Gil Robles
Després d’un viatge per Nürenberg, Gil Robles retorna a Espanya embriagat pel nazisme. En un discurs electoral va pronunciar un discurs filofeixista i accidentalista.
"Había que dar estructura a las nuevas derechas españolas. Era necesario ir a la reconquista de España (...). Y a medida que se avanzaba, las avanzadas y los grupos de resistencias que se encontraban fueron agrupándose en una organización al mismo tiempo flexibe y recia y se constituyó la Confederación de Derechas Autónomas (...). Todo se ha hecho con propósito de englobar a todos con un espíritu generoso, sin ánimo de monopolio, con deseo de abrazar a los que vengan a luchar por las batallas por Dios y por la Patria. ¿Se ha hecho todo eso tan sólo para constituir un partido? El propósito era más amplio, más generoso, más comprensivo. Se quería dar a España una verdadera unidad, un nuevo espíritu, una política totalitaria (...). El elemento unitario para una política totalitaria lo encontramos en nuestra gloriosa tradición (...). Nosotros buscamos ese principio unitario y totalitario en el ideal cristiano de nuestra Patria (...). Vamos a ocuparnos del presenre (...). Estamos en el momento electoral (...). Para mí sólo hay una táctica hoy: formar un frente antimarxista, y cuanto más amplio mejor. Es necesario, en el momento presente, derrotar implacablemente al socialismo (Muchos aplausos) (...). Hay que llamar a todas las fuerzas sociales y antirrevolucionarias, a todas las que vayan contra el materialismo y contra todos los errores que se cifran en una sola palabra: marxismo (Grandes aplausos. Una voz: "Y contra Maciá"). Yo centro mis ataques (...) en el socialismo, y de ahí los derivo a todos los elementos que con él han tenido contacto. De la división de España son en gran parte responsables los socialistas. Sin ellos no se hubiera podido aprobar el Estatuto (Aplausos). lo que ocurre es que centro mis ataques contra los socialistas porque han sido los únicos beneficiarios del más vergonzoso de los pactos, el de San Sebastián, en el que se aliaron el sectarismo, el separatismo y el socialismo (...). La gran necesidad del momento actual es la derrota del socialismo (...). Proyectemos ahora una mirada hacia el porvenir (...). Nuestra generación tiene encomendada una gran misión. Tiene que crear un espíritu nuevo, fundar un nuevo Estado, una Nación nueva; dejar la Patria depurada de masones, de judaizantes... (Grandes aplausos) (...). Hay que ir a un Estado nuevo y para ello se imponen deberes y sacrificios.¡Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre! Para eso nada de contubernios. No necesitamos el Poder con contubernios de nadies. Necesitamos el Poder íntegro y eso es lo que pedimos. Entretanto no iremos al Gobierno en colaboración con nadie. para realizar este ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo (Aplausos). Llegado el momento el Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer (Aplausos) (...). Llamo, eso sí, a todos, cuanto mayor número mejor, para terminar esta primera tarea de frenar y liquidar de una vez la revolución (...). Y nada más (...). (Gran ovación. El público despide al orador con aclamaciones de entusiasmo)".
Discurs prounciat en el Monumental Cinema de Madrid, arreplegat en el periòdic El Debate (dimarts 17 d’octubre de 1933).
El Bloque Nacional
Renovación Española representa un dels partits conservadors de la Segona República, fundat el 1933 per Antonio Goicochea, José Calvo Sotelo, Pedro Sainz Rodríguez i el conde de Vallellano. Inicialment es definia com un partit monàrquic, defensor del llegat d'Alfons XIII i amb un ideari basat en l'opuscle Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu. La seua representació a les Corts fou discreta per la seua incapacitat inicial de mobilitzar l'electorat de drets, ja que la seua base social estava integrada sobre tot per les classes altes. A partir de 1934, José Calvo Sotelo començaria el lideratge del partit, iniciant una fascistització de l'ideari.
