris mediterranis

Safor-Tavernes de la Valldigna

Arrossars en el Delta de l’Ebre

El Ejido (Almeria)

 

Paisatges agraris de les Illes Canàries

Bodega_Suárez_-_Diama_-_La_Geria_-_Lanzarote 

La Geria - Lanzarote

La Geria (2) - Lanzarote

La Geria (Lanzarote)

Bancals en La Gomera

diumenge, 9 de març del 2014

Textos per a l'estudi de la història d'Espanya

Aquest dossier de textos històrics pot ser molt útil i agradable per a l'alumnat interessat en presentar-se a la prova de selectivitat o per tal d'ampliar.