La dreta més extrema, descontenta amb l'accidentalisme de José María Gil-Robles va anar decantant-se cap a la figura de Calvo Sotelo, qui en la primavera de 1936 actuava ja com el líder de la dreta contrarrevolucionaria. En 1936, abans de les eleccions generals de febrer de 1936, el partit passaria a denominar-se Bloque Nacional.
Entre els seus diputats a les Corts, a més de Calvo i Goicoechea, es troben altres importants ideòlegs de la dreta antirrepublicana, com ara Ramiro de Maeztu, el Conde de Vallellano i Andrés Rebuelta Melgarejo.
8 de diciembre de 1934.
La dreta més extrema, descontenta amb l'accidentalisme de José María Gil-Robles va anar decantant-se cap a la figura de Calvo Sotelo, qui en la primavera de 1936 actuava ja com el líder de la dreta contrarrevolucionaria. En 1936, abans de les eleccions generals de febrer de 1936, el partit passaria a denominar-se Bloque Nacional.
Entre els seus diputats a les Corts, a més de Calvo i Goicoechea, es troben altres importants ideòlegs de la dreta antirrepublicana, com ara Ramiro de Maeztu, el Conde de Vallellano i Andrés Rebuelta Melgarejo.
Españoles: Un grupo de conciudadanos, representando unos a diversos partidos, otros con su personal significación, os dirigen estas palabras, puesta la mente en España.
La revolución de octubre ha sacudido nuestras fibras más sensibles con el ramalazo de su barbarie. No debemos resignarnos a considerarla como episodio fugaz, ya cancelado, ni a encuadrar su origen en responsabilidades solitarias No La revolución no está vencida todavía porque ha sido el fruto natural de causas políticas que persisten y cuya extirpación necesaria es empeño inaccesible a los actuales gobernantes.
Esa revolución significa el derrumbamiento de todo un sistema estatal. Las esencias políticas que nos legaron las Constituyentes—Poderes y Leyes—fracasaron todas, como sus antecedentes doctrinales, con irreparable estrago. Varias elecciones políticas de signo adverso al imperante en aquellas Cortes han originado ya importantes eliminaciones de tipo orgánico y personal. Subsisten, sin embargo, funestas representaciones del espíritu Constituyente, sin cuya desaparición será una quimera el saneamiento del país, sometido durante largo tiempo a mortal envenenamiento marxista y antiespañol.
Nos encontramos, por tanto, ante una doble crisis: la crisis de un Estado decrépito apenas nacido, y la crisis moral de una sociedad que ha contemplado con impasibilidad suicida la organización metódica de su propio aniquilamiento y el ataque traidor contra nuestra gran unidad histórica. Hay, pues, que reformar el listado y la sociedad. Porque sin la infusión previa de un espíritu nacional, reformas, instituciones, normas atrevidas de un Estado futuro pueden convertirse en retórica a la moda.
Pero la experiencia nos enseña que ese espíritu no florece en igual medida con toda clase de instituciones políticas, pues las hay que con su sola presencia corrompen y dilapidan en discordia y confusión las virtudes sustantivas de un pueblo, y otras, en cambio, que elevan a grado heroico las energías colectivas necesarias para el cumplimiento de una misión histórica.
El Gobierno actual ha desaprovechado ya su hora: una hora de magnífico resurgimiento, una hora histórica y acaso decisiva en la lucha contra la revolución violenta. Ha fallado el Gobierno y con él los partidos republicanos, veteranos y bisoños, reos por igual de miopía e indecisión. Puesto que el clamor popular exige, y no consigue justicia, que no es crueldad, pero tampoco impunismo; puesto que la paz aparece lejana por la rebeldía embravecida de muchos espíritus; puesto que las esencias sagradas de Unidad y Autoridad sufren todavía apretado cerco; puesto que en el Estado nacido en 1931 no quedan ya ni partidos que no estén fracasados ni reservas que utilizar, ni fórmulas eficaces que ofrecer, ni resquicio para la esperanza, nos adelantamos ante el país, libres de responsabilidad en su trágica situación, con probado desinterés y firme voluntad, para hablarle netamente en lenguaje decidido, cordial y patriótico.
Persuadidos de la trascendencia histórica de la revolución del 6 de octubre, momentáneamente frustrada, los firmantes de este escrito, sin abandonar la disciplina política de las organizaciones a que en su mayoría pertenecen, han acordado coincidir en una actuación pública delimitada por estos dos principios: La afirmación de España unida y en orden según frase inmortal de Don Fernando el Católico, y la negación del existente Estado constitucional. España, pues, ante todo y sobre todo. Una España auténtica, fiel a su Historia y a su propia imagen: una e indivisible. De aquí la primera línea de nuestro programa de acción: defensa a vida o muerte y exaltación frenética de la unidad española, que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo de quince siglos. Y con ella la soberanía política única del Estado, que las especialidades forales tradicionales han de vigorizar y fortalecer, lejos de menoscabarla. Y si queremos una España auténtica, debemos declararla católica, mediante la concordia moral del Estado con la Iglesia, ya que, aparte de otras razones, el hecho católico fue factor decisivo y determinante en la formación de nuestra nacionalidad.
Creemos caducado el sistema político, que nacido con la Revolución francesa sirve de soporte a las actuales instituciones y, como Cánovas predijera, nos arrastra al comunismo. El futuro Estado ha de fundarse sobre el deber tanto como sobre el derecho. Los derechos naturales, inherentes a la personalidad humana, han de ser reconocidos y garantizados por el Estado, de conformidad con su distinto rango, sin que en ninguno de ellos quepa el absolutismo. Su mejor garantía será la organización de un Estado fuerte, capaz de frenar el abuso con que pretendan ejercerlos o monopolizarlos núcleos o masas indisciplinadas. Así, nuestra ambición de erigir un Estado de eficaz autoridad rima magistralmente con el respeto debido a las prerrogativas del ciudadano. Porque ningún peligro mayor para ellas que el anejo a ciertas desmesuradas actuaciones de clase. Por eso, los Gobiernos fuertes son, en definitiva, el único sostén de la civilización en que vivimos y de los derechos que nos otorga.
Queremos un Estado integrador que, a diferencia del Estado anárquico actual, imponga su peculiar autoridad sobre todas las clases, sean sociales o económicas. La era ruinosa de la lucha de clases está tocando a su fin. El Estado, arbitro de toda contienda—sea civil, administrativa o criminal—, debe serlo también en las de índole social. No más huelgas, no más lock-outs, como instrumento de lucha económica, y mucho menos de lucha política. El Estado ha de presidir la vida del trabajo, imponiendo una justicia social distributiva, otorgando, por añadidura, al débil, una compensación de justicia y estimulando, donde esta no llegue, la caridad cristiana. Frente a un Estado inhibido, cruzado de brazos, tuvo razón de ser el fenómeno sindical combativo. Frente a un Estado dispuesto a realizar coactivamente la justicia social, el antiestado sindical es un crimen. Hay que encuadrar la vida económica en corporaciones profesionales; facilitar el acceso del proletariado a la propiedad; imbuir en patronos, obreros y técnicos la conciencia de que sirven un supremo interés nacional, que integra los parciales de clase. Esto se logrará cuando la vida del trabajo sea dirigida por un Estado con unidad moral, unidad política y unidad económica.
Coincidimos todos en rechazar el Parlamento fundado en el sufragio universal inorgánico. Estos Parlamentos especialmente en momentos convulsivos, se desgastan vertiginosamente, hasta concluir en fraude. Las Constituyentes, como las actuales Cortes, demuestran que el fenómeno es fatal. Se impone, por ello, una suspensión del Parlamento, cuyo término sea la convocatoria de unas Cortes orgánicas.
Evidentemente, hoy por hoy, el sentimiento nacional genuino está secuestrado por una Constitución antiespañola en espíritu y letra, y la reforma de la Constitución por los trámites en ella previstos, que el sectarismo, deliberadamente, amañó, es una sarcástica utopía. Apremia abrir un cauce a la expresión del sentimiento nacional, aherrojado, para salir de este punto muerto; y nosotros, aun a sabiendas de que la Constitución, traicionando un supuesto espíritu democrático, lo prohíbe, decimos que el régimen actual no tiene más que uno: el referéndum, que no puede rehusar una democracia. Le emplazamos, por tanto, para que compruebe la auténtica opinión nacional, preguntando directamente al país:
¿Acepta o rechaza España el laicismo?
¿Quiere o no España la supresión de la lucha de clases?
¿Quiere o no España la restauración de la gloriosa bandera bicolor como enseña patria?
¿Quiere o no España la supervivencia del actual estatuto de Cataluña?
La respuesta que los españoles, pronunciándose sobre ideas y no sobre personas, diesen en auténtica fórmula de sinceridad ciudadana, a estas preguntas, mostraría seguramente la razón que nos asiste. Y abriría una ruta clara para que el Gobierno patriota y fuerte que España necesita, marchando con paso firme y marcial, lograse en plazo brevísimo el completo desarme moral y material del país y emprendiese sin más dilaciones la ya inaplazable reconstrucción económica nacional, que ha de tener en la Agricultura su más honda raíz. Unas semanas de actuación implacable, dentro del Derecho, devolverían el sosiego a España, el prestigio a la toga, y la fuerza de intimidación al Estado, que nosotros queremos robusto en sus organismos militares. El Ejército, escuela de ciudadanía, depurado por sus Tribunales de Honor, difundirá la disciplina y las virtudes cívicas, forjando en sus cuarteles una juventud henchida de espíritu patriótico e inaccesible a toda ponzoña marxista y separatista. El Ejército no es solo el brazo, sino la columna vertebral de la patria.
Os proponemos, por tanto, españoles, la constitución de un bloque nacional que tenga: por objetivo, la conquista del Estado, conquista plena, sin condiciones, ni comanditas; por designio, la formación de un Estado nuevo, con las características ya descritas, más las dos esenciales de unidad de mando y continuidad histórica tradicional; por medios, la convergencia de todos los ciudadanos que compartan nuestras ideas, cualquiera que sea su actual filiación partidista, respetada y compatible, y de aquellas asociaciones de tipo económico y social que quieran cooperar a esta grande empresa; y como campo de acción, la tribuna, la Prensa, el libro y la calle, o sea, la actividad política extraparlamentaria.
Monárquicos por reflexión y tradición la inmensa mayoría de los firmantes de este documento—republicanos o indiferentes, otros—no planteamos ahora, aun considerándolo sustantivo, el problema de la forma de gobierno; lo que cruje en estas horas trágicas es un Estado; pero el peligro no es solamente para ese Estado, sino que acecha también—¡y cuán vivamente!—a España. Y ello nos fuerza a lanzar este llamamiento para la organización de un arrollador bloque nacional, trémulos de emoción y ardientes de fe. No ocultamos, los que la sentimos, nuestra convicción monárquica, porque el hacerlo atentaría a nuestra dignidad política. Pero creemos que lo que urge es organizar una fuerza social, nacional, nacionalista y nacionalizadora. que se disponga a conquistar plenamente y a poseer ilimitadamente el Estado.
Si, amparados por la protección divina y. al conjuro de la voluntad nacional llegamos a la meta soñada, nos dispondremos—sépalo bien España—a instaurar en la cima y en las entrañas del Estado español los principios de unidad, continuidad, jerarquía, competencia, corporación y espiritualidad, que hemos diseñado.
¡Españoles!: La hora es difícil, gravísima, amarga. Nadie se recluya en su egoísmo. Desdeñemos los convencionalismos. Caminemos alta la frente, en los ojos la luz cegadora del ideal puro, con la verdad integral y patriótica, sin paliativos ni retorcimientos. ¡Por España y para España! ¡Adelante, adelante, adelante, en bloque nacional!
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